Las voces de la mujer contra la violencia: una vieja historia de Roma que rompió el silencio
Hace más de 2000 años, las romanas salieron a la calle para protestar contra las agresiones sexuales y los abusos de poder por parte de los hombres

Conocer la cultura romana no significa mirar con nostalgia hacia el pasado y guardar los esquemas sociales y jurídicos de aquel tiempo. Conocer significa afinar la sensibilidad y ensanchar la capacidad de análisis respecto a los problemas pendientes de solución que ya han sido afrontados en el curso de la historia. Porque, como dice el maestro de la lengua Jorge Luis Borges en su obra Quince monedas, “solo perduran en el tiempo las cosas que no fueron del tiempo”, y la cultura romana es y seguirá siendo patrimonio histórico universal.
Roma es el pueblo del derecho que descubre y crea el arte de lo bueno y lo justo, y que hace de la equidad una exigencia ética y jurídica ineludible. De ahí la advertencia, o más bien la denuncia, del jurista Papiniano: “En muchos extremos de nuestro derecho es peor la condición de las mujeres que la de los hombres”. Algo que no era nuevo, porque tiempo atrás, el año 200 a.C., un escritor famoso como Plauto ya dio voz a la discriminación que sufrían las mujeres. Sus palabras reivindicativas de la igualdad de género ante la ley siempre me han causado auténtica fascinación: “¡Ojalá la ley fuera la misma para el hombre y la mujer!”, rezaba su vieja petición, prácticamente la misma que hoy seguimos reivindicando.
Aunque no todo fueron aciertos en Roma; también hubo errores. Se hablaba de imbecillitas sexus para expresar la supuesta debilidad de las mujeres, que las hacía inferiores a los hombres, sometidas a una tutela masculina. Hubo abusos y violencia contra las mujeres, que fueron cosificadas como objetos sexuales… y la reacción femenina no se hizo esperar. Los valores, la capacidad y la sensibilidad de las mujeres fueron proclamadas hace más de 2000 años en la calle a fuerza de gritos reivindicativos de matronas, esposas y madres ‘feministas’ que recorrieron la ciudad reclamando libertad e igualdad. El futuro es importante, y ese futuro se explica desde el pasado, porque, como dijo Miguel de Unamuno, “el inquieto presente es el esfuerzo del pasado por hacerse porvenir”. Hay que impulsar el conocimiento de ese pasado y desbaratar ciertos mitos. Porque en la historia de las mujeres hubo luces y sombras, demasiadas sombras. Y hay que narrar la realidad que vivieron y no silenciar la violencia que se ejerció contra ellas.
La primera manifestación feminista tuvo lugar en el año 450 a.C. tras la muerte de Virginia. Fue su padre quien la mató para evitar los abusos sexuales del todopoderoso Apio Claudio, que presidía la Comisión legislativa y formaba parte del gobierno de la República. La pasión de Apio Claudio se encendió al contemplar el cuerpo de la joven Virginia, todavía virgen. Ordenó a uno de sus secuaces que la comprase como esclava y se la llevase inmediatamente a casa porque tenía intención de abusar de ella y violarla cuantas veces le diera la gana. Enterado el padre de la joven de semejante plan, optó por coger un cuchillo en una taberna próxima y dar muerte a su propia hija para evitar que la joven cayese en manos de quien se proponía violarla.
La movilización feminista no se hizo esperar. Las mujeres decidieron abandonar sus casas y su silencio habitual durante un buen rato. Salieron a la calle para manifestarse en contra de ese vergonzante poder masculino que representaba Apio Claudio. No estuvieron solas; lograron el apoyo de muchos hombres que siempre habían reivindicado la libertad y la igualdad de los ciudadanos y las ciudadanas de la República. La presión social –lo que hoy llamamos el poder mediático– de semejante movilización tuvo graves consecuencias políticas: todos los miembros del gobierno renunciaron a su cargo y fueron desterrados, mientras Apio Claudio quedó encarcelado.
Lamentablemente, la historia de la violencia contra las mujeres en Roma no acaba ahí. Hay más relatos trágicos, hay más dramas como el que protagonizó Tereo. Después de violar a Filomena, decidió cortarle la lengua, no fuera a denunciarle. Probablemente en ese momento al violador le vino a la cabeza la historia de Lucrecia, otra mujer que denunció la violación que había sufrido antes de clavarse la espada en el pecho para acabar con su propia vida: “Mo quiero sobrevivir tras la deshonra que he sufrido”, gritó. Y Livio nos relata así todo lo sucedido durante los ritos de Baco, una de las fiestas más anheladas por la ciudadanía: “Una vez que el vino ha inflamado los ánimos y que la mezcla de hombres y mujeres ha eliminado cualquier sensación de pudor, empezaron a surgir depravaciones de todo tipo, estupros, violaciones, drogas y muertes. Se intentaban muchas cosas con engaños y violencia, que quedaban ocultas gracias al clamor de los tambores y los címbalos. No se podía escuchar ninguna voz de las mujeres que a gritos pedían socorro en medio de los estupros, las violaciones y las muertes de las víctimas…”
Eliminemos definitivamente esta larga y dramática historia de violencia machista. Porque los más de 2000 años transcurridos desde los ritos de Baco hasta los Sanfermines de Pamplona no han sido capaces de acabar con los abusos. No quiero que la historia de Lucrecia, ni la de Virginia, ni la de Filomena, ni la de tantas otras se repitan hoy, como tampoco quiero que vuelvan a ser noticia casos como los de Alcàsser, Nevenka o La Manada.
Amelia Castresana es filóloga y jurista. Catedrática de Derecho romano de la Universidad de Salamanca, ha escrito los libros ‘Catálogo de virtudes femeninas’ (Tecnos) y ‘La ‘imbecilidad’ del sexo femenino. Una historia de silencios y desigualdades’ (Paso Honroso).
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