Anabel Alonso, actriz: “Me gusta eso de seguir, a los 60, retándome a mí misma”
La actriz se sube a los escenarios para enfrentarse a uno de los papeles más dramáticos e introspectivos de su carrera, un monólogo basado en ‘La mujer rota’ de Simone de Beauvoir

Es uno de los rostros más reconocidos de la comedia de nuestro país, pero Anabel Alonso es mucho más. La conocimos en 1993, rodeada de los más grandes del género, en Los ladrones van a la oficina y durante casi siete años rompió moldes como Diana en 7 vidas. Actriz de teatro, cine, televisión, presentadora y rostro habitual del humor español, Alonso ha compaginado proyectos populares con una búsqueda constante de nuevos registros. A sus 60 años, volverá a subirse a las tablas, su hábitat natural en los últimos años, para interpretar un monólogo basado en La mujer rota de Simone de Beauvoir. Ella misma reconoce que será uno de los desafíos interpretativos más intensos de su carrera, un papel muy alejado del registro cómico que la ha hecho popular. La obra se estrenará el próximo 8 de octubre en el Teatro Infanta Isabel de Madrid.
¿Cómo te estás preparando para este papel?
Así como La Celestina, que fue mi trabajo anterior, supuso un reto en mi carrera, este papel lo es aún más. Me gusta eso de seguir, a los 60, retándome a mí misma, de no acomodarme. Un monólogo siempre tiene lo suyo: estás ahí tú sola, intentando mantener la atención del público. Pero, además, este personaje es muy complejo porque carga con mucho resentimiento y frustración. Creo que este tipo de personajes no los puedes interpretar de joven. Reconozco que, con 45 años, no habría podido hacer este papel. Se necesita bagaje, haber sufrido pérdidas, dolor, sufrimiento, para poder comprender la profundidad del dolor de esta mujer. Ella está sola en una noche de Nochevieja, hablando consigo misma. O, mejor dicho, pensando. Vemos todo lo que pasa dentro de su cabeza, y eso me fascina, porque le da una libertad absoluta. No hay censura, ni corrección, ni filtro. No piensa en el qué dirán, no miente. Ella es libre dentro de su propia cárcel, y eso me toca profundamente. Es un personaje fascinante porque está lleno de paradojas. Ha vivido en función de los demás: como madre, esposa, hija, hermana… Y cuando esas figuras desaparecen, se queda sin identidad. Se siente inválida al no tener ya un rol que cumplir, como si no existiera si no es en relación con otros. Reivindica un modelo muy arraigado en el ADN de muchas generaciones de mujeres: tener un marido, unos hijos, una casa perfecta. Pero al mismo tiempo se rebela contra ese sistema. Esa dicotomía entre el deber ser y el deseo de libertad está muy presente en ella, como en tantas otras mujeres. Es víctima de su entorno, pero no se percibe como tal.
“Hay una frase de Simone de Beauvoir que tengo muy presente, que dice que los derechos de las mujeres son los primeros que se pierden en cuanto hay una crisis. Estoy absolutamente de acuerdo con ella.”
La mujer rota es un libro que tiene casi seis décadas. ¿Crees que su problemática sigue siendo actual?
Desgraciadamente, claro que sí. Simone de Beauvoir sigue siendo absolutamente vigente. Como actriz y coproductora, eso me viene muy bien, pero como mujer, me preocupa. Es duro pensar que, seis décadas después, seguimos quejándonos de lo mismo. Y lo que nos queda. Creo que esta obra es muy valiosa para el público por eso mismo. Hemos avanzado, pero no tanto como creemos. Al menos ahora se nos escucha un poco más, aunque incluso eso está en riesgo, porque hay voces en la sociedad que pretenden llevarnos de vuelta no a 1967, que es cuando se escribió el libro, sino todavía más atrás. Hay una frase de Simone de Beauvoir que tengo muy presente, que dice que los derechos de las mujeres son los primeros que se pierden en cuanto hay una crisis. Estoy absolutamente de acuerdo con ella. No podemos acomodarnos.
¿Qué ha supuesto para ti interpretar un texto de una pensadora que inspiró a toda una generación de mujeres para que luchasen por sus derechos?
Para mí ha sido un gran honor. Que yo sepa, es la primera vez que se representa en España, y me siento realmente honrada de encarnar a Murielle, ojalá esté a la altura de la autora y del personaje. También para mí es un acicate, como mujer y como feminista. Me impulsa a seguir alerta. Creo que esta obra es una forma de seguir al pie del cañón, de decir ‘chicas, espabilad, que en el 67 Simone de Beauvoir ya decía esto y las cosas no han cambiado tanto’. ¿Cuántas mujeres siguen atrapadas en relaciones en las que sufren malos tratos, pero no se van porque no tienen independencia económica o emocional? La realidad sigue siendo dura, y esta obra también es un espejo de eso.
Esta obra se aleja del registro cómico al que nos tienes acostumbradas. ¿Con que género te sientes más cómoda?
El 90?% de mi carrera ha estado centrada en la comedia, ya sea en teatro, televisión, series o cine. Me siento muy cómoda en ese género. Pero también me atraen mucho el drama, las comedias dramáticas e incluso la tragedia. Es que me encanta mi trabajo, y cuando tienes la oportunidad de enfrentarte a distintos retos, lo disfrutas muchísimo. Si la interpretación fuera un piano, tocaría el mayor número posible de teclas. La comedia divierte mucho y es muy satisfactoria en el sentido que la respuesta del público te retroalimenta. En cambio, el drama y la tragedia son más duros. Afrontar cada día un texto así te deja más cansada emocionalmente. Dicho esto, disfruto con todos los registros. Como he hecho pocas incursiones fuera de la comedia, cada vez que cambio de género lo vivo con muchas ganas.
“Si la interpretación fuera un piano, tocaría el mayor número posible de teclas.”
La obra la dirige Heidi Steinhardt, tu mujer. ¿Cómo ha sido trabajar con ella?
Nos conocimos trabajando. En 2012 vino a dirigir una función que se llamaba Lastres, y ahí empezó todo. Ese fue el origen de nuestra relación, ella dirigiendo y yo actuando, así que no me puede gustar más la idea. Trabajar con ella es fascinante porque logramos disociar la relación completamente. Cuando estamos trabajando, funcionamos como directora y actriz, y cuando estamos en casa, intentamos no hablar de la función para oxigenarnos, tanto a nivel personal como profesional. Nos admiramos mutuamente en lo profesional, y sé que no podría estar en mejores manos. No es fácil hacerse un hueco en la dirección, ni siquiera ahora, cuando por fin empiezan a asomar más mujeres directoras en teatro y cine. Parece que las mujeres no podemos meter la pata, y no es justo, deberíamos tener el mismo derecho que los hombres a equivocarnos o hacer mediocridades.

Muchas actrices se quejan de que en la industria no hay hueco para ellas pasado los 40 años. ¿Has notado esa presión?
La verdad es que no, pero reconozco que soy una rara avis. He tenido una continuidad que no es tan común. Cuando empecé a ser conocida tenía 28 años, y ya hacía de la mujer de Antonio Resines, que me llevaba diez años. Iba algo caracterizada, así que aparentaba 38 o 40. A partir de ahí seguí interpretando papeles algo mayores de mi edad real, así que he vivido en una especie de limbo. Ahora tengo 60, pero dependiendo de cómo me pongas, aparento más o menos. Estoy en un limbo espacio-temporal en el que me he mantenido desde el 93 hasta ahora. También influye el tipo de personajes que he interpretado. Siempre he hecho papeles de eso que antes se llamaba ‘actriz de carácter’. Mi carrera no se ha basado en la belleza o en ser la chica de la película, porque ese tipo de perfiles sí que entran en una especie de tierra de nadie a partir de los 40. Eso a los hombres no les pasa. Pueden tener 50, estar calvos, gordos, da igual. Y mientras tú no sabes si retocarte o no retocarte, porque si te arrugas mal y si no te arrugas, peor. En ese sentido reconozco que he tenido suerte. No ha sido nada premeditado. Empecé en cine con Los ladrones van a la oficina y luego fui encadenando proyectos. También he pillado series muy longevas: 7 vidas duró siete años y en Amar es para siempre estuve diez.
¿Qué te gustaría hacer que no hayas hecho todavía? ¿Te planteas ponerte detrás de escena y dirigir?
De momento no, no he tenido esa llamada. Creo que tienes que tener cierta necesidad y yo de momento no la tengo. Mi mujer, por ejemplo, escribe, dirige, es docente de interpretación y también ha sido actriz. Yo, en cambio, no he sentido esa vocación. Soy una actriz que propone mucho, pero siento esa inseguridad que tenemos los actores y actrices, una necesidad de que el otro nos reafirme. Aunque, bueno, nunca digas de esta agua no beberé, ni este cura no es mi padre.
“Llegar a los 60 y seguir aprendiendo, subiendo peldaños, descubriendo personajes y descubriéndome a mí misma me parece alucinante.”
¿De dónde viene tu interés por la actuación?
No te lo sé decir, pero creo firmemente que la vocación existe. Yo no me crie en un ambiente artístico ni de pequeña me llevaban a espectáculos o al teatro habitualmente. Pero desde muy pequeña, ya en el colegio, era la que hacía el tonto, la que imitaba al que había salido la noche anterior en la tele. Ese modo de ser, esa personalidad de querer ser el centro de atención y de entretener, la he tenido desde siempre. Por mucho que digan que los actores somos tímidos, que alguno habrá, lo cierto es que nos gusta estar en el foco. Lo de saber que la actuación era a lo que me quería dedicar, eso es otra cosa, porque uno puede ser jovial, divertido, ocurrente, y no querer dedicar su vida al show. En mi caso, fue alrededor de los 15 años cuando supe que quería ser actriz. De repente, me llegó la luz y pensé, ‘yo quiero ser actriz’. En Santurce, donde vivía, había un grupo de teatro muy amateur, y me metí ahí. Empecé a ver que no se me daba tan mal y que me gustaba.
¿Qué debe tener un proyecto para que llame tu atención?
La edad te da cierta perspectiva. Bueno, la edad y también haber tenido una trayectoria que te permita un cierto desahogo económico, indudablemente, porque cuando tienes que pagar facturas, te agarras a un clavo ardiendo. Ahora busco, sobre todo, que sea algo que no haya hecho antes. Mi último trabajo en teatro fue La Celestina, que para mí supuso un punto de inflexión. Y este nuevo personaje representa un escalón más. Llegar a los 60 y seguir aprendiendo, subiendo peldaños, descubriendo personajes y descubriéndome a mí misma me parece alucinante. En este oficio siempre te quedan cosas por hacer. Eso en teatro y en cine, si me llaman algún director que admiro, que en este país hay muchísimos, voy de cabeza, aunque sea para un papel pequeño. La televisión también me encanta. Me gusta presentar, hacer programas, concursos, ficción... Es que me divierto mucho con mi trabajo.

Si tuvieras que quedarte con alguno de los personajes que has interpretado, ¿quién sería y por qué?
Tengo varios favoritos. La primera, Pruden, porque fue la primera. Fue mi primer gran personaje por el que se me conoció. Además, compartí plató y días y días de grabación con Fernán Gómez, López Vázquez, Agustín González, Resines, Manuel Alexandre. Conocí a Fernando Rey, a Lola Flores, a Paco Rabal, a Gracita Morales. Lo que me dio ese personaje y esa serie no lo puedo explicar con palabras. Haber trabajado con esos mitos vivientes es indescriptible. Luego llegó Diana de 7 vidas, una serie emblemática con un personaje que también lo fue. Abrió muchos armarios, rompió muchas lanzas. Trabajé con los mejores de mi generación: con la Machi, con la Portillo, con Javier Cámara, con Amparo Baró, con Gonzalo de Castro, con Santi Millán, con Florentino Fernández. Y por supuesto, Dory [Buscando a Nemo] me descubrió un talento que no sabía que tenía. Cuando me lo propusieron me dije ‘tengo que hacerlo porque una peli de Disney siempre va a ser un clásico’. Pero no me imaginaba que iba a ser un papel protagonista. Pensé que, como no había hecho doblaje, me llamaban para cuatro frases, para ponerle voz a uno de los tiburones.