MacKenzie Scott, la multimillonaria que quiere dejar de serlo (y cambiar el mundo en el proceso)
Su generosidad y su particular estilo de filantropía han disparado su capacidad de influencia

Hace apenas tres años, MacKenzie Scott (MacKenzie Bezos por esa época) era conocida, sobre todo, por ser la esposa del fundador de Amazon. Pero muchas cosas han pasado desde entonces. Scott se divorció de Jeff Bezos, se convirtió en una de las personas más ricas del mundo (en el acuerdo de divorcio le correspondió una cuarta parte de las acciones del gigante del comercio electrónico, que ella ayudó a levantar en los años noventa), volvió a casarse con un profesor de instituto y anunció su intención de donar la mayor parte de su dinero.
Esa decisión y, sobre todo, la forma de ejecutarla, han convertido a MacKenzie Scott en una fuerza transformadora, hasta el punto de que Forbes la acaba de situar al frente del ranking de las cien mujeres más poderosas del mundo que anualmente realiza. La publicación la coloca por delante de Kamala Harris, Christine Lagarde, Ursula von der Leyen, Nancy Pelosi, Oprah Winfrey, Mary Barra o Ana Patricia Botín (la única española de la lista, en el séptimo puesto). La elección es, sin duda, inusual: MacKenzie Scott no dirige un país, una institución poderosa o una gran empresa. Tampoco ha hecho un gran descubrimiento científico, ha inventado nada ni tiene capacidad de movilizar a las masas.
Su capacidad de influencia viene de otro sitio. “No hay duda de que Scott, ella sola, está cambiando el modelo de cómo los multimillonarios regalan fortunas mientras apoyan causas que buscan alterar el status quo. En un momento en que multimillonarios como su exmarido han estado despegando hacia el espacio, Scott está usando su enorme fortuna no solo para apoyar a las organizaciones sin ánimo de lucro que hacen un buen trabajo, sino también para desafiar la forma en que se acumula la riqueza y el poder en este país”, justifica Maggie McGrath, editora de ForbesWomen.
Poco después de su divorcio, MacKenzie Scott se unió a Giving Pledge, la iniciativa de Warren Buffett y otra ilustre pareja divorciada, Bill y Melinda Gates, que anima a las personas más ricas del mundo a dedicar al menos la mitad de su fortuna a causas benéficas. “Tengo una desproporcionada cantidad de dinero para compartir”, reconoció al suscribir el compromiso. “Y lo seguiré haciendo hasta que la caja fuerte esté vacía”. Sus palabras no eran un brindis al sol. Desde entonces, MacKenzie Scott ha regalado más dinero y más rápido de lo que nunca nadie lo había hecho antes. Solo el año pasado entregó a causas sociales cerca de 6.000 millones de dólares.
El valor de su participación en Amazon se estima en unos 60.000 millones de dólares y desde 2020 había anunciado al menos 8.500 millones en donaciones para causas que van desde la educación, a la justicia racial, la igualdad de género, los derechos LGTBIQ+ o el cambio climático. Pero en su más reciente comunicado, Scott ha preferido no dar a conocer las cantidades de sus últimas donaciones, para que la gente se centre menos en ella y en las cifras, y más en las organizaciones que apoya. “Quiero dejar que cada uno de estos increíbles equipos hable por sí mismos primero si así lo desean, con la esperanza de que cuando lo hagan, los medios de comunicación se centren en sus contribuciones en lugar de en las mías", ha escrito en el blog que mantiene en Medium
A diferencia de otros multimillonarios, MacKenzie Scott no ha creado su propia fundación para centralizar todas sus donaciones. En lugar de eso ha optado por entregar grandes sumas de dinero a diversas organizaciones. Y, según han contado las organizaciones con las que trabaja, tampoco impone obligaciones o restricciones sobre cómo se gastan su dinero, más allá de un breve informe anual y el compromiso de mantener temporalmente en secreto el origen de la donación en algunos casos. “La campeona de la filantropía de Estados Unidos opera como un donante de clase media”, aseguraba un artículo de The Economist sobre su poco ortodoxo estilo filantrópico.
En su último ensayo, publicado ayer, Scott cuenta lo poco identificada que siempre se había sentido con la palabra ‘filantropía’. “Toda una vida de referencias culturales la asoció con personas ricas financieramente que creían saber cómo resolver los problemas de los demás. Dado que no me consideraba una persona así, siempre había sentido más afinidad con la gente que ofrecía un sofá cuando alguien decía que necesitaban un sofá”, explica. “¿Qué es una ‘donación de dinero para buenas causas más generosa’: 100 dólares de alguien que gana 50.000 al año o 100.000 de alguien con 50 millones en el banco?”, se pregunta. Y defiende el valor de otras formas de generosidad como las donaciones persona a persona, el trabajo voluntario, el crowdfunding o el activismo. “Que yo sepa, nadie está cuantificando el valor del discurso humanitario organizado e informal o su puesta en práctica (…) Quizá algún día alguien arroje luz cuantitativamente sobre ello o encuentre nuevas formas de capturar su impacto. En la década de 1979 una economista llamada Marilyn Waring viajó alrededor del mundo estudiando una forma de trabajo que los economistas ni siquiera reconocían como una omisión en sus cálculos, y concluyó que si se contratara a trabajadores a precio de mercado para hacer todo el trabajo no remunerado que hacen las mujeres, sería el mayor sector de la economía global”.