El lucrativo negocio de la fertilidad

El nuevo mercado de las clínicas son las veinteañeras fértiles y sanas

Fotos: Shutterstock

Ante el retraso de la maternidad, la ciencia inventa nuevos modos de burlar las limitaciones impuestas por nuestra biología. Al tiempo que se perfeccionan técnicas como la fecundación in vitro o la congelación de óvulos, se investigan nuevas opciones como la impresión de ovarios en 3D o el rejuvenecimiento de los gametos con células madre. 

Una especie que no puede reproducirse. Que se acaba. Que sufre, con el útero seco, los mezquinos minutos que le restan de vida. Las peores pesadillas de nuestra especie se alimentan del miedo de que, algún día, este “animal prodigioso con la delirante obsesión de querer perdurar”, que cantaba Drexler, desaparezca. Y aunque tal distopía no parece tener visos de convertirse en realidad, pues la población mundial no para de crecer a velocidades nunca antes vistas, la tendencia en Occidente ha cambiado. En España, sin ir más lejos, nacieron 391.930 bebés el año pasado, frente a los 408.384 de 2016, y los 420.390 de 2015, una tendencia a la baja que comenzó en 2008.

Esta contención es, principalmente, obra de la planificación familiar, pero por el camino se han sumado algunas trabas no voluntarias que dificultan el mandato biológico de la procreación. Según el estudio La infecundidad en España: tic-tac, tic-tac, tic-tac!!!, el descenso en la natalidad se debe en un 2% a la infertilidad. La infertilidad, es decir, la imposibilidad de llevar a término un embarazo de manera natural, está reconocida como una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La ciencia lleva años intentando ayudar a la naturaleza para que el deseo de ser padres se vea cumplido. En 1978 nació Louise Brown, la primera bebé probeta. El médico Robert G. Edwards, Premio Nobel de Medicina, y el ginecólogo Patrick Steptoe fueron los responsables de crear la primera vida humana en un laboratorio. Mucho antes, en 1785, un hombre con un problema congénito en el pene ya había podido engendrar un niño con su pareja gracias a la inseminación artificial, con la intervención del doctor John Hunter.

Desde entonces se ha avanzado mucho. En la actualidad, como explica Luis Martínez Navarro, presidente de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), “las técnicas más populares y efectivas que existen para combatir la infertilidad son la cirugía, la inseminación artificial y la fecundación in vitro”. En España, el primer embrión fecundado fuera del cuerpo de la mujer vino al mundo en 1984. Se llama Victoria Anna y su madre científica fue la bióloga Anna Veiga, directora de I+D del área de Biología del Servicio de Medicina de la Reproducción de Dexeus Mujer.

Veiga trabaja ahora en algo que podría convertirse en la nueva revolución contra la infertilidad: rejuvenecer los gametos con células madre. En los últimos años, revertir el envejecimiento de las células reproductoras ha dejado de ser una idea propia de la ciencia ficción. En un artículo publicado en Nature en 2016, un equipo de investigadores de la Universidad de Kyushu (Japón) aseguraba que habían conseguido generar óvulos de ratón totalmente funcionales a partir de células germinales primigenias (las precursoras de los gametos), obtenidas de la piel de la cola del animal. Aunque los investigadores reportaron problemas y aún queda mucha investigación por delante para que se convierta en una solución clínica, no deja de ser una técnica prometedora.

Otra línea de investigación que también parece sacada de un film futurista, y que también se encuentra en una fase temprana de desarrollo, es la impresión de ovarios en 3D. Un equipo estadounidense ha conseguido este año fabricar e implantar con éxito en un ratón hembra un ovario funcional impreso en 3D con un biogel derivado de proteína animal que sirve como soporte para la proliferación de folículos ováricos. Los científicos lo han diseñado pensando en mujeres con cánceres con metástasis sin opciones de fertilidad tras el tratamiento.

De momento, y con las técnicas actualmente disponibles en el mercado, lo que está claro es que el de ser padres puede ser un deseo caro de cumplir. Solo el procedimiento de fecundación in vitro (FIV) cuesta 4.000 euros, indica María Arriaza, de la clínica Ginemed. El montante global del proceso puede oscilar entre los 6.000 y 9.000 euros, dependiendo del éxito de la implantación y de factores como si se congelan o no los óvulos, si son propios o se hace con material genético de donante, etcétera. La Seguridad Social cubre de tres a seis intentos en caso de infertilidad comprobada. Solo si la mujer es menor de 40 años (en el caso del hombre, la edad límite es 55 años). Pero de esta lucha contra el fantasma de la infertilidad ha florecido también un vergel de empresas privadas. La SEF tiene contabilizadas unas doscientas clínicas. En total, los centros calculan que en torno al 3% de los bebés que nacen en España son fruto de una técnica de reproducción asistida.  

Nuestro país se ha convertido, además, en una suerte de destino turístico reproductivo. Desde 1997 hasta 2015, el último registro disponible, España alcanzó los 119.875 ciclos de tratamiento, lo que nos sitúa a la cabeza de Europa en esta materia. Igual que en los setenta y los ochenta las mujeres que querían abortar y podían permitírselo viajaban a Inglaterra, hoy son muchas las parejas y las mujeres solas que vienen desde otros lugares de Europa para tratarse en clínicas españolas. Para Pascual Sánchez Martín, director médico de Ginemed, las razones son claras: “La legislación que tenemos es atractiva para nuestros vecinos europeos. Por ejemplo, mientras en Francia se prohibía la inseminación de mujeres solas o parejas de lesbianas, aquí podía hacerse libremente. Aquí, además, los donantes de gametos son anónimos y se puede implantar un embrión a una mujer mayor de 46 años”.

Las razones para la infertilidad son diversas, desde una disposición genética a lo que se da en llamar esterilidad social, provocada por malos hábitos como el tabaco o el sedentarismo. Se estima que están detrás del 25% de los casos de dificultades para concebir. En cuestiones de fertilidad, uno no solo paga sus decisiones, también las de sus abuelos. Según Sánchez Martín, la epigenética, la activación o no de genes dependiendo de factores ambientales, hace efecto “en al menos dos generaciones”, por lo que las consecuencias de un fumador empedernido podrían alcanzar a una nieta que nace con menos óvulos de lo habitual. 

En cualquier caso, el factor más determinante sigue siendo la edad. Cualquier mujer joven que eche un breve vistazo a las webs de las clínicas de fertilidad se llevará un mensaje claro y aterrador: se le ‘pasa el arroz’. Si bien hay quien piensa que la mujer es fértil hasta la menopausia, lo cierto es que las probabilidades de concebir se van reduciendo poco a poco a partir de los 25 años: “A partir de los 35 años las posibilidades reproductivas de la mujer disminuyen, tanto por su calidad ovocitara como embrionaria. Es importante que la sociedad tome conciencia de que la fertilidad femenina es caduca y que si decidimos retrasar la edad natural del embarazo (entre los 18 y los 35 años) debemos prevenir el impacto del paso tiempo”, explica el presidente de la SEF. 

Es evidente que los hijos se tienen cada vez más tarde. Según el Instituto Nacional de Estadística, las mujeres han pasado de dar a luz a su primer niño a los 28,8 años de media en 1990, a los 32 años de 2017. Y algo aún más revelador: un tercio de los recién nacidos ya tienen madres mayores de 35 años. Aunque el dedo culpabilizador señale habitualmente a la mujer, la reproducción necesita dos gametos, y las causas de infertilidad son mixtas. Según María Arriaza, “aproximadamente un tercio se debe a causas femeninas, otro tercio a masculinas y otro a causas mixtas”. “A los hombres no les afecta tanto la edad como los problemas ambientales”, indica Martínez Navarro. “Aunque solemos feminizar el tema de la reproducción, porque es la mujer la que gesta y da a luz al bebé, el hombre es parte activa en el tratamiento de reproducción y requiere seguir unas pautas y, a veces, ser tratado para mejorar el pronóstico reproductivo”. La fertilidad femenina, eso sí, tiene una fecha de caducidad más pronta. “Es importante que las mujeres preserven antes de los 35 y que sean madres antes de los 49 años, pues más adelante podrían poner en riesgo su salud y la del bebé”, recomienda.

Se cuentan por cientos las aplicaciones móviles que buscan ayudar a las parejas en la tarea de aumentar sus posibilidades de concebir. Unas son simples calendarios; otras, más complejas, tienen en cuenta variables como la duración de los ciclos, el historial clínico o los hábitos de la mujer. En algunos casos implican el uso de weareables que recogen en tiempo real datos como la temperatura basal, un indicador de los ciclos menstruales. Es el caso de Ava, una pulsera que monitoriza durante la noche la fertilidad femenina a partir diez parámetros fisiológicos con los que posteriormente trabaja un algoritmo para detectar la ventana fértil. Según la compañía, esta pulsera identifica una media de 5,3 días fértiles por ciclo menstrual, y lo hace con una precisión del 89%

Más allá de eso, la ciencia ha ingeniado una solución a esta limitación biológica que impone el paso del tiempo: congelar los gametos. Concretamente vitrificarlos, una técnica de congelación rápida que evita la formación de cristales y mantiene los óvulos preservados indefinidamente, hasta que la mujer decida cuál es el momento adecuado. Si bien no hay ninguna norma en cuanto a la edad límite para implantar esos óvulos, “hay una especie de acuerdo tácito que dice que no más allá de los 50 años, porque se puede resentir la salud de la madre y el hijo”, indica Sánchez Martín. Esta técnica empezó a implementarse con mujeres con cáncer, que a día de hoy sigue siendo el único motivo cubierto por la sanidad pública.

Sin embargo, el objetivo de las clínicas privadas actualmente no es tanto el paciente con problemas médicos ni la mujer al final de su edad fértil, sino las chicas de veintipocos, cuya salud reproductiva aún no se ha puesto en entredicho. La mayoría ofrece tests de fertilidad e incluso una primera consulta gratuita en la que se informa de la calidad de la reserva ovárica. Desde Ginemed aseguran que esta información “es muy importante. Nos ha tocado vivir una época de empoderamiento, viajamos, trabajamos. Las jóvenes se preocupan cada vez más por su fertilidad, porque cada vez están más informadas”.

Sin embargo, y aunque la cuestión preocupe, no es una técnica al alcance de todos los bolsillos. Según la clínica IVI, extraer y conservar los óvulos durante cinco años cuesta 2.630 euros. Algunas empresas como Google o Facebook están empezando a firmar acuerdos con ellos para financiar la congelación de óvulos a las empleadas que quieran retrasar la maternidad. Para algunos es una victoria de las trabajadoras, otros sospechan que se trata de un regalo envenenado. “Lamentablemente, se trata otra vez del patriarcado ejerciendo control sobre nuestros cuerpos”, apunta Patricia Merino, antropóloga y autora de Maternidad, igualdad y fraternidad (Clave Intelectual).

Para aquellas que no hayan querido o no hayan llegado a tiempo para preservar sus óvulos, la ciencia ofrece otra solución: utilizar el material genético de una donante. Esta práctica se realiza con gametos tanto femeninos como masculinos, y permite a la mujer vivir la experiencia de la maternidad al completo, aunque no transmita su material genético (o el de su pareja). También es una práctica habitual en las parejas formadas por mujeres: mediante la técnica denominada ROPA una de las madres aporta el óvulo mientras que la otra lleva a cabo el embarazo. Algunos llaman a este proceso adopción de embriones. Aunque en España la donación de gametos sea estrictamente anónima (la razón por la que no se pueden usar, por ejemplo, óvulos de una hermana), las clínicas intentan llevar hasta el final la ilusión de maternidad completa. Los donantes, tanto hombres como mujeres, se seleccionan entre cientos de donantes con características fenotípicas similares a las de la receptora. La raza, grupo sanguíneo y Rh, la estatura, el color de piel, ojos y pelo son algunos de los más frecuentes. De este modo, el hijo seguirá pareciéndose a sus padres aunque no comparta con ellos ni un solo gen.

La donación de semen es, como se intuye, un proceso rápido e inocuo. En el caso de los óvulos es necesaria una intervención quirúrgica, igual que con la extracción de óvulos para vitrificar. Tras unos días tomando hormonas para madurar más de un ovocito, y si todo sale bien, se realiza una punción para extraer los óvulos. Muchos testimonios de donantes lo describen como un proceso incómodo, doloroso y a veces incluso con riesgos para la salud, aunque desde las clínicas consultadas afirman que se trata de un procedimiento “de muy bajo riesgo”. Se compensa con alrededor de 1.000 euros. Hace unos años, era muy común que anuncios para encontrar donantes empapelaran los tablones de las facultades, buscando jóvenes a las que les hiciera falta un empujoncito en la cuenta corriente. Colectivos feministas denuncian que esta práctica supone una mercantilización del cuerpo de la mujer y lo aleja del espíritu supuestamente altruista del gesto; es decir, que lo convierte en una compraventa en lugar de una donación. La idea de que las personas menos favorecidas de la sociedad acaben asumiendo el peso de las tareas reproductivas para la gente adinerada no es nueva, y entronca con la polémica de los vientres de alquiler.

En opinión de Merino, estos mensajes sobre la obsolescencia del aparato reproductivo en el fondo esconden la idea de que “la maternidad es una tara”. Para la antropóloga, los problemas a los que se enfrenta la mujer en el mundo laboral (la precarización del empleo femenino, la brecha salarial o incluso el techo de cristal) no se solucionan retrasando la maternidad. La solución, afirma, sería “revalorizar los cuidados, y remunerar la maternidad como parte central de ellos. Hoy en día los cuidados no están presentes en la regulación, y nos ocupan la mitad del tiempo”. Si bien el control de la fertilidad es sin duda una victoria para las mujeres, esta tendencia a “retrasar la maternidad no porque quieras, sino porque así serás más productiva, es una victoria del sistema capitalista”, concluye.

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