El peligro está en las princesas, no en las brujas
Un estudio analiza los efectos (algunos sorprendentes) de la cultura de las princesas sobre los niños

Son guapas, buenas, dulces y todos nos hemos criado con ellas, pero también podrían ser menos inofensivas de lo que a primera vista parecen. Un estudio desarrollado por un equipo de psicólogos de la Universidad Brigham Young (Estados Unidos) analiza cómo las Princesas Disney contribuyen a implantar estereotipos de género en la mente de los niños. Se titula Pretty as a princess y ha sido publicado en 'Child Development'.
Durante un año los investigadores analizaron a 198 niños y niñas en edad preescolar y su relación con los personajes de Disney. Primera conclusión, las películas de la factoría son universales: el 96% de las niñas y el 87% de los niños consumía sus contenidos. A la hora de elegir juguetes sí encontraron más diferencias. El 61% de las niñas jugaba con princesas al menos una vez a la semana, frente a solo el 4% de los chicos.
Pasado un año, los psicólogos constataron que las niñas que más veían o jugaban con las Princesas tenían más probabilidades de desarrollar comportamientos femeninos estereotipados; comportamientos que no son malos en sí mismos, matiza en un comunicado la profesora Sarah Coyne, directora de la investigación, pero pueden influir en el desarrollo de las niñas a largo plazo. "Sabemos que las niñas que se adhieren con fuerza a los estereotipos femeninos de género piensan que no pueden hacer algunas cosas", dice. "No sienten que puedan ser buenas en matemáticas y ciencias. No les gusta ensuciarse, así que son menos propensas a probar y experimentar con las cosas”. Parece que también se sienten menos seguras respecto a su cuerpo. “Las Princesas Disney representan uno de los primeros ejemplos de exposición al ideal de delgadez. Como mujeres nos acompaña toda la vida, y realmente empieza en el nivel Princesas Disney, a los tres o cuatro años”, asegura Coyne.
Curiosamente, el efecto es más bien el contrario en los niños. Los chicos que más interactúan con la cultura de las Princesas tienen más autoestima y están más dispuestos a compartir y ayudar a los demás. Según los responsables del estudio, una posible explicación es que las Princesas ejerzan de contrapeso a los mensajes más agresivos que suelen incluir los contenidos dirigidos a chicos.
Es cierto que en los últimos años Disney ha hecho un esfuerzo por presentar otro tipo de heroínas, personajes más fuertes y menos dependientes que no se quedan sentadas esperando a que un príncipe venga a salvarlas. Es el caso de Elsa (Frozen) o Mérida (Brave). Pero incluso en el caso de historias como la de esta última, Coyne tiene sus reservas. “Llevé a mi hija a verla [su hija tenía 3 años al iniciar el estudio], y después tuvimos una gran charla acerca de lo fuerte, lo valiente e independiente que era Mérida en la película. Y después, en su marketing, Disney la adelgaza, la sexualiza, le quita el arco y la flecha y le pone maquillaje. La feminiza”, sentencia. De hecho hay una una petición popular (#KeepMeridaBrave) registrada en Change.org, que denuncia el cambio físico al que sometieron al personaje antes de su inclusión en la franquicia Princesas.

La investigadora asegura que tampoco es necesario aislar a las niñas de la cultura de las Princesas —ni parece demasiado realista plantearlo siquiera —. Basta con que los padres fomenten otros intereses en sus hijas y hablen sobre sus aspectos positivos y negativos, para que sean más críticas con lo que ven. El personaje de Disney favorito de Sarah Coyne es Bella, de La Bella y la Bestia. “Bella se sacrifica por su padre. Los padres podrían centrar sus charlas con sus hijos en su valentía, en lugar de en el brillo y el glamour”.
Esta no es, ni mucho menos, la primera lectura crítica que se hace de la cultura de las Princesas. “La mayor contribución de este estudio es que ahora tenemos datos”, admite Coyne, que decidió realizar la investigación tras leer el libro el libro 'Cenicienta se comió a mi hija', escrito por la periodista Peggy Orenstein en 2011. Unos años antes, en 2006, la propia Orenstein escribió un extenso reportaje en 'The New York Times' titulado ¿Qué tiene Cenicienta de malo? A partir de su propia experiencia como madre (y madre feminista) de una hija de 3 años fascinada con las Princesas, analizaba la creación de este rentabilísimo negocio y proponía una explicación sociológica.
Porque aunque todos nos hemos criado viendo películas de Disney, el fenómeno Princesas es más bien reciente. La franquicia fue creada en el año 2000 y se ha convertido en el segundo mayor éxito comercial –solo por detrás de Mickey Mouse— de la historia de Disney. La idea fue de Andy Mooney, un exejecutivo de Nike que acaba de aterrizar en Disney para liderar una división, la de productos de consumo, cuyas ventas menguaban año tras año. Se le ocurrió en Phoenix, a donde había viajado para asistir a su primer espectáculo Disney on Ice. “Haciendo cola en el estadio, estaba rodeado de niñas vestidas de princesa de la cabeza a la pies”, le contó a Orenstein. “Ni siquiera eran productos de Disney. Eran productos genéricos de princesa que habían añadido a un disfraz de Halloween. Y saltó la bombilla. Era evidente que había una demanda latente. Así que a la mañana siguiente le dije a mi equipo ‘vamos a establecer estándares y una paleta de colores, y a hablar con los licenciatarios para sacar tantos productos como podamos y permitir a esas niñas que hagan lo que de todas formas ya están haciendo: proyectarse en los personajes de las películas clásicas'”.
Por primera vez, los personajes de Disney eran explotados comercialmente de forma independiente de las películas y bajo una misma marca. La franquicia arrancó con la Cenicienta, la Bella Durmiente, Blancanieves, Ariel, Bella, Jasmine, Mulan y Pocahontas, y luego siguió creciendo. Pronto se convirtió en la marca con un crecimiento más rápido de la historia de Disney y tres años después Mooney fue nombrado presidente de la compañía –salió de ella en 2011—.En la actualidad, el negocio está valorado en unos 5.500 millones de dólares.