“La visión que las mujeres tienen sobre el mundo todavía se ve como una amenaza”

Anna Caballé es la presidenta del colectivo Clásicas y Modernas, Premio MAS Comunidad de Madrid 2020

Anna Caballé. Foto: Manuel Outumuro.

Los orígenes de Clásicas y Modernas (CyM) están en un grupo de mujeres muy vinculadas al mundo de la literatura y las artes escénicas  —Laura Freixas, Margarita Borja y Diana Raznovichv, entre otras—  que en los años noventa no veían la forma de poder integrarse en un sistema cultural donde la supremacía masculina era  evidente… y “humillante”, precisa Anna Caballé, presidenta de la asociación desde hace tres años. “Las mujeres en España carecían de autoridad, de prestigio cultural, de peso político o científico, de reconocimiento,  pese a su elevado número y dedicación. Asociarse para denunciar prácticas injustas fue la manera que encontraron de protegerse. Ahora tenemos más de cuatrocientas socias y formamos un gran equipo, muy luchador”, dice orgullosa. La asociación, que lleva a cabo estudios, eventos, foros y una activa labor de denuncia de la desigualdad en los premios y concursos culturales, ha recibido este año el Premio MAS Comunidad, que en cada edición de los Premios Mujeres a Seguir concede la Comunidad de Madrid para reconocer a un colectivo que trabaje por el progreso de la mujer en algún ámbito profesional.

¿Por qué ‘Clásicas y Modernas’?

Fue la forma de señalar el carácter bicéfalo de la asociación. Clásicas porque nos propusimos como deber moral reconocer el legado de quienes nos han precedido en la lucha histórica del feminismo. Reconocer ese legado, estudiarlo y divulgarlo. En definitiva, contribuir a que su memoria se mantenga viva. Modernas porque somos mujeres de hoy y nuestros retos son  distintos de los de las mujeres del pasado. Tradición e innovación, pasado y futuro. Clásicas y Modernas a un tiempo.

Parece que en los últimos años la cultura se ha convertido en uno de los principales campos de batalla de la lucha por la igualdad. ¿Por qué el ámbito cultural ha cobrado ese protagonismo ahora? 

Freud señalaba en un ensayo que tituló El malestar de la cultura que los seres humanos vivimos amenazados por el sufrimiento. Sufrimiento que nos viene del propio cuerpo, del mundo exterior y de la relación con los demás. Con mucha perspicacia Freud observa que tal vez este último sea el más doloroso. De modo que ante el sufrimiento y las dificultades que a todos se nos plantean en la vida constantemente  tenemos dos posibilidades: dejarnos llevar por los instintos y combatir las dificultades de forma violenta y radical o bien potenciar otras fuentes de placer no derivadas del deseo de obtener felicidad a toda costa. Por ejemplo,  el trabajo psíquico e intelectual. Entonces el destino digamos que  puede poco contra el individuo porque este se ha convertido en un ser flexible que puede gestionar la frustración sin caer en la violencia,  el maltrato, la agresividad o la desesperación. Es decir que para Freud la cultura nace como una forma de sublimar el malestar que ocasiona la vida física y material con toda su complejidad a cuestas. Digo esto para justificar la importancia de la cultura para la convivencia humana. Y pienso en  las mujeres, muy especialmente, porque la cultura es la forma que tenemos, en general,  de compensar la perturbación de la convivencia  ocasionada por la agresividad. Las mujeres leen, escriben, visitan  los museos, asisten a conferencias, pintan, danzan, practican la meditación y, en muchos casos, se nota que aman su trabajo, cuando es un trabajo que lo permite, naturalmente. Luchan, en definitiva, por no dejarse llevar por la entropía del entorno de una forma enriquecedora. Es nuestro espacio esencial de convivencia con el mundo y por eso le damos tantísima importancia. Pero estamos en un momento muy delicado de la historia de la humanidad. El talante angustiado, la infelicidad que vemos a nuestro alrededor, en parte debida a la pandemia que nos asola, pero en parte debida  a modos de pensar y de actuar  como sociedad   que se demuestran  exhaustos, que no dan más de sí. Hemos llegado tan lejos en el intento de dominar  la Naturaleza y de explotar al Otro que  se requiere una nueva orientación política y sobre todo ética. Hay  que  proteger la esperanza y las legítimas ilusiones que debemos tener como individuos de la especie humana. Sin esperanza no hay futuro. Ahora la necesitamos más que nunca.

En 2019, CyM y otras asociaciones de mujeres del sector (MAV, CIMA, y MM) pusieron en marcha el Observatorio para la Igualdad de Género en la Cultura. ¿Qué balance hacen de este primer año? 

Un balance  positivo, hay una nueva conciencia social sobre dónde están y dónde deben estar  las mujeres en el mundo de la cultura que hace tan solo diez o quince años apenas existía. En todo caso, para nosotras, me refiero a todas las asociaciones que cita y también las que podrán sumarse al Observatorio en el futuro si reúnen unas mínimas condiciones, es la primera vez que colaboramos con el Gobierno (a través del Ministerio de Cultura) para ver cómo se puede  corregir la desigualdad, con qué mecanismos. Y se está avanzando, desde luego. El primer informe que se ha encargado desde el Observatorio y que ha sido financiado por el Ministerio de Cultura señala una presencia más equilibrada de mujeres, en torno al 60/40 (mínimo legal) en la Administración pública y en los órganos colegiados, sobre todo en los jurados y en las comisiones de valoración. Pero el informe  señala un problema muy preocupante y es que se mantiene la desigualdad estructural. Hay una especie de actitud infantil  con la que desde las instituciones se puede aplicar la Ley de Igualdad. Es decir, que incorporando, por ejemplo, a una mujer  comprometida con el feminismo, en una comisión, jurado, mesa redonda, programación, etcétera ya se cubre el expediente. Pero no es eso. No se trata de cubrir ningún expediente, se trata de que las mujeres puedan participar en igualdad de condiciones en la elaboración de las políticas culturales. El problema está en el difícil acceso  de las mujeres a aquellos puestos que ocupan el ápice directivo. En poder acceder a los cargos que deciden la política cultural, es decir los que definen el canon cultural  a través de sus acciones y decisiones. Lo que buscamos es romper de una vez por todas el techo de cristal y que el peso activo de las mujeres ocupando puestos de responsabilidad consiga una  verdadera transformación socio-cultural. La visión que las mujeres tienen sobre las cosas y el mundo debería estar integrada de forma natural y fluida en nuestro sistema general  de decisiones y todavía no lo está. Todavía se ve como una amenaza.

Clásicas y Modernas se creó en 2009. ¿Han cambiado mucho las cosas desde entonces? 

Muchísimo. Yo a medida que envejezco me vuelvo cada vez más positiva, supongo que para compensar la oscuridad que nos rodea. Sé que muchas de las amigas de CyM no están de acuerdo del todo conmigo y consideran que avanzamos a paso de tortuga. Sin duda tienen razón porque hay un deseo, una impaciencia diría, por cambiar las cosas y conseguir un funcionamiento más sensato y luminoso. Por ejemplo, adecuar los horarios laborales a las exigencias familiares es imprescindible, así como poner límites a la explotación laboral o reformular la educación para que cumpla con su objetivo más elemental que es formar ciudadanas y ciudadanos de provecho. Nos preocupa mucho la educación: no somos conscientes de que nos estamos jugando el futuro. El feminismo tiene su propia agenda.  

La asociación es muy activa en la denuncia de la desigualdad en los premios y concursos. El Nobel de Literatura, el Premio Princesa de Asturias de las Letras, el Premio Nacional de Poesía, el de Ensayo… Últimamente varios premios importantes han recaído en mujeres. ¿Se trata de simple coincidencia o estamos ante el inicio de un verdadero cambio?  

Sin duda estamos en el comienzo de algo nuevo. Hace diez años esa coincidencia de escritoras premiadas  —Lidia Jorge, Louise Glück, Anne Carson…—, no casual, hubiera sido impensable.

¿Está el mundo de la cultura empezando a saldar la deuda histórica que tiene  con las mujeres? 

Al menos se  ha tomado conciencia del nepotismo con que se ha actuado hasta ahora. Venimos de una historia muy fea.

 

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