La década de la sostenibilidad
¿Estamos por fin listos para abordar el cambio de modelo que necesitamos?

Durante bastantes meses, el coronavirus ha protagonizado –si no monopolizado— nuestras vidas, dejando en segundo plano casi cualquier otra cuestión. Sin embargo, la COVID también representa, en cierto modo, una oportunidad. Todo lo que se haga durante y después de esta crisis debería poner el foco en la construcción de economías y sociedades más equitativas, inclusivas y resilientes frente a pandemias, el cambio climático y otros desafíos globales a los que nos enfrentamos.
El 25 de septiembre de 2015, la asamblea general de Naciones Unidas aprobó la Agencia 2030 para el Desarrollo Sostenible, una suerte de plan de acción, a quince años vista, con el ambicioso objetivo de acabar con la pobreza, la desigualdad y situar al mundo en un camino de paz, prosperidad y oportunidades para todos en un planeta más saludable. Dos años costó negociar los diecisiete objetivos, con 169 metas concretas, establecidos por la Agenda, que abarcan las esferas económica, social y ambiental. Además de poner fin a la pobreza en el mundo, los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) plantean erradicar el hambre y lograr la seguridad alimentaria, garantizar una vida saludable y una educación de calidad, alcanzar la igualdad de género, asegurar el acceso al agua y la energía, promover el crecimiento económico sostenido, adoptar medidas urgentes contra el cambio climático, promover la paz y facilitar el acceso a la justicia.
El 2020 marcaba el inicio de la llamada ‘década de la acción’ para alcanzar los ODS, un periodo en el que estaba previsto acelerar las respuestas a los desafíos más importantes del mundo. Pero entonces llegó el coronavirus, desatando una de las peores crisis económicas y de salud pública de la historia reciente. La ONU reconoce que la emergencia sanitaria ha tenido un efecto devastador sobre muchas de las metas específicas fijadas para algunos de los distintos objetivos. Pero tampoco antes las cosas iban bien encauzadas. Cinco años después de que los estados miembros de la ONU suscribieran la Agenda 2030, comprometiéndose, por tanto, a dedicar los recursos necesarios para cumplir con ella, los progresos habían sido desiguales, y era evidente que se necesitaba un impulso en la mayoría de las áreas. La COVID-19 llegó para empeorar la situación en muchos sentidos. “La pandemia interrumpió abruptamente la implementación de muchos de los ODS y, en algunos casos, generó un retroceso de décadas de progreso”, reconocía Liu Zhenmin, secretario general adjunto de Asuntos Económicos y Sociales de la organización, en el último informe de seguimiento de los ODS publicado. “La crisis ha afectado a todos los segmentos de la población, a todos los sectores de la economía y a todos los lugares del mundo. No sorprende que afecte más a las personas más pobres y vulnerables. Ha expuesto las graves y profundas desigualdades de nuestras sociedades y está exacerbando aún más las disparidades existentes dentro de los países y entre ellos”. La pandemia volvió a empujar el año pasado a 71 millones de personas a la pobreza extrema (el primer aumento de la pobreza mundial desde 1998) y agravó la situación de vulnerabilidad de los mil millones de habitantes de barrios marginales del mundo. Aquí, en España, también hemos visto cómo se disparaban las cifras de paro y de personas que tenían que recurrir a los servicios de emergencia social.
Pero, por otro lado, lo vivido estos meses nos ha obligado a revisarnos a nosotros mismos y al modelo en el que vivimos. El confinamiento y la restricción de movimientos también han tenido, sobre todo en los primeros meses, un impacto brutal sobre lo que hacíamos y cómo lo hacíamos. “No cabe duda de que la pandemia ha modificado nuestros hábitos, formas de trabajar y modo de vida. La generalización del sin contacto, el teletrabajo, las reuniones virtuales y las compras online, aunque son medidas inmediatas para hacer frente a la situación, también han llevado a la gente a cambiar su forma de producción y de vida. Si esta parte del cambio puede mantenerse, quizá los países alcancen los objetivos de desarrollo sostenible, aunque esto está por ver”, reflexiona Cristina García Fernández, profesora de Economía Aplicada, Pública y Política de la Universidad Complutense.
Antes de que el coronavirus protagonizara nuestras vidas, el mundo también andaba ocupado y preocupado por buscar formas de salvar el planeta. Y aunque la emergencia sanitaria desplazó momentáneamente el foco de atención, no ha acabado con la legítima preocupación que buena parte de la población siente por esta cuestión. Antes al contrario, la conciencia sobre la necesidad de lucha contra el calentamiento global ha salido reforzada de la crisis. “En aquel primer momento fuimos muchos los que pensamos que la COVID iba a centrar todos los esfuerzos y que los temas medioambientales, que tanto había costado situar en primera línea, se iban a ver relegados, pero afortunadamente no ha sido así. Estábamos equivocados, yo la primera”, reconoce Cristina Monge, politóloga y profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza. “Ha habido tensiones políticas y económicas, pero lo cierto es que al final, cuando Europa ha decidido poner en marcha sus planes de recuperación, ha hecho de las cuestiones ambientales el centro de esas políticas. Antes ya se había firmado el Pacto Verde Europeo, pero estos programas de recuperación han confirmado que para Europa modernizar la economía pasa por digitalizarla y reverdecerla”. También el presidente estadounidense, Joe Biden, dio la sorpresa en abril al comprometerse ante Naciones Unidas a que las emisiones netas de gases de efecto invernadero de su país se reduzcan entre un 50% y un 52% en 2030 respecto a los niveles de 2005, lo que supone un giro importante respecto a la política mantenida por Estados Unidos en los últimos años.

La voluntad de cambio no se queda en el ámbito político, también parece que la conciencia ciudadana sobre esta cuestión ha crecido en el último año. El 73% de los españoles consideran que, a largo plazo, el cambio climático se convertirá en un problema tan grave como la crisis del coronavirus, según los datos de un informe publicado por Ipsos durante el primer confinamiento. Quizá el hecho de que esta no haya hecho si no poner de relieve nuestra vulnerabilidad respecto al medio tenga que ver con ello. “Al final, lo que ha paralizado el mundo no ha sido una invasión extraterrestre ni una crisis financiera, sino un efecto del mal estado de los ecosistemas, que es lo que favorece que un virus se convierta en pandemia”, indica Monge. De hecho, el protagonismo de la causa ambiental es tal que amenaza, de algún modo, con sepultar al resto de objetivos de desarrollo sostenible. Es la conclusión de un estudio realizado por la consultora Canvas Estrategias Sostenibles, en colaboración con Graphext, que ha analizado más de 11.800 noticias relacionadas con los contenidos de la Agenda 2030. “Al indagar sobre el discurso vinculado a los ODS en los medios de comunicación observamos un mayor protagonismo de todo lo relacionado con el cambio climático, mientras que las cuestiones de carácter más social o de buen gobierno quedan en un segundo plano”, indica Isabel López, directora general de la consultora.
Sea como fuere, la sostenibilidad también se ha convertido en tendencia en el mundo corporativo en general y el español en particular. “Cualquier empresa con sentido común y sentido empresarial está ya comprometida con el desarrollo sostenible. Es cierto que ha costado más que en otros países como los del norte de Europa, pero es indiscutible que se ha producido un cambio. Un ejemplo es que España cuenta con diecinueve empresas en el DJSI, el índice de referencia que mide el compromiso de las empresas en cuestiones ambientales, sociales y de gobierno corporativo (los factores ESG, por sus siglas en inglés)”, explica Sandra Pina, directora general de la consultora Quiero y del foro Sustainable Brands. “El reto ahora es conseguir el cambio a la velocidad que necesitamos”.
Puede que la diferencia sea que las empresas han visto por fin que, ahora más que nunca, en la economía verde hay negocio, y que rentabilidad y sostenibilidad no solo son valores compatibles, sino que, como apunta Pina, van de la mano: “Los tiempos de la pandemia lo han confirmado. La evolución de los fondos ESG durante este tiempo ha sido mejor que los fondos convencionales, han demostrado mayor rentabilidad durante este año. El tiempo del monstruo de doble cabeza (rentabilidad o sostenibilidad) ha terminado”. “La pandemia ha contribuido a demostrar que la sostenibilidad forma parte del >>negocio y es una herramienta fundamental para adaptarse a un contexto incierto en el que las personas y el planeta han de ser prioritarios para mantener la confianza y la relevancia social”, coincide Isabel López.
Como dijera alguna vez el politólogo Fredric Jameson, parece “más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Quizá después de lo sucedido estos meses sea más posible imaginar hasta el escenario más improbable, pero lo cierto es que, a día de hoy, no aparece en el horizonte ninguna otra alternativa de sistema económico viable. Son cada vez más las voces que defienden la posibilidad de un capitalismo verde que compatibilice el crecimiento económico con la conservación de la naturaleza. Pero ¿hasta qué punto son sostenibilidad y capitalismo conceptos compatibles? Los críticos argumentos que liderar una realidad (la lucha contra el cambio climático) y su contraria (el crecimiento como principal objetivo) son cosas incompatibles, y que difícilmente el libre mercado podrá ayudar a resolver una crisis de la que es responsable principal. “Lo que todavía tiene más peso es el beneficio personal y empresarial. Precisamente porque en el sistema en el que vivimos el instrumento más poderoso es el dinero, los intereses de miles de millones de personas y la propia supervivencia de la especie humana se ponen en manos de individuos que solo piensa en construir sus fortunas”, critica Cristina García Fernández, que señala especialmente a las compañías del sector energético como ejemplo de greenwashing.

Dada la gravedad del problema, el cambio, desde luego, no puede ser solo cosmético. Lo que necesitamos, coinciden todas las expertas consultadas, es un nuevo modelo que demuestre que, aparte de compartir la misma raíz (la palabra griega oikos, que significa hogar), economía y ecología pueden formar parte de la misma lógica. “Necesitamos un cambio de paradigma”, admite Sandra Pina. “Podemos hablar de capitalismo verde, de economía circular, economía azul o sostenibilidad, pero al final la base es la misma: ser mejores empresas y organizaciones para afrontar los desafíos que tenemos como sociedad”. “No sé si se le podría llamar capitalismo”, reflexiona Cristina Monge, “aunque tampoco el capitalismo financiero especulativo actual tiene mucho que ver con el capitalismo industrial del fordismo. Entre el capitalismo del siglo XIX y el del XXI cualquier parecido es pura coincidencia, llamamos así a modelos muy diferentes”. Independientemente del nombre que lo pongamos, lo cierto es que la puerta hacia ese cambio de modelo parece más abierta ahora que hace un año. Está en nuestra mano cruzarla. “Tenemos en la Agenda 2030 una gran hoja de ruta para ser mejores como empresas, países y ciudadanos. La clave está en la colaboración y las alianzas”, concluye Sandra Pina.
La igualdad de género se retrasa una generación
El quinto de los ODS, el que se refiere a la paridad entre hombres y mujeres, está hoy más lejos que en marzo del año pasado: concretamente 35 años más lejos, según el Foro Económico Mundial. Tampoco es que antes de la pandemia la tuviéramos precisamente al alcance de la mano. Estaba previsto que llegar a la paridad nos llevara 99 años, pero el desproporcionado castigo sufrido por las mujeres durante esta crisis ha ampliado la brecha de género. El Foro Económico estima que el 5% de las mujeres han perdido sus trabajos durante la pandemia, frente al 3,9% de los hombres, y cita otra investigación de LinkedIn que demuestra que ellas están tardando más en reintegrarse en la fuerza laboral a medida que el mercado se recupera. Por estas y otras cuestiones, la espera para la paridad se ha alargado hasta los 136 años. Una vez más (y ya son doce), Islandia es el país con mayor igualdad de género, seguido de Finlandia, Noruega, Nueva Zelanda y Suecia. España, por su parte, ha caído seis lugares en el ranking anual del Informe Global de Brecha de Género de la organización, y se sitúa ahora en el puesto catorce. El FEM calcula la igualdad en 156 países a partir de cuatro subíndices: participación y oportunidades económicas, logros educativos, salud y supervivencia, y empoderamiento político. A nivel global, la situación de hombres y mujeres se ha acercado bastante en terrenos como la educación y la salud, pero las distancias en la economía y la política demuestran ser especialmente difíciles de salvar. En el caso de España, la brecha más persistente es la que se refiere a los salarios, un área en concreto en la que descendemos hasta el puesto 102. Para paliar los efectos de la crisis sobre las mujeres, El FEM recomienda a los países priorizar los sectores relacionados con los cuidados y fomentar la corresponsabilidad.
Este reportaje se publicó primero en el último número de la edición impresa de Mujeres a Seguir. Puedes ya leer gratis la revista completa en versión digital o pedir un ejemplar en papel.