La desconocida historia de las ‘chicas Bletchley’, las matemáticas que ayudaron a acabar con los nazis
Su trabajo fue clave para descifrar los códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial
Estos días se ha conocido el fallecimiento, el pasado 11 de mayo, de la matemática británica Ann Mitchell. Tenía 97 años y un frágil estado de salud que ha hecho que no superara el COVID-19. Mitchell pasó sus últimos años en una residencia olvidando poco a poco los detalles de una intensa vida que ahora su muerte ha sacado a la luz. Durante décadas permaneció en el anonimato por la naturaleza secreta del importante trabajo que, junto a otras compatriotas, llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial. Ann Mitchell fue una de las muchas mujeres que trabajaron en Bletchley Park, el centro militar que descubrió los secretos de Enigma, la famosa máquina empleada por el ejército alemán para el cifrado de sus comunicaciones. Según los historiadores, ese trabajo de inteligencia acortó la duración de la guerra entre dos y cuatro años y sin él el resultado del conflicto hubiera sido incierto.
Licenciada en Matemáticas por la Universidad de Oxford, Mitchell fue reclutada por los responsables de Bletchley Park en septiembre de 1943. Trabajaba en la llamada ‘sala de máquinas’, conocida así por albergar las pocas maquinas Enigma en manos de los Aliados. Cuando, en 1939, el servicio británico de inteligencia, el MI6, puso en marcha el centro (hoy un museo), situado en una enorme mansión victoriana cerca de Buckinghamshire, la mayoría de los matemáticos que allí trabajaban eran varones. Por entonces eran unos 150 empleados y las pocas mujeres que había se dedicaban a tareas administrativas. Pero en 1943, debido a la escasez de hombres, necesarios para luchar en el frente, y a las normas que por entonces impedían que mujeres y hombres trabajaran juntos en turnos nocturnos obligaron a los responsables de Bletchley a ocupar la ‘sala de máquinas’ solo con mujeres. En enero de 1945, en el momento clave de los esfuerzos de descifrado de códigos, casi 10.000 personas trabajaban allí, en tres turnos que cubrían las veinticuatro horas del día. El 75% eran mujeres, muchas licenciadas en matemáticas, física e ingeniería. Seis de cada diez eran militares y el resto fueron reclutadas a través del servicio civil.
Si los alemanes hubieran sabido que los Aliados estaban en posesión de los códigos de Enigma podrían haber cambiado fácilmente el sistema. Como el resto del personal, Mitchell no pudo contar a su familia, ni siquiera a sus padres, qué era lo que hacía (todos fueron obligados a firmar la Ley de Secretos Oficiales de 1939). Solo pudo decirles que hacía trabajo de oficina para el Ministerio de Exteriores. En realidad su labor consistía en diseñar ‘menús’, las instrucciones sobre cómo configurar la ‘bomba’, el dispositivo electromagnético diseñado por el matemático Alan Turing para descubrir las configuraciones diarias de las máquinas Enigma de la red militar alemana. El sistema llegó a ser capaz de descifrar hasta 4.000 mensajes secretos al día.
Las operaciones de Bletchley Park llegaron a su fin en 1946 y la información sobre el trabajo en tiempos de guerra permaneció clasificada hasta mediados de los años setenta. Su personal no fue reconocido oficialmente por el gobierno británico hasta 2009. El cine y la ciencia se han encargado de ensalzar a las figuras más conocidas: Alan Turing, Gordon Welchman y Hugh Alexander. Aunque la historia de quince de esas mujeres que formaron el grueso del equipo del centro ha quedado documentada en el libro The Bletchley girls, publicado por Tessa Dunlop. Ann Mitchell es una de ellas.
Tras la guerra, Ann conoció al historiador Angus Mitchell, con quien se casó en diciembre de 1948. La pareja se mudó a Edimburgo, donde crio a sus hijos y empezó una nueva vida. En los cincuenta, Ann Mitchell se formó como consejera matrimonial, lo que la llevó a interesarse por los efectos psicológicos del divorcio en los niños. Sus investigaciones y libros sobre el tema provocaron cambios en la ley escocesa de divorcios para garantizar que las necesidades de los niños se tuvieran en cuenta en los acuerdos de separación.