Cuando la segunda mano se convierte en la primera opción para comprar moda

La ropa usada se ha convertido en algo ‘cool’, atrayendo incluso a los gigantes de ‘fast fashion’, que empiezan a entrar en este negocio. Sin embargo, no es todo tan sostenible como se vende

Foto: Pexels.

Ayer arrancó oficialmente la temporada de rebajas, aunque, como pasa desde hace algunos años, muchos establecimientos decidieron adelantarlas a la llegada de los Reyes. Sea como fuere, las rebajas son siempre una buena oportunidad para conseguir artículos a buen precio, aunque conviene tener cuidado para no acabar cayendo en el consumismo desaforado. Centrarse en los básicos, considerar nuestras verdaderas necesidades, evitar las compras impulsivas y no sucumbir al reclamo del precio son buenos consejos si no queremos acabar con un montón de ropa que después no utilizaremos.

Las plataformas como Wallapop, Vinted o Vestiaire Collective también se están convirtiendo en una alternativa cada vez más extendida a las tiendas habituales. Comprar ropa usada ya no es considerado algo cutre; más bien al contrario, ahora es de lo más cool. La mayor conciencia ecológica y la inflación disparada tienen mucho que ver con cómo está cambiando nuestra forma de ver la segunda mano, sobre todo, entre los jóvenes, que han asumido la utilización de ropa usada como algo natural.

El cambio empezó en el confinamiento, pero, a diferencia de otras tendencias que nos trajo la pandemia, el consumo consciente parece haber llegado para quedarse. Según el último informe La Red del Cambio, realizado por Wallapop y Kantar, casi la mitad de los consumidores (43%) ya consideran los productos de segunda mano cuando se enfrenta a una decisión de compra y seis de cada diez se plantean comprar más productos de este tipo de los próximos tres años. “Se observa un cambio de paradigma muy relevante, en el que los ciudadanos no solo creen que es positivo dar una segunda oportunidad a determinados productos, sino que esta práctica se ha convertido en habitual en todas las ocasiones de compra”, apuntaba en la introducción al informe Rob Cassedy, CEO de Wallapop.

Esta plataforma, nacida en Barcelona, cumplió el año pasado su décimo aniversario. Durante esta década, los usuarios de Wallapop han superado los 17 millones en los tres mercados en los que opera: España, Italia y Portugal. En enero del año pasado, la startup levantó 81 millones de euros en una ronda de financiación liderada por el grupo surcoreano Naver. Su valor entonces se estimó en 771 millones de euros, cerca de la consideración de unicornio. Y, sin embargo, la compañía continúa en números rojos. En 2022 perdió 50 millones, pese a ingresar un 39% más que el año anterior, algo que la empresa achaca al proceso de expansión internacional en el que lleva años inmersa. Su objetivo para 2023 era facturar 100 millones y alcanzar la rentabilidad en España. 

Independientemente de la cuenta de resultados, Wallapop es el indiscutible líder del consumo de segunda mano en nuestro país. De acuerdo con los datos de Smart Analytics, es, de hecho, la tercera app más usada por los españoles para hacer compras, tras Amazon y Aliexpress, y por delante de Shein. La usabilidad de la aplicación, la posibilidad de geolocalizar (lo que permite encontrar artículos cerca de nosotros), de pedir la recogida de productos en casa o de hacer envíos (el servicio se lanzó en 2019, justo antes de la pandemia, y en la actualidad supone más de la mitad de las ventas de la plataforma) tienen mucho que ver en ese éxito.

El negocio de la venta de productos usados ha crecido tanto que empieza a requerir de más controles. Desde el 1 de enero de este año, a instancias de Europa, las plataformas digitales están obligadas a compartir con las autoridades fiscales de cada país cierta información sobre los vendedores que hayan realizado más de treinta operaciones o hayan obtenido más de 2.000 euros. Pese a la alarma generada por algunos titulares, parece que el objetivo de la medida no es perseguir a los usuarios que se sacan unos euros vendiendo los trastos que tienen por casa, sino controlar la actividad de los vendedores profesionales de este tipo de plataformas, que también los hay.

El ‘fast fashion’ se apunta a la segunda mano

En línea con sus estrategias de sostenibilidad (o para contrarrestar la creciente amenaza de marketplaces como Wallapop, Vinted o Percentil), también los gigantes de la industria de la moda empiezan a entrar en el mercado de la segunda mano. Zara, por ejemplo, puso en marcha a mediados de diciembre Zara Pre-Owned, su anunciada plataforma de compraventa de productos usados. El funcionamiento es similar al de estas plataformas: el usuario sube las fotos de sus productos y establece el precio. El comprador puede ver las prendas, ordenadas por categorías, con datos detallados de cada artículo, incluida la información original de Zara y las fotos actuales proporcionadas por el vendedor.  La aplicación también ofrece al usuario la posibilidad de reparar su ropa (a través de una red de talleres locales) y donarla a oenegés (ofrecen recogida en casa). La app se rodó primero en Reino Unido y Francia, y el plan de Inditex es que en 2025 esté disponible todos sus mercados clave.

También Shein está en la fase final de desarrollo de su propia plataforma de prendas usadas, que se llamará Shein Exchange. Y H&M empezó el año pasado a vender, en su renovada flagship en Barcelona, en el Paseo de Gracia, una colección, denominada H&M Pre-Loved, compuesta por ropa y accesorios de segunda mano tanto de su marca como de otras. El gigante sueco lleva un tiempo experimentando con la venta de ropa usada a través de internet en mercados como Alemania o su país natal, donde la venta de bienes ya producidos está muy extendida. Al mismo tiempo, H&M continúa explorando otras opciones como el alquiler de prendas (de momento solo en Estocolmo) o el reciclaje de ropa. Implementado en 2013, su programa de recogida de ropa es el mayor de este tipo en la industria: solo en 2020 recogió, según datos de la propia marca, casi 19.000 toneladas de prendas.

¿Conciencia o ‘greenwashing’?

Las grandes cadenas de la moda llaman a esto economía circular, pero sus críticos lo consideran más bien un greenwashing de manual. Porque, mantienen, mientras las multinacionales sigan produciendo ropa nueva al mismo frenético ritmo, sus experimentos con la segunda mano no tienen mucho sentido. Tampoco otro tipo de medidas, como el reciclaje de ropa. Una investigación publicada este verano por la organización ambiental Changing Markets Foundation concluyó que solo una mínima parte de lo que donamos se distribuye después gratis. La organización utilizó AirTags para rastrear durante casi un año el destino de veintiuna prendas usadas en perfecto estado que donó a H&M, Zara, C&A, Primark, Nike The North Face, Uniqlo y M&S en mercados europeos. De esas prendas, el 76% fueron inmediatamente incineradas, almacenadas o enviadas a África, donde después o bien se destruyen o bien se venden. Varios países africanos ya están poniendo coto a la entrada de lo que allí se conoce como “ropa de blanco muerto”, esas prendas desechadas por Occidente que llegan masivamente al continente (Oxfam indica que al menos el 70% de toda la ropa de segunda mano de África procede de Europa y Estados Unidos) e inundan sus mercadillos. Algunas fuentes cifran los beneficios de este comercio en unos 5.000 millones de euros anuales.

Guerra al ‘fast fashion’

La apuesta por la sostenibilidad de los gigantes de la moda también tiene que ver con la cada vez mayor presión de la UE para poner freno al negocio de la moda rápida. La Comisión presentó en marzo de 2022 su estrategia para los textiles sostenibles, con el objetivo de abordar el ciclo completo de los productos de confección y proponer medidas para cambiar un modelo de producción y consumo que se ha demostrado insostenible.

Pero la guerra al fast fashion se libra también desde otros frentes. El pasado noviembre, Vestiaire Collective, la principal plataforma de reventa de moda de lujo, anunció que excluía de su portal a una treintena de firmas de lo que considera moda rápida, entre ellas, Abercrombie & Fitch, Gap, H&M, Mango, Uniqlo, Urban Outfitters y Zara. Un año antes ya había cancelado a Asos, Shein o Boohoo. “Las marcas de moda rápida contribuyen a una producción y un consumo excesivos, que tienen consecuencias sociales y medioambientales devastadoras en el sur global. Es nuestro deber actuar y liderar el camino para que otros actores de la industria se unan a nosotros en este movimiento, y juntos podamos tener un impacto importante", explicaba en un comunicado Dounia Wone, chief impact officer de la compañía.

El lujo de segunda mano es uno de los segmentos del retail que más rápido está creciendo. El precio más reducido que una chaqueta de Chanel o un bolso de Loewe pueden tener en plataformas como la francesa Vestiaire Collective las hacen algo más asequibles para una mayoría de consumidores que en otro caso no podrían siquiera soñar con ellas.

Su planteamiento de que hay que comprar menos para comprar mejor parece tener sentido, siempre que esto implique una auténtica reflexión sobre lo que realmente supone comprar moda. En las últimas tres décadas, el consumo de ropa se ha multiplicado por cuatro en los países occidentales. En paralelo, la industria se ha convertido en la segunda más contaminante (solo por detrás de la petrolera): es responsable del 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero y del 20% de los tóxicos que se vierten al agua.

Según la última edición del informe El efecto medioambiental de la segunda mano de Milanuncios, la venta de ropa de segunda mano en España le ahorró al medio ambiente en 2021 un total de 987 toneladas de CO2 y 41 toneladas de plástico. Sin duda, una buena noticia. El problema llega cuando la segunda mano deja de ser una alternativa de consumo responsable para convertirse en un instrumento para seguir comprando sin freno a un precio más bajo. En ese caso, no estaríamos sino ante la misma mierda con distinto olor.  

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