Hombres en los cincuenta: Los libros

Enid Blyton, Richmal Crompton, Elena Fortún y otras escritoras con las que se criaron los chicos del 'baby boom'

Ilustración de 'Los cinco' / Hodder y Stoughton

Y llegamos a la última entrega de esta serie que pretende aflorar los estereotipos de sexo con los que crecimos los babyboomers españoles. Está dedicada a los libros que leímos en nuestra infancia y adolescencia, muchos de los cuales, seguro, conservamos aún en alguna caja o estantería.

Ese es mi caso, desde luego, y antes de seguir escribiendo esta entrada, voy a bajar al sótano para hacerles una visita.

Ya he vuelto y he hecho una fotito (el cuadrito es de la ilustradora Andrea Torrejón). Son pocos los que han quedado, en comparación con los muchísimos que llegaron y se fueron porque eran prestados por bibliotecas o amigos, o fueron prestados al parecer de por vida, pero son una muestra bastante representativa de mis primerísimas lecturas. Recuerdo perfectamente que el primer libro de verdad que leí entero, a los once años, fue La vuelta al mundo en ochenta días, de Verne. Me sentí muy orgulloso, tanto, que volví sobre varios volúmenes que tenía de la colección de Bruguera Historias Selección y de los que había leído solamente el cómic, y comencé a leer la letra. Defoe, Verne, Stevenson, Salgari, Twain, London y otros estaban en esa popular colección que casi todos leímos, de una manera u otra. De forma que, si nos paramos a pensar, los estereotipos que nos legaban eran nada menos que del XIX.

Y, además, éramos de rachas. Así que, si tomábamos a Agatha Christie, agotábamos las historias de Poirot. Si seguíamos, con Conan Doyle, hacíamos lo propio con Sherlock Holmes.

Hasta que no se sabe por qué medio llegábamos a Enid Blyton (1897-1968). No teníamos ni idea de quién era esa autora, ni nos imaginábamos siquiera que ya había muerto. No era raro, porque regularmente aparecía un nuevo título de Los Siete Secretos o de Los Cinco. Enid Blyton fue una prolífica escritora que tocó prácticamente todos los géneros, pero triunfó especialmente en la literatura infantil y juvenil. Llegó a publicar cincuenta libros al año, por lo que tuvo que pelear (incluso judicialmente) contra los rumores de que contaba con un ejército de negros a su servicio. Esa sospecha no se compadecía bien con las críticas feroces que tuvo por la ligereza de su escritura y lo repetido de sus tramas. Durante años, su obra estuvo ausente de las bibliotecas públicas y colegios del Reino Unido. Sin embargo, los chicos del mundo no nos dábamos por enterados. Y de hecho los de ahora siguen sin darse pues sus libros, convenientemente expurgados de observaciones racistas o xenófobas, se siguen reeditando constantemente (algunas de sus series fueron continuadas por otros autores). Mientras los chicos seguíamos los libros de ambas pandillas, las chicas tenían además su propio territorio, el del internado Torres de Malory. El último libro de Los Cinco vio la luz en 1963, cinco años antes de su muerte, probablemente de Alzheimer. Criticada como fue, sin embargo, creo que los chicos de mi generación tuvimos suerte de aficionarnos a una escritora, una mujer luchadora (su procelosa vida dio lugar a una serie de la BBC protagonizada por Helena Bonham Carter) para quien lógicamente las chicas tenían un papel al nivel de los chicos. Todos recordamos a esa Georgina que se hacía llamar Jorge y quería ser un chico más.

En el centro de la estantería, otra de mis series literarias favoritas, la de Guillermo Brown que, sin yo saberlo, estaba también escrita por una mujer. En efecto, ni yo ni casi nadie de mi edad sabíamos que Richmal Crompton (1890-1969) era una mujer y, como Enid Blyton, procedente de la docencia. Publicó entre 1922 y 1970 (uno póstumo), nada menos que 38 libros con las historias de Guillermo y sus inseparables Proscritos, Pelirrojo, Douglas, etc. Para un lector compulsivo, como yo, era posible observar la evolución de la sociedad alrededor de ese niño que no crecía nunca. Por cierto, el más férreo enemigo de Guillermo, su contraparte y némesis, era la fiera Arabella Simpkin. Richmal Crompton vivió con la frustración de que sus novelas “serias”, nunca alcanzaran el mismo reconocimiento que las ligeras andanzas de Guillermo, que ella creó originalmente pensando en un público ya crecidito.

Y a estas dos británicas se suma otra española que seguía entreteniendo a los chicos (en su caso más a las chicas, pero yo me los leí) muchos años después de que sus libros vieran la luz. Hablo de Elena Fortún (Encarnación Aragoneses Urquijo, 1886-1952) y sus inolvidables Celia, Cuchifritín y Matonkikí, cuyas historias escribió principalmente en los años treinta.

Un salto repentino

Escritas por mujeres -afortunadamente- u hombres, lo cierto es que, los chavales de la explosión demográfica española aficionados a la lectura, pasábamos mucho tiempo leyendo historias creadas en un tiempo a veces muy lejano. Por eso hay que entender el shock que supusieron las primeras novelas escritas especialmente para nosotros. Supongo que habría más, pero recuerdo principalmente un nombre, el del padre José Luis Martín Vigil (1919-2012). Escritor con buen pulso narrativo, sus novelas se adentraban en temas conflictivos (Una chabola en Bilbao, Los curas comunistas…), pero las que más fama le dieron fueron dramas iniciáticos como La vida sale al encuentro (1955) o Primer amor, primer dolor (1977), auténticos best sellers separados por veinte años, pero de enorme popularidad en los sesenta y sesenta. Al contrario que Blyton o Crompton, Martín Vigil murió completamente olvidado y solo quedan de él apenas cuatro líneas en la Wikipedia. Otra obra de gran influencia en esa etapa juvenil de mi generación fue Edad Prohibida (1958), de Torcuato Luca de Tena.

Sin saber cómo, al poco tiempo de haber leído Primer amor, primer dolor,  ya teníamos entre las manos La ciudad y los perros (Vargas Llosa,  1963) y a continuación, Cien años de soledad (García Márquez, 1967). Reconozco que tuvimos la enorme suerte de entrar en las lecturas de adultos en un momento de un vigor literario extraordinario. Hoy, desgraciadamente, me parece que no es lo mismo para los que quieren seguir leyendo más allá de la Rowling o de mi amigo Alfredo Gómez Cerdá. Pero ese es otro tema.

Sin embargo, y aunque quede fuera del alcance temporal establecido, no quiero dejar de señalar que, cuando cruzábamos esa línea, las mujeres escritoras prácticamente desaparecían, a pesar de que buena parte de lo que nos llegaba escrito en español pasaba por las manos de una, Carmen Balcells. Y de las pocas que había, una de las más brillantes, Monserrat Roig, nos dejó muy prematuramente.

Y con esto, amigo lector, llegamos al final de esta serie. Hemos recorrido la educación sentimental de los cincuentones pasando sucesivamente por el colegio de curas, la programación infantil, las series de televisión, el cine y el teatro, los tebeo y el cómic, y hemos terminado con los libros. Podría seguir por la radio o la revistas, pero creo que el dibujo está ya terminado. Cada cual puede ponerle los colores que quiera. He sentido la tentación de extraer unas conclusiones, pero me he dado cuenta de que serían conclusiones de parte. La lectora fiel habrá sacado las suyas propias y terminado por concluir si se nos puede absolver de nuestros pecados de género, nuestros macro o micro machismos, que se dice ahora, o merecemos el fuego de la hoguera. Espero que sea clemente.

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