Hombres en los cincuenta: La programación infantil

Valentina de Los Chiripitifláuticos, Rita Irasema, la Pantera Rosa y otros personajes femeninos de la TV de los 60

Los Chiripitifláuticos, en una imagen de archivo de RTVE

La televisión: el otro gran formador de estereotipos en el cerebro de los hombres mi generación, tras el colegio de curas. O de monjas, que muchos empezaban el cole con las monjas para pasar a los curas con ocho o nueve años, como algún lector me ha recordado a cuenta de la entrega anterior.

La tele era LA TELE y a las nuevas generaciones seguro que les cuesta entender lo que eso significaba. Cuando entraba en una casa (sí, hubo un tiempo en el que la tele no existía o era un lujo), la vida familiar cambiaba y todo empezaba a girar alrededor de ella, de los contenidos de sus dos únicas cadenas (muchos años, una sola), de sus horarios…Y fuera de ella ocupaba las conversaciones, una cosa que había antes de los móviles y las redes sociales. A diario, los baby boomers disponíamos para nosotros de esa franja de tarde llamada programación infantil, siempre que no nos hubiese caído el muy habitual castigo. Al volver del colegio, nos esperaba una sesión de dibujos animados y luego, Los Chiripitifláuticos, un programa que hoy tildaríamos de friki, pero que se veía en todos los rincones de España. Ahora, recordándolo retroactivamente, me pregunto qué pensarían de él los muchachos de los pueblos, con una vida entonces tan diferente de la nuestra, los niños urbanitas.

El caso es que nos encantaba. Locomotoro -el héroe con mucho pensamiento lateral que todos queríamos ser-, el Capitán Tan -el clásico pesado buena persona-, el Tío Aquiles -un abuelo vestido de tirolés que no se sabía muy bien qué pintaba, seguramente representar a la generación de los adultos - y… tachán, Valentina. Tres contra una, pero Valentina era mucha Valentina: la lista, la que sacaba al grupo de los líos con su ingenio. Es una pena que los primeros programas con el cuarteto original hayan desaparecido. Las cintas de los recién inventados magnetoscopios eran caras y con el aprecio por la historia que nos caracteriza, se borraban para ser reutilizadas. No como nuestra memoria en la que han permanecido inalterados estos personajes a lo largo de décadas. Así estaban hace diez años.

Les sustituyó El Circo de TVE de la familia Aragón que tenía como una única e inconstante presencia femenina a Rita Irasema en un rol que encajaba perfectamente en la imagen de chica ideal que nos inoculaban en el colegio. Luego, llegó la modernidad de Barrio Sésamo de la mano de Caponata y don Pimpón y, cómo no, los muppets. Para entonces yo estaba ya inmerso en la Movida madrileña. La generación siguiente en vez de Valentina tuvo como iconos femeninos a Miriam Díaz Aroca y Leticia Sabater. No entro en comparaciones.

¿Y los dibujos? Bugs Bunny, Lucas, Claudio, Don Gato y su inefable pandilla…un universo de héroes abusivamente masculino con excepciones tan escasas como la abuela de Piolín o la niña amiga de Maguila Gorila. Es difícil sexar al Correcaminos, pero yo me lo imaginaba más bien él que ella. Y en fin de semana no nos podían faltar Los Picapiedra. Un estereotipo familiar de libro del american way of life, con gracia, todo hay que decirlo, comandado por un Pedro Picapiedra tragaldabas y antecedente directo de Homer Simpson.  (Aunque no venga al caso, aprovecho para destacar algo que sabe poca gente: muchísimos episodios de The Flinstones se hicieron en España, en un pequeño estudio situado cerca de la Avenida de la Reina Victoria, en el edificio que se levantó donde antes estaba el Estadio Metropolitano, y capitaneado por Carlos Alfonso López, recientemente homenajeado por la Academia del Cine, con el que tengo una conversación pendiente).

Y hete aquí que apareció de pronto La Pantera Rosa, un ente asexuado o bisexuado. Imposible saberlo, pero no se puede dudar de que trajo, no un soplo de aire fresco, sino más bien un huracán que nos sacudió la caspa y nos abrió las mentes a todos los niveles, especialmente el narrativo. Yo, al menos, me hice fanático seguidor de su surrealismo y su capacidad para romper el discurso.

En resumen, en los relatos de la programación infantil estaban Valentina y la Pantera Rosa solas contra un mundo de héroes masculinos, mientras que los fines de semana nos llegaba un modelo de familia en el que los hombres eran tirando a descerebrados, y las mujeres, amas de casa inteligentes y sensatas que intentaban frenar su estupidez.

Tras una hora larga de tele acompañada de un bocadillo tamaño Zeppelin, había que salir zumbando a hacer los deberes antes de que llegase el padre del trabajo y te cayera una buena colleja. El último estereotipo televisivo del día era para nosotros la famosa Familia Telerín mandándonos a la cama. Cleo, Tete, Maripi, Pelusín, Colitas y Cuquín, un empate a tres resuelto por golaveraje, ya que Cleo era la mayor que cuidaba de todos y, especialmente, del más enano. No podía ser de otra forma. Teóricamente, digo, porque luego empezaban los rombos (la calificación de los programas por edades, uno o dos) y con ellos una dura lucha para que te permitieran ver los programas de adultos. Con los años ibas ganando minutos y subiendo rombos. Pero de eso, de las series propias y ajenas y de las películas, hablaremos en la próxima entrega.

Antes de despedirme, te sugiero, querido lector, que hagas una comparativa de esta jornada de los baby boomers con la habitual de los niños contemporáneos: comer en el colegio, lunes y miércoles clases de inglés; martes y jueves, un deporte; todos los días deberes, YouTube…

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