Conseguir papeles, empleo digno y enfrentar el racismo: retos permanentes para las mujeres migrantes
Cooperativas como La Comala les ayudan a encontrar un puesto de trabajo
“Me gusta trabajar la tierra, nosotras tenemos un negocio familiar de agricultura, una pequeña granja de pollos, y a mí estar ahí me conecta muchísimo. Aunque estudié fuera, siempre regresaba a Bocana de Paiwas”. Así se llama el pueblo de Norma Chavarría, una de tantas mujeres que dejan sus territorios, sus hogares y sus familias para lanzarse en busca de una vida más segura o con mejores condiciones. En su caso, la salida de su Nicaragua natal se debió a motivos políticos. Vinculada desde siempre a grupos feministas, cuando Zoilamérica Ortega denunció a su padrastro y actual presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, por abusos sexuales, las feministas nicaragüenses comenzaron a recibir intensas represalias por mostrar abiertamente su apoyo a la joven. Norma era una de ellas. Creyó que su vida podría llegar a correr peligro y decidió marcharse. “A mí mamá, en su día, la mataron por estar en la lucha revolucionaria; a mí ya me tenían en la alcaldía municipal en una lista de gente enemiga del gobierno. Se complicó todo. Creí que lo mejor era evitar otros riesgos”.
Llegó a España hace cuatro años. Los primeros momentos fueron duros, frustrantes. “Es volver a hacer un camino, volver a crear cosas que te hagan ilusionar, hacer conexiones con otra gente. A algunas mujeres ya las conocía, pero el duelo está ahí y es permanente”, apunta. Además de afrontar la distancia y la tristeza, le tocó dejar a un lado su ocupación como comunicadora cultural y embarcarse en un ámbito laboral desconocido, el del trabajo del hogar y de cuidados. “Te tienes que reciclar y buscar un trabajo de lo que no pensabas que ibas a trabajar, porque hay condiciones que no te permiten hacer lo que hacías allí, si no hay papeles, no puedes”.
Según los datos oficiales de Instituto Nacional de Estadística (INE), la cifra de población migrante en España en 2021 se aproximaba a las 5.400.000 personas, repartidas de forma prácticamente equitativa entre hombres y mujeres. Según expone la web del Ministerio de Igualdad, los censos elaborados entre 1991 y 2001 recogen el incremento de población migrante en España, donde los flujos migratorios se caracterizan por ser eminentemente laborales y por el elevado grado de feminización. La migración femenina en España aumentó en un 417% en esos 10 años. “Las mujeres inmigrantes presentan peculiaridades y necesidades distintas, sus trabajos se concentran en determinadas ocupaciones, fundamentalmente aquellas que tienen que ver con el empleo doméstico y el cuidado a la dependencia”, se explica en la mencionada web.
Pero obtener un contrato de trabajo no es tan sencillo. La Ley de Extranjería exige permanecer empadronado tres años en un mismo lugar antes de poder regularizar la situación y obtener el permiso de residencia, pero sin regularizar la situación no se puede acceder a un trabajo con garantías legales ni obtener derechos tan básicos como la tarjeta sanitaria. La única salida para obtener ingresos es, en muchos casos, la economía sumergida. El movimiento Regularización YA, apoyado por múltiples colectivos de personas migradas, está recabando firmas para poder presentar una Iniciativa Legislativa Popular en el Congreso de los Diputados por una regularización extraordinaria de todas estas personas.
La situación derivada de la crisis post-Covid 19 tampoco las ha ayudado a nivel laboral. Un informe de 2020 elaborado por la Red de Mujeres Latinoamericanas y del Caribe refleja que el confinamiento y la pandemia han agravado “de manera desproporcionada” la precariedad. “Por la naturaleza de nuestras ocupaciones no podemos teletrabajar, nuestros lugares de trabajo son mayoritariamente los hogares, el campo y los servicios. Durante el confinamiento, muchas familias prescindieron de nuestro trabajo. Si estábamos internas, además, nos hemos quedado en la calle. En el indicador AROPE de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, la tasa de riesgo de pobreza en las personas extranjeras extracomunitarias se situó en 54 puntos en 2019, cuando para el conjunto de la población residente en España se sitúa en 24”, según se indica en dicho documento. Y es que hay situaciones muy complejas donde la supervivencia es lo que prima. Norma Chavarría las ha vivido: “Al no tener permiso de trabajo nos vamos a cualquier oferta porque hay necesidad; cuando la gente ya tiene permiso pide un trato justo, por eso quienes ofrecen empleo prefieren buscar a gente que no sabe mucho de sus derechos para seguir explotándola”.
Autoempleo y unión
Para aligerar el peso en este extenso camino existen colectivos como La Comala, una cooperativa creada e integrada por mujeres migrantes que ofrece sus servicios desde 2017. Allí tienen más control sobre el trabajo y su tiempo y han ganado derechos. “Lo que demostramos a los tomadores de decisiones es que es posible cambiar esa realidad de discriminación, transformar la realidad laboral y cotizar a la Seguridad Social”, explica Mercedes Rodríguez, una de las socias trabajadoras impulsoras del proyecto. “Planteamos que no queríamos perder las mochilas que traíamos: hay comunicadoras, pedagogas, abogadas, administrativas. En los estatutos indicamos que es una cooperativa multiactiva, con varias líneas de negocio, aunque el fuerte son los cuidados y limpieza, porque es donde más demanda tenemos. También ofrecemos formación y acciones de sensibilización y acción para el desarrollo”. Mercedes explica que los perfiles de las mujeres que llegan hasta La Comala son diversos, pero suelen darse algunos puntos comunes: la desinformación en lo referente a sus derechos, una Ley de Extranjería que las atraviesa y perjudica, y una discriminación racista y atribución de prejuicios, tanto en trabajo doméstico como a nivel institucional. Esta misma atribución de prejuicios y muros burocráticos son los que provocan que las mujeres que intentan acceder a otros sectores diferentes al de los cuidados o emprender un negocio se encuentren con obstáculos difíciles de sortear. Para apoyar a este y otros colectivos, Calala Fondo de Mujeres tiene en marcha una campaña de recogida de fondos denominada #EstamosAquí, cuyo objetivo es seguir dando soporte a organizaciones de mujeres. En este caso se centran en grupos de mujeres que buscan el empoderamiento económico y autoempleo en el sector social.
Norma llegó a La Comala poco después de aterrizar en Madrid. El proceso de embarcarse en un nuevo empleo, alejado de su ocupación previa, tomó su tiempo. “Me gusta cuidar a abuelos y abuelas, pero no descuido lo que hacía antes, hacer ilustraciones; la flexibilidad es una de las ventajas del autoempleo, me permite centrarme en mi parte creativa. Y ahora siento que ya no me frustro. Puedes estar bien en cualquier puesto de trabajo, es importante lidiar con el conflicto emocional derivado de la inmigración”, explica. Estar mano a mano con otras mujeres, poner en práctica otra forma de organización y acuerparse es la clave del colectivo. “Cuidamos que las que tengan hijos tengan facilidades, se trata de que las madres cuenten con flexibilidad de horario; le explicamos al usuario que la conciliación familiar es importante para nosotras”, apunta Norma. La idea, en definitiva, es demostrar que se puede hacer este trabajo en condiciones favorables, tanto para la trabajadora como para la gente que contrata.
Norma ya ha comenzado a engendrar raíces en una ciudad separada por muchos kilómetros de su pueblo natal, pero nunca se olvida de lo que está al otro lado del océano. “Me gustaría regresar, estar un tiempo allá en Nicaragua, aunque siga haciendo conexiones acá”. La llamada de la tierra es permanente. Y Norma le devuelve su voz, aun en la distancia.