Con la rubia en los talones

Alfred Hitchcock, el misógino feminista

Alfred Hitchcok y Tippi Hedren. Foto: Archive Photos/Getty Images

“Había ciertas reglas (en el mundo del cine), pero él lanzó una granada y las destruyó todas”. La frase es del director David Fincher (Seven) y pertenece al documental Hitchcock/Truffaut, estrenado en 2015 en el Festival de Cannes. La cinta de Kent Jones es un homenaje casi hagiográfico a la figura del director británico, vuelto leyenda del cine por la mirada fresca y sin prejuicios de FrançoisTruffaut, fan ilustrado que convirtió al maestro artesano en artista durante su mítica entrevista río de 1962.

El documental rescata material gráfico y grabaciones inéditas y realiza un somero repaso a las imágenes con más gancho de la filmografía de Hitch (gancho, en inglés), como le llamaban sus cercanos. Es también una muestra de las granadas metafóricas que quedan por lanzar: ni una sola de las voces que despliegan su opinión sobre la autoridad y la herencia del director británico es de mujer. Al citado Fincher se suman Wes Anderson, Olivier Assayas, Peter Bogdanovich, Arnaud Desplechin, James Gray, Kiyoshi Kurosawa, Richard Linklater, Paul Schrader y Martin Scorsese; en su versión original, la narración corre a cargo del actor y director Mathieu Amalric. En Hitchcock/Truffaut solo falta David Hasselhoff, sello inopinado de denuncia adoptado por la divertida campaña ‘Congrats, you have an all male panel’ (‘Enhorabuena, tienes un panel exclusivamente masculino’), que recopila fotografías y agendas de eventos con el denominador común de contar únicamente con varones.

Aunque también comisariada por un hombre, Pablo Llorca, profesor de Historia del Cine y de Historia de la Fotografía de la Universidad de Salamanca, la exposición ‘Hitchcock, más allá del suspense’, en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, presenta una mirada de género más equilibrada sobre el legado del genial director y constata que el foco de atención y el protagonismo de los más memorables títulos de su extensa filmografía es femenino. No en vano, y según se recoge en el telefilme The girl (Julian Jarrold, 2012), sobre la tormentosa relación entre Hitchcock y Tippi Hedren (o lo que hoy tipificaríamos sin ambages de acoso sexual), Sean Connery, olvidable macho alpha en Marnie, la ladrona (1964), exigió ocupar idéntica cantidad de metraje que Hedren, advertido de la preponderancia de las féminas hitchcockianas. Rubias, eso sí, porque “hacen mejor de víctimas: son como la nieve virgen que desvela en su blancura los restos de sangre”.

Conocidas como las Hitchcock Blondes, eran mujeres de belleza nórdica y sofisticada que contrapesan esa fría perfección con un cierto aire de misterio y un sex appeal esquivo e inteligente. O como definía Truffaut, “la paradoja entre el fuego interno y la fría superficie”. Grace Kelly, Kim Novak, Eva Marie Saint, Tippi Hedren, Janet Leigh… Ellas eran la encarnación del suspense, en palabras de Hitchcock, porque “son más emocionantes cuanto más dejan a la imaginación”. Por eso, el director huía de mitos vivientes como Marilyn Monroe (“no me interesa, lleva colgado el sexo de su cuello como si fuera una joya”). Y por eso Vértigo (1958), título ya habitual en las listas de mejores películas de la historia, tras ser incomprendida y denostada en su estreno, relata un caso de obsesión amorosa (o lo que hoy tipificaríamos sin ambages de violencia de género) a través de la (re)construcción de un look. Una reivindicación de la riqueza expresiva del vestir frente a la simpleza de la desnudez.

La idea entronca con el concepto contemporáneo de moda (en sus películas trabajó con couturiers como Balenciaga o Christian Dior) y hasta avanza la capacidad beatífica y redentora de la imagen personal, como luego vemos en formatos vulgo televisivos tipo Cámbiame. Si bien Pelayo Díaz (uno de los presentadores del reality de Tele5) jamás exigiría a la rehabilitada de turno saltar innumerables veces a la bahía de San Francisco para obtener la toma perfecta en la icónica escena de Madeleine frente al Golden Gate. Este es uno de los ejemplos de supuesto sadismo del director para con sus actrices, que en 2013 se encargaba de desmentir la propia Kim Novak en Cannes, con motivo del 50 aniversario del filme: “Hicimos una toma en la que tuve que saltar a la bahía, una vez. ¡Y no sabía nadar!”. El resto de zambullidas las llevó a cabo una doble (¿o podría ser un doble?). No obstante, la leyenda negra sobre Hitchcock ha calado hondo en el imaginario popular, podemos suponer que con el beneplácito de ese maestro también del marketing que era el director británico. Un anzuelo en el que picó la investigadora pionera en teoría feminista del cine Laura Mulvey. En su ensayo Placer visual y cine narrativo (1975), tiraba de psicoanálisis para demostrar cómo el cine clásico de Hollywood reforzaba los estereotipos de género y exponía a las mujeres a la violencia. Mulvey veía en los personajes femeninos de Hitchcock seres que, aun reducidos a objeto de deseo, evocaban la amenaza de la castración y acababan sometidos a estrategias de neutralización: fetichismo o sadismo. En su opinión, las espectadoras de filmes como Vértigo o Psicosis (1960) eran conducidas a una posición masoquista.

Foto: Fundación Telefónica
Foto: Fundación Telefónica

Foto: Fundación Telefónica
Foto: Fundación Telefónica

Años después, en su libro (de precioso título) Las mujeres que sabían demasiado (1988) la intelectual feminista Tania Modleski creía reduccionista tachar de misóginas las películas del realizador británico. Según Modleski, más que el odio hacia la mujer, lo que las caracteriza es una “continua ambivalencia respecto a la feminidad” y la abundancia de “imágenes de sexualidad ambigua que amenazan con desestabilizar la identidad de género, tanto de los protagonistas como de los espectadores”. Hitchcock nos incomoda a todos, pues muestra la tensión entre la fascinación con lo femenino y el miedo a que esta identificación desemboque en la pérdida del yo. Volviendo a su obra maestra Vértigo, es James Stewart/John Ferguson quien, en su caída en espiral hacia el abismo, desea, sin todavía saberlo, queese conjunto gris, casi ortopédico, diseñado por la vestuarista Edith Head, enfunde su hidalga figura de cincuentón caprichoso e inmaduro. Una acción que un par de años después ejecutaría Anthony Perkins/ Norman Bates, moño y cuchillo en ristre, en Psicosis.

Tal vez ambas posturas pueden sintetizarse y convivir en una de las boutades favoritas de Hitchcock, que además respondía a un malentendido anterior que escandalizó y divirtió a partes iguales al público de la época: “Niego que alguna vez dijera que los actores son ganado. Lo que dije fue que los actores deberían ser tratados como ganado”. La declaración, más allá de su contundencia y su enjundia, iguala sin duda a hombres y mujeres en el trato... Hasta que llegó Tippi.

Hija de padre sueco y madre germano-noruega, de impecable genética Hitchcock Blonde, la actriz fue descubierta por el director y su esposa y consejera, Alma Reville, viendo la televisión, en un anuncio de bebida dietética. A sus 34 años, divorciada y madre de una niña de seis (la también actriz Melanie Griffith), sin experiencia alguna en el cine, era la oportunidad perfecta para Hitchcock de moldear arcilla con sus manos de cara al nuevo desafío cinematográfico: Los pájaros. Pero la mentoría acabó en pesadilla, según cuenta la propia Hedren en sus memorias, en declaraciones a Donald Spoto (biógrafo no oficial de Hitchcock y sus estrellas): “Empezó a decirme qué llevar en mi tiempo libre, qué comer y los amigos a los que debía ver. Se ponía furioso si yo no le pedía permiso para visitar a algún amigo por la noche o un fin de semana”. ¿A qué les suena?

Hoy solo ella, a sus 86 años, puede seguir dando testimonio del acoso sufrido. Pero sí está documentada su semana rodando el ataque de una bandada de aves para la secuencia final de Los pájaros. En el último momento, el director cambió las reproducciones mecánicas por animales vivos, que lanzaban sobre Hedren durante horas, durante días, en aras de un mayor realismo. Hasta que la actriz casi pierde un ojo de un picotazo y fue devuelta a casa en estado de shock. Hedren, ligada por ocho años de contrato en exclusividad a Hitchcock, aún rodaría con él Marnie, su última obra maestra. Con motivo del estreno de la citada The girl, declaraba a El País: “Como dicen en Hollywood, mi nombre estaba ‘caliente’ [para ser nominada al Oscar]. Pero me dijo que arruinaría mi carrera y lo hizo. Era uno de los hombres más poderosos de Hollywood y se salió con la suya”. Años más tarde, Hedren rodaría la ecologista El gran rugido (1981), en la que su familia (que incluía a su hija Melanie y los tres hijos de su pareja) convivieron con grandes felinos salvajes para concienciar de la necesidad de defender a la fauna… aunque se llevaran alguna dentellada. Eso sí, allí no había un solo pajarito.

Volviendo a la muy entretenida exposición del Espacio Fundación Telefónica, se echa de menos precisamente una mirada más allá del suspense a nuestro presente, con la influencia de Hitchcock sobre la ficción contemporánea, en series como Mad Men o House of Cards (January Jones o Robin Wright habrían sido perfectas Hitchcock Blondes) o incluso en Juego de Tronos. Su autor, George R.R. Martin, ha reconocido que la inesperada muerte bajo la ducha de Marion Crane en Psicosis le inspiró a la hora de liquidar sin pestañear a algunos de sus protagonistas. ¿Y en política? ¿No se proyecta algo de esa supuesta misoginia hitchcockiana sobre la relación entre Trump y Hillary Clinton?

Foto: Fundación Telefónica
Foto: Fundación Telefónica

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