Lo que la renuncia de algunas de las mujeres más poderosas del mundo nos dice

En los últimos meses han sido bastantes las mujeres al frente de multinacionales o países que han decidido dar un paso atrás alegando agotamiento. El motivo no es que sean poco ambiciosas o ‘flojas’, sino que han decidido priorizarse a sí mismas

Foto: Shutterstock.

Hace unos días, Helena Helmersson, CEO de H&M, anunciaba por sorpresa su dimisión. La ejecutiva aprovechó la publicación de los resultados del grupo para dar la noticia y comunicar de paso el nombre de su sucesor, Daniel Ervér. Helmersson, una veterana de la compañía sueca, donde ha trabajado dos décadas y ha sido, entre otras cosas, responsable de sostenibilidad y de producción, explicó que sus cuatro años como consejera delegada de H&M le habían resultado un periodo “muy exigente” y que, sencillamente, se había quedado sin fuerzas para continuar. Ella es la última de las mujeres al frente de grandes corporaciones que, aduciendo argumentos similares, han cogido la puerta de salida en los últimos meses.

Susan Wojcicki, uno de los pilares de Google desde los inicios de la compañía y máxima responsable de YouTube desde hacía nueve años, comunicó el pasado febrero que se iba para empezar “un nuevo capítulo centrada en mi familia, mi salud y proyectos personales que me apasionan”. Una de las principales directivas de Meta, Marne Levine, responsable en buena medida del éxito de Instagram (fue la primera directora de operaciones de esta red social), comunicó más o menos por las mismas fechas que después del verano dejaría la compañía. Sheryl Sandberg había abandonado Meta unos meses antes y poco después se despidieron de sus empresas las directoras ejecutivas de HP (Meg Whitman) e IBM (Ginni Rometty). El hecho de que algunas de las principales directivas del sector tecnológico decidieran, con una diferencia de meses, tirar la toalla, no pasó inadvertido. ¿Qué está pasando con las mujeres de Silicon Valley?, se empezaron a preguntar algunos medios económicos.

Coincidencia, podría pensarse. O un problema específico de una industria que no es precisamente conocida por ser un entorno amigable para las mujeres. O, simplemente, que así es la vida y los líderes empresariales, independientemente de su género, dimiten. Pero el goteo de salidas de directivas ha continuado en muchos sectores y, lo que resulta más preocupante, parece que muchas de las que se quedan tienen, de hecho, ganas de irse. Según el informe ‘Mujeres en el lugar de trabajo’ publicado el año pasado por McKinsey y Lean In, el 43% de las altas ejecutivas reconocen sentirse agotadas, frente al 31% de sus colegas masculinos. La diferencia, indica el análisis, puede tener que ver con el esfuerzo extra que todavía tienen que hacer las mujeres para ascender y con que, una vez llegan, ellas se suelen implicar más en iniciativas para fomentar la diversidad o la inclusión. Muchas dedican tiempo al mentoring, a programas corporativos con foco social o a participar en asociaciones de mujeres, lo que tiene un impacto muy positivo, pero también puede acabar pasando factura a nivel personal. Si a eso se suma que las mujeres siguen soportando una mayor carga mental y de cuidados, y los años de estrés por la pandemia y las dificultades económicas, se entiende que muchas sientan que están llegando al límite.

Las mujeres líderes no solo están cansadas, sino que, además, ya no tienen miedo de reconocerlo. Cuando Jacinda Ardern, la carismática primera ministra de Nueva Zelanda, anunció que tras cinco y años y medio en el cargo lo dejaba, admitió que ya no podía más. "Sé lo que requiere este trabajo y sé que ya no me queda suficiente energía en el tanque para hacerlo como es debido", dijo, visiblemente emocionada, en su discurso de despedida. “Soy humana, los políticos somos humanos. Lo damos todo, todo el tiempo que podemos. Y entonces llega la hora. Para mí, ha llegado la hora”.

Poco después fueron Nicola Sturgeon y Sanna Marin, primeras ministras de Escocia y Finlandia, las que dieron un paso atrás. También ellas dijeron sentir que ya no podían darlo todo en el trabajo. “Creo que no he empezado a comprender hasta muy recientemente, y mucho menos a procesar, el impacto físico y mental que ha tenido en mí”, declaró Sturgeon, primera ministra de Escocia durante casi una década. Tres años al frente del ejecutivo finlandés fueron suficientes para Sanna Marin, que en 2019 se convirtió en la primera ministra más joven del mundo. Marin renunció a su escaño como diputada y a pelear por la reelección tras el resultado adverso de su partido en las legislativas de abril.  “Mi resistencia ha sido puesta a prueba”, dijo entonces a la prensa. "Han sido años excepcionalmente difíciles y tiempos duros. Con este resultado electoral siento que tengo la oportunidad de pasar página en mi vida”.

Sanna Marin trabaja ahora como asesora en el Institute for Global Change, la fundación del ex premier británico Tony Blair. Ardern se acaba de casar (en su momento tuvo que suspender su boda por la Covid-19), da clases en la Universidad de Harvard, es voluntaria en la lucha contra el extremismo online y en verano recibió una de las máximas distinciones de Nueva Zelanda en reconocimiento a su aplaudida labor durante dos crisis: el peor atentado terrorista en la historia del país y la pandemia. Para Sturgeon los últimos meses han sido más duros. Primero fue interrogada junto a su marido, ex director ejecutivo del SPN, en el marco de una investigación sobre las finanzas del partido y ahora está en el punto de mira por los mensajes que intercambió con los miembros de su Gobierno durante la crisis sanitaria.

Frente al modelo 'girlboss' obsesionada con el trabajo, las jóvenes de ahora aspiran a cosas como cumplir horario, tener flexibilidad laboral y salarios decentes.

Por supuesto, las circunstancias de cada dimisión son únicas y no es fácil saber los verdaderos motivos por los que alguien renuncia, pero la coincidencia en los discursos de las líderes políticas y empresarial que han decidido pisar el freno es llamativa. Seguro que todavía hay quien piensa que el problema es que las mujeres son menos ambiciosas o están menos preparadas para enfrentarse a las presiones del liderazgo; en definitiva, que son más ‘flojas’ que los hombres. La amenaza de esa narrativa sigue ahí, pero lo que ellas mismas están diciendo, con sus actos y sus palabras, es que han elegido ponerse a sí mismas y a su propio bienestar en primer lugar.

'#Lazygirljobs' vs '#girlboss'

Es probable que Susan Wojcicki o Sheryl Sandberg no necesiten volver a trabajar si no quieren, pero la mayoría de las ejecutivas que dejan sus puestos no se retiran sin más, se reconvierten, buscando nuevas oportunidades y trabajos que les permitan mantener un equilibrio más saludable entre vida personal y profesional. Vivir mejor es también a lo que aspiran unas nuevas generaciones que cada vez parecen tener más claro eso de que no van a heredar la empresa. Son muchos los estudios que confirman que los miembros de la Generación Z tienen menos interés por ascender y, desde luego, están menos dispuestos a dejarse la vida en el trabajo que sus mayores. Los contenidos con el hashtag #Lazygirljobs (‘trabajo para chicas vagas’ en castellano) acumulan millones de visualizaciones en TikTok. A pesar de lo que pueda sugerir el nombre con el que se ha bautizado la tendencia, lo que reivindican estas creadoras de contenido (la mayoría mujeres jóvenes) tiene poco que ver con la pereza. Frente al modelo girlboss obsesionada con el trabajo, las jóvenes de ahora aspiran a cosas como cumplir horario, tener flexibilidad laboral y salarios decentes.

El cambio de prioridades en las nuevas generaciones y el que mujeres que, después de años peleando por ascender, a menudo con muchas dificultades, por la escalera del liderazgo, decidan que, después de todo, no merecía la pena, debería hacernos reflexionar, especialmente a las empresas. “Las mujeres están exigiendo más del trabajo y están abandonando sus empresas en una proporción sin precedentes para conseguirlo. Las mujeres líderes están cambiando de trabajo a la tasa más alta que hemos visto, y a una tasa más alta que los hombres en puestos de liderazgo”, concluye el informe de Lean In, que alerta de que, de no tomar medidas, las cosas solo pueden ir a peor en el futuro. “Las mujeres jóvenes son aún más ambiciosas y valoran más trabajar en un lugar de trabajo equitativo, solidario e inclusivo. Están viendo a las mujeres mayores irse en busca de mejores oportunidades, y están preparadas para hacer lo mismo”.

 

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