“Lo único que ofrece el yihadismo a las mujeres es esclavitud”
Beatriz Becerra, eurodiputada y vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos de la UE
No es extraño que Beatriz Becerra haya marcado la lucha contra el terrorismo como una de sus prioridades. No solo porque esta sea la mayor amenaza a la que se enfrenta Europa, sino porque fueron precisamente los atentados de Madrid de 2004 los que la llevaron a la política. “Como para muchos españoles, el 11M fue una sacudida para mí en muchos aspectos. Me di cuenta de que, para ser alguien que se consideraba una persona informada, no sabía muchas cosas. También de que no había quien me representara. En ese momento se profundizó el revanchismo, la brecha entre las dos Españas”. Cuando, tres años después, Rosa Díez fundó UPyD, Becerra sintió que ya no era huérfana. Se unió al partido y empezó a colaborar, primero en el área de comunicación y luego también como integrante del consejo de dirección. Animada por Díez, se unió a la lista del partido para las elecciones europeas de 2014. “Me pareció que era un entorno en el que podía aportar. Por mi convencimiento absoluto de lo que significa la Unión Europea, porque el entorno internacional siempre me ha gustado y lo he vivido a través de las multinacionales en las que he trabajado, y porque me parecía que al venir de la empresa privada [fue directiva de CBS, Paramount, Disney y Sony] y tener un background distinto, podía aportar una visión diferente”. Descontenta con el rumbo que había tomado UPyD, salió del partido en abril y se integró en el grupo de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa. Mañana presentará, en la sede del Parlamento Europeo en Madrid, AWARE, la Alianza de Mujeres en contra de la Radicalización y el Extremismo. Mujeres a Seguir ha sido el primer medio en sumarse a la inciativa, que forma parte del proyecto piloto puesto en marcha por la eurodiputada para establecer una nueva política europea contra el yihadismo que incida en el papel de las mujeres como agentes de cambio.
¿Qué novedades propone este proyecto frente a lo que ya se está haciendo?
Es un proyecto innovador y muy ambicioso por dos razones. Es innovador porque, por primera vez, pone el acento en el papel transformador que pueden jugar las mujeres frente a un problema que está afectando a toda Europa, y es ambicioso porque pretende no quedarse solo en un proyecto piloto, sino convertirse en una política europea. El objetivo es que afrontemos de una manera compartida los planes que se están poniendo en marcha, aunque de manera disgregada, tanto por parte de asociaciones como, fundamentalmente, de ayuntamientos, para prevenir, detectar, intervenir y luchar contra la radicalización. Uno de los principales problemas que tenemos en la Unión Europea es precisamente el no compartir: no compartir inteligencia, no compartir de verdad fronteras, no compartir valores y no compartir casos de éxito que se puedan replicar. El terrorismo, y básicamente el terrorismo yihadista, es nuestro principal enemigo. No solo atenta contra la vida de los ciudadanos de todo el mundo, pero en especial de los europeos, sino contra las libertades y los derechos que hemos conseguido. Tenemos que movilizar todos nuestros recursos, instrumentos y talento para dar una respuesta efectiva a esa amenaza.
¿Algo similar a lo que están haciendo en los centros de desradicalización que han puesto en marcha en Francia?
Es cierto que en Francia se está dando desde hace poco una respuesta con una visión integradora muy positiva. Pero, en realidad, se acaba de incorporar a esta lucha. Hubiera estado muy bien que lo hubiera hecho antes, porque como en todo, lo importante es prevenir. En España tenemos ejemplos como el del Ayuntamiento de Málaga, que lleva muchos años trabajando la integración, lo que significa prevención, ha establecido protocolos de actuación y mantiene una estrecha colaboración con los cuerpos y agencias de seguridad estatales. Creo que si alguien puede asumir el liderazgo de esa labor integradora es España. Primero, por su experiencia en la lucha contra el terrorismo. Probablemente es también el miembro de la Unión más europeísta y donde hay más integración y menos xenofobia.
De lo que plantea, parece que quizá lo más complicado sea que los estados compartan información considerada sensible. ¿La idea de contar con una verdadera inteligencia europea sigue siendo una quimera?
Es lo que piensa mucha gente, pero en realidad ya se está haciendo. Gracias al Centro Europeo contra el Terrorismo creado a través de Europol, ya hay una plataforma en la que las autoridades de cada país depositan información para que otros países puedan disponer de ella. El funcionamiento no es perfecto ni mucho menos, todavía está muy en el germen, pero demuestra que sí se puede, solo hay que querer. La información está ahí, pero no sirve de nada acumular terabytes de datos, y ahora habrá más con el sistema de registro de pasajeros, en servidores gigantes. Europa no puede sobrevivir sin una política exterior y de fronteras común, que no tenemos, y sin compartir inteligencia.
¿Por qué hace hincapié en el papel de la mujer?
La mujer no es solo sujeto, sino también objeto de la radicalización. Es madre, hermana y esposa. Es la figura cohesionadora y el último lazo que se mantiene cuando se produce el proceso de radicalización. El radicalizado es alguien que corta todos los nexos de unión con su entorno social. El último suele ser la madre. Hay otra cuestión muy importante, y es que las mujeres son clave en la supervivencia del integrismo yihadista. No puedes ser considerado un guerrero yihadista si no tienes una o varias mujeres. Además de cortar las vías de financiación, acabar con la provisión de mujeres es una de las claves para acabar con DAESH.
¿Qué es lo que puede llevar a una mujer europea, educada en los valores europeos, a unirse a DAESH?
En esto, las diferencias entre los hombres y las mujeres son muy pocas. Los chicos y las chicas absorbidos por la llamada yihadista tienen un perfil común muy claro: falta de integración, de reconocimiento, de sentido de pertenencia, de expectativas de futuro, y necesidad de jugar algún tipo de papel activo en algo, en lo que sea. En el caso de las chicas se suma un elemento adicional, la promesa de dejar de estar permanentemente preocupadas por su imagen o su popularidad, algo que para muchas es un lastre. En el momento en que te pones el burka o cualquier otra reja encima, dejas de preocuparte por tu aspecto.
¿Se sienten más libres bajo un burka?
Es la promesa. La realidad es muy distinta. La realidad es que las mujeres pasan inmediatamente a convertirse en esclavas. Esclavas que, por un lado, le dan al hombre ese estatus de guerrero y, por el otro, proporcionan cachorros. Además, esas mujeres reclutadas se convierten a su vez en reclutadoras. Es una manera de sublimar su frustración. No pueden reconocer que aquello que les ha hecho dejarlo todo es mentira, y se dedican a hacer creer que tienen un papel más activo, que son de verdad luchadoras. No hay lucha. Lo único que ofrece el yihadismo a las mujeres es esclavitud.
¿Hay alguna salida para las que ya están allí?
Es muy difícil. La única opción es escapar. Es lo que hizo Nadia Murad, una chica yazidí que fue secuestrada, permanentemente violada, y al final consiguió huir de DAESH. Las mujeres yazidíes sufren el nivel máximo de utilización y barbarie contra la mujer. Las cogen con un fin meramente sexual y, además, son vendibles, porque pertenecen a una minoría considerada execrable. Ni siquiera son musulmanas de las buenas. Nadia ha pasado de ser víctima a defensora de derechos y libertades. Se ha convertido en lo que tienen que ser las mujeres, agentes del cambio.
Y en el caso de las personas que se han unido a la causa yihadista voluntariamente, aunque hayan sido manipuladas, ¿hasta qué punto son ‘recuperables’?
La radicalización, como todo proceso, tiene fases, y según el momento en el que se intervenga se puede redirigir. No se trata de extirpar un cáncer porque ya no hay nada que hacer, sino de darte cuenta de que tu vecino está siendo víctima de un proceso del cual tiene parte de responsabilidad, por supuesto. Pero la sociedad también tiene la responsabilidad no solo de evitar que evolucione hasta convertirse en una amenaza para la seguridad, sino de recuperarlo y analizar qué está pasando para que no se reproduzca. Ha habido experiencias en muchos lugares que han logrado resultados muy positivos, pero tenemos que ser capaces de ponerlas en común. Es lo que pretende este proyecto, poner en marcha una red neural que ponga en contacto a las familias, los entornos educativos y sociales, los medios de comunicación y las instituciones locales, que son esenciales, y sistematizar la información. Es importante que todos nos demos cuenta de que ocurre, que es algo que está creciendo en Europa y que nos toca actuar. No tenemos que irnos fuera. España tiene claramente identificados a varios miles de personas que están en distintas fases del proceso de radicalización. Los focos están muy localizados y muy controlados: Ceuta, Cataluña – en especial Barcelona—, Murcia y en Andalucía, Málaga y Cádiz. Hace tres años el 3% de esas personas eran mujeres. Ahora son el 17%.
¿Cómo ha crecido tanto el número de mujeres radicalizadas? ¿Se está haciendo especial hincapié en su captación?
Sí, porque como decía, las necesitan. DAESH ya tiene redes de captación específicas formadas por mujeres, con mensajes y un lenguaje adaptados a las mujeres. Apoyadas, por supuesto, en la difusión gratuita y universal que ofrecen las redes sociales. DAESH es una gran compañía de marketing.
Europa se enfrenta a esta amenaza en un momento en el que todo el proyecto europeo está siendo muy cuestionado. Llegar a acuerdos no parece fácil en este momento.
Nuestra única oportunidad de vivir y jugar un papel relevante en el mundo es ser 500 millones en la Unión. No digo que no haya razones para criticar a la UE, porque las hay, pero también mucho desconocimiento. Los ciudadanos europeos no saben qué es la Unión Europea, y no lo saben porque sus respectivos y sucesivos gobiernos se han preocupado, de una manera nada inocente, de que no lo sepan. España es un ejemplo palmario. A los gobiernos les interesa, cuando les va bien, vender en casa lo que han conseguido, y cuando les val, decir que se lo han impuesto. Y no es así. En realidad, estamos atados de pies y manos por los gobiernos nacionales. Se supone que la Comisión Europea es el gobierno de Europa, pero el tratado de Lisboa le dio al Consejo la capacidad de dar mandato a la Comisión. Y el Parlamento Europeo, que debería ser el legislativo y tener capacidad e independencia legislativa, no la tiene. La Comisión tiene que proponer la legislación, e incluso cuando llega al Parlamento, el Consejo puede bloquear, rechazar y paralizar todas las iniciativas legislativas. Es un círculo infernal. Es imposible pedirle a un escorpión que deje de picar, y es imposible pedirle a un jefe de gobierno de un país que deje de mirar estrictamente por sus intereses nacionales y mire por los europeos. El único acuerdo que han sido capaces de firmar es el de Turquía, no digo más. La única solución es una unión federal en la que haya un ejecutivo, un legislativo y un poder judicial –que es el único que de momento funciona razonablemente bien– que sean independientes.