Escritoras que se ocultan bajo un pseudónimo masculino para poder triunfar

Aunque parezca cosa del pasado, son bastantes las que todavía siguen usando identidades falsas para publicar sus libros

Joanne Rowling, mundialmente conocida como J.K. Rowling. Foto: Daniel Ogren / Wikimedia Commons.

Hasta hace no tanto, escribir, y más publicar, eran privilegios reservados solo a los hombres.  Por miedo a ser rechazadas o a no ser tomadas en serio, muchas escritoras a lo largo de la historia se vieron obligadas a ocultar sus verdaderas identidades bajo un pseudónimo masculino. Es el caso de Mary Anne Evans, a quien seguramente conocerás como George Eliot. También de la española Cecilia Böhl de Faber y Larrea, que firmó sus obras como Fernán Caballero. O de Amandine Dupin, que allá por 1830 adoptó el pseudónimo de George Sand. Ella fue un paso más lejos y empezó a utilizar ropa masculina para poder entrar en lugares reservados exclusivamente a varones.

Incluso Charlotte Brontë lanzó la aclamada Jane Eyre bajo el nombre de Currer Bell. Sus hermanas, Emily y Anne, hicieron lo mismo para poder publicar Cumbres borrascosas Agnes Grey. Ellas eligieron los pseudónimos de Ellis y Acton Bell, respectivamente, para que al menos las iniciales de sus nombres y apellidos falsos coincidieran con los auténticos. En esa época, Louisa May Alcott, antes de escribir Mujercitas, utilizó el pseudónimo A. M. Barnard para una colección de novelas y relatos en los que trató temas por entonces tabú como el adulterio o el incesto.

En 1893, la francesa Sidonie Gabrielle Colette empezó a publicar con el nombre de su marido, aunque no exactamente por propia elección. Al ver el talento literario de de su mujer, Henry Gauthier Villars, escritor conocido como Willy, le pidió que escribiera una serie de novelas inspiradas en sus recuerdos de niñez que se tituló Claudine. Gauthier publicó el libro con su nombre y se llevó todos los elogios. Años después Colette se divorció y pudo empezar a firmar sus obras.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces, pero todavía hay autoras que optan por no revelar que son mujeres pensando que eso puede dificultarles el éxito. En 2012, el tándem formado por Meg Howrey y Christina Lynch publicó su novela The city of dark magic bajo el nombre de Magnus Flyte. Han explicado que lo hicieron así en un intento enganchar al público masculino: “Como habíamos oído que los hombres evitaban los libros escritos por mujeres, decidimos elegir un pseudónimo masculino para llegar a ambos sexos”.

No son las únicas que buscan, a través de pseudónimos, escapar a los estereotipos de género. Laura Albert creó en 1999 a J.T. Leroy convencida de que nadie querría leer los libros de una mujer cuarentona. Su caso generó cierta polémica, porque durante años fingió ser un escritor de libros autobiográficos en los que contaba su difícil vida en la prostitución y las drogas. Incluso llegó a realizar apariciones públicas y a conceder alguna entrevista. Pero todo resultó ser un montaje. La persona que hizo aquellas apariciones físicas resultó ser una mujer disfrazada de hombre, y ni siquiera era la verdadera autora, sino su cuñada.

Lo de emplear siglas para ocultar el género es un viejo truco que ya usó Pamela Lyndon Travers, autora y creadora del famoso personaje de Mary Poppins, quien hacia 1934 ya firmaba como P.L. Travers.

Tampoco Joanne Rowling,la escritora más rica de la historia, ha logrado deshacerse de esos prejuicios. La autora de la saga Harry Potter ocultó su nombre bajo las siglas J.K. aconsejada por la editorial Bloomsbury, que le advirtió que los jóvenes no querrían leer una obra escrita por una mujer. En una  entrevista que le hizo Christiane Amanpour para la CNN Rowling reconoció que a pesar de que le gustan sus iniciales (de hecho, las sigue utilizando), no está de acuerdo con la razón sexista por la que le pidieron firmar de esta forma. Aun así admitió que en aquel momento estaba tan agradecida de que le publicasen su libro que “para ser honestos, aunque me hubieran dicho que debía llamarme Rupert probablemente habría aceptado”. Años más tarde usó también el pseudónimo de Robert Galbraith en su segunda novela para adultos.

También Erika Leonard Mitchell, responsable de la saga Cincuenta sombras de Grey, ha utilizado el nombre de E.L. James. En este caso, porque no quería que la popularidad de sus novelas eróticas afectara a sus hijos de ninguna manera. Nora Roberts, conocida por sus novelas románticas, también sigue usando el pseudónimo J.D. Robb, formado a partir de las iniciales de sus hijos, para publicar sus novelas sobre crímenes.

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