Nora Kurtin (‘Sapos y Princesas’): “Los niños aprenden más de nuestras acciones que de nuestras palabras”

Kurtin acaba de publicar ‘Crianza activa’, un libro que da respuesta a las dudas más habituales de las madres y padres con niños pequeños

Nora Kurtin.

¿Cuándo hay que ir de verdad a urgencias con un bebé? ¿El chupete es recomendable? ¿Qué ventajas tiene el baby led weaning? ¿Cómo superar las rabietas? Estas son algunas de las muchas, muchas preguntas que cualquier madre o padre reciente, sobre todo si es primerizo, se plantea. A esos progenitores que viven en un mar de dudas se dirige Crianza activa, el nuevo libro de Nora Kurtin, fundadora de la revista para familias . Se trata de una guía eminentemente práctica con respuestas a las inquietudes más habituales entre los padres durante los primeros tres años de vida de sus hijos, una etapa, asegura Kurtin, crucial para el desarrollo posterior del niño. “Escribí Crianza activa motivada por mi experiencia personal como madre, por los momentos compartidos con mis hijos y por los años que he pasado al frente de Sapos y Princesas. Durante este tiempo, he tenido la oportunidad de observar de cerca cómo ha evolucionado la forma de criar en España. He visto cómo los padres de hoy en día enfrentan desafíos únicos en un mundo en constante cambio, y sentí la necesidad de compartir una perspectiva más coherente sobre la educación de los hijos adaptada a las necesidades actuales de las familias.

¿Qué es la crianza activa?

Es un enfoque de educación consciente que busca que los padres participen de manera comprometida y coherente en el desarrollo integral de sus hijos. Se trata de ser conscientes de que los niños aprenden más de nuestras acciones que de nuestras palabras, por lo que es importante actuar con coherencia y ofrecer un entorno en el que se sientan seguros, queridos y valorados. En este enfoque se prioriza el reparto equitativo de tareas y responsabilidades entre los progenitores como un modelo educativo para los hijos, promoviendo la comunicación, el respeto y la empatía dentro del hogar. Se les da espacio para crecer con autonomía, pero se establecen límites claros que les permiten sentirse seguros.

¿Por qué los primeros 1.000 días del bebé son tan importantes?

Son cruciales porque constituyen el período en el que su cerebro se desarrolla más rápidamente y se sientan las bases para su salud física y emocional futura. Durante esta etapa se forman las conexiones neuronales que influirán en sus capacidades cognitivas, sociales y emocionales, y la calidad de las interacciones con sus padres afectará directamente su percepción de seguridad y confianza en el mundo. La calidad del cuidado, la nutrición y el entorno en el que crece tienen un profundo impacto en su desarrollo a largo plazo, ya que no solo pueden prevenir problemas futuros, sino también fomentar un desarrollo saludable que le permita alcanzar su máximo potencial.La crianza activa destaca la importancia de fomentar un vínculo seguro y de estar atentos a las necesidades del bebé, promoviendo un entorno que le permita explorar y desarrollarse de manera saludable en todos los ámbitos. El apoyo emocional y físico, así como la interacción constante y positiva con los padres y cuidadores, son esenciales para construir una autoestima sólida y desarrollar habilidades sociales.

De todas las dudas e inquietudes de los padres que tratas en el libro (y son muchas), ¿cuáles son las más habituales?

Varían según la etapa de desarrollo. En los primeros meses, las preocupaciones giran en torno a cómo alimentar adecuadamente al bebé, si la lactancia materna es suficiente, cómo introducir el biberón o cómo gestionar la transición a la alimentación complementaria. En cuanto al sueño, surgen muchas dudas sobre cómo establecer rutinas que faciliten el descanso del bebé y también sobre cómo manejar las noches interrumpidas o los despertares frecuentes. A medida que el niño crece y se desarrolla, los padres se enfrentan a nuevas inquietudes sobre el desarrollo motor, como la adquisición de habilidades como el gateo o los primeros pasos, y la introducción de alimentos sólidos. Entre los 12 y los 24 meses, surgen preguntas sobre cómo manejar las primeras rabietas y fomentar su autonomía, cómo enseñarles a comer solos o a gestionar pequeñas frustraciones. En la última etapa, hasta los 36 meses, las inquietudes de los padres se centran en el control de esfínteres, la socialización con otros niños y cómo preparar al niño para la escuela infantil.

¿Ser padres o madre hoy es una experiencia más exigente de lo que era hace unos años?

Sí, en muchos sentidos, lo es. Al tener un bebé, nos enfrentamos a una situación completamente nueva que nos desafía a nivel personal y familiar. Desplegamos modelos aprendidos de nuestra propia crianza, lo que a menudo genera dudas e inseguridades. El mayor desafío es adaptarse a los profundos cambios y demandas que trae la llegada del bebé, aprendiendo a interpretar sus necesidades, establecer rutinas y equilibrar el cuidado del niño con el autocuidado y la relación de pareja. Además, los padres lidian con la falta de sueño, el estrés y la necesidad de encontrar un balance entre las responsabilidades personales, laborales y familiares, mientras redefinen su identidad para incluir su nuevo rol, lo que convierte esta etapa en una de las más desafiantes, pero también más transformadoras. La presión social para ser ‘padres perfectos’, la falta de políticas de conciliación y el acceso a un exceso de información han generado un entorno en el que los padres se sienten constantemente evaluados y en busca de la mejor manera de educar. A esto se suma el reto de manejar la introducción de la tecnología en la vida de los hijos y la sobreprotección, que puede derivar en problemas de autoestima y en una menor capacidad para enfrentarse a la frustración.

Es cierto que los padres actuales tienen acceso a una tonelada de libros, foros, redes… ¿Ese exceso de información sobre la crianza es algo bueno o puede acabar resultando perjudicial?

El acceso a tanta información puede ser un arma de doble filo. Por un lado, es positivo contar con recursos y orientación para resolver dudas, pero también puede generar ansiedad y confusión. Muchos padres se sienten abrumados por las múltiples opiniones y recomendaciones, y pueden dudar de sus propias decisiones al no saber qué información seguir. En Crianza activa propongo un enfoque que ayuda a filtrar esta información y a confiar más en la intuición y el sentido común, basándose siempre en fuentes confiables. Pero, sobre todo, lo que planteo es establecer los pilares que formarán la base de la educación en la familia y mantenerlos a lo largo del tiempo, sin dejarse influenciar por nuevas modas. Abogo por una crianza coherente y constante.

También es cierto que las tendencias en cuanto a sueño y alimentación, por ejemplo, van cambiando. ¿También en esto nos dejamos llevar demasiado por las modas?

Sí, a menudo estas modas pueden generar expectativas irreales y llevarnos a dudar de nuestros propios métodos. Es importante ser críticos y cuestionar si estas tendencias realmente responden a las necesidades de nuestros hijos o si solo son un reflejo de las presiones sociales. Por ejemplo, el enfoque hacia el sueño infantil ha variado de la idea de dormir solos a promover el colecho, generando confusión en los padres sobre qué método es ‘mejor’. En Crianza activa insisto en que no existe una única forma de hacer las cosas. Cada familia debe evaluar qué funciona para ellos, considerando las características y temperamento de su hijo. La clave está en adaptar las recomendaciones a las particularidades de cada niño y contexto familiar, estableciendo un equilibrio entre las modas y el sentido común, y priorizando siempre la coherencia en la crianza, para no estar cambiando de enfoque constantemente y crear un entorno seguro y predecible para los hijos.

“La gestión de las emociones y el desarrollo de la resiliencia son habilidades que deben trabajarse desde los primeros años para que los niños crezcan seguros y con una buena autoestima”.

El bienestar emocional de los niños es una de las cuestiones que nos preocupan hoy más que antes. En general, ¿te parece que es algo que en las familias se trabaja bien?

Muchas familias están haciendo un esfuerzo consciente por trabajar en este aspecto. Se apoyan en recursos ofrecidos por expertos, como libros, talleres y cursos sobre gestión de emociones. Sin embargo, aún queda un largo camino por recorrer. En Crianza activa insisto en la necesidad de dedicar tiempo de calidad a la comunicación con los hijos, ayudándoles a expresar sus sentimientos y proporcionándoles un entorno en el que se sientan comprendidos y apoyados. Es fundamental que los padres habiliten espacios para compartir momentos, fomentar la conversación y aprovechar herramientas como libros o películas que aborden temas emocionales. Por ejemplo, comentar una película juntos puede abrir la puerta a que los niños verbalicen sus preocupaciones o emociones, y se identifiquen con los personajes. Además, la gestión de las emociones y el desarrollo de la resiliencia son habilidades que deben trabajarse desde los primeros años para que los niños crezcan seguros y con una buena autoestima. No se trata solo de hablar de emociones, sino de vivirlas y gestionarlas juntos. Los padres pueden apoyar a sus hijos reconociendo sus propios sentimientos. Es un proceso continuo en el que debemos educar a los niños a reconocer sus emociones, ponerles nombre, y manejar las frustraciones de manera positiva.

Otra cuestión que ha ido cobrando importancia, las pantallas. Los expertos recomiendan mantener a los niños alejados de ellas al menos durante los primeros dos años. ¿Es eso posible?

La verdad es que en una sociedad tan tecnificada es un gran reto. Recordemos que la Academia Americana de Pediatría (AAP) y la Asociación Española de Pediatría (AEP) recomiendan evitar la exposición a pantallas en niños menores de veinticuatro meses. Por eso, para que nuestros hijos establezcan una relación saludable con la tecnología desde el principio, entendiendo que es una herramienta y no un sustituto de la interacción humana, o ‘chupete digital’, recomiendo crear momentos sin pantallas, especialmente durante las comidas y antes de dormir, y fomentar actividades sin dispositivos electrónicos. Esto ayuda a que los niños desarrollen habilidades sociales, cognitivas y motoras esenciales para su crecimiento. Aunque no siempre es posible eliminar por completo la exposición a las pantallas, es fundamental establecer límites, supervisar que el contenido al que tienen acceso es adecuado para su edad y desarrollo, y asegurarse de que no reemplace las interacciones cara a cara ni las actividades al aire libre.

“Hay que estar preparados para ajustar nuestras formas de educar a las circunstancias y a las necesidades cambiantes de nuestros hijos”.

Es habitual que las expectativas que uno tenga sobre cómo va a criar a sus hijos y la realidad con la que se encuentra después no coincidan. ¿Es más importante tener un modelo educacional claro o ser flexible?

Ambos aspectos son cruciales y se complementan. Tener un modelo educativo con valores y principios claros nos proporciona una base sólida y coherente para tomar decisiones en el día a día. Por ejemplo, definir pilares como la sinceridad, la responsabilidad y la corresponsabilidad en el hogar asegura que haya un norte que guíe la crianza. Sin embargo, es igualmente relevante ser flexibles, ya que la realidad suele ser distinta de nuestras expectativas. La clave está en mantener los principios inamovibles, pero ser flexibles en cómo los aplicamos. Esto significa adaptar la forma en que enseñamos estos valores según la personalidad de cada niño, sus desafíos particulares y el contexto familiar en el que nos encontramos. La combinación de un modelo educativo claro con la capacidad de adaptación permite a los padres mantener la coherencia en la educación, sin perder de vista las necesidades individuales de sus hijos y promoviendo un entorno familiar de respeto y crecimiento. Hay que estar preparados para ajustar nuestras formas de educar a las circunstancias y a las necesidades cambiantes de nuestros hijos en cada etapa de su desarrollo.

En el libro haces hincapié en la importancia de la corresponsabilidad y de la educación en igualdad. ¿Cuándo hay que empezar a transmitir estos valores a los niños?

Este es uno de los pilares más importantes para asentar la estructura familiar si realmente queremos construir una sociedad más equitativa y sin sesgos que limiten el crecimiento de las mujeres en los distintos ámbitos. Lo ideal sería haber tratado este tema con la pareja antes de traer un nuevo miembro a la familia. Desde el momento en que nacen, los niños absorben todo lo que ven y escuchan a su alrededor, por lo que es fundamental que observen un reparto equitativo de tareas y responsabilidades en el hogar y, sobre todo, que se les hable y trate con respeto e igualdad. Los roles que ellos perciban en sus primeros años formarán su idea del mundo y del lugar que ocupa cada persona en él. Si ambos padres se involucran por igual en el cuidado y la educación de sus hijos, estarán dando un ejemplo tangible de corresponsabilidad. Esto no solo les mostrará que no hay tareas ‘de mamá’ o ‘de papá’, sino que ayudará a construir un modelo de igualdad y respeto mutuo sobre el cual se basarán todas las interacciones del niño en el futuro. La educación en igualdad comienza desde casa, con lo que hacemos, decimos y cómo nos relacionamos. Así, los niños crecerán en un entorno que no los limite ni condicione, y entenderán que el respeto y la igualdad son la base de cualquier relación sana.

“La educación en igualdad comienza desde casa, con lo que hacemos, decimos y cómo nos relacionamos”.

Por tu experiencia, ¿cuál es la clave para criar niños felices?

La clave está en crear un entorno de amor, respeto y comunicación abierta, donde se sientan seguros para ser ellos mismos. Ofrecer tiempo de calidad, establecer límites claros y brindar apoyo emocional son aspectos fundamentales. Es importante permitirles explorar, equivocarse y aprender, para que adquieran las herramientas que necesitan para desarrollarse como personas seguras y resilientes. Aprenderán que en la vida no importa las veces que te caigas, sino las que te levantas. Además, creo que la palabra felicidad no siempre está bien entendida. Debemos enseñar a nuestros hijos que la felicidad no es algo permanente, sino que en la vida hay momentos felices y otros no tanto, y ambos son parte esencial de la experiencia humana. Al entender esto, les ayudamos a gestionar mejor sus emociones y a valorar cada momento, construyendo una actitud positiva y resiliente ante los desafíos que puedan enfrentar.

Si volvieras a empezar de cero con tus hijos, ¿harías algo de forma diferente?

Con el tiempo y la experiencia, todos miramos hacia atrás y pensamos en cosas que podríamos haber hecho de otra manera. Si volviera a empezar, en cuanto a ellos, me habría gustado fomentar aún más la práctica de deportes en equipo, porque ofrecen múltiples beneficios para su desarrollo integral. El deporte no solo promueve la salud física, sino que también les enseña a colaborar, a apoyarse mutuamente y a priorizar los logros colectivos por encima de los individuales. Además, aprenden a gestionar la frustración y superar las adversidades, habilidades que les serán útiles durante toda su vida. Les permite crecer con una mayor capacidad de socialización y una autoestima más fuerte, al sentirse parte de algo más grande que ellos mismos, y les enseña a ser resilientes y perseverantes, incluso ante los desafíos y las derrotas. En cuanto a mí, intentaría preocuparme menos por hacer todo ‘perfecto’ y enfocarme aún más en disfrutar cada etapa del crecimiento de mis hijos. Hoy ya han cumplido 23 y 21 años, me sorprende lo rápido que ha pasado el tiempo.

 

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