Las famosas placas de Petri, esos recipientes que se utilizan en los laboratorios de todo el mundo para cultivar células o examinar el comportamiento de microorganismos, podrían tener los días contados. Rosa Monge ha creado unos chips que permiten hacer eso, pero en un entorno que recrea las mismas condiciones en las que viven las células en el cuerpo. Por eso pueden utilizarse para experimentar y hacer ensayos de fármacos o cosméticos sin necesidad de usar animales. Su creadora ha sido una de las ganadoras de los VIII Premios Mujeres a Seguir.
Rosa Monge es la responsable de la empresa Beonchip, un spin off de la Universidad de Zaragoza que puso en marcha para comercializar el dispositivo para el cultivo celular que había creado mientras preparaba el doctorado. “Son dispositivos de plástico en los que, gracias al uso de microtecnología, podemos definir una serie de canales donde se pueden colocar las células igual que están organizadas en un ser vivo. Además, como podemos incluir líquidos, sensores y electrodos, somos capaces de añadir los mismos estímulos químicos, mecánicos y eléctricos que tienen esas células; es decir, podemos recrear las mismas condiciones fisiológicas de las células de un ser vivo de una manera controlada en el laboratorio”.
En función de la arquitectura y del diseño del dispositivo y de las células utilizadas en cada caso se pueden recrear modelos de intestino, de piel, de hueso, etcétera. Por ese desarrollo ha sido reconocida como uno de los diez talentos menores de 35 años de España por la MIT Technology Review y ahora está participando en varios proyectos europeos. En uno de ellos, Beonchip ha trabajado con una universidad y una empresa holandesas para crear un sistema que permitirá ensayar fármacos contra la osteoporosis. “Nosotros diseñamos el dispositivo y desarrollamos una membrana especial que simulara las condiciones del hueso donde luego se iban a colocar las células”. En la actualidad trabajan también en otro proyecto europeo para recrear un corazón en un chip. “El resultado final no es un corazón físico como el que se podría conseguir con impresión 3D. Con esta tecnología lo que hacemos es crear y estudiar funciones de los órganos. En este caso concreto puedes ver las células cardíacas latiendo literalmente dentro del dispositivo. A partir de ahí se podrán probar fármacos o estudiar diferentes patologías del corazón”.
Las posibilidades de aplicación de estos dispositivos son enormes. Más allá de la experimentación con fármacos o el estudio de enfermedades de todo tipo, que es para lo que más se están utilizando en la actualidad, podrían emplearse también en campos como la cosmética o el desarrollo de compuestos prebióticos o probióticos en la industria alimentaria. “La herramienta es muy potente y se puede aplicar en diferentes sectores, siempre pensando en reducir la experimentación animal”. Europa prohibió la experimentación con animales para cosmética en 2013 y ahora aspira a limitar su uso en el caso de fármacos. Países como Holanda ya se han comprometido a erradicar ese tipo de ensayos para 2025. “Esta es la tecnología que viene a sustituir la experimentación animal, por eso se está impulsando desde la UE y desde muchos países”, indica la fundadora de Beonchip.
Sus dispositivos no solo podrían ayudar a reducir el sufrimiento de los animales, también son una opción más precisa y eficaz que los modelos tradicionales. “La experimentación clásica, que es a la que más acceso tienen los investigadores, sobre todo en las primeras fases de una investigación, se queda muy limitada. Me gustaría que, al igual que hace cien años los laboratorios pasaron del vidrio al plástico, ahora abandonásemos ese plástico sencillo por una opción más compleja que permita optimizar tiempos. Esto nos tendría que llevar en el futuro a una medicina personalizada, es decir, a poder probar fármacos de una forma muy rápida en las células del propio paciente para darle una mejor solución”.
Este artículo se publicó primero en el último número de MAS en papel.