Acoso sexual: ¿Solas ante el peligro?
El terremoto generado por el caso Weinstein está haciendo que la sociedad se replantee su respuesta ante el acoso

Podría ser un buen guion para una película, pero no lo es. El escándalo protagonizado por el productor Harvey Weinstein ha destapado la plaga de los abusos, un problema de colosales dimensiones que no se limita al cine. Las mujeres se están uniendo para acabar con la impunidad. La batalla contra la cultura de la violación ha comenzado.

Una mujer famosa, estrella de Hollywood o en proceso de serlo, camina con paso firme por el hall de un gran hotel en Los Angeles. La recibe la asistente del productor más famoso del mundo, Harvey Weinstein, y le explica que la reunión tendrá lugar en la lujosa suite del jefe. La actriz duda, incluso muestra algún reparo, pero la asistente la anima. “Es lo normal. No tengas miedo, todas lo hacen”. Y la actriz sube. Luego, cuando él comienza su acercamiento, lo pasa mal, muy mal, fatal. Weinstein se echará sobre ella, con su 1,83 de estatura, sus más de cien kilos de peso y su fama de todopoderoso, y la arrinconará quizá entre una pared cubierta de papel pintado satinado y una cortina de brocado. Quizá la joven actriz consiga salir solo con un sobeteo, pero puede que además tenga que hacer una fellatio o acabe siendo violada en la lujosa suite. Ella podría ser Ashley Judd, Angelina Jolie, Gwyneth Paltrow, Lupita Nyong’o, Rose McGowan, Cara Delevingne, Kate Beckinsale o Léa Seydoux, por nombrar a solo algunas de las más de treinta mujeres que (de momento) han dicho haber sido acosadas por Weinstein. Una de las pocas que se animó a denunciarle en su momento, la modelo Ambra Battilana Gutierrez, consiguió incluso una grabación en la que se puede escuchar a Weinstein reconocer que la toqueteó e intentar convencerla para que entre en su habitación. Sin embargo, la oficina del fiscal del distrito de Manhattan decidió no presentar cargos contra él. Luego nos preguntamos por qué las mujeres no denuncian. Cierto que muchas de ellas ni siquiera han ido a la policía, ¿para qué malgastar el tiempo? Sin embargo, lo han hecho público. Lo han hecho tantas y con tal firmeza que, al fin, algo ha empezado a moverse, empezando por la expulsión de la Academia de Hollywood del otrora poderoso Weinstein.

Una sola luz brilla en el edificio de The New Yorker, la del escritorio en el que el periodista Ronan Farrow no para de teclear su ordenador con tal intensidad que casi genera llamas, aunque cada palabra está muy meditada. Sabe que está dando forma a una bomba informativa que lleva meses preparando con las periodistas de The New York Times Jodi Kantor y Megan Twohey. Ellas van a destapar la historia, pero es Farrow quien va a dar voz a las actrices Ashley Judd y Asia Argento. El periodista es hijo de Mia Farrow y Woody Allen, al que no dirige la palabra desde hace años por creer las acusaciones de abuso en su contra que hizo su hermana Dylan. Con 21 años se licenció en Derecho por la Universidad de Yale, pero siempre ha tenido claro que lo suyo era trabajar por los que más necesitan. Ronan ha crecido entre viajes a Darfur acompañando a su madre en su papel de Embajadora de Unicef. La revista Vanity Fair ha llegado a vaticinar que será presidente de los Estados Unidos cuando cumpla la edad mínima requerida, 35 años. Mientras, y como ya avisó en una carta publicada a raíz del escándalo de abusos en su familia, ha convertido la lucha contra la invisibilidad de las víctimas y la impunidad de los acosadores en su objetivo. De momento ya ha conseguido hacer tambalear los cimientos de Hollywood. No solo Weinstein está sufriendo las consecuencias. Matt Damon, Russell Crowe, Ben Affleck o Quentin Tarantino han sido señalados como encubridores. Además, casi cuarenta mujeres (de momento) han denunciado al director James Toback. También Patricia Arquette ha contado el hostigamiento sexual al que la sometió Oliver Stone. Lena Heady, Cersei Lannister en Juego de Tronos, reveló que sufrió acoso al comenzar su carrera. Björk ha denunciado supuestos abusos por parte de Lars Von Trier. Reese Witherspoon fue con 16 años acosada sexualmente por un director. Y el actor Anthony Rapp declaró que Kevin Spacey había intentado abusar de él cuando tenía 14. Tras esa acusación, ocho miembros del equipo de la serie House of Cards dijeron que con ellos también se había propasado. Netflix decidió inmediatamente prescindir de Spacey, que está siendo además eliminado de la nueva película, ya rodada, de Ridley Scott, y a quien han retirado su Emmy honorífico. Parece que no va a ser el único en perder su puesto de trabajo. Gal Gadot, la actriz que da vida a Wonder Woman, ha advertido a Warner Bros que no volverá a interpretar al personaje si no se despide al productor Brett Ratner, también acusado de abusos. Se acabó el sometimiento, las mujeres están conjurando el miedo mediante la unión.

La actriz Alyssa Milano está arrebujada en el sofá hablando por Skype con una amiga. Comentan el caso Weinstein. Milano, amiga de la esposa del productor, está horrorizada. La amiga con la que habla anima a la actriz a usar su fama para hacer algo. “Pide a las mujeres que hayan sufrido acoso que tuiteen #MeToo, así se pondrá de manifiesto la enormidad de este problema”, le pide, y la actriz lo hace. La respuesta es masiva, viral, trasciende las fronteras y muchas nos apuntamos porque, ¿adivinan?, lo hemos sufrido. #Yotambién se convierte en el hashtag contra la impunidad y da la vuelta al mundo.
Ana Isabel Bernal, profesora de Redes Sociales en la Universidad Oberta de Cataluña (UOC), periodista y feminista, señala que campañas como esta sirven, ante todo, para visibilizar y poner el foco en la responsabilidad de los agresores. “Pinchar en ese ‘hashtag’ y ver la cantidad de casos, tantas afectadas, en tantos idiomas, hace que nos demos cuenta de la dimensión real del problema. De que todo ese silencio ha estado motivado por una normalización del acoso y la impunidad de la que disfrutaban los agresores. El miedo nos ha frenado”, explica. Opina que este movimiento no hubiese sido posible hace diez años. El cambio, apunta, ha sido propiciado por el empoderamiento femenino. “Sirve como muestra de sororidad. Crear redes de apoyo, saber con qué compañeras puedes hablar sin que te prejuzguen o te dañen”.
En redes sociales, las mujeres sufren un extra de acoso por parte de haters especializados: tienen 27 veces más posibilidades de sufrir ataques, lo que además limita su derecho de expresión. “Cuando la opinión femenina rompe la barrera de los privilegios masculinos, la reacción más inmediata es cuestionar cada una de las palabras de la mujer. Y si replicas, empieza el acoso. Normalmente te ‘fichan’ y a la siguiente que escribes, vuelven a aparecer. Durante siglos las mujeres han tenido que callar y los hombres, opinar. Y ese estigma aún persiste”, señala Bernal, que ha sufrido en sus carnes el ciberacoso. “La vez que más temí fue cuando alguien entró en mi cuenta de Facebook y publicó todas mis fotos con familia o amigos en Twitter para señalarme, además de mostrar mis datos personales. La red social le cerró la cuenta”, recuerda. Enumera los insultos más típicos que ha recibido –como feminazi o puta- y alerta sobre los falsos aliados, esos tipos que pululan por las redes haciéndose pasar por feministas cuando “lo único que demandan al final es porno virtual”. La periodista detalla además los distintos rostros que asume el acoso en las redes. “La forma más básica es la reprobación. Otro es la ridiculización y hacer pasar a la mujer por loca. O, por ser una voz masculina, se sienten respaldos por el privilegio de la autoridad y reproducen mantras machistas cargados de ignorancia. Aunque les des datos, cifras, testimonios... da igual. Ellos están por encima”. En agosto de 2017, la Asamblea General de Naciones Unidas alertó del ciberacoso al que las profesionales de los medios se ven cada vez más sometidas. “Está poco perseguido porque no existe un repudio social frente el machismo, se tolera demasiado. Los siguen tratando como trolls, y no lo son. Son acosadores”, concluye.

La actriz y directora Leticia Dolera está ultimando un artículo para ElDiario. es que narra los episodios de acoso que sufrió con 18 y con 28 años. En una segunda parte analiza los monstruos sociales y patriarcales que acompañan al abuso y lo perpetuan. Cuando se publique, su texto se convertirá en viral y la llamarán para mil entrevistas, pero solo le preguntarán por la primera parte. La del morbo. “En realidad, la más importante es la segunda, donde explico los porqués”, indica. Dolera cuenta que se decidió a escribir porque muchos medios le habían preguntado por el caso Weinstein. “Pensé que era mi responsabilidad y lo coherente al ser feminista. Gracias a mi trabajo tengo un altavoz que permite que la sociedad me escuche. Decidí usarlo”. La cineasta, que ha terminado un libro sobre teoría feminista llamado Morder la manzana y está en plenos ensayos para su próxima película, apela a la responsabilidad de los medios para que “dejen de publicar artículos como ese de Diego Galán en el que fomentaba la cultura de la violación culpando a las personas que han sido acosadas en lugar de a los abusadores [el periódico El País retiró esa columna de su web]. Luego os preguntáis por qué no denunciamos… ¡Porque no nos creéis!”.
Según una macroencuesta de la UE, más de 100 millones de mujeres europeas han sufrido acoso, pero solo un 4% ha acudido a la policía. En España, además de Dolera, han dicho haberlo sufrido las actrices Aitana Sánchez Gijón, Carla Hidalgo o Maru Valdivieso, quienes lo contaron en la revista Yo Dona. Poco más. Buscando más opiniones en la industria del cine intento recabar la opinión de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA), pero no admiten preguntas sobre el tema y me remiten a la tibia nota de prensa que emitieron condenando cualquier tipo de acoso. Pregunto entonces a Ana Rosa Diego, directora, guionista y presidenta de la Asociación Andaluza de Mujeres de los Medios Audiovisuales (AAMMA), quien, ella sí, contesta desde un coche rumbo al Festival de Cine Iberoamericano de Huelva. “Nos parece un problema gravísimo. Yo nunca lo he sufrido pero sí conozco casos cercanos, siempre a actrices. Ellas me lo contaron confidencialmente y trataron de restarle importancia”, explica. “La labor de nuestra asociación es darnos visibilidad, crear redes y empoderarnos. Juntas somos más valientes, también ante el acoso. Es importante que no se quede en un terreno íntimo o privado”. Autora de un bellísimo documental sobre el poder curador de la danza en víctimas de la violencia de género, Río abierto, Diego reconoce que una de sus mayores preocupaciones es la violencia de género. “El acoso es una de sus versiones más sutiles y es como una epidemia. Anoche leía, en una guía de la guionista Carmen Ruiz Repullo sobre violencia de género en adolescentes, que ha aumentado mucho el número de denuncias, pero no es porque haya más casos, sino porque ahora saben que es un problema. Eso me hace pensar que estamos tomando conciencia y vamos por buen camino”.

La joven Devi lee abstraída en un autobús rumbo a la universidad un artículo en el periódico sobre los abusos sexuales en el mundo del cine. En él hablan de Hollywood, pero también se reprueba la conducta de actores de Bollywood como Shiney Ahuja o el famoso Dileep, acusado de secuestro y violación. Incluso mencionan a un director surcoreano del que no ha oído hablar, Kim Ki-duk. Acusado de pegar a una actriz, reconoció haberlo hecho solo para conseguir un mayor realismo. La estudiante está confusa. Al parecer, las denuncias de esas mujeres están consiguiendo que, con mayor o menor fortuna, se hable del acoso. Devi mira por la ventana y piensa que tal vez, si ella estuviera en la situación de esas actrices, se atrevería a denunciar. Esa es la clave para acabar con el problema.
“Todo lo que saque a la luz la realidad que los abusadores intentan ocultar contribuye a dar voz a las víctimas, a hacer que sientan que no están solas, que son escuchadas y que no se las va a relegar”, explica Carmela del Moral, portavoz de Save the Children. Según el último informe de la ong, en España entre un 10% y un 20% de la población ha sufrido abusos sexuales en la infancia. “Aunque sea feo, nos dé miedo y nos cueste, hay que hablar de ello. Cuantos más casos salgan a la luz, más cerca estaremos de una sociedad más igualitaria y segura, tanto para las mujeres como para niños y niñas”. Del Moral señala que para prevenir el acoso hay que hacer crecer a los menores en un entorno seguro y reforzar su autoestima. Otra medida de prevención es una educación afectivo-sexual reglada que permita que desde pequeños conozcan sus cuerpos, las relaciones en igualdad y que aprendan el consentimiento, algo fundamental y que no forma parte del currículo escolar español. “Así generaríamos adultos con vidas sexuales y afectivas más plenas y reduciríamos los abusos”, indica.

María José, de 17 años, ha encontrado su primer empleo en una oficina. Está feliz, aunque siente un poco de aprensión porque su jefe la mira mucho. La joven entra a llevarle unos papeles y él, tras decirle lo bonita que está con su minifalda, se abalanza sobre ella, sobándole los pechos y glúteos por encima de la ropa. “Si te acuestas conmigo, seguirás trabajando aquí”, le jadea al oído. Ella no solo no accede, sino que con valentía lo denuncia. El 23 de abril de 1990, la Sala Penal del Tribunal Supremo confirmó la sentencia de la Audiencia de Lérida de un año antes que señalaba que María José “pudo provocar, si acaso inocentemente, al empresario por su vestimenta”. Él fue condenado a una multa de 40.000 pesetas, pero ella sufrió la vejación de ser considerada incitadora del abuso. “Existe una banalización social de estas conductas, avaladas por la constante devaluación de la imagen de la mujer a través de su cosificación en los medios de comunicación y en base a los estereotipos y prejuicios sexistas que parten de la idea del ‘consentimiento sexual implícito’, hasta el punto de llegar a culpabilizar a la víctima por su vestimenta o por otro prejuicio”, explica Gloria Poyatos, magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Canarias y presidenta de la Asociación de Mujeres Juezas de España (AMJE). “Un ejemplo sería la ‘sentencia de la minifalda’, en la que, pese a condenar al empresario, se incluye un juicio moral a la víctima”. El acoso sexual en el trabajo es algo bastante nuevo en la legislación española. No fue considerado delito hasta 1995. “Antes de esa fecha era un actuar impunemente. Pero los prejuicios de género son inmunes a las leyes, por lo que sigue existiendo una tendencia social a minimizar la gravedad del acoso sexual. Que una trabajadora sea acosada a diario por su empleador se considera ‘tolerable’. Pero el acoso sexual no va incluido en el salario”.

Suena el timbre de la casa. Ring, ring… María se acerca a la puerta. Una vez ante ella, duda. No sabe si abrir. Mira por la mirilla. Hay un hombre. Vuelve a sonar el timbre, pero vemos que María, inmóvil ante la puerta, se ha convertido en estatua de sal. Está sola en casa. No va a abrir. El miedo decide por ella. El mensajero que le traía el regalo de una amiga se da la vuelta y se marcha pensando que no hay nadie. Laura no suele quedarse hasta tarde con sus amigos porque no le llega el dinero para un taxi y, como vive lejos de la parada del autobús, le da pavor volver sola a casa. Cuando se ha visto obligada a hacerlo, siempre lleva una de las llaves entre los dedos, como si pudiera con ella defenderse ante un posible ataque. Mónica siempre destacó por ser brillante y arriesgada pero desde que un profesor en la universidad la acorraló y se restregó contra ella -algo que sus compañeras de piso le aconsejaron callar porque “no era para tanto”-, jamás ha vuelto a quedarse a solas con un superior. Su jefe, tras darle vueltas, decide no ascenderla pese a ser la mejor de sus empleados porque la encuentra rara y demasiado reservada, como si escondiera algo. Todas estas mujeres son víctimas del acoso o de la simple posibilidad de que ocurra, de sus raíces oscuras. También de una educación que les ha enseñado que deben protegerse. La sociedad nos enseña desde niñas que no somos libres o, al menos, no tanto como los varones. El 53% de las mujeres de la Unión Europea evitan situaciones como las mencionadas por temor a sufrir algún tipo de violencia.
Los últimos datos sobre el acoso en España son de 2006. Un estudio posterior de la UE señala un 18% de acoso en España, donde solo se denuncian uno de cada cuatro casos. En el trabajo es especialmente grave, porque la mujer, ante el miedo a perderlo, aguanta más en silencio. Cristina Cuenca, profesora en la Universidad de Almería e investigadora de migraciones y violencia de género, es la autora del ensayo El acoso sexual: Un aspecto olvidado de la violencia de género. Una de sus conclusiones es que las posibilidades de sufrirlo aumentan cuando las condiciones laborales de la víctima son precarias. “No solo salarios bajos, sino contratos parciales o la falta de contrato… También las circunstancias personales de las mujeres. Sufren más acoso las migrantes y las mujeres solas con cargas familiares. Son más vulnerables”, explica. “Falla la sensibilización, porque las mujeres se sienten solas cuando sucede. No saben a dónde acudir. Además, es un delito difícil de probar. Falla el sistema judicial también, porque supone una doble victimización, puesto que la víctima debe revivir toda la violencia”. Cuenca destaca la importancia de detectar el acoso y verbalizarlo para que deje de estar normalizado. “Es verdad que ha existido siempre, pero también ha existido la tortura y eso no significa que debamos permitirla. El acoso es una forma de violencia y desigualdad con la que debemos terminar”.

Estamos en el futuro. Leticia Dolera rueda su próxima película. El set es un lío ordenado de cables y personas. Hay un ensayo pero la directora apenas atiende porque acaba de contemplar un caso de acoso en una esquina. Sin dudar ni un segundo, levanta la voz para denunciar lo que ha visto. De vuelta al mundo real, le pregunto qué haría en ese hipotético caso. ¿Lo denunciaría públicamente? “Sí, es lo que haría. Decirlo. Denunciarlo. Ahora ya sí. Por mi experiencia, pero también porque el feminismo ha sido una herramienta que me ha enseñado a tener voz. Desde pequeñas nos adoctrinan para minimizar el acoso. Hay que romper con eso y pensar que tienes todo el derecho a denunciarlo. No tenemos por qué aguantar nada que nos haga sentir incómodas, ni piropos, ni ninguna otra cosa”.
Al cierre de este reportaje siguen haciéndose públicos nuevos casos de acoso alrededor del mundo. Desde Hollywood a Bollywood. También en la moda, el deporte, el arte o la política (un responsable del gobierno galés denunciado se suicidó hace unas semanas). En todos los sectores. Parece que la plaga tiene proporciones bíblicas. Por ello Dolera cree que “el Gobierno debería invertir en dar charlas en los institutos para hablar a los jóvenes de machismo y de violencia de género. La clave es la educación en igualdad. Ha llegado el momento de plantarnos y dejar de pensar que no es para tanto o que solo hay abuso cuando hay penetración. Tenemos que declarar la guerra a la cultura de la violación”.
Este reportaje se ha publicado primero en el tercer número de nuestra edición en papel.