Adolescentes y niñas indígenas: la nueva cara de la violencia en la Amazonía
Organizaciones como la Fundación ALDEA trabajan para atajar la violencia de género en la región

En el corazón de la Amazonía, las mujeres indígenas enfrentan situaciones de violencias extremas que permanecen ocultas. En sus comunidades, la violencia intrafamiliar está normalizada, hasta sus manifestaciones más extremas: esta es la región con las más altas tasas de femicidios. Para prevenirla, el cambio debe empezar en la adolescencia y en las primeras relaciones afectivas, con campañas en lenguas ancestrales que desnaturalicen la violencia.
Cuando entro en la Casa Paula, una casa refugio para mujeres víctimas de violencia en la provincia de Orellana, me resulta imposible adivinar de inmediato la edad de las jóvenes recién llegadas. Son cada vez más jóvenes. Las veo jugar fútbol descalzas en el patio de cemento, estudiar con la cabeza metida en los cuadernos. Muchas son adolescentes, otras, apenas niñas. Y, sin embargo, algunas ya son madres y cargan un bebé.
“Según el protocolo, solo podemos acoger a mujeres mayores de edad con sus hijos e hijas, pero, a partir de la pandemia, hemos tenido que abrir la puerta a adolescentes”, dice María Inés Ramírez, fundadora y directora de la Casa Paula. Este refugio nació hace veinticinco años por iniciativa de la sociedad civil. Hoy es un referente nacional de trabajo comprometido, feminista y valiente para enfrentar la violencia de género en la Amazonía ecuatoriana, junto con su centro de atención integral Ayllu Huarmicuna. Esta casa de acogida no es la única que funciona en el país. Existe también la Casa Amiga, en la provincia de Sucumbíos, así como el centro de atención Puerta Violeta. Patrocinan los procesos legales, brindan atención psicosocial y acompañan a las mujeres en su camino de sanación.
“No existen refugios para menores de edad en la Amazonía”, continúa María Inés. “A las chicas, la Policía las encuentra en prostíbulos cerca de las zonas de las empresas mineras y petroleras, o en sus comunidades, donde son abusadas por familiares cercanos. La mayoría proviene de familias indígenas extremadamente empobrecidas. A veces, las chicas llegan aquí embarazadas o gravemente enfermas”.
Sabemos que hay más casos no registrados, ocultos, silenciados: cuerpos bajo tierra sin nombre, sin justicia. La incidencia de violencia feminicida en la Amazonía no solo duplica el promedio nacional, sino que supera a provincias consideradas más violentas
La Amazonía es un territorio amplio y remoto, habitado por población mestiza y pueblos ancestrales como el Kichwa, Shuar, Achuar, Waorani, Cofán, Siona, Zápara y Andoa. Las mujeres y niñas viven una combinación de pobreza, discriminación y exclusión. En Ecuador, el 65% de las mujeres de más de 15 años ha vivido violencia a lo largo de su vida, según la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) en 2019. En la Amazonía, la violencia intrafamiliar, incluyendo el abuso sexual y el incesto, se reproducen y se normalizan: con frecuencia, los agresores se encubren en las comunidades y las víctimas que deciden denunciar son culpabilizadas y silenciadas.

Es la región ecuatoriana con la más alta incidencia de femicidios en relación con su población: 147 mujeres fueron asesinadas por razones de género (entre ellas, un transfeminicidio) desde el 1 de enero de 2014 hasta el 22 de mayo de 2025. La edad más frecuente de las víctimas es de 24 años.
Desde 2017, en Fundación ALDEA ¾con el apoyo de numerosas organizaciones de mujeres y de derechos humanos¾ monitoreamos los casos de femicidio en Ecuador y publicamos los mapas de femicidio. Este esfuerzo de memoria permite cuestionar la respuesta del Estado ecuatoriano, que sigue sin proteger a mujeres y niñas, especialmente a las rurales y a las más vulnerables. Desde 2021, año en que los sistemas criminales y el narcotráfico se consolidaron en el país, el número de femicidios se ha triplicado.
En medio de esta realidad, la Casa Paula sigue en pie, sostenida por el trabajo y el amor de mujeres que acompañan a otras mujeres
Nos duelen estas cifras. Sabemos que hay más casos no registrados, ocultos, silenciados: cuerpos bajo tierra sin nombre, sin justicia. La incidencia de violencia feminicida en la Amazonía no solo duplica el promedio nacional, sino que supera a provincias consideradas más violentas, como Guayas y Pichincha.
Sin embargo, en medio de esta realidad, la Casa Paula sigue en pie, sostenida por el trabajo y el amor de mujeres que acompañan a otras mujeres. Su trabajo tiene un impacto profundo en la vida de cientos de mujeres, adolescentes y niñas amazónicas. Desde la vida diaria, esta casa es un refugio de esperanza, muestra que la política pública no puede quedarse en los escritorios. Debe hacerse real, accesible y capaz de salvar vidas.

Se requiere un cambio profundo en las entrañas de la sociedad ecuatoriana, donde las desigualdades de género que alimentan las violencias siguen intactas. A través del proyecto ‘Nos crecieron alas’, que cuenta con apoyo de Manos Unidas, fortalecemos el trabajo de las casas de acogida y centros de atención en la Amazonía. Impulsamos también iniciativas económicas para mujeres sobrevivientes, para que no tengan que volver con sus agresores por falta de recursos. El proyecto, además, apuesta por la comunicación como una herramienta de cambio social, capaz de transformar los imaginarios colectivos y desmantelar los estereotipos que limitan el pleno ejercicio de los derechos de las mujeres amazónicas, como el derecho a la participación, a decidir sobre su cuerpo y su sexualidad y a una vida libre de violencias, entre otros. A través de eventos, podcast, sticker de WhatsApp y campañas de redes sociales –materiales que realizamos en lenguas ancestrales– dialogamos principalmente con la juventud indígena, así caminamos hacia la prevención de la violencia desde las primeras relaciones afectivas.

“Amazonía Libre de Violencia. Nos más mujeres, ni niñas tristes” fue el lema que las mujeres indígenas eligieron para la campaña de prevención. Queremos una Amazonía libre de violencias, donde todas —mujeres, jóvenes y niñas— puedan vivir sin miedo. Nuestro compromiso tiene raíces profundas. Y seguiremos hasta que la dignidad se haga costumbre.
Nicoletta Marinelli es coordinadora del proyecto ‘Nos crecieron alas’ de la Fundación ALDEA.



