Editar desde la resistencia
Los sellos pequeños surgidos en la última década han cambiado la cara del panorama cultural
Son nuestra aldea gala frente al imperio del ‘best seller’ y la hegemonía cultural. Hijas de la crisis, las editoriales independientes han superado ya la fase de curiosidad o moda pasajera para ocupar su lugar en las librerías y el sector editorial, aunque muchas vivan todavía al borde del precipicio. Nadie dijo que ir a contracorriente fuera a ser fácil.
A la pregunta de qué es una editorial independiente pueden darse dos respuestas, y ambas son válidas. La primera hace referencia a su carácter, y defiende que son aquellas con un criterio propio que protegen contra viento y marea, al margen de los dictados del gran público y el mercado. Otra explicación, mucho más prosaica, es que independiente es todo lo que no forme parte de un gran grupo editorial. O, más concretamente, de Penguin Random House y Planeta, los dos gigantes del sector, que en los últimos años se han hecho más gigantes aún. El proceso de concentración del sector editorial se intensificó de forma importante en la última década, convirtiendo a estas dos empresas, a base de fusiones y adquisiciones, en inmensos conglomerados. Excluyendo el libro técnico y de texto, donde no están presentes (eso es territorio de Hachette, SM y Santillana), su cuota de mercado ha pasado, según la consultora Nielsen, del 27,3% de 2008 al 40,4% de 2016. El dato se refiere a la producción editorial, porque si hablamos de facturación es mucho mayor (se estima que en torno al 70%) Es, en cualquier caso, una ración más grande de una tarta más pequeña, porque la recesión golpeó duramente al sector del libro: el gremio de editores calcula que perdieron unos 1.000 millones, en torno al 30% de su facturación, en un periodo de seis años, de 2008 a 2013. Ese año se frenó la caída, y el mercado empezó a ir hacia arriba, aunque tan lentamente que en los tres ejercicios posteriores solo se recuperaron 130 de esos 1.000 millones.
En medio de este panorama de contracción en todos los sentidos, y pese a las voces de los agoreros que anunciaban (prematuramente) la muerte del formato, surgió hace una década una pléyade de sellos independientes que se lanzaron, con pocos recursos y muchas ganas, a la aventura de editar libros. De los de toda la vida, con papel y tinta y alma. Lo hicieron, además, apostando por autores y temas ignorados por las grandes. Estos editores son, de alguna forma, los herederos espirituales de los Tusquets, De Moura, Castellet, Barral o Herralde, los editores que en los sesenta y setenta sacudieron el mercado editorial…para después acabar siendo absorbidos por los grandes.
El fenómeno, exclusivo del mercado español, tiene mucho que ver con lo que pasó en este país a finales de la pasada década. Detrás hay gente, bien del propio mundillo, bien de los alrededores, apasionados del libro, en definitiva, que, aprovechando el finiquito, sus ahorros, o un préstamo, decidieron que si había que buscarse la vida, qué mejor que intentar lo que siempre habían querido. Y es que, como recuerda Sandra Cendal, de Continta me tienes, “cuando lo has perdido todo, tienes poco que perder”. Una editorial tampoco es el negocio más caro de montar. No son necesarias grandes estructuras ni inversiones: un editor en una habitación con un ordenador y un teléfono, y ayuda externa para la corrección, la traducción, etcétera, es, en principio, suficiente. Esa es más o menos la historia del origen de todos.
Por ejemplo, de Impedimenta, que nació en 2007 de la mano de Enrique Redel y Pilar Adón. “La idea era sacar a la luz los libros que nos interesaban a nosotros como lectores”, explica Adón. ”Nuestra línea editorial es muy clara, se basa en rescatar clásicos contemporáneos, obras que se tradujeron hace unos años y han quedado en el olvido, pero que fueron esenciales para nosotros porque nos ayudaron a formarnos. También queremos crearlos descubriendo voces nuevas, que pueden ser autores que escriben en castellano y no han publicado nunca o que escriben en otro idioma y a los que nunca se les ha traducido”. Cuando empezaron hace once años, solo su socio, que es también su pareja, se dedicaba en exclusiva a esto. Ella mantuvo su anterior trabajo durante un tiempo como red de seguridad, para contar con al menos una nómina si la cosa no salía. “Cuando vimos que iba bien empecé a tiempo completo en la editorial, a pesar de la cantidad de gente que nos aconsejaba que no metiéramos todos los huevos en la misma cesta”, cuenta. Afortunadamente la cesta no se rompió, ahora son cinco en plantilla, han podido alquilar una oficina y publican más, unos tres títulos al mes.
Impedimenta forma parte, junto a Libros del Asteroide, Nórdica, Periférica y Sexto Piso, de la asociación Contexto Editores. Todas surgieron por esa misma época con un planteamiento parecido, y en seguida vieron que unirse podía ser una forma de salvaguardar su independencia. “Nos dimos cuenta de que en vez de competir podíamos asociarnos y crecer juntos”, explica Adón. En 2008, nada más nacer la asociación, les dieron el premio nacional a la mejor labor editorial. “Fue un espaldarazo para nosotros, una forma de decirnos que estábamos haciendo las cosas bien, que podía funcionar, y desde entonces seguimos juntos”. Dentro de Contexto, cada sello funciona de manera independiente, pero los cinco trabajan con la misma distribuidora y unen fuerzas y recursos para cuestiones como la promoción. En la reciente Feria del Libro de Madrid, por ejemplo, han compartido caseta.
Ha sido posible porque todos compartían, además, pretensiones similares: una apuesta por la literatura de calidad, por el diseño y por la idea de que una editorial es algo más que un logo en una cubierta. Es lo que le rondaba también por la cabeza a Iolanda Batallé cuando, tras diez años en Random y otros diez dirigiendo la colección Bridge en La Galera, recibió del grupo Enciclopedia Catalana la propuesta de crear un sello, el que ella quisiera. “La pregunta que me llevo haciendo desde que empecé a trabajar en esto, y más últimamente, es para qué. No debemos olvidar que una editorial es un discurso y tiene que transmitir algo. Mi respuesta ha sido Rata, un sello en el que hacemos poquitos títulos al año, todos libros que el escritor o la escritora necesitan de verdad escribir”. Solo publica ocho, lo que implica que tiene que seleccionar muchísimo. “Me paso la vida diciendo que no. Obviamente, a textos que no me gustan. Pero también a otros que sí”. Al final su criterio de selección es una cuestión muy personal: “Me pregunto a mí misma: si no lo editaras tú, ¿regalarías este libro miles de veces? Cuando un libro me gusta mucho lo regalo no una ni dos ni tres veces, sino muchísimas. El último con el que me ha pasado es ‘Apegos feroces’, de Vivian Gornick. Si la respuesta es sí, entonces lo edito, porque significa que es importante para mí”.
También Julia Echevarría, editora de Alpha Decay, coincide en que el criterio de selección es algo difícil de explicar, más relacionado con las tripas que con la cabeza: “Nosotros funcionamos mucho por intuición. No hay un mecanismo establecido para elegir los libros, nos guiamos por el olfato. Muchas veces un libro que nos gusta nos lleva a otros”. Alpha Decay fue de las pioneras de esta nueva hornada de independientes (se adelantaron un par de años al boom). Publican una veintena de títulos al año, entre narrativa y ensayo. “La editorial empezó siendo bastante rompedora, apostando por títulos y autores arriesgados. Según nos hemos ido abriendo a otros públicos, la propuesta quizá se ha ido suavizando”, admite, “aunque sin perder ese espíritu algo ‘punk’ que tenía en sus inicios”.
Es habitual que los lectores que entran en el espíritu y el discurso de una editorial vayan pasando de un libro a otro. Es probable que a quien le haya gustado La vegetariana, de Han Kang, compre Hombres imprudentemente poéticos, de Walter Hugo Mãe, aunque no haya oído hablar en su vida del portugués, solo porque han reconocido el sello y el diseño de Rata. “A esos no les puedes fallar. Les puedes sorprender o hacerles probar cosas nuevas, pero tienes que mantenerte fiel a ti mismo”, indica Batallé. “Lo comprobamos todos los años en la Feria del Libro. Este año el tiempo ha sido horrible, pero la gente ha seguido viniendo y llevándose hasta cinco o seis libros de la misma editorial en un mismo día”, ratifica Pilar Adón.
Esto, en un país en el que se lee tan poco como España, es un regalo. Los datos oficiales del Ministerio de Cultura indican que casi el 60% de los españoles lee por ocio en su tiempo libre, al margen del trabajo y los estudios. Esto quiere decir que cuatro de cada diez no abre un libro si no es por obligación. “Cierto que las estadísticas son muy tristes, pero a mí me da la impresión de que los que leen, leen mucho, compran libros, los aman y respetan el trabajo tan duro que supone hacer libros como los que nosotros hacemos”, dice la editora de Impedimenta.
Es, en cualquier caso, sorprendente, que un país en el que se lee tan poco (o en el que tan poca gente lee) se publique tanto. El año pasado se registraron 87.292 nuevos títulos (en todos los formatos y en todas las lenguas, excluyendo la autoedición). Eso es un buen montón de libros. De hecho, somos el país de Europa que proporcionalmente más publica. Las distribuidoras son, como su propio nombre indica, las encargadas de colocar los libros en el mercado; una suerte de intermediarios entre las editoriales y las librerías. También entre ellas están surgiendo nuevos modelos para dar respuesta a esta nueva realidad. Librerantes es un ejemplo. Su modelo se basa en la personalización y el trabajo pormenorizado. Trabajan con una veintena de editoriales muy pequeñas, lo que les permite, según su fundadora, Raquel Blanco, conocer bien los catálogos “y encontrar para cada libro su lugar, porque no todos los libros tienen sentido en todas las librerías. Ahí es donde intentamos ser mejores, conociendo los libros, pero también las librerías, lo que no es difícil, por lo que nos piden y nos facturan. De otra forma, los libros se acaban perdiendo en el maremágnum de novedades semanales”. Desde la distribuidora se organizan, además, encuentros en librerías, se coordinan acciones comunes y se fomenta la relación entre las propias editoriales. También ellas han compartido caseta este año en El Retiro.
Sabina Editorial es uno de los sellos que llevan. “Nosotras venimos de trabajar con una distribuidora más grande en la que no éramos nada, una gotita que no le importaba porque, además, no hacía dinero con nosotras”, asegura Carmen Oliart, una de las tres socias de Sabina (las otras son Milagros Montoya y Ana Mañeru), la última en incorporarse al proyecto y la que ahora se encarga de su gestión. Es un sello que solo publica a autoras y es conocido principalmente por la poesía (su traducción de Emily Dickinson es un referente). También tienen una colección de biografías de mujeres y de narrativa. Su gran apuesta de cara a la feria ha sido una nueva traducción de Un cuarto propio, de Virginia Woolf, en la que, por primera vez en castellano, Woolf habla en femenino cuando se refiere a ella misma o a otras mujeres. “Yo sé que tengo un mercado muy pequeñito pero muy fiel, que es el de la poesía, y amplío con ensayo o narrativa. Cada una de las editoriales que está en Librerantes tiene el suyo. Estamos especializadas y eso nos posiciona en el mercado, porque si no, nos perderíamos”.
Otro de esos sellos es Continta me tienes. Su área son las artes escénicas, el feminismo y el pensamiento contemporáneos. “Tenemos un plan de publicaciones que no cumplimos nunca, ni en el número de títulos, ni en los plazos ni, sobre todo, en lo que nos vamos a gastar”, reconoce Sandra Cendal, “pero en los últimos tres años estamos publicando una media de entre ocho y doce libros”. Todos responden al principio de la editorial, el motivo por el que la pusieron en marcha hace casi ocho años: “más que de independientes, que es una etiqueta en la que sí me reconozco, hablaría de editoriales que estamos oponiendo una mínima resistencia al sistema. Formando parte de él, pero actuando contra la hegemonía”. Su novedad más reciente es Como una hoja, una conversación entre una filósofa fundamental para el pensamiento feminista actual, Donna Haraway, y la escritora y antigua alumna suya Thyrza N. Goodeve. En cualquier caso, Cendal explica que la clave para la supervivencia de este tipo de proyectos no es la novedad, sino el fondo. Lo primero que publicaron hace siete años fue A veces me pregunto por qué sigo bailando, un libro colaborativo que aborda la relación entre la intimidad y las artes escénicas. “No ha sido un ‘top’ ventas en ningún momento, pero lo hemos tenido que reeditar y se ha convertido en un libro fundamental para entender las artes escénicas contemporáneas. Este libro se va a vender los próximos cincuenta años. Hay otros que tienen un tiempo, porque son contemporáneos, en el sentido de que leen el presente de forma radical. Una de mis conclusiones después del tiempo que llevamos es que para sobrevivir tienes que editar libros de fondo y otros de absoluta novedad. Lo que te permite que la liquidación mensual sea razonable es el fondo y el extra te lo da la novedad”. Cuando te falla el fondo, aunque sea por cuestiones externas, como le ha pasado a Libros del KO con el secuestro de Fariña, su mayor éxito hasta la fecha y el libro que junto a algún otro (Crónicas de la mafia, de Íñigo Domínguez, o Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre) ha mantenido viva la editorial, las cosas se ponen muy difíciles.
Cabría pensar que el auge del feminismo está ayudando a proyectos como los de Continta o Sabina, pero, según Cendal, no es para nada así: “No, porque la mesa de novedades está sobrecargada, y con cosas muy oportunistas, editadas, además, por hombres. No puede ser que el feminismo esté siendo pensado por los editores cuando hay cientos de editoras. No nos ayuda en absoluto”. Coincide Raquel Blanco: “Pasó también con el ‘boom’ de los álbumes ilustrados. Todo el que editaba un libro de poesía lo ilustraba. No digo que esté bien o mal, pero yo no le veo el sentido, y además ya lo están haciendo ochenta editoriales. Se publica mucho porque resulta barato, pero a mí no me parecen necesarios ni la mitad de los libros que se editan”.
Que España publica por encima de sus posibilidades es algo sobre lo que existe bastante consenso. Las cifras están ahí, y cualquier librero lo puede confirmar. La vida media de un libro en la mesa de novedades está en torno a los quince, veinte días. Eso con suerte y si ha aparecido en los medios. Muchos ni siquiera llegan. Pero no todo el mundo coincide en que esta abundancia sea algo malo. “No puedo estar de acuerdo, ni como editora ni como lectora”, dice Pilar Adón. “Quizá tenga un punto de vista poco empresarial, pero creo que cuantos más libros se publiquen, más posibilidades tenemos de ganar nuevos lectores”. “Podría explicarse por una menor concentración; lo cual, dicho sea de paso, contribuye a una muy sana bibliodiversidad. Más títulos con tiradas más bajas”, explica José Monfort, de Malpaso. Malpaso es uno de los planetas de este abarrotado universo de independientes que ha crecido más en menos tiempo. Nació en 2013 y comenzó a publicar un año después. El planteamiento, similar al de otros, era publicar “libros que pretenden animar conversaciones; incidir, de alguna manera, en el debate público”, cuidando también mucho el continente; en resumen, “buenos libros para lectores curiosos”. En muy poco tiempo ha ido expandiéndose y absorbiendo otras pequeñas editoriales (Dibbuks, Salto de Página, Biblioteca Nueva, Lince Ediciones, Jus Editorial). “Ahora mismo somos una pequeña familia que llamamos Malpaso & Cía, con equipos independientes que comparten sinergias y esfuerzos para lograr un fin común, que es el de cubrir el mayor espectro de lectores posibles”. Juntas publican unos 180 libros al año, entre narrativa actual, clásicos, no ficción, novela gráfica, música, cultura popular, etcétera. Su objetivo es afianzar el proyecto e ir poco a poco aumentando su presencia en Latinoamérica, donde ya tiene equipos de trabajo, especialmente en Argentina y México, y desembarcar en el mercado hispano de Estados Unidos.
Los planes de otras editoriales son más modestos, al menos en lo que se refiere a perspectivas de crecimiento. El deseo de Iolanda Batallé para Rata, por ejemplo, es mantener el nivel. “Por ahora no quiero superar los diez títulos al año para seguir manteniendo la calidad en los textos, en las traducciones, los paratextos, etcétera. Ya tengo el programa editorial hecho hasta 2021. Esta no es una editorial para ir con prisas”. “Al principio tenía mucha ansiedad porque quería publicar mucho y sabía que como era muy pequeña no iba a poder”, admite Carmen Oliart. “Después se me quitó, porque esto es un proyecto artesanal. Para poder mantener el control, sé que con mi tamaño puedo llegar a un nivel. Si no, se convertiría en otra cosa. Esto tiene sus limitaciones, pero también muchas compensaciones. Lo único que quiero es que esto sea sostenible mucho tiempo, porque ya no me imagino haciendo otra cosa”.
Este reportaje se publicó primero en el último número de la revista MAS en papel