El plan de Sonia Díez para transformar la educación en España
Díez ha puesto en marcha el Observatorio EducAcción, una iniciativa plural e independiente que busca impulsar el cambio educativo

“Cambiar la educación es cambiar el destino del país”. Así de tajante se muestra Sonia Díez, educadora, psicóloga, empresaria y fundadora del grupo educativo Horizonte Ítaca, sobre la importancia de la misión que se ha propuesto: impulsar para reconvertir el sistema educativo a partir de una “hoja de ruta basada en la evidencia y no en ciclos políticos”. Con este objetivo ha puesto en marcha el Observatorio EducAcción, que se presenta como un espacio de colaboración entre sociedad civil, comunidad educativa y administraciones públicas. Su intención es devolver la educación a su lugar central en el proyecto de país y avanzar hacia un sistema más equitativo, innovador y humano.
El Observatorio EducAcción se presenta como un espacio “plural e independiente” cuyo objetivo es transformar la educación desde la evidencia. ¿Cuál fue el detonante que te llevó a impulsarlo?
El detonante fue constatar algo que todos intuíamos, pero que el I Barómetro EducAcción confirmó con claridad: España vive una brecha enorme entre lo que la educación necesita y lo que realmente está ocurriendo. Casi nueve de cada diez ciudadanos creen que el sistema requiere una transformación profunda, pero esa urgencia no dispone de un espacio independiente, plural y técnicamente solvente capaz de traducirla en rutas de acción. Además, en los últimos años he podido ver —en centros, empresas, administraciones, familias— una mezcla de ilusión y agotamiento. Había talento, había voluntad, pero no existía un marco común para alinear esfuerzos. Por eso impulsé el Observatorio: para crear un espacio donde expertos de disciplinas muy distintas pudieran analizar el presente, anticipar futuros posibles y construir una hoja de ruta basada en la evidencia y no en ciclos políticos. Es un proyecto de país que nace desde la sociedad civil para servir al país entero.
El Barómetro reveló que casi nueve de cada diez españoles creen que la educación necesita un cambio. ¿Por qué esto no se traduce en políticas efectivas?
Porque nuestro sistema educativo se mueve a un ritmo que ya no coincide con el ritmo al que cambia el mundo. Y porque, como han señalado especialistas en el propio Observatorio, tenemos leyes técnicamente bien desarrolladas, pero no tenemos una arquitectura que permita su ejecución sostenida. La educación continúa atrapada en ciclos electorales demasiado cortos para transformaciones que exigen décadas. Otro elemento clave es que la educación no opera todavía como un sector estratégico, comparable a otros que han vivido grandes reconversiones (industria, energía o banca). Falta continuidad, falta visión de largo plazo y, sobre todo, falta una estructura que conecte evidencia, innovación y sostenibilidad económica. El resultado es que hay acuerdo social, pero no hay mecanismos que permitan convertir ese acuerdo en política educativa estable. Ahí es donde el Observatorio quiere suplir un vacío real.
¿Qué vacío viene a cubrir el Observatorio que no están cubriendo ni las leyes ni las instituciones educativas actuales?
Tres, muy concretos. El primero, generar evidencia útil, no diagnósticos repetidos. Los siete consejos del Observatorio (Innovación, Tecnología e IA, Salud y Bienestar, Sostenibilidad, Financiación y Fiscalidad, Talento y Empleo, y Humanismo) trabajan con metodologías de prospectiva para identificar riesgos, oportunidades y palancas reales de cambio. No describen problemas: diseñan rutas para solucionarlos. El segundo objetivo es aportar independencia y pluralidad ideológica. El Observatorio no pertenece a ninguna línea política. Esto permite que convivan miradas humanistas, tecnológicas, económicas, pedagógicas y sociales sin que ninguna se imponga. Es un espacio técnico y ciudadano. El tercero es traducir ideas en acción. Estamos construyendo los criterios que permitirán poner en marcha proyectos piloto en distintas comunidades autónomas a partir del próximo curso. Los consejos ya han identificado ámbitos de impacto —bienestar, innovación, IA con sentido, sostenibilidad institucional y financiación eficaz— que pueden demostrarse en contextos reales. Ese tránsito de la evidencia a la ejecución es el vacío que venimos a llenar.
¿Puedes adelantarnos un ejemplo de las primeras propuestas o cambios concretos que esperáis impulsar?
Puedo adelantar algunas líneas ya compartidas internamente entre los consejos, aunque todavía están en fase de contraste final. Por ejemplo, impulsar un estatus de ‘centro innovador’ que permita pilotar cambios estructurales (horarios, metodologías, espacios, alianzas territoriales) con métricas claras de impacto. También crear un marco de referencia nacional para la integración ética y pedagógica de la IA, para que la tecnología alivie carga docente, personalice aprendizaje y mejore diagnósticos sin sustituir el vínculo humano. O impulsar indicadores de bienestar y equidad como criterio de calidad, integrando salud mental, clima escolar y pertenencia como dimensiones evaluables, no accesorias. Proponemos una nueva definición de calidad educativa basada en criterios ASG (ambiental, social y de gobernanza), inspirada en el trabajo del consejo de sostenibilidad, que permita reconocer centros por su impacto positivo real en la comunidad. Y una arquitectura económica viable, elaborada por el consejo de financiación, que permita financiar la reconversión educativa con estabilidad y corresponsabilidad social. Las propuestas finales se consolidarán en el Informe Integrado del Observatorio, previsto para marzo, que guiará los primeros pilotos autonómicos.
“La educación española no necesita otra reforma; necesita una reconversión estructural, similar a las que España ya ha acometido en otros sectores”
Una de las metas es construir una hoja de ruta nacional para orientar la innovación educativa. ¿Cómo imaginas ese documento y cómo esperas que se utilice?
Lo imagino como un documento de país, comparable a los que se han utilizado para las grandes transiciones económicas o tecnológicas. No será un informe más: será un mapa con escenarios para 2035, con futuros deseables, probables y evitables; palancas de cambio identificadas por cada consejo; indicadores verificables que midan avance real; coste estimado de la reconversión educativa y sus retornos —económicos, sociales y culturales— y un modelo de pilotaje replicable y escalable. Espero que lo utilicen administraciones, centros, empresas, fundaciones y organizaciones sociales que quieran contribuir a un cambio sostenible. No está pensado para legislar: está pensado para activar.
Insistís en la necesidad de pasar del diagnóstico a la acción. ¿Cómo pretendéis evitar que se queden en recomendaciones teóricas?
Con una hipótesis de partida y tres decisiones estructurales. La hipótesis es que estamos ante un escenario de reconversión sectorial, no de reforma. Las reformas ajustan piezas; las reconversiones cambian el propósito, los mecanismos y las reglas del juego. Las reconversiones son una respuesta solidaria en defensa de un sector que, por sí solo, no puede afrontar la magnitud de los cambios y exigencias coyunturales para sobrevivir. La educación necesita eso ahora: una transformación profunda y sistémica que restituya el derecho a aprender con sentido, bienestar y conexión con la realidad. Las tres decisiones estructurales para que el Observatorio no quede en un mero ejercicio teórico son, primero, una metodología obligada a producir decisiones. Los consejos trabajan con un modelo de diseño de futuros que exige llegar a escenarios, riesgos críticos, palancas, y conclusiones de acción urgente. No permite quedarse en discusiones abstractas. En segundo lugar, un informe integrado con compromisos verificables. En marzo se presentará un documento que delimitará qué puede hacerse, quién debe hacerlo y con qué condiciones. También la activación de pilotos reales. El Observatorio se ha diseñado para que las ideas se prueben sobre el terreno. Esa es la mejor garantía de evitar la parálisis.
El Observatorio reúne a 49 expertos con perfiles muy diversos. ¿Qué aporta esta diversidad al diseño educativo?
Aporta algo que ningún país puede permitirse perder: una mirada completa. Cuando un tecnólogo comparte mesa con un humanista, cuando un economista escucha a un neuropsicólogo, cuando un especialista en sostenibilidad dialoga con un experto en talento, el resultado es una visión mucho más precisa y equilibrada de lo que está en juego. Si, además, es un contexto multigeneracional e ideologías absolutamente diversas y no sesgadas (es decir, no participan en nombre ni representación de ninguna organización o empresa, aunque su experiencia de reconocido prestigio se haya forjado dentro de ellas y tampoco actúan al servicio de nadie). La magia de compartir un mismo propósito acaba siendo un ejercicio de generosidad encomiable por parte de todos y un motivo de admiración y orgullo absoluto. Siento una profunda gratitud y admiración por todas las personas que forman parte de este Observatorio, por su calidad profesional, pero sobre todo su calidad humana, porque te aseguro que esto visto desde fuera, podría parecer una quimera imposible de conseguir, pero ellos quieren, pueden y lo están haciendo extraordinariamente bien. Su complementariedad evita sesgos, detecta riesgos y permite diseñar futuros posibles que funcionan en el mundo real, no solo en el discurso. Y su actitud hace que los obstáculos se interpreten como retos a superar. Como decía Margaret Mead, “es sorprendente lo que un puñado de ciudadanos comprometidos son capaces de hacer; de hecho, es lo único que en realidad siempre ha cambiado el mundo”.
¿Qué mensaje le darías a un docente que siente ilusión, pero también agotamiento y falta de apoyo?
Le diría que su sensación no es un fallo individual: es un síntoma del sistema. La investigación del Observatorio confirma que la inercia institucional, la sobrecarga, la falta de autonomía y la ausencia de estructuras de bienestar están afectando profundamente al profesorado. Y, aun así, cada día sostienen a miles de niños y jóvenes. Por eso les diría: tu labor tiene un impacto que va más allá de tu aula. Y no estás solo: estamos trabajando para crear condiciones que cuiden de ti, para que puedas cuidar mejor… por eso necesitamos tu voz y tu apoyo, para hacerlo mejor.
¿Cómo se conecta el Observatorio con tu nuevo libro, ‘El fin de la educación tal y como la conocemos’?
El libro es la síntesis simplificada y escrita de manera amable y muy fácil de entender de un estudio que me ha llevado casi dos años sobre el futuro de la educación; el Observatorio es el canal y el método para hacerlo realidad. Mi tesis es simple: la educación española no necesita otra reforma; necesita una reconversión estructural, similar a las que España ya ha acometido en otros sectores. Y esa reconversión solo puede hacerse desde la evidencia, la prospectiva, la participación de la sociedad civil y un modelo de cooperación público-privada capaz de sostener cambios complejos. El Observatorio es la arquitectura que permite pasar del discurso a la acción.
¿Cuáles serían los ejes clave de esa reconversión?
Los ejes que emergen con más fuerza son: bienestar y salud mental como núcleo del sistema, autonomía responsable de los centros, con indicadores transparentes, integración ética de la IA y la tecnología con sentido, no tecnocéntrica, sostenibilidad y criterios ESG como nuevo marco de calidad, talento docente cuidado, formado y reconocido, arquitectura financiera estable que permita invertir a largo plazo e innovación sistémica, no experimentos aislados. Es un cambio de modelo cultural, no un ajuste técnico. La educación es el Sector más importante de nuestras sociedades presentes y futuras. Lo ha sido también en el pasado, un pasado industrial para el que fue diseñado, en el que buscaba garantizar la accesibilidad y progreso de todos los ciudadanos… Hoy el mundo ha cambiado y lo seguirá haciendo exponencialmente. Un sistema educativo concebido para ese contexto lineal y previsible es imposible que pueda afrontar con garantías un presente global, cambiante, complejo e incierto como el actual. Está lógica no la discute ya nadie. El problema está en que durante décadas, pequeños ajustes y reformas parciales han hecho creer que el sistema evolucionaba, pero lo cierto es que la arquitectura institucional, la organización del aprendizaje, los currículos, la distribución del tiempo, los roles profesionales y los mecanismos de evaluación responden a lógicas propias de esas sociedades pasadas, estables, locales y abocadas a una vida en tres fases: prepararse, producir reemplazando a los trabajadores que dejaban puestos bien definidos vacantes, y jubilarse. Nada de eso coincide ya con la realidad contemporánea: vivimos en un entorno incierto, hiperconectado, digitalizado y acelerado, donde las trayectorias vitales son discontinuas y la obsolescencia del conocimiento es vertiginosa.
“La IA no es un fin, sino una herramienta que puede liberar tiempo docente, mejorar diagnósticos, personalizar itinerarios y abrir nuevas formas de aprender”
¿Cómo debe adaptarse la educación a cambios como la irrupción de la IA?
Primero, entendiendo que la IA no es un fin, sino una herramienta que puede liberar tiempo docente, mejorar diagnósticos, personalizar itinerarios y abrir nuevas formas de aprender. Segundo, protegiendo el vínculo humano. La tecnología no sustituirá al maestro, pero sí amplificará su impacto si se utiliza con criterio, ética y propósito. Y tercero, preparando a los jóvenes para un mundo que requiere pensamiento crítico, criterio propio, creatividad, cooperación y capacidad de aprender durante toda la vida.
Si la educación cambia, ¿cómo puede transformar nuestra sociedad y economía?
La educación es la infraestructura invisible de un país. Cuando cambia, mejora la cohesión social, reduce desigualdades, refuerza la democracia, aumenta la productividad y la competitividad y genera un retorno económico que ningún otro sector iguala. Cambiar la educación es cambiar el destino del país. Es lo que hizo Finlandia, lo que hizo Singapur… y ahora muchos otros que ya son conscientes de que el cambio es imparable y las soluciones no están en legislar. Las leyes llegan tarde necesariamente (se regula lo que ya existe). Participar en diseñar el futuro requiere activar otro tipo de actitudes, competencias, tiempos y audacia. La opción B es renunciar a tu libertad y soberanía y esperar a que venga otro a ‘salvarte’.
¿Cómo imaginas la educación dentro de diez o veinte años?
La imagino más flexible, más humana y más consciente. Con centros que son ecosistemas de aprendizaje y bienestar, en comunidades multigeneracionales participativas en las que se practique la sagrada misión del acompañamiento en el desarrollo integral y el cuidado recíproco (los médicos tienen su juramento hipocrático, no debería sorprender que los educadores defendiéramos el nuestro). Con IA ética y transparente apoyando al profesorado y a los alumnos, optimizando la personalización y gozo en el aprendizaje académico y técnico a la vez que liberando tiempo de conexión con la propia esencia humana y con los demás. Con métricas de calidad basadas en impacto real. Con jóvenes capaces de navegar la complejidad con criterio y esperanza.Y con una sociedad orgullosa de haber puesto la educación donde siempre debió estar: en el centro del futuro. Si algo he aprendido en este camino es que la transformación educativa no se decreta: se construye. Y se construye cuando un país decide pasar del lamento a la acción, del miedo a la responsabilidad compartida. Esa es la invitación que hacemos desde la Fundación EducAcción a través del Observatorio y de la Alianza para el Futuro de la Educación, para que nadie renuncie a formar parte del movimiento ciudadano que está empezando a escribir una nueva historia para la educación en España.




