Dirigir la política de comunicación de la administración Trump podría ser considerado deporte de riesgo. Cuando el presidente tomó posesión de su cargo, ofreció el puesto al que fuera portavoz de su campaña, Jason Miller, pero este lo rechazó. El empresario Mike Dubke fue entonces el elegido. Duró un par de meses. A continuación llegó el polémico Anthony Scaramucci, que estableció un nuevo récord: le llevó solo diez días ser destituido. Desde hace unas semanas ejercía el cargo de forma interina Hope Hicks, nombrada ahora directora de comunicaciones de forma oficial.

Pero Hicks no es ni mucho menos una cara nueva en el equipo de Trump. De hecho, es una de las asesoras más cercanas al presidente desde el inicio de su campaña electoral, siempre a su lado en los viajes y entrevistas. Es una de las pocas supervivientes del equipo con el que Trump se embarcó en su aventura presidencial. Su relación se remonta incluso más atrás y va más allá de lo estrictamente profesional. Antes de dedicarse a la política, Hicks trabajó en la Trump Corporation, concretamente para la marca de ropa de su hija Ivanka. Y no es extraño verla compartiendo momentos privados de la familia, especialmente acompañando a Ivanka y su marido.

Su lealtad hacia el magnate es incuestionable, como también lo es su sitio en el muy voluble círculo de confianza de Trump. Un análisis sobre ella publicado hace unas semanas por Politico hablaba de ella como la “intocable Hope Hicks”. Su secreto, según la publicación, dejar que el presidente diga y haga básicamente lo que quiera con la prensa. Lo que, dicho sea de paso, parece la norma. Resulta evidente que ningún empleado de la Casa Blanca puede controlar a su deslenguado (y ávido de notoriedad) jefe.