“Para llevar vidas libres primero tenemos que imaginarlas, y eso lo puede conseguir la cultura”

La escritora Laura Freixas reflexiona en ‘A mí no me iba a pasar’ sobre cómo terminó siendo la “maruja de lujo” que nunca quiso ser

Laura Freixas. Fotos: Santiago Ojeda.

Nos recibe en su casa, en pleno centro de Madrid. Su luminoso salón, repleto de libros, se convierte en el escenario perfecto para conversar a propósito de A mí no me iba a pasar (Ediciones B), una sincera autobiografía en la que habla sin reservas de su matrimonio y de sus primeros años de maternidad, al tiempo que reflexiona sobre el papel de la mujer en la sociedad y el machismo oculto en los usos y costumbres de la burguesía. Laura Freixas es, además de escritora, uno de los referentes del feminismo actual y la fundadora y presidenta de honor de Clásicas y Modernas, una asociación que lucha por la igualdad de género en la cultura. Pero antes su historia fue la de tantas otras compañeras de clase y generación: la de una mujer criada en un entorno privilegiado, preparada y dispuesta a comerse el mundo que, sin saber cómo, se vio encerrada en un chalet de Arturo Soria y en una vida que no quería.

A ti no te iba a pasar, pero te convertiste, reconoces tú misma, en una “maruja de lujo”.

Apareció algo con lo que yo no contaba: las ventajas, los atractivos y la seducción de lo que en última instancia no es otra cosa que el patriarcado. El patriarcado se presenta como una serie de imposiciones, limitaciones y discriminaciones. No vemos que tiene otra cara muy seductora, que es la irresponsabilidad, el no tener que enfrentarte a lo que antes se llamaba la jungla del asfalto, la pereza, el paraíso afectivo que puede ser la maternidad, el sueño del amor romántico, el alivio que supone no ir a contracorriente ni estar siempre en tensión y luchando. Es un espejismo de felicidad familiar, no solo en la relación con tu marido y tus hijos, sino también con la familia, que te aplaude cuando te dedicas a complacer, a conciliar y a agradar, pero te desaprueba cuando das prioridad a tu carrera. Con todo esto yo no contaba, y caí en esa trampa. Porque, además, el patriarcado es mucho más fuerte, complejo y omnipresente de lo que creía. Ahora me parece ingenuo, pero pensaba que la discriminación era algo que les pasaba a otras y que a mí no me iba a pasar porque siempre había sido la primera de la clase. Dentro de un mundo justo, de la verdadera meritocracia que era la escuela, yo ganaba, y pensaba que siempre sería así. Luego me di cuenta de que la sociedad no es meritocrática. Recuerdo que en un momento de mi carrera decidí presentarme a un premio periodístico. Pensaba que mis artículos tenían posibilidades, hasta que vi la lista de ganadores: de 35 ganadores, 34 eran hombres. Y el jurado, todo hombres. Además, los ganadores iban engrosando el jurado de las siguientes ediciones. Es lo contrario a una meritocracia, un sistema de cooptación: los que están dentro eligen a quién de los que están fuera van a atraer a su estructura de poder, y no suelen invitar a las mujeres. Me topé con una discriminación que no está recogida por escrito y es legal. Pertenezco a una generación que creció con unas leyes de desigualdad absoluta, que se dedicó a pelear contra esas leyes y consiguió que cambiaran. Con la Transición y la Constitución del 78 se aprobaron el divorcio, la patria potestad compartida, etcétera. Creímos que ahí estaba la clave, en las leyes. Entonces, muy confiadas, pensamos: ahora ya podemos disfrutar de la igualdad. Luego nos dimos cuenta de que no.

En el libro hablas de tu matrimonio y la maternidad sin tapujos. ¿No has sentido pudor al plasmar tantas intimidades sobre el papel?

He querido ser humilde y contar algunas de las cosas en las que he fracasado o en las que me he equivocado. Pero, además, he llegado a la conclusión de que era inevitable que eso me pasara. La persona perfectamente coherente no existe. Podemos ser feministas, pero la feminidad tradicional es muy difícil de eludir y, además, tiene atractivos y ventajas que, por otra parte, también reivindico. Hay una frase de Víctor Hugo que me gusta mucho: “Cuando hablo de mí, hablo de vosotros”. Creo que lo cuento es algo que a todo el mundo le pasa, así que qué más dan los detalles. Cuando eres muy joven crees que los otros son más felices, que no experimentan fracasos, envidias y contradicciones. Luego te das cuenta de que eso es una fachada y de que todo el mundo tiene frustraciones. Lo más difícil cuando decides exponer tu intimidad es decidir qué hacer con la intimidad ajena, porque es inevitable exponerla en cierta medida. Cuando se trata de personas que no son muy próximas lo puedes resolver disimulando ciertos aspectos, pero cuando hablas de tu marido, de tus hijos o de tus padres es más difícil. Yo no pienso como hacen algunos escritores que el escritor tiene todos los derechos, pero tampoco creo que las personas cercanas tengan un derecho a la intimidad absoluto que te quite a ti el derecho a incluirles en tu relato. He intentado ser justa con ellos, aunque inevitablemente en este caso soy juez y parte.  

En la novela recorres los años que van desde 1985 a 2003. ¿Por qué ese periodo de tu vida y no otro?

Era un periodo cerrado, fácil de aislar del resto. Uno de los muchísimos problemas de escribir una autobiografía es elegir lo que cuentas y lo que no. Por varios motivos, uno de ellos,  puramente organizativo. Puedes escribir 5.000 páginas como Proust, pero si quieres hacer algo manejable tienes que restringir. También elegí ese periodo porque el matrimonio, tanto el mío como creo que en general el de todos, es una de las facetas de la vida donde hay más trampas. En el matrimonio vives a fondo, incluso más que en la vida profesional, el espejismo de la igualdad, barnizado, además, por el amor. A mí el matrimonio me condujo a aceptar la desigualdad más que el trabajo. Aunque otra cosa que he descubierto a posteriori es que ambas cosas se retroalimentan: terminas entendiendo que en la vida profesional no vas a tener el reconocimiento que mereces, lo que hace que te repliegues sobre tu vida personal y eso te hace todavía más difícil avanzar en tu vida profesional. Es un círculo vicioso.

Después de haber navegado por tus recuerdos, ¿te arrepientes de algo?

Sí, claro, como casi todas mis amigas divorciadas me arrepiento de no haberme divorciado antes. Y, aunque no tiene que ver, me arrepiento mucho de haber estudiado Derecho.

En el libro confiesas sentirte culpable. ¿Por qué las mujeres solemos cargar con el sentimiento de culpa?

Es algo que nos instilan. La culpa es un mecanismo fundamental para mantener a las mujeres sometidas. La vivimos y sufrimos mucho más que los hombres. A mi modo de ver es un efecto del patriarcado, que siempre espera de nosotras –y además nos hace saber muy activamente que lo espera— que vivamos para otros, que seamos complacientes, que seamos abnegadas, que subordinemos nuestro proyecto vital al de otros… Eso es difícil de aceptar en general, pero todavía más en una sociedad capitalista que al mismo tiempo te está lanzando el mensaje contrario: que puedes hacer lo que te propongas, que tu proyecto está por encima de todo, que tú decides…. En el caso de los hombres, no hay contradicción, porque cuanto más desarrollan su proyecto y más éxito tienen, más se les aplaude y menos se les exige en la vida personal. He observado que, en general, los padres nunca se sienten culpables y les parece que todo lo que hacen es muchísimo y que tienen que ser aplaudidos por cualquier cosa. En el documental sobre la masculinidad Serás hombre,  de Isabel de Ocampo, vi una escena que me hizo mucha gracia. Un señor de aspecto muy hippie que había dejado de trabajar para cuidar de su hija iba a la clase de la niña a explicar que estaba encantado de ocuparse de ella. Todo el alumnado le miraba completamente embobado, le reían todas las gracias y terminaron su intervención con un aplauso atronador.  Yo pensaba: ¡pero si esto es lo que hace cualquier hija de vecino!

“No es que yo no quisiera tener hijos. Es que prefería ser padre”, dices en un momento. ¿Qué privilegios tienen ellos en ese ámbito?

Siempre digo que para las madres ejercer la maternidad es obligatorio. La sociedad se lo exige y las censura con mucha severidad si no lo hacen. Para los padres ejercer la paternidad es optativo. Si lo hacen se les aplaude y si no, no pasa nada. Ese es el privilegio fundamental. Además, su papel suele ser más divertido. Leí una vez una frase en una entrevista con un hombre que se me ha quedado grabada: “Mis hijos son mi hobby”. Con mi marido era exactamente así. Él estaba encantado de salir con los niños el fin de semana y lo pasaban muy bien. Yo me quedaba verde de envidia porque conmigo no lo pasaban tan bien, yo era la que se ocupaba de poner reglas, de que comieran lo que tenían que comer, de que fueran a sus actividades; es decir, de todo lo aburrido. La carga mental la asumen las madres. Eso está cambiando, pero despacio y condicionalmente. He observado que hay muchos padres que son buenos padres y lo asumen como un deber igualitario al principio, pero si se produce un cambio, por ejemplo, si cambian de pareja, de trabajo, de ciudad o lo que sea, lo abandonan. No asumen realmente a fondo esa responsabilidad. Por supuesto, hay honrosas excepciones, pero veo esa tendencia.

¿Cuándo empezaste a ser consciente de la desigualdad de género y a tomar cartas en el asunto?

Para escribir el libro he tenido que hacer un esfuerzo no solo emocional, de reconocer situaciones humillantes y dolorosas, mi parte de fracaso y mis contradicciones, sino también el esfuerzo intelectual de entender qué era lo que me pasaba y por qué me pasaba. En su momento yo no entendía por qué me sentía tan a disgusto. Todo el mundo me decía: si vives estupendamente, si tienes mucho dinero, si tienes tiempo libre, si puedes hacer lo que quieras… Pero yo sabía que algo fallaba. Uno de los resultados de ese análisis fue entender una idea que está en la novela, y es que yo tenía todas las ventajas del dinero, excepto la principal, que es la autonomía. Además, mi trabajo de ama de casa no se traducía en horas de trabajo. Esa era otra disputa que tenía con mi marido, él me decía que trabajaba muy poco. Yo me daba cuenta de que en cierto modo era verdad, pero también una mentira. La palabra clave es disponibilidad. Yo trabajaba pocas horas, porque teníamos una asistenta, pero tenía que estar totalmente disponible. Eso era lo que me impedía desarrollarme profesionalmente. Mi marido me decía que tenía tiempo para escribir, y sí lo tenía, pero no podía dar prioridad a mi carrera, algo que él siempre pudo hacer. Es cierto que no sé cómo podríamos haberlo hecho de otra manera. La sociedad está montada para que haya siempre una persona que pueda dar prioridad a la familia y a la casa. Habría que prevenir a las jóvenes contra esa idea de que todo depende de ti, de que tú decides lo que quieres y de que eres libre para hacer tu propia vida. Porque decides y eliges, pero en el marco de unas estructuras que tú no has elegido. En mi caso, decidí tomar cartas en el asunto en el momento en el que tuve un amante, un síntoma de que algo iba mal. Mi intención no era llevar una doble vida, fue una especie de grito de auxilio.

En tu relato he visto reflejada a mi madre y a toda esa generación de mujeres que eligieron ser madres intentando a la vez no renunciar a su felicidad. Ha llovido desde entonces, pero parece que todavía tenemos que justificarnos.

Si miras la vida de tu madre o yo miro a la de la mía, vemos que hemos avanzado mucho. El feminismo es la revolución que más ha triunfado desde el siglo XVII. Es la más profunda y la única sin víctimas. Me parece todo un éxito. Como dice Amelia Valcárcel, es el único movimiento político que no tiene nada de lo que avergonzarse. Pero, en el fondo, la definición social de lo que es una mujer, de lo que debe hacer y a lo que puede aspirar, no ha cambiado tanto. Se le ha añadido otra capa, pero es superficial. Ahora puedes tener una profesión y, además, puedes follar mucho y con muchos durante un tiempo, pero al final se espera que una mujer siga viviendo para otros, a través de la maternidad y de otras cosas, pero sobre todo de la maternidad.

Fuiste la primera presidenta de Clásicas y Modernas y sigues siendo su presidenta de honor. ¿Cuál es el papel de este tipo de asociaciones?

Las asociaciones para la igualdad en el mundo de la cultura son necesarias primero, para señalar que la igualdad ni está ni se la espera. Resulta increíble, porque las cifras cantan, pero parece que nadie se había dado cuenta hasta hace poco. Ahora todo el mundo es más consciente gracias a asociaciones como esta. En segundo lugar, es importante señalar que no podrá existir una sociedad igualitaria mientras la cultura transmita un mensaje patriarcal que legitime la desigualdad, la perpetúe y la embellezca. Para llevar vidas libres primero tenemos que imaginarlas, y eso lo puede conseguir la cultura. María Antonia García de León habla del efecto Penélope: de día las políticas públicas y las leyes trabajan por la igualdad, y de noche la cultura deshace todo lo hecho transmitiendo el mensaje de que el único valor de la vida de una mujer es el amor, que el protagonismo masculino es lo natural, que los hombres violentos son atractivos, etcétera. Desde este tipo de asociaciones intentamos avanzar hacia una cultura en la que las mujeres y su punto de vista, sus opiniones, sus preocupaciones, sus inquietudes y sus experiencias estén tan representadas como las de los hombres.

¿Por qué  ha costado tanto reconocer esa desigualdad en el mundo de la cultura?

Porque históricamente la cultura la han hecho los hombres. Ellos no son conscientes de esa desigualdad y no tienen un motivo personal para intentar cambiarla. El patriarcado se basa, entre otras cosas, en el silencio. Hay muchas cosas que se hacen pero no se dicen, como el acoso sexual o la prostitución. El silencio de las mujeres que lo sufren es uno de los pilares del patriarcado. Ahora empieza a haber algo de debate sobre, por ejemplo, la prostitución. Prostitutas ha habido desde hace milenios y nunca las hemos escuchado. Ni siquiera ahora.  ¿Qué testimonios de prostitutas conocemos? Amelia Tiganus y alguna más, pero muy pocas.

 

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