El momento de la salud mental
Por fin ha dejado de ser la gran olvidada, pero el actual sistema público de atención parece incapaz de hacer frente a la oleada de casos de depresión y ansiedad

Desde el inicio de la pandemia, la preocupación por los problemas de salud mental ha ido subiendo de intensidad. El aumento de los casos de depresión o ansiedad ha puesto de relevancia, además, las deficiencias del sistema de atención pública. El problema no es solo de recursos: hace falta también un nuevo enfoque sobre lo que representa la salud mental.
La Covid-19 ha puesto a prueba nuestra resistencia a muchos niveles. El largo confinamiento y una de las peores crisis económica y sanitaria de la historia reciente han hecho mella en nuestro estado emocional, hasta el punto de que se habla ya de una nueva pandemia, esta vez de problemas de salud mental. Pero ¿ha empeorado tanto el coronavirus la situación o simplemente ahora estamos prestando más atención a algo que ya estaba ahí? A juicio de los expertos en la materia, probablemente haya un poco de las dos cosas. “La Covid-19 ha producido un agravamiento de los problemas psicológicos en personas que ya los padecían, pero también un incremento del malestar en personas que previamente no los presentaban”, explica Ana López Durán, profesora del departamento de Psicología Clínica y Psicobiología de la Universidad de Santiago de Compostela. “Se trata de una situación novedosa, no nos habíamos enfrentado previamente a algo así, por lo tanto, ha sido un estresor que ha acentuado los problemas ya existentes. Dado que ha generado un elevado nivel de incertidumbre, el miedo ha ido una emoción muy prevalente. Los problemas psicológicos que más se han manifestado son la ansiedad, en relación con ese miedo, y la depresión, por todas las pérdidas que hemos vivido”.
El consumo de fármacos (somníferos, tranquilizantes, antidepresivos, psicoestimulantes, etcétera) no ha dejado de crecer durante este tiempo y los colegios de psicólogos de nuestro país reportan incrementos en la demanda de consultas de entre un 20% y un 30%. España no es ninguna excepción en este sentido. Un estudio recientemente publicado por la revista The Lancet alertaba de que los casos de depresión y trastorno de ansiedad han aumentado a nivel global un 28% y un 26%, respectivamente, sobre todo, entre mujeres y jóvenes. Aunque no todo es exclusivamente achacable al coronavirus. Como explica Sandra Nieto, psicóloga de Émora Psicólogos, lo vivido en los dos últimos años ha sacado a la luz muchos problemas hasta ahora subyacentes. “La pandemia también ha llevado a muchas personas a darse cuenta de que algo no estaba bien y de que no podían afrontarlo solos. La introducción del debate sobre la salud mental en los medios ha favorecido que las personas hablen de cómo se sienten y pidan ayuda, porque se ha normalizado que no siempre se puede con todo y que, además, no pasa nada. Es normal”.
Simone Biles acaparó titulares en todo el mundo este verano tras retirarse de los Juegos Olímpicos de Tokio diciendo que tenía que concentrarse en su bienestar mental. Imbatible sobre el tapiz, la presión y los bloqueos mentales superaron a la considerada mejor gimnasta de la historia. Biles reconoció haberse inspirado, a la hora de tomar la decisión, en la tenista Naomi Osaka, que poco antes había abandonado Roland Garros por la ansiedad que le provocaba el continuo escrutinio público. El nadador Michael Phelps, el ciclista holandés Tom Dumolin o la tenista española Paula Badosa también han admitido haber pasado por problemas de ansiedad y depresión. No solo el mundo del deporte se está sincerando sobre estos temas. Figuras públicas como los cantantes J Balvin y Demi Lovato, el actor Brad Pitt o la modelo Bella Hadid también lo han hecho. Ibai Llanos, uno de los mayores influencers de nuestro país, ha reconocido en numerosas ocasiones sufrir crisis de ansiedad y haber recibido ayuda profesional para lidiar con ellas. Hace poco lanzaba un mensaje en redes animando a sus seguidores a cuidarse tras el suicidio de otro popular streamer. Unas semanas antes, el diputado Íñigo Errejón había hecho un alegato en favor de la salud mental en el Congreso, instando al Gobierno a concretar medidas para garantizar la atención pública en este ámbito. “Es algo positivo, porque puede animar a muchas personas a consultar. Uno de los problemas más importantes que seguimos teniendo en salud mental es el de la estigmatización. Hay muchas personas a las que consultar a un psicólogo, un psiquiatra o incluso a su médico de atención primaria y contarle lo que le está pasando le sigue costando mucho”, explica Gloria Bellido, secretaria de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR).
Efectivamente, reconocer que hay situaciones que nos superan o que no pasamos por un buen momento es todavía difícil, sobre todo viniendo de una época en la que la búsqueda de la felicidad se había convertido en una suerte de obsesión, alimentada por los medios, la publicidad y, sobre todo, las redes sociales. El llamado pensamiento positivo, el coaching y la cultura de la autoayuda se han impuesto en los últimos años, haciendo que los libros, retiros, cursos online y aplicaciones móviles que prometen el secreto del bienestar se multiplicaran hasta el infinito. Tampoco es de extrañar el éxito de este tipo de discursos, que se basan en uno de nuestros anhelos más básicos: todos queremos sentirnos mejor. La felicidad es uno de los temas más antiguos de la historia del pensamiento humano. Desde la Biblia y los filósofos griegos hasta la psicología moderna, todos se han ocupado de ella. Pero últimamente se ha convertido también en un boyante negocio. La felicidad ahora se puede construir, medir y vender. Pero esa obligación de ser feliz en todo momento y toda circunstancia que parecía haberse impuesto puede, paradójicamente, acabar generando más insatisfacción que bienestar. “No es malo buscar sentirse lo mejor posible, pero transmitir la idea de que podemos hacerlo todo o que tenemos que ser siempre felices puede llevar a que en algunas personas la sensación de fracaso y la baja autoestima se agudicen. En la vida viviremos momentos difíciles en los que tenemos que sentirnos tristes, lo adaptativo en ese momento es sentirse así. La tristeza nos lleva a recibir el apoyo social de los que tenemos más cerca, por eso es necesario sentirla”, apunta Ana López Durán.
“Es un arma de doble filo. Lo que puede motivar en un momento, puede en otro acabar arrastrándote”, coincide Alba Pérez González, profesora del departamento de Estudios de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya. “El mensaje ‘Todo va a ir bien’, que se extendió durante la pandemia, era positivo, porqueestaba relacionado con un sentimiento de compromiso, apoyo y unidad. Pero este tipo de mensajes se pervierten desde el que momento en que alguien señala a otro indicando que todo es cuestión de animarse. Hay gente que tiene muchas dificultades para levantarse de la cama por la mañana y organizar su vida. Esas cuestiones no se solucionan diciendo que tienes que poner más de tu parte, porque se puede llegar a culpabilizar a la persona que se siente en esa situación”. Es una incomprensión que, pese a todo el esfuerzo de normalización que se ha hecho, todavía persiste. “Una de las frases más escuchadas por los profesionales de salud mental es: ‘No sabes lo que es esto hasta que te pasa, cuando alguien me lo contaba, yo no lo entendía’”, confirma Sandra Nieto. A su juicio, el espíritu Mr. Wonderful y >> esa felicidad impostada que desde diferentes ámbitos nos han vendido en los últimos años han sido más dañinos que útiles. “Desde mi punto de vista no es beneficioso, nunca lo ha sido, pero ahora, con el impacto de las redes sociales, podemos decir que ha sido un discurso contraproducente. Yo lo denomino la tiranía de la felicidad”. La psicóloga de Émora lo relaciona con “ideas irracionales subyacentes que son dogmáticas e inflexibles, casi dicotómicas, basadas en el todo/nada, siempre/nunca, o lo hago perfecto o es un fracaso, y con ello unos patrones sociales centrados en el éxito como objetivo de vida: ser el mejor, siempre estar bien, positivo y a tope, obviando algo que es determinante, las particularidades de cada persona, sus circunstancias y si su plan para conseguir sus metas es realista”, explica. “Si entendemos que no siempre se puede, que es normal y además no pasada nada, empezamos a interpretar de forma más adaptativa, viendo matices, siendo analíticos y llevando a cabo conductas de afrontamiento que nos acercarán progresivamente a las metas. No se trata de si puedes o no, la clave está en establecer un objetivo realista y valorar cómo puedes conseguirlo. Además, estamos perdiendo de vista a la persona: qué quiere, qué necesita realmente. El positivismo tóxico conduce a un reduccionismo inmenso donde ser ‘normal’ está casi mal visto”.

La situación provocada por la pandemia no solo ha sacado a la luz muchos casos de ansiedad, estrés o depresión. También ha puesto sobre la mesa una realidad, la de los servicios de atención a la salud mental, que los profesionales del sector llevaban años denunciando. En España hay once psiquiatras por cada 100.000 habitantes, casi cinco veces menos que en Suiza y la mitad que en Francia o Alemania. La escasez de psicólogos clínicos en la red pública también es crónica: seis por cada 100.000 habitantes, tres veces menos que la media europea. El mes pasado, el Gobierno presentó su plan de acción para mejorar la atención sanitaria en España, dotado con 100 millones de euros hasta 2024. “Que el 10,8% de la población española haya consumido tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir y el 4,5% haya tomado antidepresivos o estimulantes en los últimos días dice mucho del estado de salud de nuestra sociedad y de sus problemas estructurales”, destacó durante su intervención en el acto Pedro Sánchez. “Hemos pasado del silencio al debate, y del debate tenemos que pasar a la acción”.
Una de las principales novedades será un teléfono de atención al suicidio, activo las veinticuatro horas del día. El suicidio es la primera causa de muerte no natural en España. El año pasado se cerró con 3.941 muertes por esta causa, una cifra jamás alcanzada desde que existen registros. “Es llamativo que en España fallezcan anualmente el triple de personas por conducta suicida que por accidentes de tráfico y apenas se haya prestado atención desde la administración. El suicidio sigue siendo el gran tabú”, asegura Sandra Nieto. “Gracias a la inversión y a las campañas sobre seguridad vial hemos salvado muchas vidas. Han sido muchas y todos recordamos varias de especial impacto. Y, sin embargo, frente al suicidio: silencio. Rompamos ya el tabú, porque lo que sí sabemos es que hablar sobre el suicidio salva vidas”.

Otras medidas incluidas en el plan del Gobierno se refieren a la mejora de la atención a la salud mental en todos los niveles (tanto en atención hospitalaria como primaria), el impulso a la formación sanitaria especializada, la lucha contra la estigmatización, la prevención de las conductas adictivas y la promoción del bienestar emocional, poniendo el foco en la infancia, la adolescencia y otros grupos vulnerables. Que haya un plan gubernamental en esta materia es, sin duda, una buena noticia, pero probablemente también insuficiente, a juicio de los profesionales del sector, para paliar las muchas carencias del sistema público en este ámbito. Para pasar de las buenas intenciones a la acción que prometía Pedro Sánchez harían falta, para empezar, más recursos. “Muchas de las competencias de sanidad están dirigidas por las comunidades autónomas, pero una de las cosas que podría hacer el Gobierno es aumentar el número de plazas de residentes de psicología clínica, las plazas PIR”, apunta Gloria Bellido. “Nosotros calculamos que para atender las necesidades de la población harían falta unas 422 plazas PIR al año, y ahora mismo estamos en unas 220. Hay comunidades, por ejemplo, Cataluña, donde hay plazas de psicólogos clínicos que se quedan sin cubrir porque no hay suficientes especialistas”.
Otra área, tanto o más importante que la atención médica y a la que hasta ahora se le ha prestado poca o nula atención, es la prevención. “Tenemos muy claro, por ejemplo, que fumar perjudica seriamente la salud. Sin embargo, sobre salud mental no se ha hecho concienciación. Hay personas que todavía no saben en qué momento y dónde consultar ante un problema de salud mental. A veces no saben siquiera que hay psiquiatras y psicólogos clínicos en la sanidad pública”, indica Bellido, que insiste en la importancia de hacer ese trabajo de prevención, sobre todo, en la infancia y la adolescencia. “En los últimos años, en algunos colegios e institutos se están llevando a cabo programas en los que se habla de problemas de ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria o autolesiones y se enseña a identificarlos en uno mismo. Estos programas son relativamente nuevos y, por desgracia, no llegan a todos los centros, pero son importantes, porque la mayor parte de los trastornos mentales se empiezan a desarrollar entre los 12 y los 25 años”. Por el lado positivo, Sandra Nieto apunta que en las consultas se aprecia un cambio en los adolescentes. “Cuando vienen a consulta y les preguntamos qué opinan sobre ‘ir al psicólogo’ muchos responden: ‘Tengo amigos que van, me parece bien’. Incluso son ellos quienes lo solicitan. Hablan más abiertamente de salud mental, son la generación que está normalizando el discurso”.
Nadie duda de que necesitamos más: más inversión, más profesionales, más campañas... Pero el problema de la salud mental es más complejo. “Va mucho más allá de que simplemente haya más psicólogos o psiquiatras en la sanidad pública”, puntualiza la portavoz de ANPIR. “Es algo muy transversal que se ve afectado por muchos factores. La inseguridad laboral, los problemas socioeconómicos, de conciliación o familiares repercuten en la salud mental de la población”. La crisis global ha puesto de relieve la importancia de cuidar nuestro propio bienestar emocional y el de quienes nos rodean, pero queda lo realmente difícil: abordar las causas que están en el origen de muchos de estos problemas.

A vueltas con la comida
El confinamiento ha sido una etapa especialmente difícil para las personas que sufren de trastornos de la conducta alimentaria (TCA). “Una presencia continuada de la familia ha puesto en evidencia muchas conductas problemáticas relacionadas con la comida y el ejercicio físico hasta este momento totalmente ocultas y fuera del control parental. Pero esa no es la única causa del aumento de casos registrados”, explica Montse Sánchez Povedano, psicóloga especializada en TCA y fundadora de la clínica Eatica. “La restricción en las relaciones sociales, el mayor aislamiento, la modificación de las rutinas diarias o la interrupción de los planes y proyectos de vida ha enfrentado a muchos niños y jóvenes a una situación difícil de superar, y los trastornos alimentarios han aparecido como una mala solución para adaptarse a estas dificultades”. En un escenario con más tiempo vacío de contenido social, las redes sociales han cobrado todavía mayor protagonismo. “El mayor tiempo de exposición y el bombardeo de contenidos en torno a la alimentación y el ejercicio han llegado a obsesionar a muchos jóvenes, poco críticos en sus mensajes. Todo ello ha representado un excelente caldo de cultivo para que lo que ya era un auténtico problema del siglo XXI, los TCA, se conviertan en una auténtica pandemia”. Como indica Sánchez Povedano, las conductas distorsionadas de la alimentación ya eran un serio problema, sobre todo entre los jóvenes. Según la Organización Mundial de la Salud, son la tercera causa de muerte entre adolescentes. “Son enfermedades complejas, de difícil resolución en muchos casos, por lo que requieren un diagnóstico y un tratamiento especializado”. También en esta cuestión en concreto, el trabajo de prevención y sensibilización es imprescindible y urgente.
Quemados en la oficina
Nada menos que la mitad de los problemas de salud mental de la población ocupada están relacionados directamente con el trabajo. Es una de las conclusiones de un informe publicado por Infojobs que demuestra lo extendido que está el burnout o síndrome del trabajador quemado, un trastorno que sufren los trabajadores que viven una situación de estrés y ansiedad continuada que les incapacita laboral y socialmente. A partir de este mes de enero, el desgaste profesional entrará a formar parte del listado de enfermedades reconocidas por la OMS. Pese a lo que algunos podrían pensar, el intensivo teletrabajo de estos meses no ha sido la fuente principal de problemas. De hecho, para muchas personas, el trabajo a distancia ha supuesto un aumento en su calidad de vida, y la vuelta a la oficina está generando, en muchos casos, frustración y malestar. El bienestar personal y laboral de los empleados es uno de los principales retos para las empresas en la actualidad, pero todavía son pocas las que están tomando medidas para protegerlo. Por ello, Mónica Pérez, directora de comunicación y estudios de Infojobs, insiste en la importancia “de establecer mecanismos que regulen aspectos como la desconexión digital, las horas extra u otros vinculados al bienestar mental de los empleados. Es fundamental que las empresas inicien un cambio de mentalidad y sean conscientes de que, dado que el principal activo de su negocio son precisamente sus trabajadores, es vital que estos puedan gozar de unas condiciones laborales que favorezcan su bienestar”.
Este reportaje se publicó primero en el último número de MAS en papel