La candidata preparada que no ha conseguido conquistar a los votantes
Los supuestos puntos fuertes de Hillary Clinton han acabado siendo debilidades
Hillary Clinton ha tardado diez horas en reconocer públicamente la victoria de su rival. Es probable que necesitara ese tiempo para hacerse a la idea de una derrota que, pese a lo apretado de los encuestas, seguramente no esperaba. Dicen los analistas que la excesiva confianza que en sí misma tiene la ha llevado a menudo a sobrestimar sus fuerzas y a cometer errores. Quizá el mayor error de su carrera haya sido centrar esta campaña presidencial en la figura de los candidatos (su experiencia y fiabilidad frente a la incompetencia y extravagancia de él) y dejar de lado las ideas, pensado que el rechazo a Trump le garantizaba la victoria. En opinión de Cristina Crespo, directora de relaciones externas del Instituto Franklin, “su mayor fortaleza, como ha repetido Obama, es que era la candidata más preparada de la historia. Pero esa experiencia tiene también su parte negativa”. Parte del electorado la ha identificado con un establishment del que ya está cansado, mientras Donald Trump se ha presentado como un outsider, alguien ajeno al sistema que va a hacer las cosas de forma diferente. Otra de las debilidades de Clinton, según Crespo, es su escasa capacidad de generar empatía. Los que la conocen aseguran que en las distancias cortas gana, pero en público resulta distante. “En los grandes mítines no transmite tanto como otros políticos, como su marido u Obama”, reconoce. “La ira que Trump representa no es fuerza, es frustración. Hillary tiene una gran madurez emocional y autocontrol, y eso se interpreta como frialdad”, puntualiza la socióloga Alicia Kaufmann.
Hillary Rodham Clinton (Chicago, 1947) creció en una familia de clase media. Se crio en Park Ridge, un barrio residencial de Chicago, junto a sus dos hermanos pequeños, Hugh y Anthony. Su padre se dedicaba al negocio textil y su madre era ama de casa. Según Kaufmann, editora, junto a Cristina Crespo, del libro Hillary. El poder de la superación, la rígida educación que recibió por parte, sobre todo, de su madre, Dorothy, tiene mucho que ver con su carácter. “Su madre fue sumamente exigente con ella. Hillary Clinton fue educada para no rendirse nunca”. Es algo que hasta Donald Trump ha reconocido. Cuando en el segundo debate el moderador instó a los candidatos a decir algo bueno sobre el otro, el republicano declaró: “Voy a decir esto sobre Hillary: no abandona, no se rinde. Es una luchadora”. Dorothy, hija de una madre adolescente y pobre que la envió a criarse con unos abuelos que la maltrataron, se cuidó de fomentar en su hija valores como la autosuficiencia o la independencia. “También le transmitió que no debía buscar la aprobación de los demás. Desde pequeña le enseñaron a asumir su autoridad”, indica Kaufmann.
Sin embargo, fue su padre, criado en un ambiente acomodado y republicano de toda la vida, quien más influyó políticamente en la joven Hillary. De hecho, en su adolescencia llegó a trabajar como voluntaria en la campaña del republicano Barry Goldwater para las elecciones presidenciales de 1964, en las que fue derrotado por Lyndon B. Johnson. Su giro hacia posiciones demócratas no se produjo hasta la veintena. Concretamente hasta que entró en Wellesley, la prestigiosa universidad privada femenina de Boston en la que se graduó en 1969. Wellesley College es una de las Siete Hermanas, las primeras universidades estadounidenses fundadas exclusivamente para mujeres (también forman parte del grupo Barnard, Radcliffe, Vassar, Bryn Mawr, Mount Holyoke y Smith). Allí se han formado, por ejemplo, Nora Ephron, Diane Sawyer o Madeleine Albright. Clinton ha reconocido que los años de Wellesley cambiaron su punto de vista: “Teníamos muchos debates intensos en aquella época. Los derechos civiles, los derechos de la mujer, la guerra de Vietnam, los asesinatos del Doctor King y de Bobby Kennedy… El campus estaba en constante agitación a causa de lo que pasaba en el mundo”.
Después fue a Yale, donde a principios de los setenta se graduó en Derecho. Allí conoció también a Bill Clinton, con quien se casaría un par de años después, en 1975. “Tenía miedo de perder mi identidad y diluirme en la estela de la personalidad estilo fuerza de la naturaleza de Bill. Le rechacé dos veces cuando me pidió matrimonio. En parte por la preocupación de no saber necesariamente quién era o qué podía hacer si me casaba con alguien que había trazado un camino sobre el que tenía las ideas increíblemente claras. Las mías eran mucho más incipientes”, ha admitido la propia Clinton. Por él dejó de lado una prometedora carrera como abogada (había trabajado en varias fundaciones y colaborado con la investigación en el Congreso sobre el escándalo Watergate) y se mudó a Arkansas, el estado natal de su marido, donde en 1979 fue elegido gobernador. Un año después dio a luz a Chelsea, su única hija. Durante sus doce años como primera dama de Arkansas trabajó en la mejora de su sistema sanitario. Bill Clinton la incluyó en la junta directiva del Rural Health Advisory Committee, donde consiguió fondos federales para ampliar la cobertura médica en las zonas más pobres de Arkansas. Ya como primera dama del país, lideró la fallida reforma sanitaria de 1993.
Con su marido fuera de la Casa Blanca, fue elegida senadora por el estado de Nueva York en el año 2000, convirtiéndose así en la única primera dama estadounidense que ha desempeñado un cargo público. En 2008 perdió la nominación demócrata ante Barak Obama, pero, tras su victoria, él la nombró secretaria de Estado, cargo que ejerció desde 2009 hasta 2013. En estos años apoyó la Primavera Árabe, pero también las intervenciones militares en Afganistán, Irak y Libia, lo que después le ha pasado factura. Asumió su responsabilidad por los fallos de seguridad relacionados con el ataque de Bengasi de 2012, que se saldó con la muerte de cuatro empleados del consulado estadounidense, incluido el embajador en Libia, Christopher Stephens. También ha admitido sus errores en el célebre asunto de los emails, que la ha perseguido hasta el último momento.
Parece poco probable que Clinton, de 69 años, repita como candidata presidencial. En su primera intervención tras perder las elecciones ha pedido un voto de confianza para su rival (“Donald Trump es nuestro presidente y le debemos una mente abierta y la oportunidad de liderar”, dijo) y a él, que no deja a nadie de lado (“el sueño americano es suficientemente grande para todos, para personas de todas las razas y todas las religiones”). También ha dejado un mensaje a las mujeres: “Esta derrota duele, pero por favor, nunca dejéis de creer que luchar por lo que es correcto vale la pena. Lo vale. Necesitamos que sigáis luchando el resto de vuestras vidas, y a todas las mujeres, especialmente a las jóvenes que pusieron su fe en mí y en esta campaña: quiero que sepáis que nada me ha hecho sentir más orgullosa que ser vuestra candidata. Sé que no hemos roto el más alto y duro techo de cristal al que nos enfrentamos, pero lo haremos, y espero que antes de lo que ahora pensamos”.