“Nos bañamos en aguas donde miles de personas están perdiendo la vida”

Paula Farias es médico, trabajadora humanitaria y escritora

Paula Farias. Fotos: Santiago Ojeda.

Piel de deriva es la última novela de Paula Farias, un libro que habla de resistencias y también de farsas, esas sobre las que dice su autora, se construye la Historia. Antes que escritora, Paula Farias es médico y trabajadora humanitaria, y como sus anteriores novelas, esta también tiene mucho que ver con su propia experiencia. En ella aparecen el Mediterráneo, la Primavera Árabe, la India, los desguazaderos… “Me di cuenta de que tenía varias historias que me han ocurrido a mí o que he vivido de cerca, que, de alguna manera, escondían una farsa. Me gustó la idea de usar la farsa como hilo conductor, porque en lo que está pasando en el Mediterráneo y en tantos hay una lectura de la realidad que no tiene nada que ver con lo que de verdad ocurre. En general, en la Historia con mayúsculas hay mucha farsa. Me parecía interesante coger a esos personajes menudos que sostienen esas farsas y contar sus miserias y sus pequeñas grandezas”.

Después de unos años navegando con Greenpeace, Paula Farias comenzó a trabajar para Médicos Sin Fronteras en la guerra de los Balcanes, lo que la llevó después a coordinar emergencias en catástrofes naturales, epidemias y conflictos armados. Tras presidir Médicos Sin Fronteras, puso en marcha las operaciones de rescate que la organización desplegó en el Mediterráneo para dar respuesta a una crisis todavía muy en nuestros mares y en las páginas de Piel de deriva.

¿Qué situaciones de las que narras has vivido en tu propia piel?

Te diría que casi todas. No exactamente como están narradas, claro, hay mucha literatura de por medio. De todas maneras, a mí me ocurre mucho que vivo situaciones con compañeros y cuando las cuento, esos compañeros que estaban conmigo me dicen: pero ¿tú dónde has vivido eso? La realidad depende de los ojos con que la miras y luego hay gente que no tiene el don de encontrar el cuento y otros que le vemos un cuento a casi todo. Entonces, ¿cuánto hay de real? Pues todo y nada. Es una ficción de principio a fin: coges las historias, las juntas, las agitas y el conejo que te sale de la chistera nada tiene que ver con los ingredientes.

Una de las protagonistas es una capitana, una mujer en un mundo de hombres. Tú has trabajado como cooperante en el mar, ¿cómo es ser mujer a bordo de un barco?

En los barcos de Médicos sin Fronteras hay muchas mujeres. Los equipos de las oenegés de los barcos de rescate suele haber muchas mujeres, pero no forman parte de las tripulaciones de marinos. Hay muy pocas oficiales y las capitanas se pueden contar con los dedos de una mano. En general, ser mujer a bordo de un barco es una rareza. En la marina mercante y en la de la pesca hay poquísimas. El mar es femenino, pero lo navegan los hombres.

También has sido coordinadora de operaciones de rescate de Médicos sin Fronteras en el Mediterráneo. ¿Somos conscientes de la cantidad de migrantes que intentan escapar de sus países lanzándose al mar?

La realidad está ahí, accesible para todo el mundo, el que no es consciente es porque no quiere. Es cierto que los medios le dan cobertura de una forma muy irregular. Cuando hay un naufragio o una percha buena para la noticia, sí se le da más relevancia. Pero el goteo de muertes es constante. Nos bañamos en aguas donde miles de personas están perdiendo la vida. Evidentemente, no verlo es lo más cómodo. Además, el horror también fatiga, pero no es una realidad oculta, el que quiere tiene la información. No hay que hacer periodismo de investigación para saber qué está pasando.

¿Tú has llegado a sentir esa fatiga?

Para nosotros las crisis humanitarias son nuestra oficina: el horror, la gente pasándolo mal y nuestro trabajo es ayudarles a volver a ponerse en pie. De eso no te cansas, aunque lógicamente es un trabajo extenuante.

¿Qué te llegó antes, la vocación de médico o la de cooperante?

Yo quería ser médico para hacer cooperación. Estudié Medicina con esa idea y me especialicé en medicina de familia, una especialidad que te permite trabajar en contextos varios. Luego hice medicina tropical, y a partir de ahí primero estuve embarcada un tiempo con Greenpeace y luego pasé a formar parte de Médicos Sin Fronteras. Ahí es donde he hecho toda mi carrera en el mundo humanitario.

Has estado en guerras y has escrito sobre ello. Tu anterior novela, Fantasmas Azules, se enmarca en Afganistán. ¿Cómo es trabajar en países donde las mujeres apenas tienen derechos?

Complicado. Tienes que invertir mucho tiempo en hacerte un espacio, un lugar para poder trabajar y donde lo que tú digas se escuche. En esos lugares no es que las mujeres no tengan reconocimiento, es que directamente no cuentan.

¿Y cómo hacías para que te escuchasen?

En el equipo en el que yo estaba al principio éramos ocho de Médicos sin Fronteras y todos eran hombres menos yo. Me costó bastante que las autoridades locales me dejaran trabajar. Pero al final yo era médico, y cuando eres el único médico en cientos de kilómetros a la redonda, no les queda más remedio que escucharte.

En 2015 adaptaste al cine con Fernando León de Aranoa tu primera novela, Dejarse llover, que acabó ganando un Goya al mejor guion adaptado. ¿Cómo recuerdas la experiencia?

Lo del Goya, con placer. La verdad que escribir un guion sobre una novela mía fue un ejercicio muy interesante. El cine es otro lenguaje que no tiene nada que ver con la literatura, no solo en la forma de contar, sino también de estructurar. En el cine todo se cuenta con imágenes. No te permite los circunloquios que te permite la literatura. La acción tiene que avanzar siempre, la historia tiene que moverse en cada escena. En literatura no, la literatura te permite darle mil vueltas a una idea. Además, una novela es una cosa tuya. Te sientas en casa y escribes en absoluta soledad. Tú decides donde van las comas, los capítulos, los títulos... El cine es todo lo contrario, en una película participan cientos de personas.

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