Mucho se ha escrito sobre la histórica falta de diversidad racial de Sexo en Nueva York. La casi completa ausencia de personajes racializados es uno de las objeciones que habitualmente se le han hecho a la serie, una recriminación a la que también se han enfrentado otros títulos como Friends o Seinfeld y, más recientemente, Cómo conocí a vuestra madre o Girls.

Parece complicado que, incluso dentro la reducida y exclusiva burbuja social en la que se movían Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha, estas apenas se cruzaran –no hablemos ya de tener relación— con gente de otras razas en una ciudad tan multicultural como Nueva York. Pero más allá de porteros, dependientes, camareras y manicuras, las apariciones de personajes no blancos a lo largo de la serie pueden contarse con los dedos de las manos. De hecho, en seis temporadas solo hay dos que salen en más de un episodio: el doctor Robert Leeds, un efímero novio de Miranda, y María, la artista brasileña que sale con Samantha durante algunos capítulos. Y la cuestión de la raza solo se aborda en un episodio de la tercera temporada, trufadito, por cierto, de estereotipos y comentarios sobre el tamaño de los penes negros. En él, Samantha sale con el ejecutivo negro de un sello de hip hop, provocando el enfado de su hermana, que no aprueba que salga con una mujer blanca. Resultado: las dos mujeres acaban llegando a las manos. 

No cabe duda de que el estreno de Sex and the city en junio de 1998 marcó un hito, revolucionando la forma de presentar la vida sexual de las mujeres en televisión. Pero, vista desde la perspectiva actual, también dejó fuera otros muchos temas. La propia Sarah Jessica Parker reconocía hace un par de años en un evento que tanto la serie como su personaje –que interpretó en televisión hasta 2004 y en las películas que se hicieron en 2008 y 2010– eran producto de su tiempo, y aseguraba que hoy serían muy diferentes. “No había mujeres de color y  no hubo una conversación sustancial sobre la comunidad LGBTQ”, admitía.