Nagore Eceiza descubre lo que Bollywood esconde

Entrevistamos a la directora de ‘Fifty rupees only’, un retrato de los matrimonios concertados en la India

Cincuenta rupias son unos ochenta céntimos. Ese es el precio de Sunita, la cantidad que pagó por ella su marido, que, además, la maltrata. La suya es una de las historias que aparecen en el documental Fifty Rupees Only, dirigido por Nagore Eceiza. La directora donostiarra muestra cómo la industria cinematográfica del país alimenta la imaginación de sus jóvenes con historias de amor que seguramente nunca vivirán mientras las familias sellan su destino a través del sagai sin contar con ellos para nada. La película, premiada por Amnistía Internacional y el Festival de Málaga, se proyectará en el festival La Cabina de Valencia, que arranca mañana. 

¿Qué te llevó a enlazar el tema de los matrimonios concertados con las películas de Bollywood?

He vivido un año entero en la India y es un tema que me ha tocado muy de cerca. Todo surgió a raíz de una escena que viví en la calle. Estaba sentada en la acera de un slum, un barrio muy pobre, donde había un mercado lleno de puestos de fruta y verdura. En la India hay en todas partes, por humildes que sean, pantallas de televisión proyectando maravillosas historias de amor de Bollywood. A uno de esos puestos llegaron un par de chicas que tendrían unos 14 años, y se quedaron hipnotizadas mirando la película. En ese momento empecé a pensar cómo podía ser que el país con la mayor industria de cine del mundo, mucho más grande que Hollywood, venda maravillosas historias de amor cuando el público que las recibe son chicos y chicas que ya tienen un matrimonio concertado de antemano, que no tienen derecho a enamorarse. Ese paralelismo es uno de los mayores valores del documental. La India es un país con muchas luces y sombras, que me ha dado mucho, pero con el que tengo una relación de amor-odio. Las mujeres son las principales víctimas de los matrimonios concertados. También los hombres, pero ante una vulneración de derechos humanos, ellas siempre se llevan la peor parte. Y hay que denunciarlo.

¿Qué es el sagai y que implica romperlo?

Antes de sumergirme en la cultura del país era un concepto que no entendía. El sagai es un compromiso que las familias adquieren para que sus hijos, tanto chicos como chicas, cuando sean mayores de edad pero a veces ni eso, se casen. El sagai es mucho más vinculante que el propio matrimonio. No es el compromiso de dos individuos, sino de dos familias. Para cerrar el sagai la familia del hombre paga una suma simbólica que varía en función de su capacidad económica. En el momento que se hace ese pago el trato es vinculante para las partes, y romperlo es una cosa muy grave que puede estigmatizar de por vida, especialmente a las chicas. En el caso de una de las protagonistas del documental, su futuro marido la trata fatal, la obliga a sentarse en el suelo, le niega el agua. En un momento dado, cuando él decide romper el sagai y dejarla, en lugar de alivio ella se siente mal por lo que dirá la gente. Esta chica es sentenciada, con sus escasos veintitantos, a no casarse nunca, porque queda señalada como una mujer a la que han plantado, y si la han dejado, algo habrá hecho para merecerlo. La culpable, en cualquier caso, es la mujer. En otra de las historias que muestra el documental es ella, con el apoyo de su familia, algo para nada común, quien decide romper el sagai con el hombre con el que lleva comprometida diecisiete años. Ella tiene que justificarse ante su comunidad y queda a merced de lo que diga el consejo de sabios del pueblo. Lo más probable en esos casos es que sea desterrada junto a toda su familia.

Dayaben, una de las protagonistas del documental
Dayaben, una de las protagonistas del documental

Es importante también la figura del mediador, que actúa de ‘casamentero’ e intermediario entre las familias. ¿Qué aspectos valoran estas a la hora de elegir pareja para sus hijos?

Es una figura muy respetada dentro de la comunidad. Conoce a todas las familias de su área y va de puerta en puerta registrando a cada joven casadero. Se sabe todos los chismes, edades, castas, salarios, posición de las familias… Es, en definitiva, el que tiene la información que buscan las familias. Los hindúes, por ejemplo, valoran mucho que la profesión eleve el prestigio o la reputación de su familia. Los católicos tienden a considerar el sueldo, que de algún modo también va ligado al oficio. Todos buscan que la familia a la que van a unirse tenga una buena reputación. Básicamente quieren para sus hijos seguridad económica y mantener su casta o mejorarla.

¿Y cómo ven los futuros cónyuges el matrimonio concertado?

Una cosa que llama la atención al ver el documental es la ausencia de emoción que muestran. Tanto ellas como ellos. Al preguntar a una de las parejas qué es lo que les gustó del otro, ella cuenta que lo primero que le preguntó fue su profesión y estatus. Tuve que trabajar conmigo misma para entender su punto de vista, tan diferente del amor romántico occidental. Para nosotros primero llega el amor y luego el matrimonio. Para ellos es al contrario, primero llega el matrimonio y después, con suerte, el amor. En el fondo ambas culturas tienen parte de razón. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar que ellos consideren la estabilidad económica? Además, tampoco estamos tan lejos. Aquí tenemos el fenómeno Tinder. La diferencia en este caso es que la decisión la tomas tú y no otros. Todos deberíamos tener derecho a decidir sobre nuestra propia vida, algo que allí no ocurre en la mayoría de los casos. Que decidan por ti es muy peligroso. Los matrimonios concertados pueden abrir la puerta a situaciones en las que se vulneran los derechos humanos de manera muy grave. Como que te cambien por una cabra, que también ocurre.

¿Cómo conseguiste sus testimonios? ¿No tenían miedo a las repercusiones?

Inicialmente fueron los testimonios de otras mujeres los que me inspiraron para hacer el documental. Pero cuando conseguí la primera ayuda para rodarlo, las monjas que me las habían presentado me dijeron que no iban a contactar con ellas por miedo a las represalias. Para mí fue un jarro de agua fría, porque me había quedado sin protagonistas. Pero lo entendí, una cosa es que te cuenten a ti cosas tan personales, y otra distinta salir en un documental. Así que se me ocurrió contactar con una escuela de cine de Ahmedabad, y le dije al director que quería que los estudiantes participasen. Los estudiantes no solo me ayudaron a nivel técnico. Como eran chicos de 22-23 años, me acercaron a su contexto e incluso me presentaron a algunos de los participantes en el documental. La escena en la que los padres reciben al mediador en casa y buscan marido para su hija son los padres de Grina, una de las chicas de la escuela que ejerció de ayudante de dirección. También desde AWAX, una asociación de mujeres, me ayudaron a buscar chicas.

El mediador con el padre de Grina
El mediador con el padre de Grina

Una de esas adolescentes, Sunita, cuenta que pagaron por ella 50 rupias, que son unos 80 céntimos. A pesar de llevar prohibido por ley desde 1961, ¿continúa el sistema de dotes existiendo?

Sí, la cultura y las costumbres pesan mucho. El sistema de castas también fue abolido creo que en los setenta, sin embargo, cuando vas a la India te das cuenta de que aún existe: el carpintero se casa con la carpintera, el arquitecto con la arquitecta y el médico con la médica. La tradición impera. Más aún en los poblados. Desde que se ratifica una ley hasta que la gente la asume pueden pasar tranquilamente 60 o 70 años.

El 80% de los matrimonios allí son concertados. ¿Se está haciendo algo para cambiar las cosas?

En las grandes ciudades como Bombay la gente está empezando a cuestionarse el sistema, pero el cambio es lento, no quiero ni pensar lo que tardará en llegar a los poblados pequeños. Creo que hay que realizar una labor de concienciación muy grande y es importante que, especialmente las mujeres, aprendan que tienen derechos. Si no te hacen consciente de que los tienes, no los vas a reivindicar. Es lo que les pasa a ellas, no pueden luchar por lo que desconocen. Pero, desgraciadamente, al final sucede una cosa: si a estas chicas no las apoyan sus familias, ¿qué vías tienen para empoderarse? No tienen nada, están solas, sin herramientas. Por eso hay que denunciar esta situación. Vivimos en una aldea global, todo está interconectado y tenemos que pelear por los derechos de otras mujeres de sitios donde ni siquiera son conscientes de que se vulneran sus derechos. También hay un montón de asociaciones internacionales y locales que pelean por esto.

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