Las mujeres que deberían haber ido al espacio
Netflix cuenta la historia de las trece pilotos elegidas por la NASA para ser las primeras astronautas…para luego dejarlas de lado

Podría haber sido un gran paso para la mujer, pero no lo permitieron. Las calculadoras humanas de 'Figuras Ocultas' no fueron las únicas pioneras de la NASA de las que no teníamos noticia. Netflix acaba de estrenar Mercury 13, un documental que saca a la luz una historia no secreta, pero sí poco conocida: la de las trece pilotos que a principios de los sesenta podrían haberse convertido en las primeras astronautas, aunque nunca lo consiguieron. En realidad, no les dejaron.
La idea fue de William Randy Lovelace, el médico que dirigía la selección de astronautas en la NASA y que eligió a los siete miembros del primer programa espacial de Estados Unidos, conocido como Proyecto Mercury. Todos muy similares. “Varones cortados por el mismo patrón”, como les define Sarah Ratley, una de las pilotos entrevistadas en el documental. Pero podría no haber sido así. Por entonces la Unión Soviética ya estaba entrenando cosmonautas femeninas. Algunos pensaban que su constitución, en general más pequeña y más ligera que la de los hombres, podía ser una ventaja en el espacio.
Así que en 1959, tras volver de un viaje a Moscú, Lovelace empezó también a reclutar mujeres, todas pilotos capaces, para comprobar si podían superar los tests de la NASA. Durante tres años, de 1961 a 1963, las sometieron a las mismas pruebas físicas y psicológicas que a los hombres. Pero antes de que el proceso de selección acabara, la NASA suspendió el programa. ¿Por qué? El documental no da una repuesta clara, aunque la propia agencia ha reconocido que las presiones políticas y una fuerte oposición interna estuvieron detrás de su decisión de limitar su programa de astronautas a los hombres. Según una de las pilotos, Gene Nora Jessen, a ellas sencillamente les dijeron que “las mujeres astronautas no eran necesarias”.

La cancelación del programa no tuvo nada que ver con el rendimiento de las pilotos. De hecho, una de las finalistas, Jerrie Cobb, se colocó entre el 2% de los mejores astronautas. Luego se convirtió en consejera del administrador de la NASA de la época, James Webb, para temas relacionados con la mujer. En 1963, en una entrevista de televisión, un periodista le preguntó si creía que era necesario que hubiera mujeres en el espacio. Su respuesta fue: “Bueno, igual de necesario que haya hombres en el espacio. Quiero decir que si vamos a enviar a seres humanos al espacio, deberíamos enviar a los más cualificados”. Poco después Cobb cambió la NASA por la selva amazónica y las labores humanitarias. Durante cuatro décadas llevó en su avión comida y medicinas a la población indígena.

En un corte de otra entrevista a una de sus compañeras, Jane Hart, madre de ocho hijos y esposa de un senador por Michigan, le preguntaron si era difícil para una astronauta (mujer, se entiende, no parece probable que le preguntaran algo así a un hombre) tener familia. “He engendrado ocho niños y estoy en proceso de criarlos, y todavía he sido capaz de conseguir 2.000 horas de tiempo de vuelo y una considerable experiencia aeronáutica, y también he ayudado a mi marido en sus campañas y más cosas. Esto demuestra que he sido capaz de hacer un uso constructivo de mi tiempo más allá de tener hijos, y no creo que mi vida familiar se haya visto sacrificada ni un poco”, respondió. Pese a toda su preparación acabó quedándose, como sus compañeras, en tierra.

Al final, los rusos acabaron anotándose un tanto en la carrera espacial enviando a la primera al espacio. Fue Valentina Tereshkova, que en 1963 orbitó 48 veces alrededor de la tierra. La primera estadounidense en cruzar la atmósfera no lo hizo hasta un par de décadas después.
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