Los niños son compasivos hasta que tienen algo que perder (un poco como los adultos)
Un experimento pone a prueba los límites de la compasión en pequeños de 4 y 5 años
Los niños están, normalmente, bastante dispuestos a ayudar a alguien en apuros, eso sí, la cosa cambia si eso implica un coste personal. Es decir, que en ese sentido los niños y los adultos se parecen bastante. Lo han comprobado en la Universidad de Queensland, donde han llevado a cabo un experimento para explorar los límites de la compasión de los pequeños. Su conclusión es que la capacidad empática de los niños desciende de manera importante cuando hay en juego una recompensa.
Investigaciones anteriores habían demostrado ya que a los 2 años los niños son capaces de ayudar a otros de forma altruista y se muestran, por lo general, dispuestos a consolar a los demás, sea física o verbalmente. Eso sí, son más proclives a hacerlo cuando no supone una renuncia (por ejemplo, entregar un objeto personal a otro niño para confortarlo). Otros estudios habían concluido también que los niños de entre 4 y 6 años pueden mostrarse selectivos con las personas a las que ayudan; es decir, que están más dispuestos a ayudar a sus amigos y pueden a veces ignorar la angustia de quienes no lo son.
En esta ocasión, los investigadores de Queensland se propusieron comprender mejor los factores que pueden facilitar o inhibir ese comportamiento compasivo en los niños. Para ello evaluaron el comportamiento de 60 pequeños de entre 4 y 5 años. Les pusieron a jugar formando equipos bien con adultos, bien con marionetas (en concreto, un elefante, una jirafa y un mono) a distintos juegos: bloques, canicas y rompecabezas. Antes de empezar, se les dio a elegir tres pegatinas de entre una gran selección. Ese sería el premio en algunos de los juegos. En cada escenario, el niño tenía el número correcto de piezas para terminar la tarea, mientras que a la marioneta o al adulto le faltaban dos. No podían, por lo tanto, terminar la tarea a menos que los niños compartieran las suyas con ellos.
En un momento dado, el títere o el adulto se daba cuenta en que no tenía piezas suficientes, angustiándose porque no completaría la prueba. En cada caso dio tres indicaciones de angustia, ofreciendo así tres oportunidades para que el niño le ayudara. Se trataba de ver si lo hacía y si su respuesta cambiaba en función de con quién interactuara. “Los adultos son una figura de autoridad y los niños a veces hacen lo que les piden solo porque es un adulto el que lo pide, por eso también usamos marionetas, que están más al nivel de un niño”, explica el doctor James Kirby, de la Facultad de Psicología de la Universidad de Queensland.
Los investigadores habían previsto que el coste personal inhibiría la respuesta compasiva de los niños, como así fue. Estos se mostraron mucho más dispuestos a ayudar cuando no sabían que había un premio en juego o cuando recibieron la recompensa justo después de completar su tarea, mientras su compañero (más lento) aún estaba terminando, lo que significaba que podía ayudarle sin riesgo. “Si no había costes personales o los niños no tenían que renunciar a sus recompensas eran profundamente compasivos y serviciales”, indica Kirby.
Su comportamiento cambiaba cuando eran conscientes de que se jugaban algo. “Vimos que si tenían que entregar sus pegatinas era muy difícil para los niños ayudasen, incluso si el adulto o la marioneta mostraba angustia”. Eso sí, puntualiza el psicólogo, muchos de ellos dieron muestras de “compasión pasiva, como condolencias del tipo 'está bien' o 'tal vez la próxima vez'”. En este sentido, no encontraron diferencias en el comportamiento mostrado hacia adultos o marionetas. Estos hallazgos confirman, según los investigadores, que, para los niños pequeños, el coste personal es un mayor inhibidor de la compasión que el objeto de esa compasión.