Una eurodiputada con el mundo en su maleta
Teresa Viejo entrevista a Beatriz Becerra, vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos de la UE y Premio MAS a la Trayectoria y el Compromiso
Suele decirse que lo personal es político, y sin duda Beatriz Becerra practica este principio. Pero a lo largo de su carrera también ha demostrado que el servicio público –como antes lo fue la empresa– es para ella algo muy personal. Por ello este año Mujeres a Seguir le ha concedido el Premio Especial a la Trayectoria y el Compromiso.
La eurodiputada es una mujer sonriente ante cualquier pronóstico. Lo es cuando el proyecto de Europa muestra debilidades hasta en su encarnadura, o mientras busca encaje entre las piezas de una política doméstica hecha cisco. Hoy con más motivo, pues aparece con un libro recién nacido bajo el brazo y acaba de fallarse el Premio Nobel de la Paz a favor de una pareja por la que Beatriz Becerra se ha dejado la piel. “Desde que llegué al Parlamento en 2014 fui consciente de la importancia del Premio Sájarov que concede la Eurocámara a favor de la libertad de conciencia. Por eso he dedicado mucho trabajo, esfuerzo e influencia a promover las candidaturas que, a mi juicio, más lo merecían. En 2014 apoyé al doctor Denis Mukwege y en 2016 a la yazidí Nadia Murad. Ambos lo ganaron y ahora han conseguido el Nobel de la Paz”. Los dos comparten la misión de ayudar a las víctimas de torturas y violaciones en zonas de conflicto. La miseria humana cebándose, como siempre, en la mujer.
Aquí otra de sus obsesiones: visibilizar a la mujer. Lo hace vestida de luz y con labios rojos por bandera. “Suelo decir en broma ‘No sin mi barra’, porque puedo salir de casa sin maquillarme pero el ‘rouge’ es imprescindible”. Cosas así solo suceden entre mujeres, capaces de hablar de cosméticos mientras analizamos las políticas de paridad de la UE. Le confieso que para mí sororidad también es admitir esto sin pudor; ella asiente y pasamos a lo de reconocerse liberal, pues parafraseando el título de su libro lo mismo ‘eres liberal y no lo sabes’ (Ed. Deusto). “Ser liberal es compartir acción y reflexión. Este libro testimonial nace de un autodescubrimiento. Quiero compartir mi búsqueda, y no solo para poner en común mi experiencia como ciudadana que ha trabajado en distintas áreas y nunca se ha puesto etiquetas, sino para aunar voluntades”.
La heterodoxia de Beatriz Becerra se traslada a una vida profesional que, en la práctica, han resultado varias. Tras acceder a puestos directivos en empresas relacionadas con el marketing y la publicidad, determinó que al cumplir cuarenta años abandonaría todo y se dedicaría a escribir –“No había nada que me gustase más”, dice–, y lo cumplió, teniendo, eso sí, que driblar la incomprensión de su entorno. “Puede que para alguna persona su vida sea solo subir al Everest y lo respeto, pero para mí consiste en subir diferentes montañas. No hay nada profesional que no sea personal”. De ese alto en su camino nacieron dos novelas (una de ellas sobre el suicidio infantil) y una posterior reinvención que la llevó a Bruselas. Por eso me pregunto por qué ella, que siempre ha ido por libre, precisa colocarse ahora una etiqueta sobre la solapa. “No se trata de autoetiquetarnos, sino de darnos cuenta de que el liberalismo no es un filtro a través del que ves la vida de otra manera, sino la búsqueda de unos pilares fundamentales que nos unen. Lo que tenemos en común quienes creemos en él es que la democracia es la mejor forma de vivir juntos los diferentes, por tanto, un generoso punto de encuentro”.
Me temo que en el terreno político al término ‘liberal’ no se le dote de la misma polisemia que le adjudica la RAE, y cueste reconocerse liberal, de primeras y con rotundidad. “No te creas, hay personas de todo tipo de perfil y condición que se dan cuenta de que lo son y me lo dicen. Quien defiende los derechos humanos como contrato común o el libre comercio como motor del avance y del enriquecimiento social, lo es. El nacionalismo y el populismo son todo lo contrario a los valores y al espacio de convivencia que hemos construido. ¿Puedes ser socialista o verde alemán, incluso alguien de derechas, y al tiempo ser liberal? Sí. De la misma manera que puedes ser vegetariano y que te guste montar en bicicleta”. No obstante, las palabras no son inocentes. Todas poseen una carga de intención que las convierte en puentes o en tabiques, que acercan o alejan, que abrazan o hieren. “Las palabras crean las cosas y las damos carta de naturaleza al nombrarlas. Por ejemplo la utilización de la palabra ‘género’ empleada para algo no relacionado estrictamente con el sexo es muy reciente. Por un lado, debemos superar las etiquetas y, por otro, no dejar arrumbadas las palabras que significan las cosas. En el libro he quitado el moho y la herrumbre al concepto liberalismo. Nunca hemos estado tan expuestos a la información y a la desinformación; nunca hemos sido tan vulnerables a la manipulación del sentido de las cosas”. En la charla también queda patente su agradecimiento a los distintos líderes liberales europeos cuyas reflexiones se reflejan en el libro, de entre los cuales, algunos podrán leerlo en español porque lo hablan con fluidez.
El Parlamento es una Torre de Babel. Diccionarios de carne y hueso rulando por sus pasillos, en los que de vez en cuando se escucha nuestro idioma. Visitarlo es una de esas experiencias con las que los ciudadanos deberíamos de cumplir una vez en la vida, por lo menos. A Beatriz le place recibir a las visitas; cuenta que les recibe en su casa –en la de ellos, no tanto en la suya– y que allí se duplica la sensación de pertenencia a Europa. “A los españoles se nos valora más fuera que dentro, porque somos muy críticos con nosotros mismos. Esto no se entiende en Europa. Hay una mezcla insana de humildad y falta de naturalidad en aceptar lo bueno. Nos cuesta recibir el halago y decir simplemente gracias”. Las mejores visitas son las de las niñas porque activan la obligación de las mujeres de convertirnos en role models para ellas. “Lo que una niña necesita cuando cree que puede conseguir todo en la vida, lo que ocurre hasta los 12 años, es acceder al catálogo completo. Hasta entonces creen que pueden ser cualquier cosa y precisan tener acceso a ejemplos, a referencias, a experiencias de otras mujeres. Si los libros o la televisión les dan una visión parcial estaremos recortando sus posibilidades. Simplemente con que conozcan la realidad, ellas abrirán el foco”. Le emociona el impacto que le causó la determinación de una niña del Colegio Europeo de Bruselas durante su visita al Parlamento, gracias al programa Inspiring Girls. “Era bastante callada y no dejaba de tomar notas en su cuaderno, creo recordar que era búlgara; al llegarle el turno me preguntó solo: ‘¿Por qué eres eurodiputada y para qué?’. Respondí. Cerró la libreta y me dijo ‘Yo también lo seré’. Aquello me pareció transformador”.
Es probable que la dedicación al servicio público le otorgue mayor satisfacción que sus otras ‘cimas’ profesionales o simplemente que los años evaporen los complejos y Beatriz Becerra haya llegado a ese oasis femenino en que nos sentimos satisfechas y orgullosas de lo conseguido. Seguras y tranquilas. No obstante insiste en que hay un ámbito en donde aún hay mucho por hacer: “Los medios tienen una obligación de servicio público, además de estar pegados a la realidad, y eso significa que las mujeres estén presentes en ellos. Ellas son líderes, son el motor, están en la vanguardia… Esto debe reflejarse desde la verdad, mostrando los obstáculos que existen, y no desde el victimismo”.
Beatriz lee sin descanso. La prensa. Sus dosieres. Los libros que se acumulan a los pies de la cama en su casa de Madrid o en la de Bruselas. Inevitable preguntarse qué le gusta encontrarse en los hoteles para desconectar o para conectarse mejor, cualquiera sabe, y si dejaría algún ejemplar de su libro en la mesilla para el siguiente huésped que ocupase la habitación. “Si tuviera que dejar un texto sería la Declaración Universal de Derechos Humanos. Por cierto, hay hoteles en los que la tienen”. Cuántas veces no habrá abierto los ojos preguntándose dónde amanecía esta vez, porque en su nomadismo habitual le toca desempeñar misiones por el mundo, dada su responsabilidad en la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo. “No solo no me quejo, sino que mis viajes se pueden asumir con tranquilidad. No lo llevo mal. Conozco personas que se desplazan de forma habitual, mujeres que tardan dos o tres horas en llegar a su lugar de trabajo, y lo hacen de lunes a viernes o a sábado. Eso sí me parece admirable”. Pero si las piezas encajan con precisión de maquinaria suiza es en virtud a un orden extremo, a una agenda planificada al milímetro y a la eficacia de un equipo solvente. Todo lo anota, me explica, desde los compromisos públicos hasta los cumpleaños o las cenas con los amigos, porque la gestión del tiempo es capital.
A veces, lo reconozco, no sé guardar los límites y a la mujer observadora que soy le pisa el terreno la curiosa impenitente, y entonces pregunto lo que no debo… o fisgoneo donde no me llaman. La maleta anda cerca, pues Beatriz Becerra es una mujer en tránsito, de modo que me puede el deseo de averiguar qué guarda ahí. “Soy como Merkel pero de Zara. No tengo setenta y pico chaquetas como ella, pero soy práctica con las prendas y las combino bien. Siempre adquiero la ropa en tiendas españolas. Soy muy fan de Zara (la única posibilidad de comprarme ropa es en el aeropuerto). En general me gustan los diseñadores españoles”.
¿Y ahora qué?, nos preguntamos las dos, porque la incógnita sobre su futuro se convierte en una variable determinante en su ecuación vital. Las próximas elecciones al Parlamento Europeo se celebrarán en la primavera de 2019 y lo que sucederá es la duda de Beatriz y mi cuestión final. “A mí me gustaría terminar el trabajo que estoy haciendo, lo que implicaría un segundo mandato. Creo que todavía puedo aportar, aunque siempre me lo he planteado como algo temporal. Tengo muchísimos proyectos en marcha, en paralelo a la actividad parlamentaria. Si me preguntas dónde querría estar después de mayo de 2019, diría que en Bruselas otra vez”.
Esta entrevista se publicó primero en el nº6 de nuestra edición en papel.