Es probable que su afición por resolver crímenes empezase en su niñez. De pequeña, a Frances Glessner Lee le encantaban las historias de Sherlock Holmes escritas por sir Arthur Conan Doyle. Nacida en 1978, Glessner Lee procedía de una adinerada familia de Chicago. Su padre, propietario de una empresa fabricante de maquinaria agrícola, era un hombre muy autoritario que educó a la pequeña Frances y a su hermano en casa. Con los años el hermano iría a Havard, pero a ella se le negó el acceso a la universidad. A Frances Glessner Lee le tocaba, como a las mujeres de su época, casarse, tener hijos y quedarse en casa, y eso hizo: a los 20 años se casó con un abogado con el que tuvo tres hijos. Pero el matrimonio no duraría mucho. En 1914 se divorció y retomó las riendas de su vida.
Además, en los años siguientes sus padres y su hermano fallecieron y ella se convirtió en heredera de la fortuna familiar. Con ese dinero pudo al fin hacer lo que siempre había querido: dedicarse a la criminología. Por entonces tenía 52 años. Con la ayuda de George Burgess Magrath, un profesor de Harvard y amigo de su hermano, Frances Glessner Lee creó en 1931 el primer programa de estudios superiores de medicina forense en Estados Unidos. Juntos se encargaban de formar a médicos para que se convirtieran en forenses y ayudasen en las investigaciones policiales.
Fue en esta época cuando a Glessner Lee se le ocurrió diseñar unos dioramas que recreaban escenas de crímenes sin resolver para ayudar a los detectives a dar con la solución. En total hizo diecinueve de esas maquetas, a las que llamó nutshell studies of unexplained death (pequeños escenarios de muertes inexplicables). El realismo de sus escenarios era impresionante: los muebles se abrían, las luces se encendían y apagaban, había platos sucios, papeles tirados por ahí, etcétera. También en sus víctimas eran evidentes los signos de la muerte: rigor mortis, rostros lívidos y ensangrentados, manos atadas, miembros cercenados,… Glessner Lee utilizaba estos dioramas en sus clases prácticas en Harvard. Allí cada alumno tenía hora y media para resolver los crímenes a partir de las maquetas bajo su supervisión.
Sus dioramas le valieron el reconocimiento de la comunidad científica, que la bautizó como ‘la madre de la medicina forense’, y logró hacerse un hueco en un mundo dominado por los hombres como era el de la criminología. Por su contribución, el estado de New Hampshire la nombró en 1943 capitana honoraria del cuerpo de Policía, convirtiéndose en la primera mujer en lograr un cargo así. También formó parte de la Asociación Internacional de Jefes de Policía y de la Academia Americana de Medicina Forense.
Frances Glessner Lee falleció el 27 de enero de 1962, aunque su legado sigue vivo. Sus maquetas siguen estudiándose en la universidad y siendo herramientas muy útiles para resolver crímenes. Incluso han llegado a ser expuestas en museos como el Smithsonian. Aquí en España la socióloga María G. Valero le ha dedicado el libro La muerte en miniatura, publicado por Casiopea.



