Teresa Moya, gimnasta ciega: “Me gustaría que la gimnasia rítmica fuese un deporte inclusivo, en el que a nadie se le cierre la puerta por tener una realidad distinta”
Moya se quedó ciega a los 16 años, pero su discapacidad visual no ha frenado su sueño de competir en este deporte
Sobre el tapiz, Teresa Moya es un espectáculo. Nadie diría al verla hacer sus ejercicios que es ciega. Esta gimnasta andaluza está a punto de cumplir los 22 años y perdió la visión hace cinco, pero eso no la apartó del deporte que tanto ama. Desde entonces Moya ha demostrado su valía. La gimnasta, que compite a nivel prenacional, recientemente quedó quinta en la primera fase de la Copa 7 Estrellas de la Comunidad de Madrid, en la que competía con otro medio centenar de gimnastas.
El interés de Teresa Moya por la gimnasia empezó en la infancia, pero en su pueblo, La Herradura (Granada), no había posibilidad de practicar este deporte. Cuenta que fue al pasar a secundaria cuando empezó a ir a clases. Ya por entonces competía con un problema visual, aunque entonces no lo sabía. “Tenía baja visión desde pequeña y no lo descubrieron hasta los 11 años, pero para mí no era ningún problema porque no conocía otra cosa”.
Un día su mundo se volvió negro. Estaba en el instituto cuando sintió que el sol le molestaba. “Cerré los ojos y cuando los abrí, ya no veía”.
Hasta que un día su mundo se volvió negro. Estaba en el instituto cuando sintió que el sol le molestaba. “Cerré los ojos y cuando los abrí, ya no veía”. Lógicamente, su vida dio un auténtico vuelto. “Lo más complicado fue la edad a la que me pasó. Los 16 son una edad ya de por sí es complicada”. Pese a todo, Moya no se rindió. Una vez asimiló que ya no volvería a ver, tuvo que aprender a hacerlo todo de nuevo, tanto en su vida personal como en el ámbito deportivo. “Cuando me di cuenta de que lo que me estaba pasando no era pasajero, lo único que quería era volver a sentirme yo misma y coger las riendas de mi vida”, explica. “Para mí lo más normal era volver a las clases y a hacer deporte”.
Por supuesto, no fue un camino de rosas. “De hecho, a día de hoy me sigo familiarizando con mi nueva realidad, y ya han pasado cinco años”, asegura. A pesar de lo difícil que ha sido el proceso nunca pensó en dejar la gimnasia rítmica.
“Cuando me di cuenta de que lo que me estaba pasando no era pasajero, lo único que quería era volver a sentirme yo misma y coger las riendas de mi vida”.
La cosa se complicó todavía más cuando se mudó a Madrid para estudiar (en la actualidad hace Derecho, Periodismo y Psicología). Entonces sintió que se le cerraban todas las puertas. “Nunca había sentido tanta discriminación. Ningún club quería hacerse cargo de una persona con discapacidad”, se lamenta. “Ni siquiera me daban la oportunidad de conocerme o saber cuáles eran mis necesidades. O me decían que sí y en el momento en el yo les contaba que era ciega, me decían que justo se habían quedado sin plazas o, directamente, no me respondían”. Afortunadamente dio con su actual club, el Rítmica Elegance, en el que, asegura, la apoyan para poder seguir compaginando sus estudios y este deporte que tanto le gusta.
Hacer gimnasia rítmica siendo invidente es un auténtico reto, por eso en sus entrenamientos todo tiene que estar medido al milímetro. Sus compañeras y entrenadoras son un gran apoyo, pero la clave, indica, es la repetición. Aun así, es difícil que las cosas salgan siempre bien. “Aunque pueda calcular mil veces un lanzamiento, muchas veces no lo voy a coger. Es muy duro psicológicamente para mí, siento mucha presión, porque por mucho que lo intente y por muchas veces que repita los movimientos, no siempre tengo la misma precisión ni fuerza”.
Teresa Moya cree que en este deporte, como en otros, debería haber una categoría adaptada. “Me encantaría que fuese un deporte adaptado, porque siento que siempre estoy en inferioridad al resto. Tengo que hacer el triple de trabajo para llegar hasta donde están mis compañeras. Obviamente no compito en igualdad de condiciones contra chicas que no tienen ningún tipo de discapacidad”. Por eso, dice, le gustaría “que la gimnasia rítmica fuese un deporte inclusivo, en el que a nadie se le cierre la puerta por tener una realidad distinta”.