“Ser mujer y homosexual pesaba demasiado para pilotar un avión”
Patricia Campos Doménech es piloto de reactores, entrenadora de fútbol y voluntaria en África
Está claro que a Patricia Campos Doménech no le asustan ni los retos ni los prejuicios. A base de fuerza y tesón ha conseguido destacar en dos mundos tan tradicionalmente masculinos como el ejército y el fútbol. Es la única mujer de nuestras Fuerzas Armadas que ha pilotado un reactor. También es la primera española entrenadora profesional de fútbol en Estados Unidos y trabaja de voluntaria en Uganda, un país en el que hasta no hace mucho ser lesbiana —ella lo es— era un delito. Tampoco ha sido fácil. Además de jugarse el tipo en África, Patricia Campos ha tenido que superar el machismo de su padre, la discriminación que, dice, todavía domina en el ejército (en su caso doble, por su condición de mujer y homosexual) y marcharse a Estados Unidos para poder vivir de su gran pasión. Es la historia que cuenta en el libro Tierra, mar y aire.
¿Cuál es la situación real de la mujer en las Fuerzas Armadas?
Las mujeres hemos sido impuestas en las Fuerzas Armadas y no nos han recibido como a cualquier otro compañero. Aunque tengamos que superar la misma oposición que un hombre para ser piloto, no se nos ve ni se nos valora de la misma manera. Ser mujer y desempeñar un trabajo de hombre te sitúa en el punto de mira. Tienes que demostrar cada día que eres una profesional y, además, aguantar el desprecio y el machismo de muchos de tus compañeros.

¿Sufriste una dosis de discriminación ‘extra’ por tu orientación sexual?
La mujer homosexual es doblemente discriminada: por mujer y por lesbiana. Con el tiempo comprendí que el hecho de ser mujer y homosexual pesaba demasiado para pilotar un avión.
¿Qué te hizo dejarlo finalmente?
Llegó un momento en el que no me reconocía a mí misma. Acabas viendo como normales situaciones machistas y homófobas. Por eso al escribir Tierra, mar y aire sentí que hacía lo correcto. El mundo tenía que saber lo que está pasando, cómo nos comportamos cuando pensamos que nadie nos ve y nos sentimos protegidos por nuestro entorno. Cuando formas parte de una estructura que no comparte ni respeta tus valores no te sientes bien. Y es una pena, todos los días echo de menos pilotar un reactor.
¿Cómo surgió la posibilidad de entrenar en Estados Unidos?
Me encanta el fútbol, juego desde que recuerdo. Siempre quise ser entrenadora profesional, y en España a una mujer ni siquiera se la considera para desempeñar ese trabajo, así que tuve que marcharme a Estados Unidos, donde sí me dieron una oportunidad, algo de lo que estaré siempre agradecida.
¿Es muy distinta la situación del deporte femenino allí?
Su cultura es diferente a la nuestra. Las mujeres pueden vivir del deporte, las marcas las apoyan y las niñas las admiran. Las jóvenes saben que siendo buenas deportistas pueden conseguir becas para ir a las mejores universidades y después ser profesionales.
¿Te gustaría entrenar algún día en España?
Por supuesto, aunque lo veo no imposible, pero sí difícil. Quizá nosotras nunca podamos vivir del deporte femenino, pero quiero pensar que las próximas generaciones sí lo harán.
También trabajas de voluntaria en Uganda, un país en el que la homofobia era legal hasta 2012. ¿Hasta qué punto es peligroso ser lesbiana allí?
Ir a Uganda es peligroso siempre. Si eres blanca, mujer y homosexual, todavía más. Cuando voy a Uganda me pongo el disfraz de heterosexual que tanto he usado como piloto e intento sobrevivir a lo que me voy encontrando. Es cierto que cuando te ves acorralada, la muerte es una salida razonable, preferible a que te cojan viva. En realidad, cuando los seres humanos tenemos la certeza de la muerte, la vivimos con mucha tranquilidad.
Cuéntanos más sobre tu trabajo allí.
Básicamente doy y recibo felicidad. Doy clases de español por la mañana y entreno al fútbol por las tardes. Tengo tres equipos: niños, niñas y mujeres con sida. A través del deporte los niños se sienten parte de algo importante y adquieren responsabilidades. Para mí es como devolver al deporte algo de lo que me ha dado. Estoy enganchada. Todos los días aprendo de su valentía, su fuerza y su alegría. Escuchar sus necesidades e intentar hacer realidad sus sueños es algo que me motiva y que compensa las duras situaciones que vivo allí cada día.
Y ahora entrenas en Hawái. ¿Cómo es la vida allí?
Hawái es precioso. Su clima, sus vistas y sus playas son únicas. Me vine a la isla tras recibir una oferta del Honolulu Bulls Soccer Club. Además de entrenar también juego en diferentes equipos, y aprovecho los ratos libres para surfear y hacer rutas de senderismo.
Has sido pionera en muchos sentidos. ¿Te consideras un referente?
Para nada. Soy una mujer que lucha por ser dueña de su vida. Todos somos capaces de decidir por nosotros mismos. Pero a veces, sobre todo a las mujeres, se nos encaja en un papel y no nos atrevemos a salir de él. Si alguien lee mi historia y eso le impulsa a un camino de liberación personal y felicidad, me conformo con ser ese estímulo.
¿Y feminista?
Por supuesto que sí. Soy feminista porque el mundo debería ser un lugar seguro para las mujeres. Soy feminista porque cuando violan a una mujer la sociedad se pregunta qué ropa llevaba y si se lo estaba buscando. Soy feminista porque las tetas sirven para vender desde un perfume a un detergente, pero no te atrevas a dar de mamar en público. Soy feminista porque las niñas en África no tienen derecho a la educación, porque no deberían existir los matrimonios infantiles y porque hay muchas leyes que regulan el cuerpo de las mujeres, pero ninguna que regule el cuerpo de los hombres. Soy feminista porque desde pequeñas nos dicen lo que podemos y no podemos hacer. Soy feminista porque en Arabia Saudí las mujeres no pueden conducir o votar. Soy feminista porque el 38% de las mujeres que mueren en el mundo lo hacen a causa de la violencia de género y porque en todas las guerras provocadas por hombres las mujeres son las que más sufren: mutiladas, violadas, quemadas con ácido, esclavizadas… En definitiva, soy feminista porque no todas las mujeres tienen los mismos derechos que yo.
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