“El arquetipo de la ‘buena violada’ todavía existe”

Irene Moray ha ganado el Goya al mejor corto con ‘Suc de síndria’, la historia de una joven que busca reconectar con su sexualidad tras una violación

Irene Moray.

Suc de síndria (Zumo de sandía) es el corto español del año: la semana pasada consiguió el Goya al mejor cortometraje de ficción, ganó también en los Premios Gaudí y ha estado nominado en la Berlinale y en los Premios del Cine Europeo. Cuenta la historia de una pareja, Bárbara (Elena Martín) y Pol (Max Grosse), que pasan unos días de vacaciones rodeados de amigos y naturaleza, un escenario ideal para que Bárbara pueda liberarse, sanar las heridas que una violación de su pasado le dejó y reconectar con su sexualidad. Su directora, Irene Moray (Barcelona, 1992), no ha pasado por ninguna escuela de cine. Le hubiera gustado hacerlo, pero no tenía los 10.000 euros por curso que le pedían. En su lugar empezó Bellas Artes, aunque la carrera pronto la defraudó, así que la dejó. En vista de lo negro que pintaba el panorama en España por entonces, decidió, como tantos jóvenes de su generación, irse fuera. Berlín fue el destino en su caso. “El primer año allí lo pasé mal. No tenía dinero, desconocía el idioma, estaba sola… Como cualquier persona que emigra”, cuenta. Sobrevivió a base de empleos precarios, hasta que poco a poco fue consiguiendo trabajos en el mundo de la fotografía, su gran pasión junto al cine y lo que le ha permitido pagar las facturas hasta hace muy poco. En esa época hizo también hizo su primer corto, Bad lesbian. Suc de síndria es su segundo trabajo.

¿Cómo surgió esta historia?

Tenía muchas ganas de contar, por un lado, la historia de amor entre un hombre y una mujer que se quieren, se respetan y resuelven los conflictos con respeto y pasión, y, por el otro, la de una mujer que sobrevive a un abuso sexual, sigue con su vida y redefine su sexualidad. Es algo que va en contra del arquetipo de la ‘buena violada’: la idea de que una víctima tiene que encerrarse para evitar ser juzgada. Es algo que todavía existe, es lo que le pasó a la chica del caso de La Manada. Yo defiendo que cada persona lidia con su dolor como puede, pero el machismo y la violencia están tan normalizados que parece que a los medios y a la justicia solo les sirve que la víctima demuestre haber quedado destruida para siempre. Conozco a mujeres que han pasado por esto y me han inspirado mucho. Son mujeres que claro que lo han pasado mal, porque es una experiencia horrorosa, pero han seguido con su vida. Como sociedad debemos al menos ‘permitirles’ ser como ellas quieran y actuar como les dé la gana sin ser juzgadas por ello. 

La protagonista, Bárbara, es un buen ejemplo de que tras el dolor, hay vida más allá de una violación.

Para mí ella no es una víctima, sino una superviviente. Le han hecho daño, está herida y debe volver a confiar en la persona que tiene delante, pero lo hace desde el amor propio, un amor que, además, comparte. Es una chica que disfruta, come, ríe y llora; está conectada con la vida. Viendo las estadísticas y hablando con amigas, en la mayoría de los casos los abusos sexuales son a manos de parejas, amigos, familiares o conocidos. El no aceptar los límites que las mujeres marcan respecto a sus cuerpos es tan habitual que muchos de los hombres que cometen esos abusos no son conscientes. A veces las propias mujeres tampoco se dan cuenta hasta mucho tiempo después. Vemos normal que una mujer diga que no le apetece y su pareja insista hasta conseguirlo. Por eso me parecía importante dar este mensaje y por eso es brutal que el corto se haya visto tanto y tanta gente se haya sentido identificada.

La pareja protagonista derrocha complicidad, especialmente en las escenas más íntimas. ¿Cómo fue trabajar con ellos?

Ha sido muy interesante, porque ellos ya se conocían y tenían confianza. Estar desnudos no les suponía ningún reto, pero tenían una forma de relacionarse que no es la que me interesaba para el corto, así que tuve que ‘reeducarlos’. Hicimos muchos juegos. Empezamos trabajando la respiración: respirar a la vez, mirarse, ejercicios tántricos…. Tenía claro que las escenas de sexo debían ser algo patosas, como si ellos estuvieran aprendiendo, como si dijeran: igual no llegamos al orgasmo, pero vamos a estar el uno para el otro. A mí me parece algo básico, pero no es así para todo el mundo. Mucha gente vive el sexo sin conciencia. Hay quien nunca ha hecho el ejercicio de mirarse a los ojos y respirar a la vez con su pareja.

Una escena de 'Suc de síndria'.
Una escena de 'Suc de síndria'.

¿Qué significa el título?

Aparte de que su sonoridad me parecía sensual, hay una escena con una sandía que me parecía muy importante. Representa el abrirse a un placer sensorial que no es puramente sexual, pero que ayuda a la protagonista a abrirse al placer sexual. A mí me gusta mucho la poesía de Estellés, un poeta del pueblo, que escribía sobre comerse un gajo de naranja y otras cosas sencillas. Quería hacer algo poético en este sentido: algo simple, sencillo, que pudiera entender todo el mundo. Además, si hay algo autobiográfico en el corto es esto. Yo disfruto mucho comiéndome una sandía, me encanta, soy un poco ‘marrana’ con la comida.

¿Por qué decidiste que la historia se desarrollara en el campo y no en la ciudad?

Me parecía importante que los protagonistas estuvieran en un espacio en el que pudieran dedicarse tiempo y atención, donde no tuvieran que responder llamadas ni hubiera coches. También que la protagonista naturalizara el sexo través de la naturaleza, que al estar desnuda en la naturaleza, se liberase. De hecho, cuando tienen sexo en la habitación nunca está desnuda del todo, porque aún le cuesta abrirse, pero en la naturaleza ella es vida, forma parte del paisaje, como una flor o un árbol.  Yo considero el desnudo como algo muy natural, no veo sexo en él. Estar desnuda en la naturaleza con alguien a quien quiero me parece casi necesario. Es curioso, porque no es nada que hiciera con mi familia. Quizá tenga que ver con que en el lago Berlín sea muy normal que todo el mundo esté desnudo, desde los niños a los ancianos. Eso me hizo mucho bien, se te quitan los complejos y muchas tonterías.

¿Cómo fue el rodaje?

Rodamos en el Konvent, que es un antiguo convento y ahora es una residencia de artistas. Yo había estado el verano anterior y la localización inspiró el corto. Fue bonito, porque durante los tres días de rodaje todos los del equipo dormimos allí juntos, como si estuviésemos de colonias. Creo que ese buen rollo se transmite en el corto. Obviamente hubo momentos de tensión porque yo nunca había trabajado con un equipo tan grande. Sentía tanto la responsabilidad que no dormí ni una hora ninguno de los días. Pero todo fue muy bien con el equipo, hubo mucho respeto por los actores y la gente no temió mostrarse vulnerable. Si alguien lloraba en algún momento, no pasaba nada; si yo me emocionaba, alguien venía a abrazarme.

¿Esperabas que el corto tuviese la repercusión que ha tenido? 

Para nada. Sí quería estrenar en Berlín porque era mi sueño. Me hacía ilusión por haber vivido allí y haber ido tanto al festival. Pero ni me había planteado llegar a los Goya o a los Premios del Cine Europeo.

Este año eran muy pocas las mujeres nominadas a los Goya fuera de las categorías interpretativas. ¿En qué crees que está fallando la industria?

Éramos pocas, pero las que estábamos nominadas nos hemos llevado muchos de los premios, porque nuestro trabajo es bueno. Necesitamos más mujeres en todos los cargos, no sirve que haya más directoras si no hay también productoras o distribuidoras. Si no hay mujeres entre la gente que da las subvenciones tampoco avanzaremos. No es solo una cuestión de género, también de etnia, el lugar de procedencia,… En los Goya solo salieron al escenario dos personas negras. Si te paras a pensar lo plural que es España, las cuentas no salen. No solo reivindico lo que a mí me toca, tenemos que ponernos las pilas para ser un país menos machista y menos racista. Eso se hace dando visibilidad o quizá mediante cuotas. A mí no me parecería mal perder una subvención para que la consiguiese una compañera racializada. A veces desde nuestro punto de vista nos cuesta valorar otros, por eso tiene que haber diversidad en todas las capas de la industria.  Al final eso será bueno para todos. Un cine más plural representa a una sociedad más sana.

En tu primer corto, Bad lesbian, también hablaste de sexualidad femenina y masturbación.

Quise hacer algo divertido, un poco macarra. Hay ganas de este tipo de historias. Ahora ha aparecido Susi Caramelo, y yo estoy vibrando por que haya una cómica tan divertida, porque las mujeres somos muy divertidas. En Bad lesbian hay mucho de eso: una mujer que tiene sexo, le sale mal, y eso puede ser divertido.

¿Qué planeas ahora?

Todavía le queda un poquito de vida de Suc de síndria, ahora se va a proyectar en más sitios. Voy a intentar tomármelo con más calma, porque este año ha sido una locura y solo he podido hacer esto. También estoy escribiendo un largo. Tengo muchas ganas de hacer más cine y dedicarme de lleno a esto.

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