Adiós, Estereotipos
¿Dónde están las científicas? La visibilidad, clave de la igualdad
En una conferencia en 2005, Lawrence Summers, entonces presidente de la Universidad de Harvard, sugirió que la razón por la que pocas mujeres ocupan puestos altos en el mundo de las ciencias era la falta de “aptitudes intrínsecas”. Aunque reconocía la existencia de discriminación, consideraba que se trataba de algo secundario. Tras el pertinente revuelo, Summers pidió disculpas. Pero el daño estaba hecho. O, simplemente, no era más que una muestra más -una muy evidente y por parte de un economista de prestigio-, de los estereotipos y prejuicios que tienen que afrontar las mujeres en el mundo de las ciencias.
Falta de interés, de perseverancia, de espíritu racional y analítico… Son algunas de las razones que, en un informe de 2015 sobre la situación de las mujeres en la ciencia de la Fundación L’Oréal, daban los encuestados para explicar por qué las mujeres no acceden a puestos científicos de alto nivel. Además, en el estudio se indicaba que el 67% de los europeos —un 63% de los españoles— cree que las mujeres no tienen las capacidades requeridas para ser científicas de primer nivel. Sin embargo, al ser preguntados por los mayores obstáculos que encuentran las féminas para llegar al top científico, las respuestas más elegidas eran «por impedimentos culturales” y «por impedimentos de los hombres”. Podemos concluir, por tanto, que, pese a que los ciudadanos reconocen la evidente discriminación de género, aún perduran prejuicios arcaicos que llegan a poner en duda, en pleno siglo XXI, que la mujer posea un pensamiento racional y analítico a la altura de los varones.
Este modo de juzgar sesgado está tan fijado que, en un estudio en comunidad de código abierto GitHub, se demostró que las mujeres eran consideradas mejores programadores, siempre que en las pruebas aparecieran con nombre masculino. “De manera consciente o inconsciente, se sigue juzgando a los hombres más capaces para casi cualquier actividad. Nos movemos en el terreno de ‘lo sutil’. Hay que ser conscientes de estos sesgos tan arraigados, no caer en la autocomplacencia al pensar que hemos mejorado mucho, reivindicar, denunciar si es preciso y animar con modelos de mujeres”, señala Marta Macho-Stadler, doctora en Matemáticas y responsable de la web Mujeres con Ciencia, desde la que se da voz a las científicas. Además, indica que mientras en las áreas biosanitarias hay una evidente mayoría femenina -aunque los líderes sean varones-, en la vinculadas a las tecnologías la presencia de mujeres es muy pequeña, por eso “es importante atraer a más mujeres a las ingenierías y las tecnologías. Y equilibrar las relaciones de poder en equipos de investigación y donde se deciden las políticas científicas”. Macho-Stadler cree necesario incidir también en los años de formación, ya que señala que, en las aulas, ellos son normalmente más atrevidos, mientras que ellas tienen más reticencias a participar por miedo a fallar. “Esas inseguridades son producto de nuestra educación y de nuestro entorno. Las ciencias se vinculan a personas con capacidades poco comunes. Y esos ‘dones’ se suelen asociar a los hombres. Cuando una mujer obtiene una buena calificación, sin embargo, se habla de lo ‘trabajadora’ que es. En mi opinión, eso es demoledor. ¿Cómo se soluciona? Incentivándolas y ofreciéndoles modelos”, concluye.
Aunque con lentitud, en los últimos años las cosas han mejorado, pero no tanto como cabría esperar. En la presentación del libro Mujeres en ciencia y tecnología (UNED), una de sus autoras, la catedrática de Química Orgánica de la UNED Rosa María Claramunt, señalaba que “la igualdad será real cuando veamos más mujeres en los premios Nobel”. Pues bien, en los Nobel de este año no se ha reconocido el trabajo de ninguna mujer. No debería sorprendernos cuando, desde su creación en 1901, el 97% de estos galardones han recaído en varones. Sin embargo, en las quinielas de este año figuraban nombres de científicas de prestigio como la francesa Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna —quienes sí recibieron el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica en 2015— por el desarrollo de una técnica que permite modificar los genes y que podría suponer una revolución en el tratamiento de las enfermedades genéticas. No eran las únicas que aparecían en las listas de premiables, donde también destacaban la química Carolyn Bertozzi, la astrónoma Vera Rubin o la física Lene Hau. ¿Qué pudo pasar?
María Teresa Paramio Nieto, catedrática de Producción Animal en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT), no duda al responder: “Tanto los jurados como los premiados pertenecen al mismo grupo”. El grupo al que se refiere es el masculino. Para ella, “la única forma de romper este bloqueo es mediante cuotas, si no la dinámica seguirá siendo la misma. Mala para las mujeres, pero también para el prestigio de los premios y de los jurados”. Y es que la falta de mujeres en los Nobel no es un hecho aislado. AMIT ha denunciado que en España las científicas solo reciben el 18% de los galardones, un porcentaje que desciende al 7% cuando la cuantía del premio supera los 100.000 euros. Este año, los 23 miembros del jurado de los premios Rey Jaime I, dotados precisamente con 100.000 euros por categoría, eran hombres. Ninguna mujer fue premiada. Tampoco lo fueron en los pasados galardones de la Fundación BBVA, que conceden 400.000 euros por categoría. No es por falta de talento femenino ya que jóvenes científicas como la doctora en Biología Vanessa Valdiglesias o la doctora en Veterinaria Guadalupe Sabio han recibido premios europeos.
Otra de las barreras a las que se enfrentan las científicas es la falta de conciliación, algo que se ha agudizado debido a la crisis y a los recortes. Entre las conclusiones del Libro Blanco sobre la situación de las mujeres en la ciencia española, editado en 2010 por el Ministerio de Ciencia e Innovación, destaca que un hombre con hijos tiene una probabilidad cuatro veces mayor de ser promocionado a catedrático que una mujer con hijos. Según Natalia Gonzáles-Valdés, directora del programa L’Oréal-Unesco For Women in Science en España, en los dieciséis años que lleva en nuestro país “ha habido una evolución en cuanto a concienciación y reivindicación de la necesidad de la igualdad de género”. Un ejemplo de ello sería la Unidad de Mujeres y Ciencia (UMyC), creada por el Ministerio de Ciencia y Competitividad en 2006 o el impulso de comisiones de igualdad en universidades y centros de investigación como el CSIC. Estas iniciativas han ayudado, “pero falta una mayor presencia de mujeres en los puestos de primer nivel, dar más visibilidad a la labor de las científicas españolas y alentar vocaciones entre las más jóvenes”, dice González-Valdés.
Pese a todo, las mujeres no se han quedado paradas y su interés por la ciencia así como sus logros son cada día mayores. Según el informe de la Fundación L’Oréal, en España las mujeres representan el 46% de los estudiantes de ciencias, mientras que el porcentaje de investigadoras, un 38,5%, se sitúa por encima de la media europea. Ellas cuentan con los mejores expedientes, pero solo el 16% de los catedráticos y profesores de investigación científica son féminas, por debajo de la media europea, que es del 20%. La pregunta es: si ellas, con mejores notas, no llegan a los puestos más altos, ¿estamos perdiendo a nuestros mejores talentos?
“Es un despilfarro del dinero invertido en la formación de las investigadoras y una injusticia social”, afirma Paramio Nieto, que señala también la conveniencia de las políticas de cuotas. “No entiendo por qué están tan denostadas socialmente cuando ha sido probada su eficacia. Hay que exigir que se cumpla la legislación sobre paridad de género en las instituciones”. Paramio anima a denunciar el incumplimiento de las leyes e indica la importancia de la imagen que se da de las mujeres. “Es necesaria una más realista, sin tanta cursilería. Ver en los medios a mujeres profesionales, trabajadoras, responsables, comprometidas y satisfechas ayudaría a mostrar a las jóvenes que sus objetivos vitales son diversos”.
Para atraer a niñas y jóvenes a las carreras STEM -acrónimo en inglés de ciencias, tecnología, ingeniería y matemáticas-, han surgido iniciativas como Girls in Tech, una organización internacional con sede en España. Marina Serrano es su cofundadora. “Ser mujer en el mundo de la tecnología no debería ser un desafío”, afirma. Organizan talleres para niñas y adolescentes en los que les cuentan las ventajas de las profesiones STEM y la historia de mujeres que han jugado un papel fundamental en la tecnología. “Es importante acabar con los estereotipos que hacen que la sociedad vea las carreras técnicas como masculinas o para ‘frikis’”, señala. Y advierte también de que, aunque las mujeres son mayoría en las universidades españolas (un 54%), solo representan el 25% de los estudiantes de Ingeniería y Arquitectura. En España, por cada dos ingenieras, hay ocho ingenieros. Las cifras pueden ir incluso a peor: “El 24% de los informáticos son mujeres, pero se prevé que la cifra baje al 22% en el año 2025. Estamos perdiendo el potencial creativo femenino, pero su visión es importante para desarrollar mejores productos, más adaptados a las necesidades de los clientes finales, entre los que sí hay paridad”. Los modelos visibles de mujeres científicas pueden inspirar a muchas adolescentes a soñar con el universo o con descubrir la cura de enfermedades como el cáncer. Y, quién sabe, quizá alguna de ellas gane uno de esos premios Nobel que, de momento, siguen sin mirar al mundo en toda su diversidad.