Dos modelos de mujer, dos estilos de poder
Charo Izquierdo habla sobre los Estados Unidos que podían haber sido y no serán

Hace unos meses leí el artículo Rol de la Primera Dama en América Latina: ¿Una figura elemental o una opción para gobernar?, firmado por Maximiliano Arce Castro en la Red de la Fundación Botín. El artículo ponía el foco en cómo en muchos países de Latinoamérica la ascensión al poder o el intento de la misma por parte de la primera dama ha sido una constante. Y citaba a varias esposas de presidentes que lo han intentado, como Xiomara Castro, mujer del derrocado presidente de Honduras, Manuel Zelaya, que fue candidata y perdió las elecciones en 2013. Y hablaba también del omnímodo de Rosario Murillo, esposa del presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que es también su secretaria privada, jefa de gabinete, cabeza del Consejo de Comunicación y Ciudadanía y maestra de ceremonias del mandatario, lo que, en palabras de Arce, “la convierte en la mano derecha del líder sandinista y, por consecuencia, una de las mujeres más poderosa de Nicaragua y posible sucesora de Ortega”.
Hace unos días, releí el artículo, cuando supe que en las elecciones del pasado domingo 6 de noviembre Ortega había resultado de nuevo presidente. Rosario, su esposa, vicepresidenta. Así, sin complejos. Dos por el precio de uno. Él se impuso en sus terceros comicios con un 72% de los votos y ella es la continuación de lo que el periódico El País ha denominado “una dinastía familiar”.
Como muchos ciudadanos del mundo pensaba que dos días después de aquellos comicios, el 8 de noviembre, en los celebrados en los Estados Unidos de América ganaría Hillary Clinton, que hace años fue primera dama y que ha realizado una carrera política lo suficientemente valiosa como para alzarse con la presidencia.
No pudo ser. Y hay que decir que muchas mujeres han debido de sentirlo especialmente, porque justamente ellas han sido foco importante de su campaña, recordándoles que debían seguir detrás de la consecución de sus sueños, porque, como dijo, “puedes llegar a donde te propongas, incluso a ser presidenta”.
Jugaba con su candidatura, pero obviamente se refería a cualquier presidencia, a cualquier deseo, a cualquier lugar, a cualquier sueño, convencida de que, como también dijo “la mujer es la mayor reserva de talento sin explotar en el mundo”.
Había prometido apoyo a los supervivientes de la violencia sexual, independientemente de género, orientación sexual o raza, con servicios confidenciales, integrales y coordinados. Además de asegurar justicia en el proceso posterior, porque como ocurre habitualmente en estos casos, quienes han sufrido la agresión sienten miedo a una doble criminalización. Había prometido un plan enfocado a la protección de víctimas de violencia de género, incrementando los recursos para una mejor aplicación de la ley, así como la creación de una alianza global contra la trata. De hecho, este es un tema que siempre le preocupó. Clinton apoyó la ley de protección a víctimas de trata y violencia (TVPA por sus siglas en inglés), piedra angular en materia legislativa para el combate a la trata en Estados Unidos, que fue firmada en el año 2000 cuando su esposo Bill Clinton era el presidente.
Había prometido trabajar para cerrar la brecha salarial, luchar por la licencia pagada de ausencia laboral, ya que el 25% de las mujeres que dan a luz se ven obligadas a volver a los diez días al trabajo, para no perderlo, o asegurar que las familias tuvieran acceso a servicios para el cuidado de niños asequibles y de calidad.
Había prometido aumentar el salario mínimo, entre otras cosas, porque en Estados Unidos, dos de cada tres personas que reciben el salario mínimo son mujeres. Y defender y mejorar el seguro social, además de proteger y expandir la reforma de seguro médico.
Había prometido garantizar hasta doce semanas de permiso médico y familiar pagado para cuidar a un recién nacido o un miembro de la familia enfermo y hasta doce semanas de baja médica para recuperarse de una enfermedad grave o una lesión. Y asegurar a los trabajadores al menos dos tercios de sus salarios, hasta un cierto límite, cuando están de baja por enfermedad, sin imponer coste adicional a las empresas, incluyendo a las pequeñas.
Ni esas ni sus múltiples promesas electorales podrán llevarse a cabo.
Triste o no, según quienes la hayan votado. Triste porque en efecto no ha conseguido romper el techo de cristal, aunque, sinceramente, no creo que no haya sido votada por el hecho de ser mujer.
Y sin embargo… ¡qué talante! Qué emoción escuchar su discurso de derrota, en el que su continuo carraspeo de garganta denotaba también su emoción. Conciliador. Empoderador. Para seguir soñando. Dar la enhorabuena al contrincante es fair play. Recordar que Trump será el presidente de todos los americanos y ponerse a su servicio para trabajar juntos por el país demuestra una gran condición humana. Agradecer el mandato de Barak Obama (con quien ha sido secretaria de Estado, pero que le ganó en las primarias) la engrandece. Hablar de dolor, de la sensación de sentirse defraudada, de gratitud por la campaña y su resultado la sigue convirtiendo en líder. Aunque haya perdido. Y su capacidad para trasladar que el sueño puede hacerse realidad, recordándoselo a las jovencitas que estaban escuchándola podría hacer suponer que sería capaz de presentarse por tercera vez. Trump es el presidente. Clinton, un ejemplo…, Hillary Clinton.