Emma Watson y el estigma de la solterona
La actriz dice estar feliz sin pareja, pero asegura que ella no está soltera, sino “saliendo consigo misma”
Emma Watson, que el mes que viene estrenará una nueva versión de Mujercitas dirigida por Greta Gerwig, ha concedido una entrevista a Vogue para hablar de este y otros proyectos. La actriz, conocida también por su defensa del feminismo, habla también de sus expectativas de futuro y reconoce sentir cierta ansiedad por la presión de cumplir 30 años. Los hará en abril y no tiene todo eso que se supone hay que tener llegados a esa edad: casa, marido e hijos. "Me doy cuenta de que es porque hay muchos mensajes subliminales. Si no tienes un hogar, no tienes marido ni tienes un bebé y vas a cumplir treinta años, si no estás en un lugar seguro y estable en tu carrera, o todavía estás resolviendo tu vida… se suele sentir mucha ansiedad". Watson también reconoce que nunca se había creído del todo el “rollo de soy feliz soltera”, pero asegura que ahora está sin pareja y contenta. "Me llevó tiempo, pero ahora soy feliz estando soltera. Yo lo llamo estar emparejada conmigo misma”.
Esta expresión que utiliza Watson, self-partnered, ha abierto un debate entre quienes consideran que esa descripción es fruto de una nueva forma, más positiva, de ver la soltería (un estado elegido por una persona que decide libremente dedicarse a sí misma) y quienes piensan que si Emma Watson, con toda su éxito y su juventud, tiene que inventarse una expresión para decir que no tiene pareja, es que las cosas no han cambiado mucho.
También la escritora Kate Bolick, autora del libro Solterona. La construcción de una vida propia, publicado en España por Malpaso, considera que la treintena es un momento crítico. Ella misma se había impuesto ese límite, los 30 años, para casarse. Por supuesto, Bolick, como la mayoría de la gente, siempre había dado por hecho que se casaría. Son varios los factores que, explica, empujan a la mayoría a desear el matrimonio: una organización social que gira en torno a la pareja y la familia, la idea del amor romántico que nos convence de que en pareja seremos más felices, y, especialmente en el caso de las mujeres, la mala imagen que históricamente ha rodeado a las mujeres solteras. Según el plan vital de Bolick, hasta los 30 se dedicaría a estudiar, experimentar y labrarse una carrera. Entonces sentaría la cabeza. Y, sin embargo, cuando llegó el momento, las ganas de casarse se habían esfumado. En el ensayo cuenta cómo la literatura y más concretamente la obra de cinco autoras pioneras del feminismo (Edna St.Vincent Millay, Maeve Brennan, Edith Wharthon, Neith Boyce y Charlotte Perkins Gillman, a las que ella llama sus ‘despertadoras’) la ayudaron a convencerse de que para construir su identidad no necesitaba a nadie, solo centrarse en sí misma.
El libro fue un fenómeno editorial en Estados Unidos y durante muchas semanas estuvo en la lista de best sellers, seguramente porque, como sospechaba Bolick antes de escribirlo, su caso no era para nada inusual. Son muchas las mujeres que se llegan al mismo punto vital y a las que les cuesta asumir la soledad, especialmente si no ha sido elegida.
Y eso que la soltería es un estado cada vez más frecuente. Euromonitor estima que para el año 2030 habrá alrededor de 120 millones de hogares unipersonales, un 30% más que en 2018. El INE cifra el número de hogares de parejas sin hijos en España en casi cuatro millones. A pesar de ello y de que, está demostrado, una puede ser igual de feliz o más sola que en pareja, lo cierto es que el estigma de la soltería sigue, en pleno siglo XXI, muy vivo. La sociedad todavía nos define por nuestras relaciones y no por quiénes somos como individuos, y nos presiona (a todos, no solo a las mujeres) para que se nos emparejemos. No hace falta irse a China para comprobarlo. Basta con ver las cifras de usuarios de los portales de citas. Solo Meetic tiene 9 millones de perfiles en España (20.000 nuevos cada semana) y 42 millones en todo el mundo.
Hace unos años, la periodista Lori Gottielebe publicó en The Atlantic un ensayo titulado Marry him! The case for settling for Mr Good Enough (¡Cásate con él! Un argumento a favor de conformarse con el Sr. Bastante Bueno), en el que decía: “Todas las mujeres que conozco –no importa lo exitosas y ambiciosas que sean, cómo de seguras financiera y emocionalmente se sientan— sienten pánico, ocasionalmente mezclado con desesperación, si llegan a los 30 sin casarse”. El consejo de Gottielebe para esas mujeres es que sean más realistas y se olviden del hombre ideal, porque al centrarse en cualidades quizá más superficiales y no en las fundamentales, están cerrando las puertas a potenciales parejas con mucho que ofrecer. En vista del debate que generó el artículo –Gottielebe recibió más de 3.000 emails de respuesta, algunos de mujeres que se sentían identificadas, otros de personas que le preguntaban de qué película de los años cincuenta se había escapado–, decidió investigar más. De ahí surgió un libro que también se colocó en las listas de los más vendidos. Como Bolick, también Gottielebe critica la idea de amor romántico que nos venden los libros o las comedias románticas, pero en su caso por crear en las mujeres unas expectativas que luego dificultan su búsqueda de pareja. “Nuestra cultura tiende a enfatizar el ir a por lo mejor en todos los aspectos y eso se aplica a las citas también. Somos maximalistas en cada área de nuestra vida. El problema es que tratamos las citas como consumidores. Parece que estemos ‘comprando’ un marido. La gente usa esa metáfora constantemente. Es la idea de que con un marido quieres conseguir el mejor producto, y eso es una fantasía”. Para ella, su teoría de que todas las mujeres necesitan una media naranja para sentirse completas no es incompatible con el feminismo. “Nuestra generación, la tercera ola, nunca dijo que hubiera nada malo en querer un hombre. De hecho, muchas madres que han decidido quedarse en casa a las que conozco se consideran feministas. Son diferentes formas de vivir tu vida. También hay feministas con carreras pujantes casadas y con hijos. Creo que el problema es que cuando el artículo de Atlantic se publicó, mucha gente pensó: si cuando mi hija crezca quiere un hombre tanto como tú es que yo habré fallado. Y ¿qué hay de malo en querer un hombre?”.
La respuesta sería nada, por supuesto (aunque desear una relación y necesitarla para sentirse completa probablemente también sean cosas distintas). Quizá lo único malo sea juzgar las elecciones de los demás y seguir pensando que hay solo una forma de ser feliz, sea en pareja o en solitario.