Fumar adelgaza, fumar es sexy y fumar relaja: los falsos mitos que explican que cada vez haya más mujeres enganchadas al cigarrillo
Estas tres extendidas ideas tienen mucho que ver con el aumento de fumadoras

Fumar mata. Lo avisan las cajetillas de tabaco, lo dicen los profesionales sanitarios y lo confirma la realidad: se calcula que el tabaco provoca cada año más de 50.000 muertes en España y más de ocho millones en el mundo. Pero, pese a toda esa evidencia, seguimos fumando. Y en el caso de las mujeres, cada vez son más las que no pueden vivir sin nicotina.
Aunque el consumo de tabaco entre los varones está cayendo, el tabaquismo entre las mujeres ha ido en aumento desde la década de los setenta, lo que en paralelo ha hecho crecer la incidencia de cáncer de pulmón entre ellas. Desde 2019 es el tercer tumor con mayor incidencia en la mujer (después del de mama y el colorrectal) y el que más mata tras el de mama. Es cierto que todavía sigue habiendo mayor proporción de hombres fumadores (el 27,9% de los varones son fumadores habituales frente al 20,2% de las mujeres), pero la situación podría darse pronto la vuelta de seguir así la tendencia. No deja de resultar sorprendente, dado lo mal visto que hasta hace poco ha estado el que una mujer fumara. Como recuerda María Luisa Jiménez Rodrigo, profesora de Sociología en la Universidad de Granada en su trabajoEntre humos y espejos de igualdad: mujeres, tabaco y nuevas formas de discriminación, durante la primera mitad del siglo XX, el que una mujer fumase no era solo un estadísticamente, sino también socialmente reprobable. Había algunas excepciones, como artistas, actrices y un pequeño grupo de mujeres urbanas y de clase alta que se apuntaban a las modas extranjeras para desafiar los parámetros tradicionales de feminidad. “El cigarrillo aparecía como un símbolo de modernidad y autonomía femenina, junto a otras prácticas como vestir pantalones, llevar el pelo corto, conducir vehículos, ir a bares o practicar deportes”, argumenta Jiménez.
El franquismo y su idea de la mujer como ‘“ángel del hogar’ frenó el avance del tabaco en la España de los cuarenta y los cincuenta, pero entonces llegaron los cigarrillos rubios americanos, que marcaron “el inicio del proceso de ‘feminización’ del cigarrillo industrial en España, al asociarse a la figura de la mujer moderna, liberal e independiente, vendiéndose como un símbolo de una modernidad importada”. Así, a partir de los sesenta y, especialmente, los setenta, el consumo de cigarrillos fue extendiéndose sobre todo entre mujeres de clase media, con estudios superiores y residentes en ciudades. “El cigarrillo en estos años adquirió una nueva y potente significación de resistencia y ruptura frente a la tradición, el inmovilismo y la dominación masculina que representaba la dictadura franquista. Se produjo una apropiación masiva de un símbolo que no solo era un signo de modernidad, sino también una señal de la emergencia de un nuevo estilo de feminidad y de mujer. No solo se percibía como una ruptura de género sino también como una ruptura ideológica”.
A lo largo de los noventa, el tabaco fue perdiendo ese componente transgresor, pero el número de fumadoras ha seguido creciendo. Para Jiménez, esa interpretación tan extendida de que el aumento del consumo de tabaco entre las mujeres es una consecuencia lógica del avance en la igualdad en realidad no hace sino impedirnos ver los procesos subyacentes de desigualdad que acompañan a la tabaquización contemporánea de las mujeres. En su opinión, “es preciso mirar tras estos humos de igualdad y falsos espejismo de convergencia estadística y sondear las razones de la tabaquización de las mujeres en una estructura social, económica y cultura desigual que ha favorecido que un porcentaje creciente de la población femenina asuma una práctica letal como algo consistente, deseable y necesario en sus vidas cotidianas”.
Son varias las investigaciones que señalan que uno de los factores que más han contribuido a ese aumento del tabaquismo femenino en los países occidentales es la creencia de que fumar adelgaza. La asociación entre delgadez y consumo de tabaco viene de lejos y está tan extendida que hace no solo que muchas jóvenes, casi niñas, empiecen a fumar con el objetivo de controlar su apetito, sino también que una vez adultas no dejen el tabaco por miedo a engordar. O que intenten dejarlo pero se echen atrás en cuanto notan un mínimo cambio en la báscula.
Otro mito extendidísimo que el cine, los medios y las tabaqueras han ayudado a extender es la relación entre el tabaco y el erotismo. Y no hace falta que nos remitamos a Lauren Bacall o Sara Montiel. “La significatividad del cigarrillo para exteriorizar un determinado perfil femenino atractivo y sexualmente deseable frente al sexo opuesto sigue persistiendo entre las generaciones más jóvenes”, argumenta María Luisa Jiménez. De hecho, entre las adolescentes y jóvenes “fumar desempaña un importante papel en la definición de su imagen e identidad sexual en su interacción con los chicos. El cigarrillo puede indicar que son chicas más extrovertidas, más divertidas y más liberales.
A esto se suma el consumo de tabaco como válvula de escape. Fumar cigarrillos tiene también para las fumadoras una importante dimensión emocional. El tabaco se usa a menudo como forma de lidiar con estados de ánimo negativos como la tristeza, la depresión, la soledad, la ansiedad o el estrés.
En este sentido, la profesora de la Universidad de Granada señala como “paradójicamente, las industrias tabaqueras, con bastantes décadas de antelación a los estudios feministas, aplicaron de manera muy efectiva la perspectiva de género para analizar las diferencias entre sexos en su comportamiento y relación con el consumo de tabaco”. Las mujeres compran desde muy jóvenes es otro mito de que fumar relaja y que el cigarrillo es una herramienta que ayuda a gestionar las tensiones en épocas de exámenes, primero, o del trabajo, después. Investigadores como Jacobson han llegado a considerar el consumo de tabaco entre las mujeres como un “barómetro de la ansiedad”, una de las pocas válvulas de escape a su estrés diario. Los hombres tradicionalmente han encontrado otras formas de canalizarlo como el deporte, la vida social, la agresividad o la sexualidad. Las mujeres habitualmente se lo fuman. No parece descabellado aventurar que este pueda ser también el motivo de que el consumo de tabaco haya crecido tanto durante el confinamiento entre las mujeres, las más impactadas psicológicamente por la situación. “El consumo de tabaco no puede entenderse como una señal de igualdad, sino todo lo contrario, es uno de los más importantes indicadores contemporáneos de desigualdad social y de género”, concluye María Luisa Jiménez.