“Llevamos dentro las historias de nuestras abuelas y bisabuelas, que jamás han sido contadas desde su perspectiva”

Entrevista con Neús Ballús, directora de ‘Seis días corrientes’

Neus Ballús Foto: Renaud Monfourny.

Resulta difícil definir Seis días corrientes. Incluso a su directora, Neus Ballús, le cuesta encajar en una categoría concreta esta suerte de experimento cinematográfico, a medio camino entre el documental y la ficción, que retrata el día a día de tres fontaneros reales. “Me cuesta un poco definirla, porque se escapa de etiquetas y géneros. Yo diría que es una película hecha con personajes e historias reales. Es una ficción sobre la vida cotidiana, sobre la clase trabajadora y sobre los prejuicios que nos rodean”.

La película, que entre otros premios ha logrado la Espiga de Plata y el Premio del Público en la Seminci, sigue las andanzas de Valero, Moha y Pep, trabajadores de una pequeña empresa de fontanería y electricidad de las afueras de Barcelona, durante una semana. En este tiempo, Moha, inmigrante marroquí y el más joven, tendrá que demostrar estar preparado para sustituir a Pep, a punto de jubilarse, ante el escepticismo de su compañero Valero, que no esté seguro de que Moha encaje. Ballús eligió esta historia inspirada, en primer lugar, por la pareja de su madre, fontanero de profesión. “Siempre me contaba lo que le había ocurrido ese día y los personajes variopintos con los que se cruzaba. Cada casa es un mundo y él tenía que adaptarse a sus normas. Son espectadores privilegiados de muchas formas de vivir y entender la vida, pero en general no son percibidos así. Me pareció un contexto muy interesante para hablar de la vida cotidiana desde el humor y a la vez abordar algunos temas de cierta profundidad”.

Combinar ficción y realidad y trabajar con actores no profesionales es para Neus Ballús algo natural, ya lo hizo en su primera película, La plaga. “Hay algo de la realidad de la gente que ha hecho de fontanero o de electricista que no se puede aprender y que quería llevar a la pantalla. No solo para conseguir situaciones muy auténticas, sino también para que el espectador estableciera otro tipo de vínculo con la historia. Estamos acostumbrados a que en el cine todo sea muy distante, historias extremas que quizás no nos vayan a pasar jamás. Yo tenía ganas de provocar una cercanía radical”. En su tercer largometraje, Ballús sigue demostrando su compromiso con el cine social y las clases trabajadoras, como antes lo hiciera en la citada La Plaga o en El viaje de Marta. “Es mi contexto. Soy de Mollet del Vallès, que es una ciudad de la periferia de la Barcelona industrial. Soy nieta de inmigrantes aragoneses y la primera mujer de mi familia con estudios universitarios. No es casual que la primera generación de mujeres que hemos ido a la universidad, hijas de trabajadores, como es mi caso, estemos poniendo ahí el foco. Si no lo hacemos nosotras, ¿quién lo va a hacer?”, se pregunta.

Para dar con los tres protagonistas de Seis días corrientes, la directora se pasó varios meses en la Escuela de Electricidad y Fontanería de Barcelona. "Me colaba en las clases y a los que intuía que tenían una historia detrás y podían ser interesantes para una película, les convocaba a una especie de casting (que nunca llamamos así) para ver cómo funcionaban”. Así probó a más de un millar de fontaneros hasta dar con Valero, Pep y Moha. Una vez elegidos, pasó con ellos dos años haciendo improvisaciones y preparándoles. “Tampoco les conviertes exactamente en actores, aunque les des herramientas para ponerse frente a una cámara. La idea es que sean ellos mismos, o una versión de ellos mismos. La clave está en que les escribas un guion que ellos puedan defender. La película está hecha totalmente a su favor. La dieta de Valero, las situaciones complicadas que vive Moha en algunas casas o las obsesiones de Pep fueron nuestro material real para escribir el guion”. Ese guion existía, aunque los ‘actores’ nunca lo vieron. Ellos no sabían lo que se iba a filmar cada día ni conocían a los clientes, también personas reales, con los que se encontrarían. Rodaron cronológicamente para que fueron entendiendo lo que ocurría y pudieran ir construyendo su experiencia emocional. Solo podían grabar una semana sí y otra no, porque los tres seguían ejerciendo como fontaneros. El proceso se alargó doce semanas (seis de rodaje), aunque en total Neus Ballús le ha dedicado seis años de su vida a proyecto.

A estas alturas, dice, Valero, Moha y Pep ya son, más que amigos, familia, una familia para con la que la directora siente una deuda de responsabilidad. “En el estreno en el Festival de Locarno ganaron el premio a mejores actores y en la Seminci la gente les paraba para pedirles autógrafos. Mi labor es recordarles que, en general, los actores que protagonizan una película no repiten y que sean conscientes de que muy probablemente sea una experiencia única en su vida que hay que aprovechar al máximo, pero que no va a cambiar sus perspectivas laborales. Es responsabilidad de los cineastas hacer ese acompañamiento, porque puedes destrozar muchas vidas”. En este sentido, la directora recuerda el caso de Nazif Mujic, el chatarrero bosnio que ganó el Oso de Plata en Berlín en 2013 por La mujer del chatarrero. Ni el premio ni el reconocimiento que obtuvo la película (llegó a competir en los Oscar) ayudaron a salir de la miseria a Mujic, que falleció cinco años después en la pobreza, después de haber vendido el trofeo para dar de comer a sus hijos.

Valero, Moha y Pep. Foto: Distinto Films/El Kinògraf.
Valero, Moha y Pep. Foto: Distinto Films/El Kinògraf.

Neus Ballús está eufórica con el reciente éxito en la Berlinale de Carla Simón, que ha ganado el Oso de Oro con la historia de una familia de agricultores también protagonizada por actores no profesionales. “Parecía que la industria solamente podía apoyar esas historias que llaman ‘globales’, y esto parecía implicar un tipo de cinematografía concreto, más comercial, como si la gente de fuera no pudiera entender una historia local. Lo que Carla está demostrando es que, sin dejar de ser quienes somos, podemos ser globales y nuestros proyectos pueden viajar mucho. Falta que la industria se lo crea, como ha pasado en otros países europeos”.

Simón y Ballús forma parte, como Belén Funes, Elena Martín, Pilar Palomero, Arancha Echevarría, Alba Sotorra, Celia Rico o Leticia Dolera, de una generación de directoras que están revolucionando el cine español. Muchas de ellas se han desarrollado en Cataluña, algo la directora de Seis días corrientes relaciona con el trabajo que la asociación Dones Visuals y el Instituto de Industrias Culturales (ICIC) han hecho para apoyar los proyectos con firma de mujer. “Somo las que llevamos dentro las historias de nuestras abuelas y bisabuelas, que jamás han sido contadas desde su perspectiva. El público valora esta singularidad, el tener un nuevo punto de vista. Es maravilloso, pero tenemos que recordar que después, cuando vamos al total de la producción, seguimos estando en unas cifras muy malas”.

Foto: Distinto Films/El Kinògraf.
Foto: Distinto Films/El Kinògraf.

 

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