Moda sostenible: ¿Es el verde el nuevo negro?
El medioambiente se ha convertido en la última tendencia del sector
Con su poder seductor y aspiracional, la moda utiliza –¿o más bien fagocita?— cualquier tendencia, ya sea fashion, activista o filosófica. Lo mismo eleva las hombreras o el brilli brilli al sumun del diseño, que el feminismo o la lucha LGTBI. Y del mismo modo estacional, por temporadas, los olvida. Ahora le toca el turno a la sostenibilidad. Pero, en este caso, de lo que se trata, más que de estar a la última, es de una cuestión de supervivencia para un sector, el textil, que se enfrenta al mayor reto de su historia: renovar un modelo que ya no se sostiene y por el que muchos consumidores han empezado a mostrar un rechazo creciente.
Esa condena se hizo patente en las protestas durante la pasada London Fashion Week por parte de activistas climáticos que no hicieron sino señalar un hecho, y es que la industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta, solo por detrás de la petrolera. Los datos ya no se pueden maquillar. Los procesos de fabricación de las prendas implican verter tóxicos que dañan tanto la salud humana como los ecosistemas. Greenpeace denuncia que al año se fabrican 500.000 toneladas de fibras con microplásticos y, según WWF, una tercera parte del plástico que hay en el mar corresponde, precisamente, a los microplásticos. Además, la industria de la moda consume una cantidad desmedida de agua, entre 1.200 y 4.000 litros para hacer una camiseta y unos 11.000 litros para unos vaqueros, por no hablar de la que necesita el cultivo del algodón. Ante la evidencia de los datos, han saltado las alarmas que alertan sobre los efectos de un sector que, de mantenerse el ritmo de producción actual, para 2050 será responsable de una cuarta parte de las emisiones globales de CO2.
La experta en moda Gema Gómez fundó hace unos años la plataforma Slow Fashion Next “para ayudar a las personas a entender mejor la relación entre moda y naturaleza, así como a crear negocios que la respeten”. La plataforma ofrece formación para ayudar a las empresas que quieran generar impactos positivos en vez de negativos. Todo parte de su convencimiento de que, tal y como está planteado el sistema, esta industria tiene poco sentido. “Podemos creernos todo lo sofisticados que queramos, pero si las abejas y los insectos mueren, nosotros pereceremos. La naturaleza es nuestra casa y nuestra primera responsabilidad hacia nosotros mismos debería ser protegerla”. El movimiento que representa se ha convertido ahora en tendencia. El cambio ha comenzado, pero, pese la urgencia de tomar medidas, avanza de momento despacio. La buena noticia es que parece haber calado la idea de que ya no se trata solo de parecer ecológico, sino de serlo.
Recientemente, en el marco de la cumbre del G7, se presentó el Pacto de la Moda. Promovido por el presidente francés, Emmanuel Macron, plantea tres líneas de trabajo: detener el cambio climático, restaurar la biodiversidad y proteger los océanos. Propone medidas como alcanzar las cero emisiones de gases de efecto invernadero en 2050, la eliminación de plásticos de un solo uso, la extracción sostenible de materias primas o la utilización de energías renovables en los procesos productivos. Se trata de un acuerdo de principios más que de objetivos concretos y habrá reuniones periódicas para ir evaluando las acciones, pero los compromisos no son vinculantes. Ha sido respaldado por 32 empresas y ha acaparado muchos titulares de prensa. Sin embargo, Gema Gómez es escéptica respecto a su funcionalidad. “Es interesante porque en el texto queda patente que vivimos una emergencia climática y la dramática pérdida de biodiversidad que estamos sufriendo. Sin embargo, no existe ningún tipo de vinculación ni compromiso legal, las oenegés expertas que conocen bien estos temas no están incluidas, sobre derechos humanos solo hay tres líneas y no incluye un plan de acción con medidas concretas. Por todo ello me parece que es otra acción que no veremos evolucionar al ritmo que marca la emergencia que estamos viviendo”. Tampoco a la creativa y diseñadora Marina Testino le parece suficiente. “Los compromisos no se logran sin acciones. Son necesarios cambios en los modelos de negocio de los productores, campañas de sensibilización y que se involucren los legisladores. También es esencial el papel de los consumidores, que son los que al final decidirán los cambios que tendrán que aplicar las empresas, ya que, como ellas dicen siempre, el consumidor manda”.
La española Inditex es una de las empresas que ha firmado ese Pacto de la Moda, pero también lo han hecho muchas firmas de alta gama como Chanel, Prada o Hermès. A juicio de Antonio Paraíso, experto en marketing, lujo e innovación, son estas las que están liderando el cambio. “El sector textil del lujo tradicionalmente estuvo asociado a conceptos de ostentación, extravagancia e incluso despilfarro. Yo trabajé diecinueve años como director comercial en la industria textil y sé que los procesos no siempre han sido muy favorables para el medioambiente. Pero en la última década está haciendo grandes esfuerzos y conquistando logros en sostenibilidad”. Algunas marcas han sido pioneras en este campo. Stella McCartney, promoviendo los procesos circulares y el uso de materiales biodegradables, es un ejemplo. O la firma estadounidense Gabriela Hearst, que ha dejado de usar plástico y fabrica algunas colecciones por pedido para evitar el stock no vendido. El grupo Kering –dueño de Gucci, Brioni, Saint-Laurent, Balenciaga, Bottega Veneta y Alexander McQueen– ha desarrollado una estrategia de sostenibilidad que le ha permitido saltar en un solo año del puesto 43 al 2 en el ranking Corporate Knights 2019 de las compañías más sostenibles del mundo.
Pero no solo los gigantes del lujo dan pasos hacia un modelo más verde, también grandes del fast fashion como H&M o Zara están lanzando colecciones ecológicas, desarrollando programas de reciclaje y eliminando los plásticos de su producción. En los últimos años, asistimos a una especie de competición por ser los más sostenibles. Pero ¿estamos ante un compromiso sincero o se trata de un movimiento de greenwashing? Según Gema Gómez, hay un poco de todo, pero distinguir entre ambas cosas es relativamente sencillo para el consumidor. “Quien lo está haciendo bien quiere enseñar todo lo que hace y cómo lo hace, te informa con datos concretos y comparaciones para que puedas sacar tus propias conclusiones, apoya el consumo responsable y te ayuda a mejorar en tus hábitos. El que hace greenwashing usa palabras como eco-friendly pero no da datos ni información relevante, ni habla de compromisos concretos con fechas. Su comunicación es mucho más superficial”. Fijarse en la coherencia de las marcas es, asegura, una buena manera de detectar la impostura. También plantearse preguntas. Si una marca lanza colecciones especiales ecológicas o éticas, ¿por qué no utiliza esos criterios en toda su producción? También Gloria Gubianas, cofundadora de la marca de mochilas Hemper y un referente del diseño sostenible en nuestro país, anima a informarse para diferenciar el compromiso sincero del greenwashing: ¿de qué departamento parte la iniciativa? ¿Cómo de profunda es? ¿Cómo está impactando sobre el modelo de negocio de la empresa?
Aunque sabe que detrás hay mucho de marketing, Sofía García Torres, investigadora de la Universidad de Deusto, es de la opinión de que la industria está realmente interesada en el cambio. “Creo que cada vez hay un compromiso más sincero por parte de marcas que tienen un gran poder. Más que nada porque les va el negocio en ello”. Esta experta en innovación y sostenibilidad considera que también la Unión Europea es muy consciente de la urgencia de una regulación. “Pero los estándares son tan diferentes que no se puede hacer de la noche a la mañana”, explica. “Están movilizando recursos y empezando a cambiar el modelo productivo y de consumo, pero necesitan tiempo”. Aunque es optimista por los pasos que se están dando en este sentido, también hace hincapié en la necesidad de que el consumidor empuje, se informe, se queje… Solo una actitud exigente por parte de los compradores y una mayor conciencia a la hora de comprar, coinciden todos los expertos, puede acelerar las cosas.
Pero en estos tiempos de fast fashion, un modelo basado en la producción y el consumo desaforados, ¿no es la idea de moda sostenible, en última instancia, un oxímoron? “La durabilidad está pasada de moda. Todo parece programado para que tenga una vida útil reducida. La moda es el ejemplo más emblemático. Cada seis meses hay que cambiar. Pero eso tiene unos efectos colaterales tremendos”, señala Ana Martínez Barreiro, socióloga, profesora en la Universidad de A Coruña y autora de La moda en las sociedades modernas: mirar y hacerse mirar (Tecnos). La académica lleva años investigando los mecanismos del fast fashion. “El siguiente paso debería de ser institucionalizar un sistema más sostenible, pero para ello todavía existen muchas dificultades. En España no existe un comportamiento muy sostenible en casi ningún ámbito, vivimos inmersos en la cultura del usar y tirar. En general, impera el bajo coste”. Comparte esa impresión el diseñador Lorenzo Caprile, que en una mesa redonda organizada por el espacio de conocimiento Youtopía durante la Semana de la Moda de Madrid dijo sentirse “poco optimista” en lo que se refiere a un posible futuro sostenible para este sector. “No nos engañemos, la gente quiere consumir más, no quiere consumir mejor”, aseguró.
“La moda siempre ha sido arte, cultura y expresión, genera emociones. El fast fashion ha eliminado todo eso con el lanzamiento continuo de colecciones y la utilización de materiales de baja calidad. Si se volviera a dar valor a la moda como concepto y cuidáramos los materiales, el impacto de la producción y los residuos, esos dos vocablos, moda y sostenible, podrían ir de la mano”, asegura Gloria Gubianas. Marcas como la suya, Ecoalf, Lavandera, Amarenak, Twin&Chic, Laura Strambi, Dvotio o Lucia de Gustin apuestan en nuestro país por modelos más respetuosos con el entorno. En Hemper la sostenibilidad se entiende desde tres puntos de vista: medioambiental, social y económico. “Para nosotros no tiene sentido dejar de lado ninguna de las tres. Si lo hiciéramos, el modelo nos parecería deficiente”. Pero la fundadora de la empresa reconoce que fabricar así, respetando el medio ambiente y los derechos de los trabajadores, es más difícil. “Para empezar, los costes de todo son más elevados y no podemos competir por precio con nadie, así que tenemos que ser creativos y trabajar mucho para crear marca y transmitir nuestros valores al consumidor. La variedad de materiales que encontramos en el mercado que son sostenibles es mucho más reducida y para diseñar y producir tenemos un abanico menor de posibilidades”. Ellos, por ejemplo, usan cáñamo, una fibra natural que necesita diez veces menos agua que el algodón y no requiere de químicos en su cultivo. La realidad es así de dura. El sistema se ha retorcido hasta el punto de que el que decide trabajar a partir de unos principios tan básicos como no pisotear el entorno o los derechos humanos está en clara desventaja competitiva. La solución, sugiere Gubianas, pasaría por “penalizar a los que no cumplen con los estándares y facilitar que las iniciativas sostenibles avancen más rápido y sean más accesibles”.
Pero también los consumidores tienen su parte de responsabilidad respecto a esta situación, y no es pequeña. ¿De verdad necesitamos tanta ropa? La respuesta ya la sabemos. De cada diez prendas que tenemos en el armario, tres no saldrán a pasear ni una vez en todo el año. Millones de toneladas de ropa acaban anualmente en la basura y tan solo se recicla el 1% Según un informe realizado por McKinsey & Company y el portal The Business of Fashion, semejante despilfarro supone, en términos económicos, 500.000 millones de euros al año. Las cifras marean. Un informe de la Asociación Ibérica de Reciclaje Textil (Asirtex) se encarga de sacarnos los colores en concreto a los españoles: cada ciudadano de nuestro país compra unas 34 prendas y tira de media de 10 a 14 kilos de ropa al año. Esto significa que cada segundo se incinera o se entierra bajo el suelo de un vertedero el equivalente a un camión de basura cargado de productos textiles.
La imagen que nos devuelve el espejo no es muy favorecedora: la de una sociedad de consumidores compulsivos que compran mucho más de lo que necesitan sin pensar en el daño que están haciendo al planeta. La directora creativa Marina Testino llevó hace un tiempo a cabo el experimento #OneDressToImpress. Se pasó un mes fotografiándose con el mismo vestido rojo en todas sus salidas a la calle para denunciar esa presión consumista a la que, asegura, en realidad no nos somete nadie. “Quise demostrar que nos la ponemos nosotros a nosotros mismos, que no hay problema en repetir outfits. Yo llevé el mismo traje rojo durante dos meses, combinándolo de manera diferente, y no pasó nada. Al contrario, me ayudó a ser más creativa. Mucha gente no se plantea el efecto de su ropa sobre el medioambiente y menos aún el de sus elecciones, que pueden marcar una gran diferencia. El 60% de nuestras prendas están hechas de microfibras como el poliester, es decir, la mayoría están fabricadas con plástico”.
Lo paradójico es que sí somos muy conscientes de que hay un problema. De hecho, el 75% de los ciudadanos dice estar preocupado por la sostenibilidad de su ropa (informe Pulso a la Industria de la Moda 2019). Pero parece que una cosa es lo que decimos y otra lo que hacemos. “Por un lado hay que cambiar la forma en la que se produce, pero también la forma en que se consume. No estamos dispuestos a renunciar al fast fashion ni a la comodidad, pero sobre todo no estamos dispuestos a renunciar a sus precios”, admite Sofía García Torres. “Todos estamos muy concienciados con que se paguen salarios justos, cuidar al medioambiente y bla bla blá, pero si pones en el perchero camisetas a 2,99 euros, vuelan. Seamos serios, no podemos decir que no sabemos cómo funcionan las cosas. Está claro que una camiseta a 2,99 euros no ha sido fabricada pagando un sueldo digno a los actores implicados en su producción”.
La solución pasa necesariamente por una mayor concienciación de la ciudadanía. “Hay que educar a la gente, darle información”, apunta Martínez Barreiro. “Yo les explico a mis alumnos que nos han hecho creer que tenemos libertad para consumir, pero eso es algo cuestionable, porque al final es el mercado el que hace que te adaptes. También es verdad que cuando nosotros decidimos no comprar, las empresas se tienen que adaptar. El cambio empezaría ahí”. Para que eso pueda ocurrir, tendríamos que estar dispuestos a dejar de comprar por impulso cosas que realmente no necesitamos. Comprar menos, porque el coste de la ropa barata que se comercializa en Occidente es muy alto, aunque los que lo pagan son los trabajadores de los países pobres y el planeta.
La industria textil es tan grande y sus tentáculos están tan extendidos por todo el mundo, que no basta con poner parches solo en Occidente. Sofía García Torres es autora de un estudio sobre trazabilidad en la cadena de suministro textil, un interesante y necesario work in progress que conecta a los académicos con la industria. “Hay un consenso enorme entre los expertos sobre la necesidad de una regulación internacional y, más aún, de su obligado cumplimiento en todo el planeta. Mientras esto no exista, es muy difícil que podamos hablar de una industria textil responsable. Esta es una de las principales barreras a la sostenibilidad real”, explica.
Bangladés sufrió en 2013 el derrumbe de la fábrica textil Rana Plaza, en la que murieron más de 1.000 personas y otras 2.000 resultaron heridas. Pese a lo terrible de la tragedia, la realidad es que a día de hoy ese país, como muchos otros en vías de desarrollo, no podría enfrentarse a la posibilidad de perder una de sus fuentes más importante de ingresos, la industria de la moda. Hacer caer sin más el sistema sería, en opinión de García Torres, una irresponsabilidad para con esos países “donde se ha estado haciendo tan mal y que no tienen tantos recursos”. “Si de repente nos olvidamos de esas producciones, ¿qué pasaría con esos países?”, se pregunta. A su juicio, sería interesante empezar a reforzar la industria en España, aunque sin olvidar nuestra responsabilidad respecto a los lugares en los que en su momento se deslocalizó la mano de obra. De momento, no parece que la masacre de Rana Plaza haya cambiado mucho las cosas. En 2017, Etiopía inauguró el Parque Industrial de Hawassa, a 225 kilómetros al sur de la capital, Adís Abeba. El complejo era el orgullo local y las mujeres se apuntaron confiadas para trabajar en sus fábricas textiles. Más de 25.000 lo hacían desde allí para algunas de las firmas más conocidas del mundo. Se suponía que iba a ser un avance tanto a nivel de tecnología como de condiciones laborales del sector. Un estudio de la Universidad de Nueva York titulado Hecho en Etiopía ha desvelado después una realidad bien diferente, y es que las etíopes son las empleadas peor pagadas de la industria de la moda, con sueldos de 26 dólares al mes.
Otro reciente informe de la iniciativa Ropa Limpia (Clean Clothes Campaign) pone de manifiesto que la industria de la certificación, aunque mejora la imagen y reputación de las marcas, no logra su principal objetivo: proteger la seguridad de los trabajadores y del entorno. Una de sus investigaciones, esta sobre las condiciones de las trabajadoras de la industria de la confección en Bangalore (India), detectó cinco de los once indicadores que la Organización Internacional del Trabajo utiliza para definir el trabajo forzoso. Esas mujeres sufren engaños como resultado de falsas promesas (sobre salarios, entre otras cuestiones), restricción de movimiento, intimidación y amenazas y condiciones de trabajo y de vida abusivas. “Las condiciones de trabajo y de vida en esta industria son efectivamente de esclavitud moderna”, asegura Eva Kreisler, coordinadora en España de la red Ropa Limpia. Kreisler llama la atención también sobre la industria del calzado, de la que se habla poco. En Italia, por ejemplo, se ha desvelado que los inmigrantes, en su mayoría senegaleses, que trabajan en las curtidurías de la región de Santa Croce, lo hacen con contratos temporales de cuatro horas, en negro y sometidos a chantaje. Además, su salud y su seguridad también corren importantes riesgos derivados del trabajo con productos tan tóxicos como las sales de cromo. En España se ha desarrollado una campaña, #CambiaTusZapatos, para concienciar sobre los efectos del sector sobre el medio ambiente, la salud y sus trabajadores. “Las tres demandas principales que lanzamos a las empresas fueron: acceso a la información sobre dónde fabrican, que dejen de usar sustancias químicas tóxicas en el proceso de producción y garantías de pago de salarios dignos y condiciones laborales seguras. Pero han tenido una reacción incluso más ‘defensiva’ que la industria de ropa”, explica Kreisler.
Carlota Bruna, influencer, nutricionista y activista animalista y medioambiental, ha publicado el libro Camino a un mundo vegano, en el que propone un modelo de alimentación y un estilo de vida más responsables para con el planeta. “Un guardarropa sostenible no sería tan grande como los que se ven en las películas o como los de las Kardashian, sino todo lo contrario. Contendría lo justo para cada estación, con tejidos como tencel, algodón orgánico, cáñamo y otros materiales reciclados. Si ahora miramos todos nuestro armario, veremos que necesitamos mucho menos de lo que nos imaginamos”. Bruna propone también adquirir prendas de segunda mano, reciclar las que se tienen y evitar comprar por impulso, pero sobre todo, no comprar, para no acabar cayendo en lo que se ha denominado materialismo verde: comprar eco y sostenible, pero seguir consumiendo al mismo ritmo. Lo que significa seguir generando más y más residuos en un mundo que ya adolece de un exceso enorme de basura. “Aún queda mucho camino por recorrer, pero está claro que los jóvenes empezamos a desarrollar una conciencia global, ya que estamos viendo que si no actuamos a tiempo, nos quedamos sin planeta”.
Comprar con conciencia:
- Evita las compras por impulso haciéndote preguntas: (¿Realmente lo necesito? ¿De verdad quiero comprarlo? ) y dejando pasar una semana antes de adquirir algo.
- Busca en tiendas de segunda mano.
- Compra en tiendas locales y comercios familiares.
- Lee las etiquetas para saber de qué material está fabricada la prenda.
- Infórmate y pregunta a la marca todo aquello que no sepas o te preocupe.
- Opta por marcas éticas.
- Invierte en prendas de calidad y mayor durabilidad.
- Alquila los vestidos para grandes ocasiones.
- Si no es necesario, no compres.
Este artículo se publicó primero en la última edición de nuestra revista en papel.