Mucho frío en el Ala Oeste
La victoria de Trump (o la derrota de Clinton), según Teresa Viejo

La primera noticia es un amargo sobresalto. La segunda es que las bolsas se hunden porque el dinero es cobarde y esquivo. A partir de ahí una cascada de augurios catastróficos. Que el mayor misógino en la carrera por la Casa Blanca derrote a la única mujer que lo ha intentado debe de ser una plaga bíblica.
Parto de una doble premisa: primero, no soy analista política, y segundo, no conozco los resortes que decantan el voto americano. Según esto estaría invalidada para valorar porqué Donald Trump es el nuevo presidente de Estados Unidos, pero lo que ha sucedido, además de ciencia política, requiere la mirada de la psicología social. O de la psicología pura y dura, incluso de la neurociencia. Y por añadidura, de la lógica.
Trump no ha ganado las elecciones, las ha perdido Clinton –vale, quienes interpretan los resultados siempre se escudan en argumentos similares que no dejan de ser una cómoda excusa-. Ahora es fácil reconocerlo, mas la noche del lunes comenté a una amiga: va a ganar Trump. ¿Por qué? Porque Hillary representa un misil contra la línea de flotación del gran hombre blanco enfadado contra esos bastiones del antiguo feminismo –el prototipo feminazi que exaspera a los hombres y con el que cuesta identificarse si eres mujer-. Pero hay más. A ella le pones peros –a Trump no le salvas por ningún sitio, cierto-; su impostura resulta obvia y ese resquicio es la vía de achique que hunde el Titanic. A su vez, su compacto discurso de mujer preparada provoca menos emoción que un bloque de hormigón. También es errático -no olvidemos que votó a favor de la guerra de Irak y en contra del matrimonio homosexual- y, aunque lo haya virado, su actitud no despierta confianza.
Ahí, está el quid: CONFIANZA. José María Gasalla –el maestro Gasalla, como le llamo con admiración-, conferenciante, visionario, impulsor del neuromanagement y yo qué sé cuántas cosas más, asegura que la confianza es la base para todo lo que viene detrás. Una generación de mujeres –en especial jóvenes- no se han alineado, no ya no al discurso –que modula con habilidad de superviviente política-, sino a su figura, a lo “establecido”, a su presencia… a su IMPOSTURA. Si algo sacamos en claro de este vuelco en el mascarón de proa del mundo, es que preferimos a un populista deslenguado y con una mínima entidad intelectual, pero que lo que diga suene a auténtico, aunque sea una farsa, por delante de lo encorsetado del artificio.
Los escritores nos dejamos la vida rastreando veracidad en la mentira. Partamos de la base de que lo que contamos es pura ficción, sin embargo, todo nos empuja a que el lector crea que es verdad. En esta sociedad retransmitida por Snatchap solo cautiva lo que tenga visos de serlo, aunque resulte descabellado.
Aún hay más. Hillary carece de empatía. Las cualidades de lo femenino –de las que deben beber hombres y mujeres- brillan por su ausencia.
Que a la candidata mujer le hayan dado la espalda las mujeres es paradójico. Rechazo aquí esos argumentos sobre la falta de espíritu gregario, los celos o que somos las peores críticas de nosotras mismas. Hace días, Susan Sarandon argumentó que ella no votaba con la vagina. Ya estaba anticipando que la abanderada de la causa femenina no la representaba, porque quizá no represente a la mujer, sino a la mujer que es ella misma. La imagen que proyecta Hillary trasluce ansia de poder, estrategia, movimientos sinuosos, intereses personales (que tardara en comparecer tras la derrota destila falta de humildad y poco fair play).
Tampoco despierta emoción y el voto se ejerce desde el corazón y la tripa, menos desde la cabeza.
He recordado un apunte de mi ensayo Cómo ser mujer y trabajar con hombres que cobra hoy absoluta actualidad. Te ubico en el contexto porque es importante: el capítulo analizaba el aspecto físico que acompaña a la mujer líder y recogía las declaraciones de Donatella Versace en una visionaria entrevista concedida al semanario alemán Die Zeit, en febrero de 2007, donde recriminaba a la entonces senadora: “Hillary debería tratar la feminidad como una oportunidad y no intentar emular la masculinidad en la política”.
Ojo, si nos quedamos en la estética no habremos entendido nada. Si vamos al fondo de la cuestión, comprendemos todo.
Podría hablarte del descontento con el poder dominante, del miedo y el recelo a lo que llega de fuera, de concepto de patria que se reinventa cuando lo creíamos muerto, de xenofobia y un puñado de circunstancias más que han abocado al triunfo de Trump, pero se lo dejo a los analistas.
¿Sabes algo? Quiero ver lo femenino en política, quiero sentirlo. Quiero que contribuya al cambio desde su verdad, que es la verdad de todos. La de los hombres también.
La moraleja es que ha terminado el tiempo de la ficción, incluso para quienes la escribimos.
Teresa Viejo es escritora y periodista. Síguela en Facebook, Twitter e Instagram.