“No podemos determinar si un cerebro es masculino o femenino, porque todos son un mosaico de diferentes categorías”
La neurocientífica Gina Rippon lleva toda la vida rebatiendo eso de que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus

A principios de los noventa, el psicólogo estadounidense John Gray publicó un libro titulado Los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus que postulaba que hombres y mujeres son, desde el punto de vista psicológico, radicalmente diferentes y proponía que aceptar esas diferencias es la clave para lograr la armonía en la pareja (si la pareja es heterosexual, se entiende). Nada nuevo bajo el sol, en realidad. Aunque el libro tuvo una enorme repercusión, la teoría que propone, esa idea de que los valores, los códigos de comportamiento y la forma de comunicarse de hombres y mujeres son intrínsecamente diferentes, viene de lejos y está firmemente arraigada, por muchas que hayan sido las voces que desde la comunidad científica han denunciado lo simplista y poco fundamentada que está. Durante mucho tiempo se ha argumento que si nos comportamos de forma diferente es porque nuestra biología y nuestros cerebros son estructuralmente diferentes, algo que Gina Rippon, profesora emérita de Neuroimagen del Aston Brain Centre de la Universidad de Aston (Reino Unido) no considera más que “neurotonterías”. En su último libro, El género y nuestros cerebros (Galaxia Gutenberg), Rippon defiende que es el trato diferenciado que reciben niños y niñas desde que nacen lo que provoca que los cerebros se desarrollen de manera distinta.
¿Qué es el mito del cerebro femenino?
Es la vieja idea de que lo que determina la anatomía femenina y masculina determina también sus cerebros. Eso implica que dependiendo de si has nacido hombre o mujer tendrás un tipo de cerebro establecido. Y no creo que haya datos que apoyen este argumento.
Pero ¿hay diferencias significativas entre los cerebros de los hombres y los de las mujeres?
Si nos fijamos en las estructuras o en el tamaño, que es en lo que históricamente se ha centrado la ciencia, los cerebros de los hombres son de media un 10% más grandes que los de las mujeres. Pero eso es porque los hombres son de media un 10% más grandes que las mujeres. También tienen corazones, hígados y riñones más grandes y nadie considera importantes esas diferencias particulares. Aparte de eso, no hay diferencias consistentes que distingan los cerebros de los hombres de los de las mujeres. A simple vista o a partir de una imagen cerebral yo no podría diferenciar entre el cerebro de un hombre y el de una mujer.
¿Y qué papel juegan las hormonas a la hora de explicar esas diferencias?
Las hormonas juegan un papel importante en la constitución biológica. De hecho, es lo que determina que el feto sea masculino o femenino. Los fetos que estén expuestos a altos niveles de testosterona a causa de su genotipo normalmente se convierten en varones, mientras que los fetos que por su genética no están expuestos a la testosterona serán hembras. Las hormonas están detrás de ciertos aspectos del comportamiento, y en los animales no humanos, lo determinan de una forma muy poderosa. Durante mucho tiempo ha existido la idea de que las hormonas actúan igual sobre los fetos humanos, diferenciándolos en su desarrollo y determinando también la organización de sus cerebros. Pero investigaciones más recientes están demostrando que las hormonas tienen mucha menos influencia en el comportamiento humano que en el animal. Juegan un papel, pero menor que el que la gente piensa.
En el libro expone la idea del ‘cerebro mosaico’. ¿En qué consiste?
Tiene que ver con el hecho de que a nivel estructural no podemos determinar si un cerebro es masculino o femenino, porque en realidad todos nuestros cerebros son un mosaico de diferentes categorías. Siempre se ha asumido que si eres un hombre, tu cerebro tendrá características masculinas y no femeninas, y a la inversa. Pero cada cerebro es único, diferente de cualquier otro, y no porque sea de un hombre o de una mujer, sino porque todos somos diferentes, hemos tenido vidas diferentes, experiencias diferentes y quizá biologías diferentes.
¿Quiere eso decir que deberíamos intentar entender a las personas desde una perspectiva individual más que como miembros de un determinado grupo?
Eso sería estupendo. Creo que permitiría a los individuos expresar su potencial de una manera mucho más útil, en lugar de asignarles roles determinados diciéndole a los niños lo que pueden o no pueden hacer. Podríamos categorizar los cerebros a partir de las habilidades particulares de los individuos. Por ejemplo, quién empatiza mejor, y trabajar desde ahí hacia atrás, intentando averiguar qué tipo de configuración cerebral hace que alguien sea mejor en unas cosas que en otras. Hay cerebros más empáticos y otros más sistemáticos. Simon Baron-Cohen estableció esa dicotomía, pero luego le colocó encima la etiqueta de género, lo que, a mi entender, destruye toda su utilidad. Sí creo que puede haber diferentes tipos de cerebros, pero no creo que dependa del género [El psicólogo británico Simon Baron-Cohen propuso en los noventa la controvertida teoría, muy cuestionada después, de que los cerebros de los hombres están ‘programados’ para sistematizar y los de las mujeres para empatizar, lo que explicaría la inclinación de ellos hacia las carreras científicas e incluso que tengan mayores tasas de autismo. A juicio de Baron-Cohen, director del Centro de Investigación del Autismo de Cambridge, el síndrome de asperger representa el “cerebro masculino extremo”].
Si los cerebros se desarrollan a partir de las experiencias, ¿por qué insistimos en perpetuar estereotipos como los juguetes para niños y niñas?
Estamos a merced del marketing. Suena trivial decir que es simplemente marketing, pero este hace mucho énfasis en diferenciar las cosas para niños y niñas. Repasando la historia de los juguetes puedes ver cómo empezó. Curiosamente, en el pasado había mucha menos categorización de los juguetes por género. Todo el mundo jugaba con los mismos. En la década de los cincuenta, cuando emergió el marketing, se empezaron a estereotipar los juguetes. Por ejemplo, se decidió que las aspiradoras fueran un juguete para las niñas. Se empezaron a promocionar como si fueran herramientas de entrenamiento. En este caso, para enseñar a las niñas a pasar la aspiradora. Es un problema importante, porque está demostrado que si, por ejemplo, de pequeño juegas con juegos de construcción, desarrollarás más las habilidades espaciales, lo que te inclinará hacia las disciplinas científicas. Las diferencias de género son más de tipo formativo y se basan en estereotipos. Me interesa mucho el tema de la infrarreperesentación de las mujeres en la ciencia. Las chicas empiezan a pensar muy pronto que la ciencia no es para ellas. Si el 52% de la población cree la ciencia no es para ella, está claro que es un tema que la ciencia debería abordar. Mostrar referentes es importante, pero no suficiente. En los primeros años de la educción se da mucha estereotipación. Muchas veces se hace de manera inconsciente, pero la cuestión es que a los niños y a las niñas se les trata de forma diferente. Se tienen diferentes expectativas respecto a ellos. En cuanto se empiezan a interesarse activamente por lo que sucede en el mundo, empiezan a recibir el mensaje de que se esperan cosas distintas de ellos que de ellas. Si la educación rompiera con eso, marcaría una gran diferencia.