Al racismo se le enfrenta en colectiva
La unión, el apoyo mutuo y el trabajo conjunto de los grupos y organizaciones de mujeres migradas consiguen contrarrestar las múltiples barreras en torno al trabajo, la burocracia o la vivienda con las que se topan al llegar a España
“Nuestra colectiva es una apuesta política por la amistad, el cuidado y la alegría”, explica Carmen Paulino, de Mujeres, Voces y Resistencias, colectivo que varias mujeres migradas fundaron en 2019. “Denunciamos la violencia que nos atraviesa sin que nadie hable por nosotras”, añade. Esta organización afincada en Valencia congrega a mujeres de nueve nacionalidades: México, Bolivia, Colombia, República Dominicana, Chile, Argentina, Ecuador, Marruecos y Guatemala. A través de encuentros, talleres, ponencias, conversatorios, la unión en manifestaciones y otros eventos comparten sus realidades y preparan formas para hacer frente a sus problemáticas y visibilizarlas. “Tejer redes de apoyo nos da energía para denunciar las injusticias, las desigualdades. Una sola persona puede no ser escuchada, pero en colectivo tenemos más fuerza”, sostiene Paulino.
Los espacios de participación colectiva resultan claves a la hora de generar sinergias, compartir herramientas y tomar fuerza junto a otras. Sobre todo cuando el territorio no se muestra demasiado amable. Lo sabe bien Mónica Gortayre, de la Asamblea de Migración y Antirracismo del 8M de Madrid. Gotayre nació en Ecuador y llegó a España cuando tenía 10 años. “En el colegio me bajaron de curso sin hacerme prueba de nivel. Siempre me ha parecido un poco fuerte”, asegura. Este fue el arranque de una serie de vivencias en las que fue dándose cuenta de que el lugar al que había llegado se mostraba ajeno, distante, de que no la trataban como una igual. “Ya después, en la parte laboral, se me han escapado muchas oportunidades por una cuestión de género, raza y origen, porque otros CV se valoraban mejor; no es fácil asumirlo, porque piensas que lo estás imaginando, pero luego ves que es algo sistemático que les pasa a más compañeras”, explica. “La necesidad que tenemos de integrarnos genera mucha violencia en nosotras, porque no te sientes admitida en el país y te intentas acoplar. Yo encajé negando mis orígenes, rechazando todo aquello que veía que no aceptaban bien relacionado con mi parte ecuatoriana: mi acento, forma de vestir, de comer, mi familia. Después de esta negación, me ha costado trabajo la aceptación de quién soy, de mi origen, de mi color”.
Y es que, una vez atravesadas las fronteras terrestres, marítimas o aéreas, las mujeres migradas que llegan a España se ven obligadas a enfrentar otros altos muros que, en muchos casos, ni siquiera son visibles. La Ley de Extranjería es uno de los principales escollos, pues exige tres años de empadronamiento en un mismo lugar antes de poder regularizar la situación y obtener el permiso de residencia, pero sin regularizar la situación no pueden acceder a un trabajo con garantías legales, ni obtener derechos tan básicos como la tarjeta sanitaria. Estos requerimientos derivan en la única salida para obtener ingresos sea, en muchos casos, la economía sumergida. Los trabajos de limpieza, del hogar y de los cuidados se vuelven una de sus pocas opciones.
En el caso de llegar por protección internacional, la situación, en parte, mejora. Quienes solicitan el asilo político, obtienen la tarjeta roja con su Número de Identificación del Extranjero (NIE), el primer paso para obtener otros derechos hasta que se resuelva la solicitud. En el resto de los casos, el permiso de residencia se pueden seguir varias vías, ninguna de ellas sencilla. El arraigo social y el arraigo laboral son dos de las más habituales.
Regularización
Para luchar contra este entramado burocrático y mejorar las condiciones de vida, la resistencia es un arma principal y el sostén grupal se convierte en un bálsamo ante las dificultades. El movimiento Regularización YA, apoyado por múltiples colectivos de personas migradas, presentó en 2022 una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) en el Congreso de los Diputados; el documento, respaldado por más de 700.000 firmas, exigía una regularización extraordinaria de todas estas personas. Por el momento, la ILP está pendiente ser elevada a pleno para decidir si se toma o no en consideración. “Hay ciudadanos de primera, con su DNI; ciudadanos de segunda, que tienen nacionalidad, pero no son considerados como la gente española; y luego está la gente migrante racializada e indocumentada, y ahí te puede pasar cualquier cosa: terminar en un CIE, que te detenga la policía y sufras una agresión, que sufras amenazas y te abran expediente de expulsión”, explica. Mónica Gortayre, quien forma parte de este movimiento.
Por ello, y pese a todas las barreras administrativas y sociales, lo que las mujeres migradas consiguen juntas cobra una relevancia vital: mantener viva su memoria. “No estamos permitiendo que se olvide el crimen de Lucrecia Pérez, ni la masacre del Tarajal, ni a las compañeras de las freseras de Huelva, ni lo que pasó en la pandemia con las trabajadoras de hogar y cuidados, ni la masacre de Melilla. Queremos que todo esto quede en la memoria de este país, porque también escribimos el presente y el futuro. Para que las que vienen después, que son muchas, se sientan aupadas sobre nuestros hombros, y sepan que nosotras tenemos relatos”, añade Gortayre. En esta misma línea opina Carmen Paulino: “La resistencia al articularnos con otras organizaciones nos da fuerza. Hemos logrado que en los espacios donde antes no se nos miraba nos vean, que cuenten con nosotras, que se oiga nuestra opinión”.
Según los datos oficiales de Instituto Nacional de Estadística (INE), la cifra de población migrante en España en 2021 se aproximaba a las 5.400.000 personas, repartidas de forma prácticamente equitativa entre hombres y mujeres. Los censos elaborados entre 1991 y 2001, expone la web del Ministerio de Igualdad, recogen el incremento de población migrante en España, donde los flujos se caracterizan por ser eminentemente laborales y por el elevado grado de feminización. La migración femenina en España aumentó en un 417% en esos diez años.
Ese mismo tiempo, una década, lleva Calala Fondo de Mujeres apoyando el fortalecimiento del movimiento feminista migrante. Siguiendo esta línea de trabajo, en el año 2019, la asociación impulsó un ‘Análisis del movimiento de mujeres migrantes y racializadas en el Estado español’. De ahí partió “Ilê Ayé: Fugaen la Pacha, Narrativas Genealógicas. Feminismos antirracistas migrantes en el Estado español 1980-2020”, una investigación en la que se recogen aportaciones de 89 mujeres de diferentes comunidades autónomas, pertenecientes a organizaciones y colectivos diversos. Esta genealogía persigue un objetivo principal: mantener viva la memoria desde las comunidades en las que se genera herstory y crear narrativas históricas que den cuenta del movimiento feminista antirracista.
En lo cotidiano
Tal y como explica Mónica Gortayre, las muestras del racismo cotidiano se manifiestan en diferentes ámbitos, como el trato que reciben desde Servicios Sociales, la discriminación laboral por el hecho de ser migrante o las dificultades a la hora de conseguir un alquiler a causa de los prejuicios extendidos. Por motivos como estos, la Ley Antirracista, en fase de elaboración por parte del Ministerio de Igualdad, se perfila como un reto y un horizonte deseable para ellas.
Las mujeres migradas y racializadas afrontan las situaciones y vivencias complejas optando por el trabajo colaborativo como vía para ir construyendo en común y avanzando. En la comisión antirracista del 8-M, desde 2017 tratan de incorporar la mirada antirracista a todas las acciones reivindicativas. “Hemos conseguido que cada vez más personas en España se den cuenta de que viven en un Estado racista; también que la gente se posicione ante las agresiones que sufrimos y que se entienda que el relato de la colonia española en nuestro territorio está escrito desde el poder”, apunta Mónica Gortayre. Juntas han logrado también más visibilidad en determinados ámbitos, tanto políticos como culturales y mediáticos. Pero la importancia de su labor en común va más allá de algo funcional: se trata también de rebajar el impacto de lo que se ha ido almacenando en sus cuerpos después de atravesar tantos obstáculos. “Son espacios en los que podemos sanar el dolor que produce el racismo y la xenofobia, esos espacios nos dan energía y fuerza para seguir en la lucha y para construirnos colectivamente, pero también son lugares de fiesta. Porque construimos desde la alegría, la música, el abrazo, las sonrisas. Si no, no podríamos salir adelante. Construir en colectivo para nosotras es la única forma de hacer política y seguir existiendo y re-existiendo”, subraya. Carmen Paulino lo denomina ‘resistir con alegre rebeldía’: “Para nosotras es muy importante mantener la ilusión, la esperanza; eso no nos lo puede quitar nadie”.
Esmeralda R. Vaquero es periodista, escritora y profesora. Colabora con Calala Fondo de Mujeres y con medios como Pikara Magazine, Ethic, El Salto o revista Contexto.