¿Madres en peligro de extinción?

Consejos para las mujeres que quieran ser madres y prosperar profesionalmente

Las españolas tienen su primer hijo a los 32 años de media/Foto: Pixabay

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), de mantenerse las tendencias demográficas actuales, en 2017 el número de defunciones superaría por primera vez al de nacimientos, y en 2023 la población se reduciría a 44,1 millones.

Bonito panorama. Alentador, ¿verdad?

Mira, mira a tu alrededor. Mira a tus vecinas, a tus amigas, a tus familiares y tendrás ejemplos de que cada vez menos mujeres tienen hijos a una edad temprana y eso revierte en lo que anuncia el párrafo número uno. Hace unos días, me hacían una entrevista y la fotógrafa lucía dos cosas que me llamaron la atención (amén de la cámara, porque una tiene ya la impresión de que solo se hacen fotos con los móviles). A saber, una, su incipiente pancita, que dada la delgadez de la criatura no dejaba lugar a dudas de que se trataba del abdomen de una gestante, y, dos, su cara de bebé, lo que ya he adelantado llamándola criatura. No pude atarme la lengua y le pregunté si, uno, tal y como parecía estaba embarazada y, dos, cuántos años tenía. “22, pero es buscado; lo que ocurre es que mi pareja tiene 35 y nos apetecía mucho”, contestó, casi de un tirón y sin que yo preguntase más, supongo que como un mantra aprendido después de haber dado esa misma respuesta a diestra y siniestra. 

Eso de tener un niño con menos de treinta parece una rareza, aunque ayer alguien me decía que al contrario, que estaba de moda. No sé. No sé. No lo veo, más bien lo que compruebo es que muchas de mis amigas de cuarenta están siendo madres, no solo por primera vez, pero también. Y que ese reloj de los treinta –tic, tac, tic, tac- que te ponía en guardia para ponerte a ello antes de ser denominada “primípara añosa”, ese bonito término que se aplica a las mayores de treinta que se exponen a ser madres por vez primera, se para, y mucho.

Porque lo cierto es que la estadística dice que, como media, se tiene el primer hijo con casi 32 años. Eso sumado al hecho de que por cada mujer española nace 1,32 hijos no es más que la fotografía de lo que vemos a nuestro alrededor, que en general es mucho más crudo. Y, como decía, conozco a muchas de 40 embarazadas, seguramente porque se trata de un momento de planteamiento de vida, de cambio de vida, de cambio de trabajo, de su establecimiento como autónomas y también, por qué no decirlo, ese último minuto antes de que sea demasiado tarde desde un punto de vista biológico (cada vez más mujeres de entre 45 y 47 años tienen hijos…, algunas aparecen en las revistas, pero no todas).

No es que me parezca un escándalo. No voy a juzgar. Pero sí quiero llamar la atención sobre la necesidad de que sociedad, empresa y familia se pongan de acuerdo en la realización de lo que políticamente llamaríamos pacto por la maternidad. Se trata ni más ni menos que la maternidad lejos de penalizar facilite, de que lejos de atar, libere, que lejos de restar, sume. En ocasiones, ni siquiera es la empresa la que problematiza a la mujer y sus decisiones, sino su propio entorno, así como una sociedad vigilante de que las cosas sigan como siempre han estado.

Soy de la idea (pero es una opinión absolutamente personal, políticamente incorrecta; admito incluso que pueda ser criticada por ello, y doy por hecho que habrá lectores que en este momento me dediquen alguna palabra malsonante, ruego que sea leve) de que conviene desdramatizar las cosas. Y en mi modesta opinión creo que uno de las aspectos de la vida que más se dramatiza es la de la maternidad. Claro que los hijos son sagrados, es más, muy sagrados. Pero una cosa es que lo sean y otra, sacralizar la maternidad como si se tratara de una figura de porcelana que se  rompe con mirarla. Se puede tener hijos y no vivir la obsesión del hijo. Y adaptarse en cada momento a las necesidades del momento. Y eso afecta a cualquier edad. Pero muchas mujeres se asustan, creen que no pueden hacerlo si optan a un mejor puesto en el trabajo. Me ocurrió hace un par de años. Se me acercó una periodista que pensaba que pretendía seducirme (profesionalmente) durante una entrega de premios. Ella estaba segura de que iban a nombrarme directora de un medio y vino a expresarme lo que le gustaría trabajar conmigo, pero también a pedirme que la esperase un tiempo porque iba a ser madre por tercera vez y quería cambiar del medio en el que estaba al que ella suponía (solo era un rumor) que yo me incorporaría como directora. Aparte de desengañarle con respecto a mi futuro, le hice ver las trabas que estaba poniendo al suyo, sin que nadie se lo impusiera. Desde mi punto de vista, el hecho de que ella se propusiera quedarse donde estaba, en una redacción en la que no estaba contenta, me pareció el fiel reflejo de lo que ocurre con muchas mujeres que se imponen ser madres aparcando una carrera que tal vez no vuelva a darle una oportunidad de prosperar. Le dije lo que siempre digo en situaciones similares y es que uno no puede ponerse las cortapisas. Otra cosa es que te las ponga la empresa, pero uno mismo no puede cerrarse el paso. Una misma quería decir.

Lo cierto es que en el fondo algo de razón tenía la pobre. Y no por mí que he trabajado embarazada y recién madre y que he trabajado con embarazadas, mujeres a media jornada, por ser madres, conciliadas…, de todo. Pero la realidad es que la estabilidad laboral tiene mucho que ver con el retraso actual en la maternidad, que podría decirse progresivo. Por ejemplo, la maternidad también penaliza en los sueldos, en lo que suele llamarse la brecha salarial, que según los informes es de 4.700 euros al año entre hombres y mujeres, a favor, quién lo duda, de ellos. Aquí entran varios factores, como es que los ellos tienden a cambiar más de empresa, y es precisamente en esos cambios cuando suele conseguirse un aumento en el salario, mientras que las mujeres tendemos a mantenernos más en la misma empresa de forma que por méritos y años es más complicado elevar el salario, salvo que asciendas, aunque en los ascensos las subidas suelen ser menores que cambiando de empresa. En otros supuestos, esta diferencia salarial viene dada por años de abandono del trabajo, precisamente por causa de la maternidad. Según un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las españolas cobran un 17% menos que los españoles en empleos equivalentes, pero cuando tras ser madres deciden volver a trabajar cobran en España un 5% menos que aquellas trabajadoras sin hijos menores a su cargo. «Después de tener hijos a menudo las mujeres optan a puestos de trabajo a tiempo parcial o aceptan puestos con menor responsabilidad», explica el estudio. Y las propias mujeres reconocen que los hijos afectan negativamente a su vida laboral, así lo corroboraba el 60% de mujeres encuestadas por el INE en 2014, y el 51% de las que pueden trabajar no son madres por las dificultades para conciliar vida laboral y familiar.

Una buena noticia: desde el 1 de enero de 2016 se aplica una subida a las pensiones de las mujeres que se jubilan y han sido madres de más de un hijo. Si lo han sido de dos hijos, cobrarán un 5% más de pensión. Si de tres, un 10% adicional y un 15% más sin han tenido más de cuatro. Se trata de una medida para incentivar la maternidad y para corregir una discriminación histórica, que la ministra Fátima Báñez explicaba en la revisa Elle, ya que en su opinión las mujeres “sufren una doble discriminación por cuidar de su familia: carreras más cortas y pensiones hasta un 30% más bajas que las de los hombres”.

¿Qué diría yo a estas mujeres que consideran que ser madres puede frenarles, puede impedirles que su carrera prospere?

  • Actuar en libertad. Desde mi punto de vista, el trabajo, la autonomía económica es fundamental para el desarrollo de la mujer.
  • Mantenerse en el empeño. Porque la vida es larga, y el período en que una madre tiene niños pequeños es corto. Los sacrificios no son eternos.
  • Saber que, en efecto, se requiere un trabajo especial mientras los hijos son pequeños, aunque según me dijo una de las abuelas de mis hijas al nacer la primera “acabas de contraer una enfermedad para toda la vida”.
  • Compartir con el padre de las criaturas el cuidado de los hijos, que en general tienen madre pero también padre. La corresponsabilidad es imprescindible, aunque de ese tema y de la conciliación se habla en el capítulo X.
  • Entender que en la vida no puede tenerse todo o no todo al mismo tiempo, por lo que en efecto tener un hijo tiene sus pros, pero unos contras en los que se incluye mayor cantidad de trabajo, la dedicación, la necesidad de negociar con la sociedad, con la familia, con una misma, fundamentalmente porque los días no tienen más de veinticuatro horas por el hecho de haber sido madre.
  • Comprender que la maternidad es uno de los milagros de la vida (palabra de madre), pero que ha pasado ya mucho tiempo desde que se pensaba que la maternidad era un instinto inevitable y ligado a la mujer desde su más tierna infancia. No. No se es más mujer por ser madre. No pasa factura a la mujer el hecho de no tener hijos. La libertad de elección es básica y ese debería ser el único instinto.
  • Si decides ser madre, llena tu armario de vitaminas y minerales. ¿Crees que es una casualidad que te “forren” a vitaminas durante el embarazo? No. No lo es. Como sabes, el feto necesita un refuerzo, pero también tú. Y cuando el bebé ha nacido, más vale que sepas que necesitas tú también un refuerzo vitamínico para afrontar una jornada interminable, sobre todo los primeros meses, los primeros años.

 

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