Las mujeres han viajado siempre, aunque la historia silenciara sus aventuras. Este libro las recupera
‘Mujeres viajeras en la Edad Media’ es un homenaje a esas trotamundos que se lanzaron a los caminos motivadas por fe, necesidad o buscando libertad
Leonor de Aquitania fue una figura muy importante de la Edad Media. Se enfrentó a señores y vasallos para defender sus intereses, intervino en la mayoría de los conflictos políticos de su época, se casó en dos ocasiones —con el rey de Francia y con el de Inglaterra— e hizo muchos viajes que demostraron su influencia. El último de ellos, con casi 80 años, para buscarle marido a su nieta. Su historia es una de las que Feliciano Novoa, doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid, recoge en Mujeres viajeras en la Edad Media (Malas Compañías).
Novoa, que ha dedicado buena parte de su carrera al estudio del mundo medieval, se dio cuenta de que había poca información de las mujeres viajeras en el medievo. “En muchas crónicas ni siquiera se menciona a reinas que acompañaban a los reyes, cuando tenían tanto poder como ellos. Simplemente, no interesaban”, explica. Esto no es solo injusto, sino que deja una laguna en la historia difícil de justificar. “Sin el estudio de las mujeres y de su vida durante este periodo, no podemos comprender realmente la Edad Media. De hecho, si se omite a las mujeres de cualquier época, la historia está incompleta”.
El imaginario popular ha perpetuado la idea de que en la Edad Media la gente se recluía en sus aldeas, pero Novoa defiende que no era ni mucho menos así. “Es mentira, por lógica. La gente no podía quedarse en su aldea porque no tenía con qué subsistir. Había que salir, moverse, buscarse la vida. Y eso no era exclusivo de los hombres. Las mujeres también viajaban, y por las mismas razones”. La principal motivación, en esa época, era la religiosa. Como indica el autor, “el peregrinaje era una especie de ‘camino permitido’ para las mujeres”. Pero también viajaban por comercio, por motivos económicos, por política y por causas militares. A algunas les movía una necesidad vital de salir, de moverse, de irse. En ese sentido, Feliciano Novoa mantiene que no hemos cambiado tanto. “Viajamos para buscar, para encontrarnos, para entender. Lo que nosotros sentimos hoy cuando viajamos ya lo sentían en la Edad Media. Cambian las circunstancias y los medios, pero la esencia del viaje, esa inquietud interior, es la misma”.
Reinas y nobles que cruzaban fronteras como acompañantes o para contraer matrimonio, peregrinas que se lanzaban a los caminos para encontrar a Dios e incluso mujeres que se pusieron al frente de ejércitos, como Doña Urraca o Juana de Arco. Viajaban las mujeres de las clases altas y también de las menos privilegiadas, aunque en ese caso no haya quedado registro de sus periplos.
El libro se detiene especialmente en la historia de cuatro figuras que reflejan bien el papel central que tuvieron las mujeres en la sociedad medieval. Ellas son Egeria, Margery Kempe, Leonor de Castilla y Leonor de Aquitania. De la última ya hemos hablado al principio. Su tocaya Leonor de Castilla participó en las Cruzadas y protagonizó un viaje póstumo insólito: tras su muerte, su cuerpo fue trasladado en una especie de cortejo fúnebre itinerante durante trece días desde el norte de Inglaterra hasta Londres. Egeria, por su parte, fue una peregrina gallega del siglo IV que hizo una crónica de un viaje a Tierra Santa que sorprende por su precisión y sensibilidad narrativa. Y Margery Kempe fue una auténtica fanática religiosa que hizo varias peregrinaciones a Tierra Santa y escribió lo que muchos expertos consideran la primera autobiografía en inglés.
Sus historias son ilustradas en el libro por Nono Granero, que con sus dibujos y mapas nos ayuda a situarnos visualmente en el tiempo y el espacio. “Le di total libertad”, explica Novoa, “solo puse una condición, que las ilustraciones respetaran el contexto histórico de cada viajera. Por ejemplo, si estamos hablando de Egeria, una mujer del siglo IV, no podía aparecer un carro del siglo XV”. Además de bonitos, los mapas cumplen una función documental importante. “No solo muestran rutas o territorios, también cómo se entendía el mundo en ese momento, qué conocimientos geográficos tenían y qué visión del espacio había”.
