El resurgir del feminismo: ¿estamos ante la cuarta ola?
En todo el mundo, las mujeres se están organizando para defender sus derechos
El pasado 8 de marzo se vivió una jornada histórica. Nunca antes tantas mujeres —también hombres— de los cinco continentes habían salido a la calle a reivindicar sus derechos. Una expresión de lucha que ya se había podido ver en Argentina con Ni Una Menos, el movimiento contra los feminicidios nacido en 2015 que toma las calles cada vez que matan a una de las nuestras, en Polonia con las manifestaciones contra la prohibición del aborto, en Turquía a raíz de la propuesta de amnistiar a los hombres que tuvieran sexo con menores si se casaban con ellas o en Estados Unidos con la Marcha de las Mujeres. Para quien no haya seguido de cerca la evolución de estos movimientos puede dar la impresión de que, de repente, las mujeres del mundo han despertado. Y algo de eso hay. “Desde luego, Trump ha supuesto una llamada de atención para las occidentales. Pero también el auge de la extrema derecha y el conservadurismo en Europa han propiciado este claro resurgir del feminismo”, valora Marina Subirats, socióloga experta en igualdad de género. “Y creo que se hará aún mayor, porque se están polarizando las posiciones y las mujeres se enfrentan a amenazas fuertes. Estamos viendo en muchos lugares del mundo ataques contra el feminismo, la igualdad y los derechos reales de las mujeres. Eso impulsa al movimiento. El feminismo aparece con fuerza siempre que es necesario”.
En los últimos años, ha surgido, además, un elemento que lo ha cambiado todo y está ayudando a que el movimiento se globalice: internet. “El internacionalismo siempre ha sido la base que ha permitido al feminismo hacerse más fuerte y visible”, explica Sara Berbel Sánchez, doctora en psicología social, “pero ahora cada vez que ocurre algo como la victoria de Trump o los feminicidios en Argentina o Guatemala, las protestas se replican por todo el mundo gracias a las redes sociales”. El de comienzos de este siglo XXI es un feminismo caracterizado por la participación de las jóvenes y con un objetivo común, la visibilidad de la mujer. Porque lo que no se nombra, ni se ve ni existe. “No sé si se puede hablar ya de una cuarta ola”, indica Berbel [el movimiento feminista ha sido históricamente dividido en tres grandes olas o etapas con características y reivindicaciones distintas]. “Estamos en plena vorágine, así que habrá que esperar un poco para investigar con perspectiva. Lo que está claro es que existe un ciberfeminismo muy interesante para tejer redes de mujeres”. La denuncia, sin dejar pasar una, de la violencia, sea en el propio país o en cualquier lugar del mundo, y del sexismo en los medios de comunicación, es también algo nuevo. “Se hace de manera internacional a través de las redes. Da la sensación de que realmente podemos cambiar el mundo. Y esto invita a pensar que sí podríamos estar ante una cuarta ola”, especula Berbel. “Lo que es seguro es que es muy útil para poner de manifiesto la sororidad y acabar con los arquetipos patriarcales que nos muestran siempre compitiendo entre nosotras”. La necesidad de establecer redes también le parece primordial a la activista y tuitera Barbijaputa: “Necesitamos una red internacional de mujeres. Las francesas se manifestaron con nosotras contra la ley del aborto de Gallardón y aquí deberíamos haber salido a la calle por la que se aprobó en Rusia que permite pegar a las esposas. Si establecemos diferencias entre nosotras cometemos un error. Todas somos mujeres, y las cosas que nos pasan nos pasan porque somos mujeres. Tenemos que aprovechar internet y la era digital para pelear juntas. Podemos hacer mucha más presión”.
El de ahora parece un feminismo más flexible, popular, comunitario y mucho menos ortodoxo que el tradicional. En América Latina, donde se está expandiendo como la pólvora y con su misma intensidad, se ha convertido en una expresión de guerra de guerrillas. Las mujeres están siendo asesinadas y se han cansado de ser formales. “Este feminismo no sabe de teoría, pero la aprende en diálogo con las académicas, entiende que su lugar está al lado de los oprimidos, y desprecia la figura liberal y oenegeísta del feminismo que conocimos en las últimas décadas. Acá es cuerpo a cuerpo, palabra a palabra, hasta construir el discurso común o hacer de la acción un discurso en sí mismo”, explica Marta Dillon, periodista, escritora, activista lesbiana y miembro de Ni Una Menos. Señala, además, que esa democratización del discurso ha conseguido “vencer la estigmatización de la que somos objeto desde que existe la palabra ‘feminista’. Ahora incluso nos quieren demonizar usando esa categoría absurda de ‘feminazi’”. Dillon, una de las voces más relevantes del movimiento en Latinoamérica, se felicita porque las mujeres estén saliendo a las calles a decir basta y plantear reivindicaciones en el ámbito laboral, pero también en el de derechos civiles. “Esta vez se trata de la mujer como sujeto político, capaz de establecer alianzas transversales, insólitas e inesperadas. La internacional feminista está en marcha, pero no es homogénea. Al contrario, habla muchas lenguas, tiene distintos colores y se nutre de esas experiencias diversas”. Dillon destaca además que en esta ocasión, y para variar, “la ‘masividad' del movimiento llega desde el Sur, desde los países más empobrecidos”. También busca la implicación de los hombres, conscientes de que sin su participación, el cambio será mucho más complicado.
Otra novedad es que tras décadas en las que casi había que pedir perdón por serlo, el feminismo se ha puesto ahora de moda. La lucha por la igualdad fluye en las universidades, los polideportivos y en las sobremesas familiares. Ya se declaran abiertamente feministas la alta directiva, la actriz famosa y hasta Maria Grazia Chiuri, la primera mujer directora creativa de Christian Dior, que estrenó la tendencia con esa camiseta blanca impoluta en la que se leía ‘We should all be feminist’ (‘Todos deberíamos ser feministas’). ¿Estamos hablando de una simple moda o detrás hay más? “Sin duda es un resurgir que no ha parado de crecer desde el 15M. Pero cuidado, porque los machistas recalcitrantes están revolviéndose y despertando del letargo para defender sus privilegios y que todo siga igual”, advierte Barbijaputa, quien hace también hincapié en uno de los riesgos que implica este nuevo ciberactivismo: el brutal e incansable acoso que sufren muchas mujeres en las redes sociales.
El triunfo mainstream del feminismo entraña, además, otro peligro, y es que acabe suponiendo para el movimiento lo que los 40 Principales a un grupo indie. “Es importante que se profundice en lo que es el feminismo para no perder la esencia, tener objetivos concretos y saber por qué estamos luchando”, apunta la escritora Laura Freixas. “No debería bastar con decir ‘soy feminista’. Hay un feminismo muy timorato y conservador que no cuestiona las estructuras. El de quienes usan la palabra porque está de moda. Lo de las modelos con pancartas feministas en los desfiles me parece una tomadura de pelo, como cuando Gallardón hablaba de violencia estructural en el aborto. Para conseguir la igualdad no basta con la buena voluntad”. Pese a todo, Freixas opina que el movimiento parece imparable. Interesa. Incluso en el ámbito cultural se puede comprobar. “Lo veo, por ejemplo, en la cantidad de libros que se sobre feminismo en clave autobiográfica y de mujeres jóvenes, de 30 o 40 años, que se publican”, apunta la escritora, una de las fundadoras de la asociación Clásicas y Modernas, que lucha por la igualdad de género en el ámbito cultural. “Yo tengo 58 años”, explica, “cuando me eduqué no existía la igualdad. Nosotras luchamos por conseguir que fueran legales el divorcio y el aborto, que pudiéramos usar anticonceptivos o que el adulterio no fuera un delito. Sin embargo, las mujeres que hoy tienen 30 o 40 años crecieron creyendo que la igualdad era un hecho, hasta que se dieron de bruces con la realidad: el techo de cristal profesional, la discriminación, la maternidad, etcétera. Entonces se dieron cuenta de que la igualdad ni está ni se la espera”.
Porque pese a la alegría y la emoción que reflejaban las fotografías tomadas el 8M, lo cierto es que todavía hay muchos motivos para denunciar. Las mujeres aún ganan de media un 23% menos que los hombres. Según la Organización Mundial del Trabajo, a este ritmo se necesitarán más de setenta años para cerrar la brecha. Naciones Unidas advierte de que un 35% de las mujeres han sido víctimas de la violencia física o sexual, unos 200 millones han sido sometidas a alguna forma de mutilación genital y 700 millones de niñas han sido obligadas a casarse antes de la mayoría de edad. En el mundo ellas ocupan solo el 22% de asientos en los parlamentos, lo que se significa muchos hombres decidiendo el presente y el futuro de la mujer. El auge del retro-sexismo pinta un panorama aún más oscuro. Como apunta Sara Berbel, toca pelear: “Viene una época de incertidumbre y turbulencias en la que es muy posible que haya un retroceso de nuestros derechos. Las mujeres no lo podemos permitir, así que tendremos que luchar”.
TRAMPA 1: La del tiempo y los cuidados
Podría parecer que cuidar de los niños, los ancianos y los enfermos formara parte del ADN femenino, una idea que provocaría las carcajadas de cualquier persona de ciencias. ¿Por qué entonces las mujeres pasan tanto tiempo de sus atareadas vidas haciéndolo? ¿Por qué siguen siendo ellas las que generalmente hacen los turnos de hospital? ¿Por qué sigue habiendo diferencia entre las bajas de paternidad y maternidad si un hombre es perfectamente capaz de cuidar, dar amor y alimentar a sus hijos? La organización y distribución del tiempo en función del sexo es quizá el sesgo patriarcal más evidente que sigue existiendo. De nosotras siguen esperándose ciertas retribuciones. Es la trampa del tiempo y de los cuidados, uno de los artificios sociales en los que las mujeres siguen atrapadas.
“El tema de la conciliación no se planteaba con anterioridad y seguramente es el que más correspondería a esta cuarta ola”, apunta Sara Berbel. “Es necesaria la corresponsabilidad. Que los hombres se incorporen en la vida privada al cuidado del mismo modo que nosotras nos hemos incorporado al mundo laboral”. La experta en psicología social señala, además, que si bien nuestras antecesoras ponían el acento en la educación, hoy las mujeres en Occidente tienen el mismo nivel educativo que los varones. Pero se han dado cuenta de que no es suficiente: cuando se llega a determinado punto del escalafón, desaparecen. Hay, por tanto, que rediseñar las estructuras y los acuerdos de convivencia. “Nuestros cuerpos cuentan menos para la sociedad, nos cargan con las tareas domésticas y reproductivas como si fueran nuestras y sin reconocerlas como trabajo. La pobreza se feminiza cada vez más. Sin independencia económica no podemos salir de los círculos de la violencia, y sin discutir cuál es nuestro lugar en el mundo, no vamos a tirar abajo el patriarcado”, concluye la argentina Marta Dillon.
TRAMPA 2: La cultura, el gran campo de batalla
Por Laura Freixas
Parece que nos cuesta encontrar la causa por la que luchar ahora. No descarto que haya otras, pero para mí la más importante es la cultura, porque es el gran campo de batalla ideológico. Hablar en contra de la igualdad es casi impensable en estos tiempos, más que nada por corrección política. Y, sin embargo, comprobamos que poco cambia para alcanzarla. Una de las razones es que se siguen transmitiendo mensajes profundamente patriarcales. Cuando la desigualdad no está consagrada por las leyes, para que siga operando se recurre a los ideológico y a lo cultural, que es una especie de ideología muy atractiva. Colectivamente, y salvo excepciones, los hombres tienden a mantener el status quo y las mujeres también somos colectiva e inconscientemente, como decía Sartre, víctimas y cómplices a la vez. La defensa de los privilegios o la inercia ideológica llevan a seguir defendiendo la desigualdad en la cultura, un terreno sacralizado muy influyente que escapa a la crítica. Se perpetúan así los arquetipos patriarcales y vemos cómo en Hollywood, por ejemplo, solo el 10% de los directores son mujeres. La socióloga María Antonia de León lo ha llamado el efecto Penélope: por la mañana las leyes trabajan en favor de la igualdad y por la noche la cultura lo deshace y trabaja en sentido contrario. El protagonismo masculino parece natural. La cultura representa una realidad en la que apenas hay mujeres. Eso legitima que la representación política o deportiva sean también exclusivamente masculinas. Por eso, una cultura igualitaria es fundamental para conseguir una igualdad real.
Este reportaje se publicó primero en la segunda edición de nuestra revista en papel