La medicina se convierte en algo personal
Los avances en genómica y en IA están escribiendo el próximo capítulo de la atención sanitaria

Técnicas que modifican el ADN para tratar enfermedades raras, terapias más eficaces y menos agresivas para acabar con el cáncer, fármacos generados a partir del perfil genético de cada paciente… La llamada medicina de precisión ofrece a los pacientes diagnósticos y tratamientos altamente personalizados, pero su promesa no se limita a combatir la enfermedad de una forma más eficaz. Su objetivo último es predecirla e incluso llegar a evitarla.
El 26 de junio del año 2000, Bill Clinton y Tony Blair anunciaron, conectados vía satélite desde la Casa Blanca y Downing Street, que se había completado el primer borrador de la secuencia del genoma humano. Ya por entonces, el momento se sabía histórico. “Estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida”, llegó a decir Clinton. La frase, una de esas citas concebidas para quedar en los anales, sonaba grandilocuente, pero no iba en realidad desencaminada. Lo que había en ese momento era solo un borrador y ni siquiera del código completo (para conseguir la cartografía terminada de nuestro ADN hubo que esperar a 2006), pero la secuenciación del genoma humano ha revolucionado nuestra comprensión de la biología, abriendo la puerta a importantes avances en ámbitos como el cáncer o las enfermedades neurodegenerativas.
En la misma época en la que universidades y centros de investigación de Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y España se afanaban en completar los huecos del libro de instrucciones de la vida humana, se fraguaba otra revolución en un campo que también acabaría marcando un antes y un después en la ciencia moderna: el de la inteligencia artificial. En 2004, el experto en computación Geoffrey Hinton puso en marcha, en la Universidad de Toronto, un equipo formado por especialistas en electrónica, neurociencia, física y psicología. De ese laboratorio nació el deep learning, una metodología, inspirada en los procesos del cerebro humano (se basa en el desarrollo de redes neuronales artificiales), que ha conseguido que las máquinas aprendan por sí solas, reconociendo patrones y características de manera gradual.
Juntos, estos dos hitos, ya de por sí extraordinarios, han dado un impulso sin precedentes a la investigación. “Estamos viviendo un momento histórico para la medicina”, confirma Miquel Balcells, director médico de la empresa de biotecnología Amgen. “Los avances en genética de las últimas dos décadas, combinados con el enorme potencial de la inteligencia artificial, nos están dando un conocimiento más profundo de la biología humana y de los mecanismos que causan las enfermedades. Ahora podemos cruzar y analizar grandes cantidades de datos genéticos y clínicos gracias a la inteligencia artificial y el machine learning, y eso está acelerando tres áreas clave: el diagnóstico, la investigación de nuevas terapias y el desarrollo de fármacos”.

Amgen ha sido testigo y partícipe de esa evolución. Fundada en 1980 en California, es una de las mayores biotecnológicas independientes del mundo. Se dedica al desarrollo de tratamientos innovadores para enfermedades como el cáncer, las cardiovasculares o inflamatorias, entre otras. Para ello cuenta con una de las mayores bases de datos genéticas que existen, con más de medio millón de perfiles que pueden analizar en tiempo récord gracias a la IA. “La mayoría de esos datos provienen de Islandia, donde más de 170.000 personas donaron voluntariamente sus datos genéticos a través de un proyecto de nuestra subsidiaria DeCode”, explica Balcells. “Toda esa información es un tesoro para la ciencia, porque se trata de un país que apenas ha tenido corrientes migratorias. La mayoría de sus habitantes descienden de unas cuarenta familias vikingas que colonizaron la isla en la Edad Media. Eso hace que se trate de una población genéticamente homogénea, lo que nos permite descubrir si hay determinados patrones genéticos en las enfermedades que investigamos, y así dirigir de manera más precisa nuestros tratamientos”.
En España, la compañía tiene en marcha más de sesenta ensayos clínicos en áreas como oncología, enfermedades cardiovasculares y algunas patologías raras. Desde hace un par de años colabora también con el Instituto de Oncología del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. “Es uno de los ocho centros de referencia mundial integrados en nuestro programa Amgen Partners of Choice, una red con la que compartimos información de algunas moléculas oncológicas en una fase inicial, antes siquiera de haber empezado a estudiarse en pacientes con cáncer. Se trata de una información ultrasensible para una compañía farmacéutica, pero lo hacemos sabiendo que juntos podemos lograr mejores estrategias terapéuticas para llegar al tipo de tumor y al perfil de paciente con el que el fármaco puede ser más efectivo y seguro”.
Miquel Ballcels: “Los avances en genética de las últimas dos décadas, combinados con el enorme potencial de la inteligencia artificial, nos están dando un conocimiento más profundo de la biología humana y de los mecanismos que causan las enfermedades”
La oncología es, en estos momentos, el área en la que la medicina de precisión ha avanzado más. “Gracias a la identificación de biomarcadores y de mutaciones en los tumores, podemos diseñar tratamientos que van contra esa diana específica en vez de, como hace, por ejemplo, la quimioterapia, arrasar indiscriminadamente tanto células cancerígenas como células que están en buen estado”, apunta Balcells. “A medida que vayamos conociendo nuevos biomarcadores, la medicina de precisión será todavía más efectiva para tratar el cáncer, aunque ya hay varios casos de éxitos. Nosotros, por ejemplo, ya hemos conseguido desarrollar un medicamento para un subtipo de cáncer de pulmón con una mutación que llevaba más de cuarenta años en investigación por parte de científicos de todo el mundo y que se creía intratable”.
La terapia dirigida y la inmunoterapia se perfilan en la actualidad como las herramientas terapéuticas más prometedoras en la lucha contra el cáncer. Sus enfoques son diferentes: mientras la terapia dirigida actúa sobre cambios genéticos o proteínas concretas de las células cancerosas para bloquear su crecimiento, la inmunoterapia utiliza el propio sistema inmunológico del paciente para combatirlas. Lo hace a través de diversas estrategias, incluidas las famosas terapias CAR-T, que implican la modificación en el laboratorio de las células T del sistema inmune para que reconozcan y ataquen las células enfermas.
Otro campo que se ha beneficiado mucho de los recientes avances en genética es el de las enfermedades raras, algo lógico, dado que el 80% de ellas tienen su origen en el ADN. Hace unas semanas, medios de todo el mundo se hicieron eco del caso de K.J. Mulddon, un bebé de Pensilvania que se ha convertido en la primera persona tratada con una terapia genética desarrollada específicamente para él. Normalmente, nuestro cuerpo convierte el amoniaco en urea, que luego expulsamos al orinar, pero a K.J. le faltaba una enzima en el hígado necesaria para hacer esa transformación. La acumulación de amoniaco en el cuerpo puede causar daños severos en el cerebro y en casi la mitad de los pacientes conduce a la muerte. Se trata de una enfermedad metabólica de las consideradas ultrarraras (afecta a una de cada 1,3 millones de personas) y es incurable. Lo único que se podía hacer hasta ahora era un trasplante de hígado, una opción imposible para bebés tan pequeños como K.J. Por eso los investigadores del Hospital de Niños de Filadelfia decidieron utilizar en su caso la técnica CRISPR, una herramienta de edición genética que permite cortar y pegar ADN de forma precisa. En tiempo récord (pasaron apenas seis meses desde el diagnóstico hasta su aprobación y aplicación), crearon un tratamiento que ha corregido la mutación que hacía enfermar al niño. Hasta ahora, las terapias de edición genética basadas en CRISPR se habían utilizado para tratar enfermedades que afectan a decenas o cientos de miles de pacientes (ya se ha aprobado su uso en casos de anemia falciforme y beta-talasemia), nunca para curar a una única persona. El caso de K.J. supone, por tanto, un avance en el ámbito de la medicina de precisión y enciende una luz de esperanza para millones de pacientes con mutaciones que a día de hoy no disponen de ninguna opción de cura.
Más allá del cáncer o las enfermedades raras, ese enfoque es también aplicable a muchas otras enfermedades. Desde el gigante farmacéutico AstraZeneca aseguran que el 90% de sus investigaciones ya van esa línea. “Estamos llevando los aprendizajes logrados en oncología a otras patologías complejas, como el asma o la insuficiencia cardíaca”, indica Ana Pérez, directora médica y de asuntos regulatorios de la compañía en España. “Nuestro objetivo es claro: dirigir el tratamiento adecuado al paciente adecuado”.
Terapias celulares, genéticas, de ARN, farmacogenómica… En este punto, apenas empezamos a vislumbrar las posibilidades de la llamada medicina de precisión, pero sus posibles ventajas resultan evidentes. “Nos permite ofrecer opciones más efectivas y menos invasivas, mejorando la supervivencia y la calidad de vida de las personas, al tiempo que contribuimos a la sostenibilidad del sistema sanitario al reducir tratamientos fallidos y costes innecesarios”, indica Pérez. Obviamente, también plantea dificultades diferentes a las de la investigación basada en recursos, digamos, tradicionales. “Requiere una aproximación científica compleja, que implica desde la identificación de biomarcadores específicos hasta el uso de herramientas avanzadas como la secuenciación genética, el desarrollo de fármacos dirigidos y el análisis de grandes volúmenes de datos”, explica la directora médica de AstraZeneca. “Demanda una infraestructura tecnológica sofisticada, talento altamente especializado y una estrecha colaboración entre múltiples disciplinas”.
Ana Pérez: “Nuestro objetivo es claro: dirigir el tratamiento adecuado al paciente adecuado”
Todo esto plantea retos específicos que van desde aspectos técnicos y éticos hasta su implementación en los sistemas sanitarios. La justicia en el acceso a los tratamientos avanzados, para que beneficien a todo el mundo y no solo a quienes puedan pagarlos, es una de las cuestiones a tener en cuenta. Lo previsible, en cualquier caso, es que a medida que mejore la tecnología los costes se reduzcan. Es lo que ha pasado, por ejemplo, con la secuenciación genómica. El primer borrador del ADN humano costó cerca de 300 millones de dólares, según el Instituto Nacional de Investigación del Genoma. Hoy en día, secuenciar el genoma de una persona cuesta menos de 600 dólares.
El ADN también ha ayudado a confirmar lo que ya se sospechaba desde hacía tiempo: que el homo sapiens nació en África hace unos 200.000 años y desde allí se extendió por el resto del mundo. Varias investigaciones han confirmado que las poblaciones africanas presentan la mayor diversidad genética, lo que sugiere que ese continente es el lugar donde la especie humana ha existido durante más tiempo. Sin embargo, un estudio publicado en Cell en 2019 indicaba que menos del 2% de los genomas humanos analizados hasta la fecha eran de personas africanas. El que la investigación se haya centrado en los países con altos ingresos puede perjudicar la comprensión de las características y las enfermedades que afectan a otras poblaciones. Por eso están surgiendo iniciativas como el proyecto ‘Tres millones de genomas africanos’ que buscan ayudar a crear bases de datos que representen toda la diversidad humana.

La privacidad y confidencialidad de una información tan sensible como los datos genéticos y de salud es otro de los temas que preocupan. Las empresas del sector insisten, sin embargo, en que se trata de un entorno altamente regulado y que la privacidad está garantizada por ley. “Creo que hay mucho desconocimiento a este respecto. La industria farmacéutica no tiene acceso a ningún dato personal de ningún paciente, toda la información con la que trabajamos está anonimizada”, puntualiza el director médico de Amgen. “Cuando realizamos ensayos clínicos no nos aportaría nada conocer el nombre del paciente, dónde vive o su DNI. En cambio, sí son críticos para la investigación datos como su género, su edad u otras patologías que pueda sufrir. En cuanto a los datos genéticos que utilizamos para nuestras investigaciones, proceden de ciudadanos que, voluntariamente y sin ninguna contraprestación, han decidido donar esa información para ayudar en el avance de la ciencia. E insisto, de manera totalmente anonimizada”.
Los avances tecnológicos y en genómica no solo están cambiando los tratamientos, sino también la manera en la que se diagnostican y tratan las enfermedades. Estamos, en realidad, ante un cambio de paradigma: si bien a lo largo de la historia la medicina ha sido principalmente reactiva, es decir, actuaba una vez aparecían los síntomas de la enfermedad, el objetivo ahora es predecirla y, a ser posible, evitarla. “Hoy ya somos capaces de identificar riesgos individuales con mayor anticipación, lo que nos permite intervenir incluso antes de que aparezca la enfermedad”, asegura Ana Pérez.
‘Más vale prevenir que curar’, reza un dicho del refranero español, y cada vez tenemos más herramientas para conseguirlo. Actualmente, cualquier persona puede averiguar, con una prueba de predisposición genética o test de susceptibilidad, la probabilidad que tiene de desarrollar una enfermedad específica. Basta una simple muestra de sangre, saliva o tejido. A partir de ella se analiza el ADN en busca de mutaciones o variantes genéticas específicas asociadas a enfermedades. Las hay de todo tipo: pruebas para conocer la posibilidad de padecer intolerancias alimentarias, estudios de trombofilia para identificar el riesgo de trombosis e ictus, estudios de portadores, con los que los futuros padres pueden conocer el riesgo de transmisión de una enfermedad grave a la descendencia, etcétera.
Este tipo de test puede ser una herramienta valiosa, ayudando a las personas, especialmente a aquellas que tiene alto riesgo o antecedentes familiares, a recibir un diagnóstico temprano y adoptar medidas preventivas o de tratamiento. Pero tampoco pueden interpretarse como profecías. Que una persona tenga un riesgo alto de padecer una enfermedad no significa necesariamente que la vaya a desarrollar. Y, al contrario, una persona puede sufrir una enfermedad para la que, en principio, no tenía predisposición. Aunque hay enfermedades puramente hereditarias, en muchas otras, su desarrollo está influenciado por una compleja interacción de factores además de la genética: ambientales, biológicos, de estilo de vida e incluso socioeconómicos y de atención médica.
Por eso, en la práctica, la medicina personalizada tiene en cuenta el perfil genético del paciente, pero también su estilo de vida, entorno y características únicas. El objetivo es diseñar una estrategia de tratamiento específica para cada persona, a partir de su biología y condiciones individuales. Es lo que intentan hacer en Blue Healthcare, una clínica privada madrileña especializada en medicina anticipativa y longevidad liderada por María Cordón Muro. La doctora Cordón dirigió las Clínicas Quirón desde la muerte de su padre y fundador de la empresa, Publio Cordón, hasta su venta en 2014. Cinco años después puso en marcha este centro, que propone planes personalizados de salud enfocados en la prevención. “A Blue Healthcare llega gente con patologías, pero también personas sanas que quieren optimizar su salud. A lo mejor su problema es que duermen mal, se sienten cansadas o un poco deprimidas, pero no hasta el punto de tener que ir a un especialista. También pueden ser personas que en ese momento están haciendo un gran esfuerzo deportivo o intelectual, que acaban de pasar por un trauma o se están recuperando de una patología. Es muy importante enfocar bien el objetivo de cada paciente”, explica.
María Cordón: “Si a los 30, los 40 o los 50 años invertimos en nuestra propia salud, podremos llegar a los a los 90 o incluso superar los 100 años en un estado físico y emocional pleno, que es a lo que todos aspiramos”
Cuando una persona llega a la clínica, el proceso empieza con la elaboración de una historia detallada con datos sobre su estado general de salud, antecedentes familiares, etcétera. “Luego hacemos analíticas, tanto sanguíneas como de marcadores epigenéticos, para ver cuál es la edad biológica de la persona en relación a su edad cronológica, su estado emocional, su estado inflamatorio, el estrés oxidativo, etcétera. Son parámetros que se trabajan mucho en medicina anticipativa, aunque no tanto en la medicina convencional. Una vez tenemos estos estudios, se analizan oligoelementos, vitaminas, toxicidad ambiental, metales pesados, etcétera. Toda esa información nos ayuda mucho a saber por qué a la persona le pasa lo que le pasa. Si duermes mal, te duele la cabeza o te cansas mucho, lo importante no es que te demos unas vitaminas o un tratamiento para aumentar tu vitalidad, sino averiguar cuál es el verdadero origen del problema. Somos como investigadores que actúan de forma muy personalizada. Vamos incluso a las casas para descubrir ese origen y cortar de raíz la sintomatología. A partir de ahí, y como no hay dos personas iguales, hacemos un plan personalizado para optimizar la salud del paciente y retrasar el proceso de envejecimiento. Ese plan puede durar tres semanas, dos meses o seis, e incluye nutrición, ejercicio físico adaptado a la situación del paciente, suplementación nutricional, sea oral o en sueroterapia, y puede que algún otro medicamento o terapia”. Algunos de esos procedimientos pueden ser la oxigenoterapia, un tratamiento que suministra oxígeno adicional al cuerpo para mejorar la oxigenación de los tejidos; estimulación magnética transcraneal (EMTr), que usa ondas magnéticas para estimular partes específicas del cerebro para mejorar síntomas de depresión u otros trastornos psiquiátricos y neurológicos, o tratamientos de PRP (plasma rico en plaquetas), una terapia regenerativa que utiliza las propias células para reparar y fortalecer las articulaciones dañadas. Una vez implantadas las medidas, se van haciendo pruebas de forma periódica pruebas para valorar cómo está funcionando. “El paciente no solo se encuentra mejor, también ve la evolución en sus gráficas”.
Según la doctora Cordón, el coste del desarrollo de un plan personalizado de salud no es tan alto como podría parecer. “Es menos caro que, por un ejemplo, un iPhone. Por supuesto, requiere una inversión que es más de tiempo que de dinero y, sobre todo, requiere ser consciente de que esa inversión en uno mismo es la mejor que se puede hacer de cara al futuro. Todos nacemos con un patrimonio de salud que se va gastando durante la vida y que hay que cuidar, igual que hacemos con nuestro patrimonio académico o financiero. Si a los 30, los 40 o los 50 años invertimos en nuestra propia salud, podremos llegar a los a los 90 o incluso superar los 100 años en un estado físico y emocional pleno, que es a lo que todos aspiramos. Añadir vida a los años y años a la vida está en nuestra mano”.
Este reportaje se publicó primero en la edición número 21 de MAS en papel.