Megan Rapinoe es la estrella que el fútbol femenino necesitaba
La capitana de la selección estadounidense es también una luchadora por la justicia social
Cuando ayer sonó, antes de la final del Mundial de Fútbol Femenino, el himno de Estados Unidos, la capitana del equipo, Megan Rapinoe, ni cantó la letra ni se llevó la mano al corazón. Protestaba así por la postura del gobierno de su país hacia las minorías. Luego, en el campo, marcó uno de los dos goles que le dieron la victoria a su selección frente a Holanda. Para quien no la conozca, esta es Megan Rapinoe, quien no solo regresa de Francia como campeona del mundo y ganadora de los trofeos a la mejor futbolista del campeonato y a la máxima goleadora, sino convertida también en la voz más crítica, comprometida y reivindicativa del fútbol femenino.
A diferencia de la mayoría de los deportistas, sobre todo durante las competiciones importantes, Megan Rapinoe no evita mojarse en temas sociales o cuestiones espinosas. Es más, parece que lo busca. Ella misma se definía, en una entrevista en Yahoo publicada antes del Mundial, como “una protesta andante”. En 2016, la jugadora de las Seattle Reign fue una de las primeras deportistas en hincar la rodilla en el césped durante el himno uniéndose a la rebelión de Colin Kaepernick contra la violencia racial. También fue una de las veintiocho jugadoras estadounidenses que demandaron a su federación antes del Mundial por discriminación de género. Y una vez en Francia, se enzarzó en una guerra de declaraciones con Donald Trump, a quien en numerosas ocasiones ha tildado de “sexista”, “misógino”, “estrecho de miras” o “racista”. Cuando le preguntaron sobre qué haría en una hipotética visita a la Casa Blanca si ganaban el Mundial, respondió que en ningún caso visitaría “la puta Casa Blanca”. A lo que el presidente respondió que de momento no había sido invitada. “¡Termina el trabajo!”, le recomendó.
El sábado, un día antes de la final, arremetió también en rueda de prensa contra la Fifa asegurando que no respeta a las mujeres tanto como a los hombres. El motivo, dijo, es la diferencia en los premios: si los campeones de la Copa Mundial masculina se llevaron el año pasado 400 millones de dólares, las ganadoras este año se embolsarán un total de 30 millones. El presidente de la federación internacional de fútbol, Gianni Infantino, había informado el día anterior de que la organización doblará el premio hasta los 60 millones en el torneo de 2023, pero eso no le pareció suficiente a Rapinoe: “Ciertamente no es justo. Deberían doblarlo ahora y partir de esa cifra para doblarla o cuadriplicarla la próxima vez”. Durante el partido, el público del estadio al completo coreaba el grito: ¡Igualdad salarial! ¡Igualdad salarial!
La jugadora, que hizo pública su homosexualidad en 2012, también colabora con organizaciones como Common Goal, que propone a los deportistas de élite a donar un 1% de su sueldo a causas sociales, o Athlete Ally, que lucha contra la homofobia en el mundo del deporte. Al ser preguntada por si la competición era especial por ser este el mes del Orgullo, respondió: “No puedes ganar un campeonato sin gays en tu equipo, casi nunca se ha hecho antes”.
Es evidente que tanto Megan Rapinoe como sus compañeras han decidido convertir su paso por este Mundial femenino en una cuestión política. “Rapinoe se ha convertido quizá en la atleta más representativa de nuestros tiempos—vistiendo la camiseta de una nación dividida, jugando para un equipo que de forma valiente y sin pedir excusas demanda excelencia de sí mismo y un trato justo y equitativo por parte de otros”, decía hace unos días, el New York Times en un perfil sobre la capitana de la selección estadounidense. Ellas también saben, como los atletas del black power en los Juegos de México, como los integrantes de la selección sudafricana durante la Copa Mundial de Rugby del 95, que el deporte también puede ser un arma reivindicativa.
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